lunes, 26 de marzo de 2018

Reflexión del Domingo de Ramos. Por Rodrigo Huerta Migoya

I. Simbología 

Con el Domingo de Ramos inauguramos la Semana Santa, donde nos acercamos a los últimos días de la vida del Señor, sin embargo, seguimos aún en tiempo de cuaresma, el cual finalizará para adentrarnos en el Triduo Pascual con la Misa de la Cena del Señor.
El Santo Padre Francisco, en su homilía el mismo día del pasado año en la Plaza de San Pedro, incidía en el carácter dulce y amargo de esta celebración. El Papa decía: ''nuestro corazón siente ese doloroso contraste''; el del alma de Jesús que entra en Jerusalén sobre mantos y entre palmas pero hacia la tumba.

No repetimos las cosas por rutina, sino que renovamos en estas fechas los acontecimientos centrales de nuestra fe, conscientes de que Dios renueva su amor para con nosotros. El verdor de las palmas cortadas recientemente invitan a ver esa renovación de la Alianza.

Por otro lado es muy significativa aquí la figura del animal "hijo de acémila". Jesús, muy próximo a las puertas de la ciudad de Jerusalén, pide a sus discípulos que le buscaran un borrico. Con esto el Señor pretende mostrarnos tres evidencias:

-No sólo se revela, sino que encarna las escrituras a los ojos del pueblo judío.

-Subraya la humildad  y la servidumbre, pues no entra en brioso corcel sino en un animal de carga.

-Desde la humildad manifiesta su realeza a los gentiles; el asno que le dió calor en el pesebre le ayuda ahora a anticipar la victoria que llegará pasado el suplicio de la muerte.

El color litúrgico rojo del día, nos hablan de la entrega. El Mesías, entre túnicas púrpura y palmas se manifiesta como primicia de los mártires, Maestro bueno, cuyas huellas en el camino continúan siguiendo tantos.

II. Liturgia de la Palabra

Si en el primer rito de la bendición de los ramos nos alegrábamos con el pasaje de cómo el Señor era recibido entre vítores, ahora la Palabra de Dios nos hace bajar de la nube para meditar la terrible realidad que le aguardaba al Salvador. Ahí lo tenemos: el fragmento del siervo sufriente de Isaías; el salmo con la cuarta palabra de Cristo; la epístola... Nos anticipamos al Viernes Santo, buscamos meternos en la piel del Dios hecho hombre que encara ya su recta final.

La profunda carta de San Pablo que se proclama en este día es explícita: ''Se despojó'', ''asumió'', ''pasó por uno de tantos''... he aquí lo que los teólogos han venido a denominar ''la Kénosis'' donde Dios "se vacía" por nosotros. Se deja pisar con el filial convencimiento de que cada vez que se abaja, el Padre Eterno sube; y éste no le olvida sino que lo levanta sobre-todo-nombre.

III. Ramos en la Pasión

En los programas de los Oficios de toda la Semana aparece este día con un nombre que nos pone en antecedente. Lo importante no son las palmas, es la lectura de la Pasión la que nos ayudará a entrar en la sintonía de todos estos días santos y que requieren la buena disposición del cristiano para vivirlos con provecho para la vida y en especial para el alma.

¿Y a qué fin entonces las palmas?: las palmas, laureles y ramos de olivo los llevamos a bendecir. En Asturias tenemos -como en otros lugares- la bonita tradición de regalarlas a los padrinos; y algo bendecido no se tira, se guarda con cariño. En concreto las palmas de "Ramos" que guardamos en casa son el recordatorio y la memoria de la entrega del Señor por la cual -si acertamos en seguir el camino recto- renunciamos al mal que Jesucristo ha venido a vencer. También así nosotros seremos recibidos entre las palmas de la misma Gloria de Dios por ese coro de los justos y los mártires que nos relata el Libro del Apocalipsis.

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