lunes, 25 de junio de 2018

Padre, abuelo, bisabuelo y sacerdote

(El Comercio) Ceferino Fernández Suárez nunca sospechó lo que le depararía el futuro. Como imaginarse a él, un sacerdote católico licenciado en Teología y Psicología, hecho padre de cuatro chiquillos y ahora abuelo y bisabuelo. Pero, así fue.

Ceferino vino el mundo en 1938 en Fuejo, concejo de Grado. Aunque su barrio natural, como el acostumbra a decir, fue siempre el de Guillén Lafuerza, en Oviedo. Desde bien pequeño, tuvo muy claro lo que quería ser en la vida. A los seis años ya andaba diciendo misa mientras brincaba por los prados de Valduno, en Las Regueras, donde pasó unos años con su abuela Balbina.

Aquella era una época complicada para cualquiera en el país y más para los niños que crecían, nunca mejor dicho, de milagro. Fueron tiempos de hambre y juegos, de los que Ceferino recuerda esperar en silencio el tren que traía el pan de Trubia, un pan negro como las balas de los cañones que allí se fabricaban, pensaba él. También rememora risueño el recreo en el colegio, se lo pasaba pipa jugando a tres marinos en un mar, al pío campo y al fútbol con pelotas de trapo.

A los once años su precoz vocación religiosa tomó cuerpo y de la mano de sus padres ingresó en el seminario de Covadonga. Recuerda sonriente como cuando llegó al destino se juntó con los compañeros y se puso a organizar la habitación con tal entusiasmo que se olvidó de despedirse de su madre.

Pero no pasaría mucho hasta que volviese a casa con los suyos. Las escaseces de la familia en aquellos tiempos de posguerra chocaron de frente con las exigencias económicas del seminario. Al no poder hacer frente al pago de la matrícula, se vio obligado a regresar al barrio.

Cuenta agradecido como entonces, aquellas navidades de 1949, los reyes magos se adelantaron y personificados en Falín, jugador del Real Oviedo, y su esposa Tere, le regalaron a la familia de Ceferino Fernández el coste completo de la carrera de semiranista en Covadonga. Y así, regresó al seminario donde permanecería hasta su ordenación.

Ceferino se ordenó sacerdote en La Felguera con 23 años. Comenzaba así una nueva vida para este joven cura que pondría rumbo a Cudillero para hacerse cargo de la parroquia del pueblo de Faedo. Se ríe a carcajadas recordando sus tropiezos de cura primerizo. Relata divertido cómo, fruto de la inexperiencia y de cierta ignorancia, fue presa del pánico en el primer entierro que le tocó oficiar. Durante los siete kilómetros que separaban la casa del difunto de la iglesia y el cementerio, Ceferino encabezó el cortejo fúnebre rezando y mirando hacia atrás cada cuatro pasos por miedo a que el difunto fuera a salir del ataúd.

Los recuerdos de aquellos dos años en Faedo resultaron inolvidables para Ceferino como imborrable fue la huella que dejó su estancia en la parroquia y de la que da constancia una placa de agradecimiento que los feligreses le dedicaron cincuenta años después de su partida.

El regreso a Oviedo con su familia y sus amigos, a su barrio de siempre, le resultó muy grato. Fueron años agradables en los que trabajaría en La Tenderina y Ventanielles.
El gran cambio

Después, llegaría su traslado Madrid en 1973. En la capital le esperaría la gran sorpresa de su vida. Encontró consuelo a la añoranza en el Centro Asturiano del que fue capellán y vivió y ejerció el sacerdocio en poblados chabolistas donde las familias sobrevivían sin agua corriente y con la luz pinchada de la red municipal.

En 1981, los cuatro hijos de los vecinos de la chabola de al lado picaron a su puerta. Se habían quedado huérfanos, solos y venían a pedirle ayuda, cobijo. Tras quedarse paralizado en un primer momento, Ceferino abrió la puerta de su chabola y les dijo 'pasad'. «¿Cómo cerrar la puerta al amor que predico?», se preguntó. Y así el cura se convirtió en aquel instante, en Ceferino el padre de cuatro niños de entre catorce y cuatro años de edad: Pablo, Carlos, Loli y Raúl.

Juntos como una familia salieron adelante y superaron no pocas dificultades. Para alimentar a una familia numerosa Ceferino trabajó como docente y párroco al mismo tiempo. A día de hoy siguen unidos para orgullo del singular cura, que asegura que ser su padre ha sido lo mejor que le ha pasado en la vida junto al sacerdocio. Ahora, Ceferino ejerce además de abuelo de seis nietos y bisabuelo de tres niñas. Desde Illas, donde es párroco desde su jubilación de la docencia, cuenta los días que faltan para que su familia venga a Salinas a pasar parte del verano.

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