El robo de parte de las joyas de Eugenia de Montijo el pasado domingo en el Louvre ha reavivado la figura de la emperatriz de Francia, vinculada a Asturias a través de una de sus grandes amigas de juventud, Leocadia Zamora Quesada (Puerto Príncipe, 1819-Oviedo, 1891), fundadora del convento de las Carmelitas Descalzas de la capital regional. Es decir, impulsora del primer monasterio del Carmelo en Asturias, que desde 1980 se ubica en el barrio de Fitoria y que antes estuvo en un área cercana a la actual calle Muñoz Degraín.
El monasterio conserva en su archivo una carta de Eugenia de Montijo a su gran amiga, "la mujer más bella de la España de Isabel II", tal como aseguraba un artículo de "Blanco y Negro" en 1959. Así lo atestigua un cuadro de Federico de Madrazo de 1847, cuando la retratada aún brillaba en la vida social de la nobleza española. Leocadia alcanzó gran relieve social en la corte y cantaba en las veladas de los salones como el de la condesa de Montijo. En ellas se hizo muy amiga de las dos hijas de la casa: Francisca, más adelante duquesa de Alba, y Eugenia; y de la reina Isabel II, de la que curiosamente también conserva cartas el cenobio ovetense, tal como cuenta Elsa Campa Fernández, priora del convento, en el que habitan 17 monjas. "Tenemos esas cartas, y había más que se perdieron durante la Guerra Civil y la Revolución del 34; Eugenia de Montijo era muy amiga de nuestra fundadora", señala la religiosa, natural de Besullo (Cangas del Narcea).
La carta de la emperatriz, ya en el exilio, datada en Carabanchel (Madrid), donde tenían su palacio de recreo los Montijo, el 2 de julio de 1887, escrita en francés, comienza de un modo cariñoso: "Ma cherie Leocadia (Mi querida Leocadia)". En la misiva, la emperatriz alude a asuntos familiares, muestra su preocupación por su hermana y también recuerda a su hijo, el príncipe imperial Napoleón Luis Bonaparte, fallecido en Sudáfrica en 1879, a los 23 años. A Eugenia de Palafox y Portocarrero le gustaba escribir, prueba de ello son las numerosas cartas que se conservan a su hermana Paca, duquesa de Alba; a su madre, Manuela Kirkpatrick de Closebun; a Alejandro Dumas, y a su tutor, Prosper Mérimée, que en una carta enviada a Sevilla le adelanta parte de la trama de "Carmen".
Tras recorrer varias ciudades europeas y, según algunas crónicas, tras varios amores frustrados, entre ellos con su sobrino Rafael Zamora y Pérez de Urría, III Marqués de Valero de Urría, en 1870 Leocadia ingresó en las Carmelitas de Alba de Tormes bajo el nombre de Sor María Ana Teresa de la Sagrada Familia, y, aunque dijo adiós a las glorias mundanas, mantuvo el contacto epistolar con sus amistades.
La mujer que inspiró a Washington Irving sus "Cuentos de la Alhambra", enseguida quiso llevar la orden carmelitana a lugares en los que no estaba presente. Tras una frustrada fundación en Puigcerdá (Gerona), en 1879 le hablaron de Asturias, de la que escribió: "Es un Principado del país hermosísimo y fertilísimo, de clima suave en las estaciones, y en el contorno del cual no existe sino un convento de frailes dominicos en un confín de él, y en su capital, Oviedo, dos conventos de monjas". Leocadia murió en Oviedo en 1891.
Viaje frustrado a Covadonga
El 29 de junio de 1896, Eugenia de Montijo llegó a Pontevedra, para desde allí trasladarse a Villagarcía de Arosa, donde la esperaba su barco "Thistle" para continuar a La Coruña y seguir a Asturias con objeto de asistir a una ceremonia a la que acudiría el rey Alfonso XIII. Tras unos días en Galicia, cuando ya se disponía a embarcar se encontró con un fuerte oleaje que impidió su traslado al yate, y además surgió un grave problema médico: el cocinero se puso enfermo y fue diagnosticado de pulmonía grave, sin que los servicios médicos municipales pudieran hacer nada por salvar su vida. Todos estos imprevistos hicieron que la estancia en Villagarcía se prolongase más de lo previsto. El viaje a Asturias jamás se realizó.
El "Thistle" era el segundo barco de la emperatriz. El primero había sido el "L’Aigle", pero estando en Inglaterra lo perdió, con lo que le compró al duque de Hamilton el famoso "Thistle". La emperatriz era una gran navegante y adoraba el mar, especialmente el Cantábrico, que contemplaba desde su palacete de Biarritz, hoy convertido en un hotel donde su huella está por todas partes.


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