lunes, 21 de octubre de 2019

San John H. Newman: un santo para la postmodernidad. Por Fidel García Martínez

La canonización del primer santo británico, no mártir, de la Edad Moderna, supone un hito importante en la historia de la Iglesia católica. En tiempos postmodernos líquidos y dominados por el pensamiento débil en general y religioso-teológico en particular, así como por la ausencia de los grandes relatos que unifiquen la Historia y le den sentido, como sucedió en la antigüedad con la caída del imperio romano, en donde San Agustín con su teología de la historia, La Ciudad de Dios, supo y pudo interpretar los nuevos tiempos que se avecinaban, en la actualidad San John Henry Newman es uno de los referentes obligados para comprender la crisis postmoderna y darle respuesta.

El nuevo santo de la Iglesia católica es una de las personalidades más influyentes del mundo actual. Toda su extensa e intensa vida fue una búsqueda de la Verdad por encima de todo, verdad que encontró en su plenitud cuando se convirtió al catolicismo, lo cual en el mundo anglicano suponía un traición alevosa, por cuanto el mundo católico anglosajón se encontraba en postración total y marginal.

Cuando se convirtió, en 1845, la Iglesia católica no fomentaba ni la lectura de la Sagrada Escritura, ni el estudio de los grandes Padres, tanto latinos como griegos, ni existía una apertura a una visión crítica de la Teología. San John H. Newman es uno de los más grandes teólogos de los siglos actuales. Con sus geniales intuiciones teológicas, es considerado como uno de los grandes precursores del Concilio Vaticano II. De hecho en plena celebración del Concilio se le nombró como el padre conciliar ausente. Su influencia fue muy importante en la famosa constitución conciliar Lumen Gentium (Iglesia Luz de la Naciones). San John H. Newman habría estado completamente de acuerdo con el Papa San Juan Pablo II en la valoración de la Iglesia oriental y occidental, griega y latina, como los dos pulmones necesarios de la única Iglesia. También estaría de acuerdo con el Papa Benedicto XVI al proponer una visión del Concilio, no de ruptura, sino de continuidad histórica.

El que quiera conocer en profundidad la personalidad de este inglés universal, una de las mentes más lúcidas no solo del catolicismo, sino también de anglicanismo en general y del inglés en particular, así como la vida y los entresijos de la universidad más famosa de Inglaterra, Oxford, tiene la posibilidad de acercarse a dos de sus obras más interesantes y que mejor reflejan todo su proceso de conversión hasta llegar a su canonización. Estas obras son la Apología pro vita sua una especie de biografía testimonial y de confesión según el modelo de San Agustín (Confesiones). Está considerada como una obra cumbre de la literatura biográfica universal. Su finalidad era muy clara: Newman quería defenderse de los ataques, descalificaciones y mentiras que sus adversarios anglicanos inventaron para difamarlo por su conversión al catolicismo. Es un relato de su itinerario vital e intelectual, un claro ejemplo de su honestidad y libertad en su camino hacia el catolicismo, a la vez que una defensa respetuosa del anglicanismo del que procedía. En esta obra Newman defendió la autoridad infalible de la Iglesia católica frente al protestantismo, postulando a la vez una legítima libertad teológica dentro de la misma Iglesia católica, así como contra cierto autoritarismo fundamentalista .

Otra obra importante para co-nocer al Newman auténtico es Perder y ganar. Una novela autobiográfica, publicada después de su conversión, cuando vive y estudia en Roma. Hacía solo unos meses que era sacerdote y después de dos años de su conversión al catolicismo. Aunque no tenía en un principio una finalidad estética, se sintió libre para plasmar sin tener en cuenta las exigencias de las técnicas narrativas actuales, sus vivencias, recuerdos y emociones. El realismo está siempre presente, especialmente cuando describe el Oxford universitario. Entre los grandes logros de la novela autobiográfica se pueden citar: el humor clásico inglés, incluida la sátira e ironía, en el que Newman es un auténtico maestro como la fue otro gran converso, el gran Chesterton. Parece escrita entre risas: Newman nos ha dejado un testimonio palpitante de una opción moral y religiosa, como volvería a dejarnos, con acentos más dramáticos, en la Apología pro vita sua, escrita entre sollozos y extenuación física.

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