jueves, 15 de noviembre de 2018

Mariano, el seminarista sotrondín. Por Rodrigo Huerta Migoya

 De Sotrondio, pero entre El Entrego y Priandi                                                                                                                                                                       Mariano, nació en el barrio de Valdevilla de Sotrondio, el 12 de octubre de 1910. Parece que aunque vivían sus padres en El Entrego, sería finalmente aquí donde habría dado a luz su madre y por lo cual fue bautizado en la Iglesia de San Martín de Tours. Recibió las aguas del bautismo de manos del sacerdote D. Julio García Argüelles, con el nombre de ''Mariano Sergio Suárez Fernández-Cocañín''.  Su nacimiento en Sotrondio está registrado en la página 198, tomo 54, sección 1ª del Registro Civil. Y su partida de bautismo consta en el libro XII, folio 55 de la citada Parroquia. Toda su familia era de la cuenca del Nalón; su padre, Ángel, y su abuelo paterno Cosme, eran nacidos en Sotrondio mientras que la abuela paterna, Serafina, era natural de Blimea; Su madre, Germana, y sus abuelos maternos Maximino y Josefa, eran oriundos de San Andrés de Linares-El Entrego. 

Gracias a la información que me ha facilitado la Parroquia de El Entrego, puedo situar la casa familiar del Mártir Mariano donde hoy se encuentra la ferretería ''Casal'', en la Calle Jaime Escandón, de esta localidad. Mariano también ejerció como padrino de bautismo de su primo Sergio Suárez Fernández-Cocañín. Su segundo hermano, Juan Ramón, nació y murió en El Entrego (21/09/1912 - 03/09/1962). Su hermana pequeña, Ángeles, nació en Priandi (Nava) en 1921. Fue una mujer muy religiosa; a pesar de sufrir cojera, trabajó con modélica dedicación en su parroquia El Entrego como catequista, colaboradora del ropero, limpiando y planchando los ornamentos sagrados, etc. Era Coadjutor también de dicha el Rvdo. D. Felipe Fernández González, el cual vivió en casa de Ángeles, y al ser destinado a San Juan Bautista de La Corredoria le propuso a Ángeles acompañarle para seguir asistiéndole. Al morir éste en La Corredoria, Ángeles ingresó en una residencia de ancianos de la capital, donde falleció el 25 de Septiembre de 1995.

La familia tenía alguna pequeña propiedad en el Concejo de Nava, por ello con frecuencia iban a Priandi; era la continua escapada de la familia del entorno industrial al puro ambiente rural. La distancia entre El Entrego y Priandi no era muy significativa; sin embargo, como toda comunicación en aquellos años se hacía tan compleja que en ocasiones el mayor atajo era ir a propio pié, a caballo o tratar de tomar el tren a pesar de sus transbordos y cambios de vía. A Mariano le gustaba mucho ir a Priandi y perderse por en sus verdes parajes que, junto a su hermano, bien conocían: Buyosa, Campanal, Pozocorderu, Gamonedo, Basoreu, Gradatila, Traveseu, el Caspio, Carbajal, Roiles... 

No era una familia muy grande ni llamativa: una madre hacendosa y de su casa, un esposo bueno, obrero y a la vez buenísimo cristiano, y tres hijos de los cuales los dos varones se llevaban bastantes años, junto a la pequeña del hogar que sería siempre "la reina de la casa", no sólo por sus limitaciones físicas de movilidad (sufría una cojera incorregible) sino por su forma de ser, agradecida de cada pequeña atención que familiares y vecinos le prestaban. Los dos hermanos mayores eran muy protectores de su hermana pero el que más se volcaba con la pequeña Ángeles era sin duda Mariano, el cual dedicó siempre más tiempo a sacarla de casa a pasear, contarle historias, jugar con ella o enseñarle el catecismo... Se vislumbraba en él amor, pues si de algo tenía fama Mariano era de ser muy serio, cumplidor y recto en todo momento y circunstancia. Desde fuera podía parecer persona inaccesible, introvertida, de esas que jamás aceptan una ironía, pero tampoco esta definición es fiel a la verdad pues al tiempo tenía un espíritu alegre, aunque le gustaba pasar desapercibido.

Es importante apreciar en este joven una clarísima evolución y camino de perfección. Aquel niño que junto a su hermano fue uno de los monaguillos "pillos" de Don Sabino -venerable cura que fuera de Santo Tomás de Priandi- se volvió un joven ejemplarmente piadoso. Tanto a Mariano como a su hermano José Ramón no les era ajena la vida de Iglesia, y aún bien niños, se fueron a estudiar en Oviedo en el Colegio de los Hermanos Maristas, llamado por aquellas fechas Academia Políglota del Sagrado Corazón y ubicado en la Calle Santa Susana. Un año antes del martirio de Mariano el Centro cambiaría su nombre por el de "Colegio Auseva", como aún se conoce, aunque actualmente tiene su sede en San Pedro de los Arcos, donde se trasladó a mediados de los ochenta.

Iglesia de Nava y retrato de D. Avelino López

La primera vocación de Don Avelino 

En todas las reseñas que se han escrito y divulgado en menor o mayor medida a lo largo de los últimos setenta años sobre los seminaristas mártires, si hay algo que siempre eché en falta en la biografía del seminarista que hoy nos ocupa, fue la figura del sacerdote que en realidad eclipsó su infancia y despertó en él su vocación. Únicamente Don Silverio Cerra menciona brevísimamente que junto al cura de Priandi, tendría mucha importancia en su vocación el entonces coadjutor de Nava Don Avelino, pero nada más nos dice al respecto. Me detengo por tanto en este dato que no me parece baladí sino vital para entender ya no sólo la historia personal de Mariano, sino su vida de constante conversión y perfeccionamiento en el seguimiento del Nazareno, y que se completó con la aceptación del martirio.

Priandi es una parroquia pequeña del concejo naveto, pero ya metida contra el territorio de Bimenes con el que limita. Hasta el año 1995 Nava era arciprestazgo propio, formado por las parroquias de Priandi, Tresali, Cuenya, el Remediu, Ceceda, y siendo la cabecera la Villa de Nava. Esta misma realidad la habría conocido Mariano. Un arciprestazgo pequeño pero muy comunicado y unido que nucleaba en la capital del municipio, donde además de reunirse las gentes de la comarca el día de mercado, aprovechaban para acercarse a la Iglesia de San Bartolomé a confesar, participar de la eucaristía del día y así regresar a casa con todos los recados -humanos y divinos- realizados. 

Así conoció aquel chiquillo de El Entrego a un jovencísimo sacerdote que se estrenaba en San Bartolomé de Nava como Coadjutor, tras haber recibido la ordenación sacerdotal en la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, en 1924. Don Avelino López, siempre irradió lo que era; esto es, su pertenencia a Cristo. Su querer ser sacerdote según el modelo del Buen Pastor le hizo vivir siempre su ministerio con coherencia y ejemplaridad. 

Aunque los coadjutores siempre pasan a la historia en segundo plano, siendo los nombres de los párrocos los mayormente recordados, el nombre de Don Avelino no pasó de largo por Nava. Dicen que era un imán para la juventud, y parece que Mariano sería uno de los encandilados por aquel sacerdote delgadito, sencillo y piadoso que cuando hablaba trasmitía la urgencia de conocer y dar a conocer el tesoro escondido en el campo que el verdadero cristiano descubre deshaciéndose del resto. Recuerdan que este buen cura por allá por dónde pasó: Oviedo, Mieres, Salamanca o Cáceres, despertó no sólo numerosas vocaciones sacerdotales, sino también religiosas y de laicos comprometidos que a menudo acudían a sus predicaciones buscando saciar esa sed de Dios que Don Avelino sabía ofrecer. Finalmente, sin duda y bajo inspiración directa del Espíritu Santo fundará los Institutos Seculares "Acies Christi" y "Hermandad de Operarias Evangélicas". Ciertamente fueron muchísimas las vocaciones nacidas a su sombra, pero dicen que Mariano Suárez fue su primera vocación. 

Parece que muchos seminaristas llegarían a conocer a Don Avelino, pues pronto sería trasladado a Oviedo donde trabajará en la Curia además de atender la capellanía de las Agustinas Recoletas, Director del Apostolado de la Oración y reconocido confesor que colaboró en diversas parroquias de la capital asturiana. Llegaría a ser el responsable del templo del Cristo de las Cadenas cuando este era tan sólo Santuario y aún no había sido creada la Parroquia. Don Avelino será también uno de los sacerdotes que más sufriera los acontecimientos de Octubre de 1934 no sólo por verse obligado a huir vestido de paisano sin su querida sotana haciéndose pasar por representante de pianolas, sino por el martirio de los seminaristas que le marcaría profundamente en su vida. 

En aquel primer grupo de jóvenes asesinados por odio a la fe, no sólo estaba su recordado Mariano cuya vocación había visto crecer y había acompañado tan cerca, sino que perdería también a su querido Gonzalo Zurro, su seminarista y feligrés. Don Avelino había dejado Oviedo en 1930 para hacerse cargo de la Parroquia de Santa María de Figaredo (Mieres) y allí se encontró al joven Gonzalo que llevaba ya siete años en el seminario. Un año después el apreciado sacerdote renuncia a su cargo en la Parroquia de Mieres aceptando la invitación de Monseñor Barbado Viejo O. P., Obispo de Coria, para ir a colaborar con él. Don Avelino y Don Francisco eran ambos asturianos y nacidos en dos aldeas del mismo nombre, ''La Cortina'', aunque el obispo era de Telledo-Lena y el sacerdote de Trevías-Valdés. Eran muy amigos ya de los años del noviciado dominico en Almagro, aunque el valdesano tuvo que dejar la Orden por graves problemas estomacales. 

Don Avelino se morirá en Salamanca sin olvidar su querida Asturias (a la que trasladaron sus restos) y sin quitar de su cabeza a los jóvenes seminaristas mártires a los que sin duda se encomendaría tantas veces. A día de hoy, fieles de diversos lugares del mundo hablan ya de la santidad de Don Avelino, por lo que no sería de extrañar que pronto veamos su causa de su beatificación incoada.



Dos hermanos inseparables parten para Valdediós

La posición del padre, que era "capataz", les permitió ya muy pronto una mejor preparación. Junto a los hijos del Padre Champagnat estos dos jóvenes descubren también las enseñanzas de la vida de este gran sacerdote francés, cuya biografía quedará ya siempre abierta en sus vidas. De vacaciones en Priandi, Don Sabino sigue presentándole a Mariano la opción del seminario; él, de entrada, no lo veía de ninguna forma, aunque al final planteó la posibilidad de ir junto con su hermano. 

Así parten para el Seminario de la Inmaculada de Valdediós los dos jóvenes de El Entrego. Iban con dudas y reservas, a probar y sin estar seguros del acierto en la opción. Las primeras impresiones de aquel destartalado, frío y triste edificio no les causó buena impresión; ya el primer día planearon el darse a la fuga retornando a pie hasta Priandi con una distancia de más de 25 kilómetros. Pero como recordó siempre su hermano, el discurso inaugural de D. Amador Juesas no sólo les cambió de opinión sino que hicieron suyo el "coger el arado y no mirar atrás" que el prefecto había citado en su alocución. No dejó de ser la palabra oportuna en el momento preciso, tan parecido a aquel interrogante que Ignacio de Loyola lanzara a su amigo Francisco de Javier: ''¿de que te sirve ganar el mundo si al final pierdes tu alma?''. Los hermanos Suárez ya nunca olvidarían aquella lección.

Don Amador Juesas Latorre, fue un sacerdote de gran prestigio a nivel de toda la diócesis; erudito intelectual, brillante predicador y admirado profesor. En aquellos comienzos del siglo XX fue un sacerdote muy involucrado en cuestiones políticas, llegando incluso a presentarse a las elecciones a Cortes Constituyentes en Junio de 1931 donde obtuvo 474 votos dentro de la llamada candidatura católica. A la muerte de Alfonso XIII, fue el encargado de predicar una solemne oración fúnebre que la Parroquia de San Pedro de Grado organizó en agradecimiento a la deferencia del monarca con la villa moscona y a petición del entonces Marqués de Vega de Anzo.

Aquel discurso introductorio sobre el citado pasaje del capítulo 9 de San Lucas, no sólo "tocaría" a Mariano sino también a su hermano, que al poco no "abandonó" el seminario sino que su delicada salud le obligó a volver a casa por graves problemas respitaratorios que le impedían llevar vida normal y que le exigíeron otra más sosegada, acorde a su estado. Ambos sintieron mucho aquella separación, pero cada cuál siguió mirando hacia adelante; Juan Ramón aceptando las nuevas pruebas que el Señor ponía en su camino y Mariano cumpliendo como hasta entonces en su labor de seminarista trabajador, honesto y serio.

Iglesia de San Martín del Rey Aurelio donde fue bautizado Mariano

Números y "lenguas", sus primeros ofrecimientos

Nuestro protagonista era un enamorado de la filosofía y las humanidades, pero las "lenguas" junto con los números fueron uno de sus caballos de batalla. Se le daban fatal el latín y el griego, sin embargo, nadie lo diría pues conseguía sacar hasta alguna buena nota en ellas. ¿Entonces?, ¿Cómo si se le daban tan mal llegaba a sacar hasta más que un cinco? Pues porque el pobre dedicaba muchas horas y sacrificios al estudio de estas materias a pesar de no gustarle nada y sentirse torpe en ellas. Él, a buen seguro le pedía ayuda al Señor y le ofrecía su esfuerzo. Y así se metía de hoz y de coz entre números y diccionarios; sin embargo, esos primeros ofrecimientos con los estudios sólo serán el comienzo hacia el gran ofrecimiento de su propia vida. 

El Seminario y la formación sacerdotal de aquellos años era hermética en todo aquello ajeno a la vida académica y espiritual; hasta la misma realidad de la diocesana les era en cierto modo lejana. Cuánto más aún les quedaban lejos todos los temas mundanos, ya que entre las lecturas a las que tenían acceso no estaba precisamente ni la prensa local, regional o nacional. Formaba parte del modelo formativo de entonces, con el convencimiento de que la formación de los futuros sacerdotes sólo se podía llevar adelante imbuyéndolos de Dios y apartándolos del mundo, pues para conocer el mundo tendrían tiempo, pero para conocer a Dios estaba el Seminario. Aún así, no vivían absolutamente aislados, conocían con todos sus pormenores las derivas que el gobierno de la república española iba tomando hacia un laicismo feroz. Los prefectos, profesores o predicadores, e incluso el rector y el Sr. Obispo en sus alocuciones en seminario los días de grandes celebraciones, les iban informando e  incluso "preparando" para ser testigos de la Cruz en una sociedad donde ésta se había convertido en rechazo a la vista y objetivo a eliminar. 

A Mariano le gustaban los temas sobre política, algo no muy bien visto por entonces pero que él consideraba primordial. Cuando estaba de vacaciones con su familia le encantaba pasar largos ratos en el bar de su tía donde disfrutaba escuchando las tertulias, arengas y broncas que los rudos hombres de la mina compartían entre partidas de cartas y dominó, sidra y chatos de vino.

Para el joven seminarista era el momento de activar su mente de filósofo y ponerse al día de la situación política de España y, sobre todo, de caer en la cuenta de qué ambiente se estaba respirando en esa Asturias industrial cuyo epicentro revolucionario no era Oviedo sino las cuencas del Caudal y el Nalón. 

Él, que devoraba los libros en tiempo "record", aprovechaba el descanso en su casa para informarse y ponerse al día en los periódicos a los que tenía acceso, pero no lo hacía por motivos de rebeldía, ni por resarcirse de lo que el seminario no le facilitaba, simplemente buscaba encontrar el ángulo práctico de la "Doctrina Social de la Iglesia" en el preciso momento que le tocaba vivir. No era una experiencia nueva, en Asturias había antecedentes muy frescos y vivos de clérigos que trataron de poner en práctica este mismo sentir como fueron Martínez Marina, Roces Lamuño, Gafo y tantos otros asturianos.

La hermana pequeña del mártir recuerda que tenía un amplísimo conocimiento en política, incluso en las fotografías del periódico sabía poner nombre a todos los rostros de los politícos que aparecían. También conversaba con su tía, la cual se enteraba de todo por lo que se hablaba en el bar y de todas las novedades y situaciones que iban tomando forma. Al final del verano de 1934, tía y sobrino hablaron seriamente de que los ánimos estaban muy caldeados y que se avecinaba una tormenta importante. Mariano no lo negó, era consciente de que la revolución estaba a punto de estallar, sabía que volver al Seminario era en esas horas ir directo a la boca del lobo; sin embargo, tranquilizó a su tía diciéndole que volvería a Oviedo vestido de calle y con la sotana en la maleta, y que no iría al seminario sino a casa de su madrina que vivía en plena ciudad. Quizá el joven trataba con ello de tranquilizar a los suyos, pues aunque sí visitó a su madrina al regresar a Oviedo, finalmente volvió al Seminario renovando su ''Sí'' al Señor a pesar de ser consciente de que caminaba hacia su Jerusalén.

Al ser uno de los seminaristas más puestos al día en temas de política y sociedad, era el que mejor podía intuir que se acercaban momentos duros y críticos, pero aún así, no se negó al Señor. Ya siendo seminarista en Valdediós, al proclamarse la República, su padre les había advertido en casa de que se avecinaban malos tiempos para los amigos de Jesús y de la Iglesia, por eso en este momento que a él le tocaba -cuando no estaba bien visto- era cuando con más motivo había para permanecer fieles. 


El tercero en caer

En la detención del grupo de seminaristas ocurrido tras la captura de Gonzalo Zurro, tan sólo había dos milicianos armados, los cuales tras vociferar pidiendo la salida de todos los ocultos con falsas promesas de mayor clemencia y benignidad, arrestaron a los que se entregaron y se dispusieron a llevarles a donde habían prometido -''al cuartel"- para tomarles únicamente declaración y luego dejarles marchar. No sería así; bien intuían ya la farsa de aquellos bellacos y el triste final que les esperaba... Ya hablamos de que en el camino trascurrido desde el lugar del arresto al del suplicio recibieron insultos y gritos rabiosos; les regalaron todo tipo de blasfemias, burlas y gestos obscenos y humillantes y ávidos deseos de muerte; incluso algún que otro golpe cobarde al pasar, y escupitajos. Eran como Cristo mismo en Casa del Sumo Sacerdote en aquella noche del Jueves al Viernes Santo.

Con sus miedos y temores -¡pobres críos!- comenzaron a ser conscientes cuando caminaban calle arriba que iban rumbo a su final. Mariano aún había recibido el "lectorado" en el mes de Junio y, sin embargo, la meta ya estaba aquí. Encaminados hacia la muerte los seminaristas hacían suyo aquello que tantas veces habían rezado y meditando: "Señor, ¿a quién iremos?, si sólo tú tienes palabras de vida eterna". 

Si Gonzalo fue el protomártir, en poquisimas milésimas de segundo le seguiría Ángel Cuartas, siendo Mariano el tercero en ser alcanzado por las balas. El cuarto en ser disparado sería José González, que gracias a Dios pudo sobrevivir haciéndose el muerto y permitiendo así corroborar esta sublime ofrenda. No murieron luchando, ni defendiendo ninguna idea política o bandera sino que únicamente aceptaron ser sacrificados por ser lo que eran y no negar a Cristo. 

¿Pero, por qué no llegaron nunca los seminaristas al cuartel o al Comité?; ¿por qué ni siquiera tuvieron oportunidad de identificarse, tomarles declaración o ser juzgados? Sencillamente por que su mera presencia y existencia ya les considerada como enemigos de la revolución, y por tanto debían de ser aniquilados por el bien de la "nueva sociedad". 

Nada hicieron los seminaristas durante el camino para ser disparados a sangre fría; no opusieron resistencia, no provocaron a sus verdugos con una sola palabra ni se pusieron a cantar o a rezar. Sencillamente se percataron de que el final había llegado cuando a la altura de aquél viejo portón los milicianos empezaron a cargar sus armas apuntando hacia ellos. Parece que sólo Gonzalo tuvo tiempo de gritar mientras era tiroteado; los demás ni tiempo a reaccionar tuvieron y a buen seguro dedicaron el camino y esos instantes a una última oración encomendándose a Dios desde un perdón sincero.  Los asesinos estaban tan cerca que se habló de disparos casi a quemarropa.


El amor que anula todo sentido

Parece ser que del examen forense realizado a los restos mortales del Siervo de Dios, se desprende que al menos uno de los disparos (pudieron ser dos) debió de ser en la frente o la cabeza con un arma larga tipo fusil, de gran calibre. Testigos de la primera exhumación hablaban de que el rostro era irreconocible, le habían disparado tan cerca y con un arma así, que rostro y cráneo se habían multifragmentado y no había manera de reconocer si aquel cuerpo era o no el de Mariano.

Tampoco llevaba nada encima con qué reconocerle. Tras el vil asesinato, los "valientes" comenzaron la rapiña; le robaron los zapatos, el reloj y todo objeto de valor. Después el maltrato del cuerpo en su traslado del Campillín al cementerio, el "rigor mortis" y las semanas que pasó enterrado en la fosa común con sus hermanos en tierra, ponía muy en contra el reconocimiento eficaz.

Cuando desenterraron su maltrecho cuerpo su padre estaba presente, pero de nada sirvió, pues los nervios y un cierto estado de "shock" impidieron al buen minero asentir o desmentir si se trataba de su hijo. Él estaba convencido de que sí lo era por la camisa que llevaba; sin embargo, hubo que tomar una muestra de ésta para que su esposa confirmara que aquella ropa era indiscutiblemente la de su niño. 

A pesar de todo, los testigos de la exhumación recuerdan que la actitud del padre de Mariano, en medio del dolor, intentaba ser serena y que este fue el único de todos los presentes que no utilizó ni quiso mascarilla. A él no le olía a nada, y es que el amor anula todo sentido, más aún, el corazón destrozado de un padre que observa conmovido lo que le han hecho a su pequeño trata de hacerse fuerte en lo que han dejado de él. El amor lo supera todo. Con el mismo amor con que Mariano exhaló su vida, así su padre perdonó a pesar de saber que su hijo había muerto a manos de rudos mineros como él, a los que su hijo siempre había querido, defendido y admirado. Sin duda, una enseñanza inmensa que nos da este alma sencilla para el mundo, pero muy grande para Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario