sábado, 16 de mayo de 2020

D. Mateo Martínez Cavero, el peregrino misericordioso. Por Rodrigo Huerta Migoya

Tañen tristes las campanas en la torre de la Catedral por uno de sus hijos, uno de sus siervos más entregados y quizá de los más discretos y sencillos que ha partido de este mundo camino de la Casa del Padre a celebrar la Pascua que no termina. Con ochenta y siete años a sus espaldas y sus desgastes y achaques, el Señor le ha vuelto a llamar nuevamente por su nombre, esta vez en la definitiva para decirle: ''ven y descansa ya en mí''...

Tuve la dicha de conocer a este pastor bueno y sencillo en el cual se cumple la conocida expresión de ''murió como vivió''. Sin duda alguna Don Mateo así se ha ido de este mundo, a semejanza de su estilo de vida, sin hacer ruido y discreto como siempre fue, en el prolongado silencio de un confinamiento que también ha silenciado a la ciudad.

Amigo del paseos y caminatas, recorría largas distancias de una punta a otra de Astorga hasta sus afueras, e incluso pedanías y pueblos cercanos. No le resultaba nada extraordinario estando su querido Castrillo de las Piedras, su tierra chica que le vió nacer a menos de diez kilómetros de la capital maragata. No era extraño encontrarle en cualquier dirección, carretera o paseo acompañado de su inseparable amiga, ''la radio''. Aquel viejo y desgastado transistor de mano que se afanaba en acercar a su oído sin apenas conseguir nada; al principio por el ruido de los automóviles y al final por su pérdida auditiva. 

Ordenado sacerdote en 1955 por el entonces Obispo de Astorga, el murciano canonista Monseñor Mérida Pérez, el cual fallecería al año siguiente a su regreso de Roma donde había tenido una audiencia privada con S.S. Pío XII, habiendo visitado los días previos Tierra Santa. A su muerte la diócesis es administrada por el hasta entonces Vicario General, D. Ángel Riesco Carbajo -hoy venerable- quién consciente de las valías intelectuales de nuestro protagonista le anima no sólo a concluir la especialidad en Derecho Canónico, sino que aplaude su propia iniciativa de cursar  la misma carrera civil en la universidad (algo aún muy inusual en aquel tiempo). Así, este sencillo maragato se doctora nada menos que en Derecho por la Universidad de León y en Derecho Canónico por la Pontificia de Salamanca. 

Aunque se especializó en derecho civil hasta el punto de obtener la máxima calificación en su tesis doctoral, sería injusto negar las cualidades de Don Mateo como canonista. Sus colaboraciones en las revistas de la Escuela de Derecho Canónico, sus contribuciones metodológicas sobre el Proceso Documental del propio Juicio Canónico, la figura del Defensor del Vínculo en las causas matrimoniales o sus trabajos sobre los juicios contenciosos ordinarios y orales, avalan su magistral trayectoria.

Junto a Enrique Valcarce Alfayate publicó ya en 1969 un magnífico trabajo titulado ''Matrimonio, Concilio y Postconcilio'', y es que la familia siempre tuvo en su vida un papel muy destacado por la importancia y testimonio que tuvieron sus padres en su formación y vocación. En el campo y especialización del estudio de la familia cristiana fue ciertamente un sacerdote pionero.

Como hombre de misericordia y misericordioso no veía solamente la justicia desde el lado del juez, sino también desde los acusados y demandantes, por ello se centró llamativamente en realidades tan aparentemente rutinarias y procedimentales del derecho como la persona y sus derechos fundamentales, o las controversias administrativas y sus vías de solución. Sin duda, uno de los trabajos que más horas le llevó fue el titulado ''Los clérigos ante los tribunales del Estado Español'' -de recomendadisima lectura por renovada actualidad-.

Siempre me llamó la atención cómo aquel reconocido amigo del saber jamás se creyó nada, sino que vivió cultivando principalmente su vida de fe ocupando no pocas horas de ésta en el estudio de las ciencias de Dios. Le gustaba la vida parroquial, recordaba con cariño sus dos años de párroco de San Martín de Barrientos, al lado de su pueblo natal. Pero en Astorga su misión ya era otra; su quehacer diario estaba repartido entre la Catedral, la docencia, la biblioteca del Seminario y tantas otras realidades eclesiales para las que siempre se mostró dispuesto.

Intelectual de primer orden; tenía auténtica pasión por la lectura, el estudio, la investigación y la escritura. Pero era tal la conciencia de pobreza evangélica que practicaba que en lugar de adquirir cuantos libros le gustaban, necesitaba o iban publicándose como novedad, lo que hacía era consultarlo una y otra vez allá donde tuviera acceso -en la biblioteca, en la librería...- y en el bolso de su americana siempre unas cuartillas y un bolígrafo donde garabateaba sus notas, ideas e impresiones, que iba sacando de sus lecturas y ojeadas furtivas para tenerlo a mano al llegar a casa y organizar su refrito de sabiduría.

De sus escritos podemos decir que muchas de sus obras son y serán una valiosísima aportación a campos tan denostados a los ojos del mundo actual como el de la moral, el derecho, el ecumenismo y, de forma especialísima, la pastoral matrimonial y familiar. Sus libros ''Fundamentos de la moral'' y ''Misterio Conyugal'', son fruto no sólo de una experiencia teórica, sino sobre todo práctica en los cientos de casos con los que trabajó en el Tribunal Diocesano. Siempre fiel a la Iglesia, atento a sus directrices, instrucciones y escritos, se apoyaba disciplinadamente en los documentos oficiales de las encíclicas, las cuales conocía con detalle; en las publicaciones de los obispos españoles, estando muy atento a todo lo que se decretaba, decidía o dictaba también su propio obispo. Pese a su genuinidad vivió siempre en plena comunión con todos los prelados que conoció en la sede asturicense, aunque cabe destacar su gran amistad con Monseñor Briva Miravent por coincidir ambos en sus grandes capacidades intelectuales con el mutuo interés por la teología ecuménica.

Don Mateo, nunca estaba sin dejar de estar, pues aunque ciertamente no se le veía en el presbiterio de la Catedral ocupando su silla coral ni participando de las solemnes celebraciones -ni siquiera en las renombradas pontificales- estaba en el confesionario que era "su sitio", ya que era el canónigo penitenciario. Su ministerio sacerdotal en la última etapa de su servicio a la Iglesia fue la de ''ser apóstol de la reconciliación''. Puntual para estar disponible antes de las celebraciones y discreto para marcharse, encarnó en su frágil y encorbado cuerpo la grandeza del hombre que se asemeja a Cristo en ese llevar el peso de la cruz en tramos sin cirineo haciéndolo hasta el abajamiento extremo.

Ahora este pastor bueno se ha presentado al examen del amor donde a buen seguro el Juez Divino derrochará misericordia para quien tanta repartió con sus manos aquí en la tierra: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según su gran misericordia nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos" (1 Pe 1,3). Ese fue el gran secreto de su existencia y lo que creyó y vivió hasta el final.

Fue así mismo un erudito de la Sagrada Escritura, la cual estudió sobre todo desde la perspectiva moralista, e incluso hizo sus "pinitos" en el campo de la poesía llegando a publicar un poemario de contenido bíblico titulado ''Raíces''.

¡Qué paradoja!, Don Mateo; que Leopoldo Panero nació en Astorga para morir en Castrillo de las Piedras, y usted habiendo nacido en Castrillo de las Piedras muriera en Astorga. Sin ni tan siquiera haber podido tener un digno funeral en su momento, de regreso han llevado su cuerpo a sus auténticos orígenes en la tierra de su pueblo natal. Allí entre los muros de su camposanto resuena aún la voz de Panero que nos decía: Vivir, vivir como siempre./ Vivir en siempre, y amar,/ traspasado por el tiempo,/ las cosas en su verdad./ Vivir desde siempre a siempre./ Vivir hoy siempre, y estar/arraigado aquí y ahora/ como Castrillo y Nistal...

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