(J.L.N./ Rel.) No se puede entender el cristianismo sin los mártires. Desde el nacimiento de la Iglesia hasta el día de hoy, ha habido cristianos que han dado testimonio de Cristo hasta la muerte. Desde san Esteban, a los cristianos nigerianos asesinados en la actualidad a causa de su fe; desde san Pedro y San Pablo a los cristianos que están siendo atacados y perseguidos en países de mayoría musulmana o en estados comunistas. Pero como atestiguó Tertuliano ya en el siglo II, la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos. Y para los creyentes, los mártires son un ejemplo de confianza total y de entrega a Dios, unos privilegiados para mostrar el camino hacia el Cielo.
¿Qué es un mártir?
Un mártir es aquel que testifica la verdad de su fe hasta la propia muerte. El martirio es por tanto el testimonio del amor de Cristo llevado al extremo de derramar la sangre a causa del Evangelio, víctima del odio a esta propia fe por parte de sus verdugos. De hecho, el término “mártir” significa “testigo”. San Agustín de Hipona lo explicaba de una manera muy fácil de comprender. “Lo que en latín decimos testes (testigo) en griego se dice martyres (mártir). Por tanto, un mártir es testigo de Cristo incluso en la tortura y la muerte. Y este santo también advertía que "no hace al mártir la pena que padece, sino la causa o motivo por qué padece". Y la causa por la que murieron fue por odio a la fe. No se puede entender el cristianismo sin los mártires. Desde el nacimiento de la Iglesia hasta el día de hoy, ha habido cristianos que han dado testimonio de Cristo hasta la muerte. Desde san Esteban, a los cristianos nigerianos asesinados en la actualidad a causa de su fe; desde san Pedro y San Pablo a los cristianos que están siendo atacados y perseguidos en países de mayoría musulmana o en estados comunistas. Pero como atestiguó Tertuliano ya en el siglo II, la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos. Y para los creyentes, los mártires son un ejemplo de confianza total y de entrega a Dios, unos privilegiados para mostrar el camino hacia el Cielo. Según el Concilio Vaticano II, el martirio es una “gracia”. Aunque se puede desear o pedir conforme a la voluntad de Dios, hay que estar dispuesto a confesar a Jesucristo en cualquier momento o circunstancia concediéndola Dios a quien considera digno de ella. El martirio supone el testimonio de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Precisamente por eso, no es posible alcanzarla sin la gracia de Dios. Y a su vez es también un acto de hacer propias las virtudes cardinales: prudencia, justicia y templanza. El martirio está unido a la Iglesia desde su fundación. Todos los apóstoles, excepto san Juan, murieron siendo mártires. Antes que ellos, el protomártir san Esteban, fue lapidado por, precisamente, ser testigo de Cristo. A partir de entonces, la persecución nunca ha abandonado a la Iglesia. En el Imperio Romano hubo sangrientas persecuciones que dejaron numerosos mártires. Más tarde, con la llegada del islam muchos cristianos entregaron su vida. En distintas partes del mundo donde los misioneros llevaban el Evangelio, ya fuera por el norte de Europa, en Asia, en África, Oceanía o en la propia América, también hubo mártires, ya fueran los propios misioneros o los conversos de aquellas tierras. Más adelante, con la Revolución francesa llegaría un nuevo mundo y nuevas persecuciones. Por otra parte, el socialismo y el comunismo han dejado tras de sí millones de muertos por todo el mundo: en España, en toda Europa, en Rusia, en China, Vietnam… Porque mártires sigue habiendo hoy y los habrá hasta el fin de los tiempos. Ya lo avisa el Evangelio: “Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio”.
¿Qué dice el Catecismo del martirio?
En el Catecismo de la Iglesia Católica, en el punto 2473, se explica con claridad que “el martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza. ‘Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios’ (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 4, 1)”. Y añade en el punto siguiente: “Con el más exquisito cuidado, la Iglesia ha recogido los recuerdos de quienes llegaron hasta el extremo para dar testimonio de su fe. Son las actas de los Mártires, que constituyen los archivos de la Verdad escritos con letras de sangre”.
¿Quién fue el primer mártir del cristianismo?
San Esteban, conocido como el protomártir, fue el primero de los seguidores de Jesús que padeció el martirio. Fue asesinado a causa de su fe en Jerusalén, se cree que cerca de la Puerta de Damasco, donde hoy se encuentra la iglesia de San Esteban, y cuya devoción comenzó rápidamente entre los primeros cristianos. En este sentido, Esteban fue uno de los primeros que siguieron a los apóstoles. Era tan apreciado por la comunidad de Jerusalén que en los Hechos de los Apóstoles es citado como uno de los siete elegidos para ayudar a los apóstoles en su misión, donde se le definía como “un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo”. Este protomártir realizaba prodigios y milagros, lo que generó recelos, por lo que instigaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, al decir que lo habían escuchado pronunciar expresiones blasfemas contra Moisés y contra Dios, y fue ante el Sanedrín. Los Hechos recogen el discurso de Esteban, en el que relató la historia de la Salvación. “He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios”, concluyó Esteban. Palabras que le costaron la vida. Los presentes estallaron en fuertes gritos, fue arrastrado fuera y lapidado. Entre los que aprobaron su asesinato estaba Saulo (san Pablo), quien pasaría de ser perseguidor de los cristianos a ser el apóstol de los gentiles.
¿Cuáles fueron las primeras persecuciones contra los cristianos?
Los primeros cristianos vivieron bajo el Imperio Romano, donde el cristianismo no estaba permitido y donde llegó a ser incluso percibido como un peligro. Durante varios siglos se produjeron numerosos mártires cristianos durante las diez grandes persecuciones que se produjeron entre el siglo I y principios del siglo IV y que llevan los nombres de los emperadores que gobernaban en cada una de ellas: las de Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo, Maximiano, Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano. Muchos de los grandes santos de los primeros siglos fueron mártires de estas persecuciones. De hecho, San Pedro y San Pablo murieron mártires en Roma en esta primera persecución. Otros tantos santos como Justino, Perpetua y Felicidad, Sabina, Inés, Sebastián, Lorenzo, Ignacio de Antioquía, Policarpo, Eulogio, Fructuoso, Cosme y Damián, Justo y Pastor… y un largo etcétera. Miles de cristianos murieron mártires por todo el imperio romano, en muchos casos con condenas terribles: fueron arrojados a las fieras, quemados vivos, crucificados, decapitados… Sin embargo, pese a las persecuciones, que variaron en duración e intensidad, el número de cristianos no sólo no disminuyó, sino que fue constantemente en aumento. Tertuliano, en el siglo II, escribía: “Persigan y asesinen; ignorando que la sangre [de los mártires] es semilla de nuevos cristianos”. Y también en este siglo en la llamada Carta a Diogneto, de autor anónimo, se puede ver: “¿No ves que [los cristianos], arrojados a las fieras con el fin de que renieguen del Señor, no se dejan vencer? ¿No ves que, cuanto más se los castiga, en mayor cantidad aparecen otros?”.
¿Cuál es el siglo de los mártires?
Las persecuciones a los cristianos en los primeros siglos fueron muy grandes y servirían para forjar una Iglesia y un cristianismo incipiente, por lo que son fundamentales en la historia de la Iglesia. Pero lo cierto es que el siglo con más mártires en números absolutos es el siglo XX. Nunca tantos cristianos fueron asesinados debido a su fe en la historia como en este pasado siglo, a pesar de que no hay una conciencia general sobre estos hechos. Y aunque es imposible tener una cifra exacta o incluso aproximada, esta cifra puede superar los tres millones de cristianos asesinados por el mero hecho de serlo. En su libro, El siglo de los mártires (Ediciones Encuentro), el reputado historiador Andrea Riccardi afirma: “El siglo XX, el siglo de la democracia, del progreso, de la libertad, ha sido también el tiempo en el que la vida de muchos cristianos ha sido pisoteada, porque representaba algo profunda y pacíficamente alternativo. Su presencia no era objetivamente amenazadora o políticamente subversiva; sin embargo, fue convertida en blanco de una gran agresividad: debía ser suprimida porque casi parecía un desafío, aunque no lo representaba concretamente. Este era el designio frío y el ímpetu de los hombres y de los sistemas que han encarnado los grandes totalitarismos del siglo XX: los comunismos a partir de la Revolución de 1917, el nazismo. Pero es también la experiencia de la lucha anticristiana en España y en México. Herir de muerte a los cristianos y eliminarlos de la sociedad representaba casi una ‘consagración’ pública de estas ideologías y políticas”. Pero incide en que los mártires van más allá de estos ejemplos. “Los cristianos han caído también en la misión, en las guerras, en la incertidumbre de la situación política, como pasó en el África poscolonial. No faltan los cristianos perseguidos y asesinados por pertenecer a comunidades minoritarias, oprimidas por una mayoría religiosa”, especialmente el islam, añade. Destacan aquí las masacres perpetradas en el Imperio otomano contra los cristianos armenios y otros cristianos que vivían bajo este mandato, considerado como el primer holocausto del siglo. Los cristianos asesinados por la Unión Soviética, por China y por otros regímenes comunistas por todo el mundo, la persecución nazi, el holocausto armenio, la persecución en España y México, las numerosas persecuciones en África y muchos más por motivos diversos… hacen viable el cálculo de al menos tres millones de cristianos asesinados en el pasado siglo XX por odio a la fe.
¿Necesita un mártir un milagro para ser declarado beato?
Para que un mártir sea declarado beato por parte de la Iglesia no hace falta un milagro, puesto que la vía para la beatificación es diferente a la de otras causas de santidad. Tradicionalmente, han existido dos vías para la beatificación: se podía introducir un proceso de beatificación por virtudes heroicas, o bien por un proceso de martirio. En 2017 se añadió una tercera vía: la de quien hubiese ofrecido libre y voluntariamente su vida a causa de la caridad. De este modo, en la causa del martirio el proceso se centrará en el momento de la muerte del siervo de Dios y en demostrar que murió por odio a la fe. Por tanto, no se evalúa el modo de vivir las virtudes, sino que las pruebas que se deberán aportar se centrarán en el momento de su muerte. Benedicto XVI lo explicó así: "Es necesario recoger pruebas irrefutables sobre la disponibilidad al martirio, como derramamiento de la sangre, y sobre su aceptación por parte de la víctima, pero también es necesario que aflore directa o indirectamente, aunque siempre de modo moralmente cierto, el odio a la fe del perseguidor". En definitiva, en los casos de martirio no se produce la declaración de Venerable, pues no es necesario el proceso del milagro. Por lo tanto, una vez aprobada la ponencia por las dos grupos -Comisión de Teólogos y Congregación de Cardenales y Obispos- se presenta al Papa, que si lo considera adecuado procederá a promulgar el decreto por el que se aprueba el martirio del siervo de Dios, y ordenará su beatificación.
¿Cuántos tipos de martirio existen?
Existen hoy tres tipos de martirio, aunque sólo en uno el cristiano entrega completamente su vida. Se trataría entonces del martirio rojo, el martirio blanco y el martirio verde. De este modo, el martirio rojo o de sangre es en el que el cristiano derrama su sangre por Jesucristo o es asesinado por causa de su fe. El martirio blanco es que el se da en lugares donde hay hostilidad hacia la fe católica, donde uno puede ser perseguido en distintos grados, pero donde no derrama su sangre ni es asesinado por odio a esta fe. Y por último, y el menos conocido, sería el martirio verde, término que proviene de una antigua homilía del siglo VII en Irlanda y que se centra en la penitencia y el ayuno extremos por amor a Dios. Este tipo de martirio se asocia normalmente con los eremitas de Egipto, que influyeron enormemente en el monacato irlandés. Esto explica por qué tantos monjes irlandeses se retiraron a lugares de extrema solitud y clima severo.
¿Dé donde nace la fuerza para afrontar el martirio?
El propio Papa Benedicto XVI respondía a esta pregunta en la Audiencia General del 11 de Agosto de 2010: “De la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios; son un don de su gracia, que nos hace capaces de dar la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo. Si leemos la vida de los mártires quedamos sorprendidos por la serenidad y la valentía a la hora de afrontar el sufrimiento y la muerte: el poder de Dios se manifiesta plenamente en la debilidad, en la pobreza de quien se encomienda a él y sólo en él pone su esperanza (cf. 2 Co 12, 9). Pero es importante subrayar que la gracia de Dios no suprime o sofoca la libertad de quien afronta el martirio, sino, al contrario, la enriquece y la exalta: el mártir es una persona sumamente libre, libre respecto del poder, del mundo: una persona libre, que en un único acto definitivo entrega toda su vida a Dios, y en un acto supremo de fe, de esperanza y de caridad se abandona en las manos de su Creador y Redentor; sacrifica su vida para ser asociado de modo total al sacrificio de Cristo en la cruz. En una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios”.