martes, 28 de octubre de 2025

La vida de Mª Isabel González del Valle, una mujer «enamorada del Señor»

(Iglesia de Asturias) Hace unos días se presentaba en Oviedo, en la iglesia del Sagrado Corazón (las Salesas), el libro “Estoy enamorada del Señor”, una biografía de Mª Isabel González del Valle, nacida en Oviedo, fundadora de la Obra de las Doctrinas Rurales y en proceso de beatificación. El libro tiene un prólogo escrito por nuestro arzobispo, Mons. Jesús Sanz Montes, que además participó en esa presentación y está escrito por Mons. Alberto José González Chávez, sacerdote de la diócesis de Toledo y es autor de varios libros, entre ellos bastantes biografías como la de Rafael Merry del Val, la del Padre Rubio, la de Santa Maravillas de Jesús, San Juan Pablo II y otros muchos. Aprovechamos su presencia en Asturias para hablar con él:

¿Por qué una biografía sobre Mª Isabel González del Valle?

Y yo respondo ¿por qué no? Quiero decir, tiene, a mi modo de ver, todos los requisitos. Incluso audazmente me atrevería a añadir alguno más, para que a un católico se le inicie, tras su muerte, y en este caso es tras casi 90 años de su muerte, un proceso de beatificación, de canonización. Es una mujer apasionada por Jesucristo, que en definitiva es el ideal de un cristiano, la configuración con Cristo, eso es la santidad, cada uno a su manera y en su estado y condición.

Es una mujer profundamente enamorada de Jesucristo y por tanto de los intereses de Jesús que son las almas, el triunfo de la verdad, la salvación de todos los hombres. Entonces desde estas coordenadas ella, digamos, entiende su vida, no la puede comprender fuera de ahí: ayudar a Cristo a salvar almas y hacerlo además con el mismo estilo de Cristo. Desde la humillación, desde la cruz… En este sentido es muy rompedora. No le cabe a ella en su desbordante, fogosa actividad alguno de los parámetros ya preestablecidos oficiales en la Iglesia sino que, al conocer a ese titán de la evangelización que es el beato Tiburcio Arnáiz, en la más pura línea de las misiones de los jesuitas, misiones populares, ella decide embarcarse, digamos así «a la apostólica», como diría San Ignacio, echándose por los pueblos sin un modelo previo de consagración institucional.

Es una mujer, repito, primero enamorada de Jesús, después apasionada de la obra redentora de Jesús, de la salvación de las almas –esto a nivel espiritual, eclesial– y a nivel humano es una mujer muy sugerente, muy sociable, muy simpática, muy inteligente, esto le hacía tener un gran don de gentes.

Es un perfil muy sugestivo en la historia de los santos, en la cual ninguno de ellos es igual al otro, pero hay casos en que son muy parecidos. En el caso de ella se sale un poco de los moldes habituales y pienso que en esa llamada hacia la la Nueva Evangelización que hacía tantas veces Juan Pablo II, María Isabel González del Valle es un reclamo fuerte.

Es increíble que una joven que nació en el Palacio de Velarde, en Oviedo, que lo tuvo todo, conectada con alta sociedad, opte para sí por una vida de pobreza. ¿Cómo fue ese cambio? Porque al principio, cuando se muda a Madrid, con 18 años, tampoco su vida era de gran piedad, estaba más bien alejada.

Digamos que «alejada» es una palabra demasiado fuerte. Era un poco mundana pero siempre sin ofender a Dios, aunque sin volverse a él totalmente. Pero ¿cómo fue este paso? Lo tenía todo porque, aún siendo 15 hermanos, cada uno de ellos tenía una herencia cósmica porque el padre era inmensamente rico y los abuelos habían hecho un capital en Cuba. ¿Cómo fue ese paso de tener todo a dejarlo todo? Pues tampoco fue un paso, yo diría, como los que estamos acostumbrados a leer en las vidas clásicas o estereotipadas de los santos.

En ella todo era muy original y todo era muy a su ritmo, desde que hizo unos Ejercicios Espirituales y oyó la meditación de la Magdalena a los pies de Jesús, hubo ahí algo fuerte pero tampoco se puede decir que hay un instantáneo antes y después sino que ella va progresivamente entendiendo lo que Dios le pide y efectivamente después viviendo en Madrid pues sigue coqueteando con Dios y con el mundo al mismo tiempo. Pero cuando ya conoce al padre Tiburcio Arnaiz con ese arranque de celo apostólico, ese desprendimiento total por Jesucristo, entonces ella ya termina comprendiendo del todo, que lo venía haciendo y practicando aunque paulatinamente, que tiene que dejarlo todo y de hecho, muere en la mayor de las indigencias, sin que sus tres seguidoras, que no eran más en el año 37 en Jerez de la Frontera, en plena guerra, tuvieran con qué poder costear su entierro. Estaba en el olvido de todos, en la pobreza, porque en ella fue mayor todavía la pobreza, digamos, espiritual, la pobreza social, la pobreza afectiva más incluso que la material. Pero como digo, fue un proceso, lo cual creo que es bonito para nosotros, porque a veces una vida de santo a uno se le cae de los brazos. ¿Cómo puedo yo imitar esto de repente? No, en ella no fue tan de repente. Fue un proceso sin marchas atrás fuertes, pero tampoco sin saltos exagerados, sino que iba al ritmo del Espíritu Santo.

Además ella tenía una llamada también muy particular, porque intuía que Dios quería que fuera «con su casina a cuestas», es decir, que su vocación no encajaba en un convento o en una congregación de las que conocemos ya sino que era una cosa muy especial, diferente.

Esa es una expresión asturiana, tan simpática como tantas que hay en esta tierra, tan linda, «la casina a cuestas». Muchos le intentan convencer de que tiene que insertarse en un parámetro preestablecido. Y al menos tener una casa fija, un noviciado donde se formen las que vayan entrando etc. Y ella se quejaba «Nos quieren poner constituciones, nos quieren poner hábitos, nos quieren poner… que no somos eso, que somos misioneras». En Barcelona, a donde también llegaron a ir a misionar estando ella muy enferma, porque lo estuvo toda su vida, por eso murió luego tan joven, pues en Barcelona el obispo Irurita, que fue mártir después de la guerra, las llamaba «las gitanas de Jesús». O sea, eran como nómadas evangélicas y por eso ella, que fue siempre muy asturiana y tenía mucho carácter, simpatía y las expresiones de Asturias, de una ovetense de pro, pues acuñó esa expresión. «Que no me líen» podríamos decir coloquialmente, que «no me encorseten», que lo que Dios me pide, no lo que yo quiero, sino siempre lo que Dios me pide, es ir con mi casina a cuestas. Y sus sucesoras, que son hoy diez –nunca han sido muchas más de una docena en este casi siglo–, pues resulta que lo viven así hoy, con su furgonetita, llevando todos los útiles de catequesis de evangelización a los pueblos donde se establecen tres o cuatro meses a petición de los párrocos de los obispos y les están misionando también ellas hoy con su casina a cuestas.

Pueden tener una «Misión», que es un tiempo breve donde se hace una serie de actos de formación, de piedad, de sacramentos para renovar en la fe a ese pueblo, esa comunidad cristiana. Doctrina indica más duración todavía en el tiempo. Mientras una misión implica diez o quince días, como mucho un mes, una doctrina sería un curso entero prácticamente, donde se está viviendo de fijo en ese pueblo y se está formando y catequizando. A ella le dolía la falta de formación que veía en aquella Andalucía de inicios del siglo XX, donde había pueblos que decía ella que estaban casi «salvajes» en lo humano, lo cultural y en lo espiritual. Entonces trataban de adoctrinar, pero las misioneras, comenzando por ella y después todas sus hijas, no empiezan la casa por el tejado, sino que simultáneamente ofrecen formación humana. Para llegar a la gente pueden hasta dar clases del carnet de conducir, o idiomas, y por ahí van catequizando, a la vez, como también, si encuentran una pobreza material también tratan de remediarla. Intentan, en resumen, elevar el nivel humano y cristiano de esa comunidad a donde van.

Es una pena que en Asturias, precisamente en su tierra, nunca llegaran las Misioneras de las Doctrinas Rurales y quizá por eso aquí son tan poco conocidas. ¿Cómo está ahora la institución que ella fundó?

Yo encuentro que están muy bien, en el sentido de que son muy fieles al espíritu que les dejó Mª Isabel de apostolado, de oración, de pobreza. Yo he tenido mucho trato con las misioneras porque me pidieron, primero, predicarles algún retiro y luego enseguida escribir la biografía del Beato Tiburcio Arnaiz que, a nivel sacerdotal me ayudó muchísimo porque es un estímulo extraordinario. Y después ya con el tiempo escribí la biografía de Mª Isabel. Son un grupito de mujeres muy sencillas, relativamente jóvenes, con una actividad que podría ser agotadora y podría desgastar mucho, pero está fundada en un tiempo diario muy abundante de oración, de examen de conciencia, siempre vinculado a la espiritualidad ignaciana. Y a partir de esa vida de oración, pues pueden vivir una vida de gran apostolado a petición, como digo, de los párrocos, de sacerdotes de pueblo. Y luego también hay que destacar esa peculiaridad que tuvo Mª Isabel: viven muy pobremente, de una manera muy testimonial y muy visible, no una pobreza de palabras. Yo recuerdo que hace poco el Papa León XIV dijo que la mayor pobreza del hombre es no conocer a Dios. La pobreza espiritual es más preocupante que la material, aunque esta haya que paliarla, por supuesto. Ellas intentan subsanar todas las pobrezas posibles y van por delante como pobres de Cristo. Yo diría que son unas mujeres orantes, unas mujeres pobres según el Evangelio y unas mujeres muy apostólicas y por tanto muy alegres como no podría ser de otra manera. En este sentido creo que ellas han captado y han sabido continuar muy bien el espíritu que les dejó Mª Isabel González del Valle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario