viernes, 13 de octubre de 2017

La celebración de la Palabra, pros y contras pastorales. Por Rodrigo Huerta Migoya

Parecía un murmullo dormido en el tiempo, sin embargo, la compleja cuestión de las "celebraciones de la palabra" vuelve a estar en alza, vista por muchos como una solución o un remedio a corto plazo; sin embargo, hay muchos "peros" a tener en cuenta a la hora de valorar dicha liturgia, la mayoría de todos conocidos.

El primer contratiempo es que los católicos practicantes, la mayor parte personas mayores, no quieren paraliturgias bonitas que parezca que son lo que no son. En una palabra, el pueblo fiel no es tonto y quiere "su misa". Ya les han explicado que éstas tienen casi todo lo que tiene una misa menos la consagración, y he aquí el "quid" de la cuestión. Sin transustanciación no hay presencia real, no hay eucaristía; si nos quitan el misterio central de nuestra fe, ¿que nos queda?.

El segundo problema es la bajísima formación y base religiosa de nuestros fieles, donde si ya muchos estaban confusos por tantos "experimentos" en el tiempo, aún pueden estarlo más si a estas celebraciones no les precede una catequesis sencilla y clara. En el occidente asturiano hasta no hace mucho, una comunidad de religiosas se dedicó a suplir al cura en los muchos templos y capillas a los que el párroco no podían llegar, y poco después se hacía familiar entre los vecinos el comentario: ''e meyor a misa das monxas que la de o cura'', pues, lógicamente, las religiosas echaban menos tiempo.

El tercer problema, aplicable también a la propia Eucaristía, es que cuando la celebración de la palabra es "explotada" como rito de consumo, se acaba banalizando y restándole importancia. Claro ejemplo lo tenemos en las grandes ciudades, por ejemplo Gijón, donde el tanatorio ha ganado la partida a las parroquias, y con ello se suprime la oportunidad de que se experimente sentir la Iglesia como la casa acogedora y misericordiosa donde "la familia" se reúne para lo bueno y lo malo, perdiendo al tiempo el areópago evangelizador en un momento tan sensible e importante, en especial para las personas alejadas de la comunidad parroquial.

Un cuarto problema se da dentro del propio esquema celebrativo, el cual remite a una breve reflexión después del evangelio: ¡que peligro!, aquí uno se puede encontrar de todo: interpretaciones "ad hoc", autenticas palabras "ex cátedra" cuál dogma de fe, opiniones sobre cuestiones exegéticas que ni un formado cardenal se atrevería a mentar, etc, etc... El propio cardenal "Razinger" afirmó: ''es un autentico milagro que la Iglesia sobreviva a los millones de pésimas homilías de cada domingo''. Sin duda, las palabras del hombre que no ayudan a acercarse a la palabra de Dios sobran y requieren de tijera.

Pero tampoco quiero ser catastrofista, pues no todo es negro; hay que buscar las luces en la oportunidad y la necesidad y un ángulo práctico:

Las "UPAPs".: Los párrocos con muchas comunidades a su cargo han buscado la forma de acostumbrar a sus fieles a esto, por ejemplo, con la vivencia del Triduo Pascual en la parroquia cabecera de la UPAP o Unidad Pastoral que ha menudo es la capital del concejo, la más poblada o la más significativa como ocurre con los Santuarios. Sigue habiendo bastante rechazo a esta práxis, pues salen a flote los enfrentamientos, malas relaciones o celos entre pueblos y parroquias vecinas, más, en este sentido, no hay lugar para la discusión, pues como diría San Pablo ¿es que está Cristo dividido?. Aquí el problema puede radicar, sobre todo en el ámbito rural, en alguna parroquia cuya realidad son tres octogenarias que quieren participar de la vida de fe, de "su misa", pero no pueden desplazarse: ¿acaso se les va a explicar a ellas -o van a enteder- lo que es una "UPAP"?...

Quizá la apuesta más difícil, aunque no impensable, es que aquellas comunidades a las que los sacerdotes ya no puedan llegar ni en el preesente ni en el futuro, no dejen morir la fe, sino que la mantegan por ellos mismo. Aquí si valdría, inevitablemente, la celebración de la palabra sin muchas exigencias. Por ejemplo, en Castilla pude observar que pueblos de cien y menos habitantes que no tenían ya desde hacía años misa con regularidad por falta de sacerdotes, hacían todos los días del mes de Mayo ellos mismos un rosario en la iglesia; el Jueves Santo "Hora Santa" ante el Sagrario; el Viernes Santo Vía Crucis; el día de nochebuena, adoración del niño y villancicos ante el Belén... En todos nuestros pueblos y aldeas hay un sacristán o sacristana; una mujer o un señor que como decimos familiarmente llevan la voz cantante y que en toda parroquia existen, conocidos y más o menos reconocidos y respetados. No sé muy bien por qué, pero "tienen mano" para agrupar a la gente y sacar adelante lo que haga falta, desde la romería a la limpieza de los caminos. Pues bien, hoy el mantener la herencia recibida en las pequeñas comunidades rurales pasa más por esos laicos que por la monja o el diácono de turno que muchas veces vienen a enseñar "ad experimentum" lo último que han leído en "Vida Nueva."

Hoy que vivimos en un mundo comunicado y globalizado, donde es totalmente innecesario hacer "parches" a las misas, aunque sean y deberían ser menos. Leía al respecto de este tema una reflexión muy clara en el libro ''Ministerios al servicio de la comunidad celebrante'', de José Aldazábal, donde subrayaba que incluso aunque ya no hubiera sacerdote,  hay una serie de valores que no se pierden: ''el domingo, la comunidad, la Palabra, la vocación ministerial de todos los bautizados y, si se cree oportuno, la participación sacramental en la comunión eucarística''. Recemos para que podamos contar con más eucaristías y sacerdotes y con menos celebraciones de la palabra como laboratorios sucedáneos, aunque muy excepcionalmente éstas  contribuyan, en algunos casos, al bien espiritual de nuestras almas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario