(Ecclesia) Esta serie de ocho vídeos, que la Conferencia Episcopal está estrenando desde el pasado abril y hasta el próximo noviembre, busca reavivar la esperanza del mundo en comunión con los santos, cumpliendo así los deseos intuiciones del papa Francisco
En pleno Jubileo, el proyecto ''Faros para la Esperanza'', promovido por la Oficina para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Española, da a luz su séptimo capítulo, dedicado a los capellanes castrenses, reconocidos como «sembradores de paz en tierras de conflicto». Esta serie de ocho vídeos, que se está estrenando cada mes desde el pasado abril y hasta el próximo noviembre, busca reavivar la esperanza del mundo en comunión con los santos, cumpliendo así los deseos intuiciones del papa Francisco.
Este séptimo Faro se concentra en la bienaventuranza de los pacificadores: «Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios». El protagonista de la campaña es el teniente coronel Alberto Gatón Lasheras, capellán castrense destinado en la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales. Su testimonio subraya la doble vocación del capellán: ser sacerdote y compañero.
«Un capellán castrense, además de las labores del sacerdote propias del estado clerical, como son la visita a los enfermos, los sacramentos o el apoyo a las familias en cualquier tipo de circunstancia espiritual, tiene también una labor con el uniforme, es decir, que el sacerdote es también un compañero», asegura. En el documento publicado por la CEE, el capellán se concibe a sí mismo como una guía esencial: «El capellán castrense es un faro una luz que tiene que iluminar a todos».
Los capellanes son descritos en la campaña como «los desconocidos sembradores de paz en tierras de conflicto». Su presencia es crucial, ya que el militar se enfrenta constantemente a la muerte, ya sea en el combate, al desactivar una mina, o bajo el fuego de misiles o proyectiles. En estos instantes de peligro, el capellán busca «intentar dar paz».
La labor de estos hombres, que actúan con «la fuerza del amor de Dios, que resiste toda violencia», implica llevar los sacramentos «a las trincheras», custodiar la paz donde esta peligra, y servir de medio para que la ayuda humanitaria llegue a su destino. A través de su ejemplo, se revela que «sembrar paz a nuestro alrededor, es santidad».
El teniente coronel Gatón Lasheras confiesa que los momentos más duros son aquellos de pérdida, pero que revelan la entereza humana: «Lo que más me ha impresionado es el temple, el valor, la entereza ante la muerte de los compañeros. Visitar a los compañeros malheridos en el hospital son los momentos que más me han tocado el corazón». Por eso, reconoce que admira la «forma serena de afrontar la muerte» que ha compartido, complementada por «la fraternidad, el optimismo, la alegría y el compañerismo» entre los miembros de las Fuerzas Armadas.
La figura del capellán es fundamental, porque está totalmente integrada en la vida militar. Como un compañero más, «vive con sus feligreses y duerme en los mismos espacios que sus feligreses, come la misma comida que sus feligreses y está sometido a los mismos riesgos que esos feligreses», con la única distinción de que él no porta armas. A pesar de ello, los capellanes sostienen a los demás desde la debilidad, donde se manifiesta la gracia.
La presencia del capellán, según el almirante retirado Javier Peri Paredes, forma parte de la «esencia espiritual que todo soldado o marinero necesita», especialmente en tiempos difíciles. Al encontrarse con la muerte, «se abren las puertas del espíritu de una manera especial y el capellán es capaz de llevarte al ámbito espiritual». El capellán actúa, así, como un «espejo» que abre la puerta a la vida espiritual, facilitando la conversión y el acercamiento a la fe.
Lourdes Grosso, directora de la Oficina para las Causas de los Santos, resume la esencia del proyecto Faros para la Esperanza ligando estos testimonios: «Tenemos la experiencia de que las relaciones humanas, las diversas circunstancias, comportamientos, sufrimientos, contrariedades, dificultades, sacrificios… de la vida cotidiana, pueden ser enfrentados con rebeldía, evasión o esperanza. La tercera actitud es la propia de una vida bienaventurada».
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