martes, 16 de febrero de 2021

La situación de las Religiosas de la Sagrada Familia de la Residencia de Ancianos ''Canuto Hevia'' de Pola de Lena

La Residencia de Ancianos “Canuto Hevia” de Pola de Lena ha sufrido fuertemente los embates de la pandemia del Covid-19, sobre todo en la segunda ola de este virus. Comenzó resistiendo bastante bien en la primera, pero desde hace meses el virus se metió en la Casa y ha causado muchos contagiados y bastantes fallecimientos. 

Y esto puede suceder en cualquier residencia, a pesar del cuidado y las precauciones que se hayan tenido que, nos constan, han sido todos los posibles; pero una vez introducido el virus los estragos se multiplican. Así son las cosas.

Desde el principio, las religiosas que viven en la Residencia, que la han fundado y que aportan sus servicios de cuidado y atención a los ancianos, han visto afectada su vida de comunidad y su ámbito y modo de vivir en dicha Residencia. En la llamada primera ola se les dijo que necesitaban parte del piso en donde residían (la quinta planta de la Residencia) para contar con un espacio donde recibir a los posibles contagiados que se podrían producir. La razón era sanitaria y el cumplimiento de las normas de la Consejería de Sanidad; y que no contaban con más espacio que ese, porque dedicar otros espacios en otras plantas le supondría a la Residencia prescindir del alojamiento de más ancianos y eso —económicamente— la Residencia no se lo podía permitir. Así que se les comunicó a las seis religiosas, que entonces vivían allí, que tres de ellas tendrían que irse para poder disponer de sus habitaciones. No había más opción que esa (y siempre, claro, alegando la razón sanitaria y económica).

En cuanto se supo esta situación bastantes personas, por medio sobre todo de las redes sociales, salieron en defensa de las monjas, expresando que no les parecía bien esta medida. Estamos hablando de la primera quincena del julio de 2020. Conscientes la Dirección y la Junta del Patronato de la historia de la Residencia, tan vinculada a las religiosas y del prestigio y el cariño que se les tiene, respondieron con un Comunicado oficial en el que intentaban suavizar y explicar esta medida resaltando la relación “excelente” y el “reconocimiento mutuo y colaboración” entre la Congregación y la Fundación, y esgrimían como argumento de fuerza mayor e incontestable el motivo económico: buscar otra opción supondría un encarecimiento de más de 100 euros en la cuota mensual de cada residentes: ¡palabras mayores! Cuando se habla de tocar el bolsillo de las familias el argumento se hace incontestable. Las religiosas tenían que ceder la mitad de su ámbito comunitario en la planta quinta, si no la Residencia no podía subsistir. Argumento tumbativo. 

Solo que, más tarde, cuando la segunda ola sembró de huecos las diferentes plantas de la Residencia (a causa de los que desgraciadamente fallecieron) y el número de residentes disminuyó, la Residencia siguió adelante; seguro que con sacrificios, pero continuó. Lo que era imposible se volvió posible. No había otra salida y, al final, tuvo que haberla. Así se escribe la historia y se desmoronan los argumentos incontestables. Igualmente en dicho escrito se dulcificaba la marcha de las tres religiosas afirmando que su traslado era PROVISIONAL (así, con mayúscula), pero que el Patronato adquiría “el compromiso por escrito” de que podrían volver en cuanto la situación lo permitiera. No, esas religiosas, ya mayores, que se iban (que se fueron), con dolor y resignación, sabían que nunca más volverían (de hecho ellas así lo entendieron y lo vivieron). Una de ellas ya falleció (y, además, solo podrían volver las que se fueron, 
no otras). 

Hacia el final del comunicado se hace además una afirmación interesante: “se acuerda que, mientras la Congregación esté presente en la Residencia, las habitaciones de la 5ª planta, solo se podrán ocupar por residentes para temas de posibles aislamientos y no como zona de usa habitual para los mismos”. De manera que las religiosas, aún sabiendo que si se marchaban era muy complicado que pudieran volver (por decirlo suavemente), accedieron. No, no se las echaba, es que no había otro remedio, y la mitad de la planta quinta (su espacio de comunidad) fue destinada a los posibles contagiados por el virus.

Parecía que su sacrificio llegaría hasta aquí, pero las cosas se iban a complicar. Con la segunda ola y el virus ya metido en la Residencia, llegaba otra orden (perdón, exigencia de Sanidad): tenían que abandonar hasta incluso su pequeño espacio de comunidad y ser aisladas en diferentes habitaciones de otras plantas. De acuerdo: ellas lo aceptaron, admitiendo que eran circunstancias especiales y tenían que guardar las normas como los demás. No obstante, esperaban que una vez recibidas las dos dosis de la vacuna e inmunizadas (como todos los demás residentes y personal de la Residencia), podrían volver a su ámbito de comunidad. 

Además contaban con el acuerdo firmado en el Comunicado del Patronato de la Fundación del 13 de julio de 2020 respecto a que la 5ª planta solo se utilizaría temporalmente para posibles aislamientos y no como zona habitual de los residentes. Una vez inmunizados todos en la Residencia, ¿qué aislamiento es preciso? Y si lo es, tendrá una razón y, sobre todo, un plazo: que se les diga y se les explique con claridad a las religiosas, y no se las despache con un “no puede ser”. ¿Por qué y hasta cuándo? ¿Y quién toma estas decisiones y las toma en forma y manera que a las religiosas ni se les tiene en cuenta ni se les da explicaciones, razones y plazos? Pues hay que decirlo: la Dirección de la Residencia con la aprobación de la Junta del Patronato y el apoyo de la Alcaldía, y amparadas siempre por las normas de la Consejería de Sanidad y el Principado (que, al parece, bajan a esos detalles). Es decir, todo el poder posible enfrente. Están indefensas.

Porque llegados a este punto se debe aclarar que “las monjas de la Residencia” en un sentido sí son como el resto de los residentes y tienen que estar sujetas a las normas sanitarias: ¡faltaría más!, pero en otro aspecto tienen una condición de religiosas que debe de ser respetada. Hasta el más despistado en estos temas sabe que una condición esencial de la vida religiosa es la vida en comunidad; deben estar juntas: rezar, compartir las cosas de su Instituto, mantener la relación con otras comunidades de su Congregación… Cuando no se puede, de acuerdo, hay que prescindir de ello; y ellas son las primeras que lo han admitido. Pero en estos momentos, cuando ya no hay peligro de muerte en la Residencia (gracias a Dios) es de justicia que pudieran retomar en parte su vida de comunidad. No, las monjas de la Residencia no son unas personas mayores “sin más” de la Residencia. Y eso sin tener en cuenta que ellas son las que la han fundado y la han dirigido durante décadas (hasta el año 2005), y han dedicado sacrificios, entrega y cariño hacia los ancianos y la Residencia.

Y eso toda la Pola lo sabe, excepto, al parecer, la Dirección, que las ningunea y les cierra cualquier alternativa sin más argumento que Sanidad lo prohíbe. ¿Prohíbe el qué? ¿Que puedan estar juntas estas tres hermanas, verse y rezar juntas, e incluso aportar su servicio a los ancianos de la Residencia como hasta ahora han hecho? 

Primero les pidieron la mitad de la planta quinta, después las echaron de allí y ahora no se les permite volver. Insisto: no estamos hablando de las situaciones ciertamente especiales de contagios y muertes que se han producido hace un tiempo. Entonces había que estar aislado y guardando las normas, pero en este momento, al parecer, tampoco. 

¿Por qué? Porque también se necesita la quinta planta por exigencias sanitarias y —¡una vez más!— no existe otra alternativa que esa. ¿Y no podían estudiarse otras posibilidades para aprovechar otras plantas? No, tiene que ser el quinto. ¿Y no podrían ellas tener un espacio comunitario en otro lugar? Tampoco, imposible. Alguno podrá pensar que “las monjas de la Residencia” se revuelven contra las exigencias sanitarias y quieren unos privilegios que el resto de los residentes no tienen. No se revuelven contra las normas: hasta ahora, dentro de sus posibilidades, fundamentalmente, las han cumplido. ¿Que quieren privilegios? Ya… Pero es que ellas son religiosas y ciertamente tienen una forma de vida que, al menos, habría que intentar conciliar con las “normas sanitarias” (ahora, imagino, ya no tan excepcionales al estar controlada la pandemia y no haber peligro de muerte, porque se supone que todos los residentes y el personal, están ya inmunizados). 

Además, como antes se ha dicho, se las ningunea, no se les dan explicaciones en tiempo y forma, tienen ellas que pedirlas, y tampoco se les dice más que “no puede ser porque lo manda Sanidad” (¿es que Sanidad dice que “las monjas de la Residencia no pueden tener un pequeño ámbito de comunidad” en su condición de religiosas?; ¿en qué artículo o disposición?).Se les impide, pues, volver a su lugar y eso que se les había prometido, en su momento (cuando tres religiosas se fueron “voluntariamente”), que incluso se colocaría una puerta en mitad de la planta quinta para que pudiesen tener allí su ámbito comunitario. Se les impide volver y, además, se dispone de manera irrespetuosa de sus cosas y enseres (de la quinta planta) sin previo aviso ni permiso para hacerlo (estamos hablando de cuadros y retratos que recogen la historia de la Residencia a la que las religiosas han estado vinculadas desde el principio y que ellas han hecho posible como fundadoras, además de otros objetos de su propiedad comunitaria). 

En definitiva, se encuentran y se sienten olvidadas, no respetadas y tratadas de mala manera. ¿Quién iba a decir que las que han hecho posible la Residencia y han entregado tanta vida en esa Casa fueran de tal modo arrinconadas y puestas al margen de todo? Porque ellas están deseosas de aportar algo, de trabajar, como hasta ahora habían hecho. Aún sin cargos de dirección desde hace quince años su presencia en la Residencia sigue aportando, como lo hizo a través de toda su historia, el espíritu y el carisma que Canuto Hevia buscó al crearla y al encomendar a las Religiosas de la Sagrada Familia su cuidado y atención. Las monjas de la Residencia encarnan ese espíritu primero que, mientras sea posible, habría que respetar, custodiar y promover. Pero da la impresión que esta intención está lejos de los planteamientos e intervenciones que se están llevando a cabo en estos momentos. Y, al final, las monjas, que tienen que procurar vivir en comunidad, entregar su esfuerzo y mantener sus cuidados materiales y espirituales (perdón por la palabra, no sé si se entenderá…) a los ancianos, acabarán teniendo que irse definitivamente de la Residencia y de Pola, empujadas por toda esta serie de olvidos, despropósitos y ninguneos. 

Y entonces —¿cómo no?— se dirá: “Nosotros no las echamos, de ninguna manera. Son ellas quienes no se han adaptado, no han obedecido las normas sanitarias y se han marchado”. Y quedarán tranquilos. Esa situación es a la que están abocadas las religiosas y la propia Residencia. ¡A esto llegamos! Es muy triste que esto acabe así para estas mujeres buenas y entregadas que han dedicado su vida al servicio de los demás. Desde el año1933 han luchado por los ancianos: han trabajado duramente, yendo de casa en casa en busca de alimentos y ayuda en tiempos muy difíciles de hambre y miseria, y siempre han estado ahí. 

Es una pena que su ciclo termine de esta manera… Humanamente la culminación de su ciclo y de su extraordinaria presencia y servicio en la Residencia y en la Pola desde hace casi 88 años no está lejos por la edad que tienen y el tiempo que no perdona, pero no merecen este final. No, no se las va a echar, pero al final tendrán que irse. Disculpas por la extensión, pero las cosas hay que explicarlas. Espero que este escrito haya dado cabal respuesta al título de cuál es LA SITUACIÓN DE LAS RELIGIOSAS DE LA SAGRADA FAMILIA EN LA RESIDENCIA DE ANCIANOS “CANUTO HEVIA” DE POLA DE LENA. La triste situación.

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