Ay, amigo, me quedo ya sin verte.
Tan solo yo quería estar contigo,
hablarte del ayer y del abrigo
de la amistad nacida en buena suerte.
¡La tuve yo! Mas hoy la altiva muerte
me ha dejado en la calle — yo conmigo—,
sin apenas el tiempo que mendigo
para nuestro vivir agradecerte.
Tú conoces la fe que me sostiene
y el dolor que me causa tu partida
en el silencio donde Dios se mueve.
Acuérdate de mí, que Dios te tiene
y sabe bien que el hombre es una herida
abierta en el amor que nos conmueve.
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