jueves, 24 de noviembre de 2016

Carta semanal del Sr. Arzobispo


Llega un tiempo de esperar con esperanza

Llega ese tiempo con el que da comienzo el año cristiano con un nuevo adviento, pero podría entenderse mal como si tras un paréntesis volviesen a emitir la misma cantinela: idénticos personajes, iguales guiones, la banda sonora de siempre... Como si nada hubiera nuevo bajo el sol. Si el adviento cristiano fuese ese tiempo que sencillamente “toca celebrar otra vez” con una rutina cíclica, como un requisito para llegar al turrón, a la zambomba y a la lotería, creo que casi no se habría entendido nada. Pero más bien ha llegado el momento de recomenzar, sin ademán rutinario y cansino. Así hacemos cada año al inicio de nuestro año cristiano con estas semanas que nos adentran y preparan como tiempo fuerte para ese otro tiempo de gracia que es la Navidad. Pero tal adentramiento debe tener que ver con nuestra vida real, que haya una correspondencia entre lo que esperamos de veras y lo que se nos está prometiendo. Las palabras que envuelven este comienzo son la espera y la vigilancia. Y se nos invita con un imperativo que trata de despertar en nosotros el deseo que termine con la inercia mediocre de un caminar escéptico. Vigilad y esperad, porque comienza algo nuevo. Una espera que nos asoma al acontecimiento que –lo sepamos o no– aguardamos que suceda, y una vigilancia que nos despierta para no estar dormidos cuando le veamos pasar.

La vida entera nos reclama un cumplimiento que nuestras manos son incapaces de amasar lo que somos capaces de soñar.Esperamos que suceda algo, que acontezca alguien, que ponga plenitud en el corazón que ha sido creado para un infinito que no sabemos ni colmar ni calmar. Y así andaban... aquellos buenos hombres hace ahora 2000 años. Sus ojos, cansados de mirar vaciedades; y sus oidos hartos de escuchar verdades de cartónpiedra; y sus corazones, ahítos de seguir y perseguir una felicidad tan fugitiva como mentirosa, representaban sobradamente la experiencia de cada día, como para esperar a Alguien que de verdad fuese la respuesta adecuada a sus búsquedas y anhelos. Era el primer adviento,

la sala de espera de Alguien que realmente mereciera la pena y les soltase a la cautiva posibilidad de ser felices. No obstante fueron muy pocos los que tuvieron la libertad y el coraje de no maquillar más su vida y atreverse a aceptar su indigencia honda, que las baratijas de saldo, los encantadores de conciencia, los comecocos impertinentes, los panes y los circos... eran incapaces de responder y dar solución debida. ¿Cabe en nosotros esperar a Alguien que en el fondo esperan nuestros ojos, oidos y corazón... o tal vez ya estamos entretenidos suficientemente como para arriesgarnos a reconocer que hay demasiados frentes abiertos en nosotros y entre nosotros que, precisamente, están relcamando la llegada del Esperado? El adviento que comenzamos es una pedagogía de cuatro semanas que nos acompañará hasta la Navidad. Vigilad, estad despiertos, la espera que os embarga no es una quimera pasada y cansada sino la verdadera razón que cada mañana pone en pie nuestra vida para reconocer a Aquel que cada instante no deja de pasar. Pongamos nuestras preguntas al sol, porque va a venir Aquel que únicamente las ha tomado en serio y el único que las puede responder: Jesucristo. Por eso no repetimos cansinos viejos ritos que no nos dicen nada ya, sino la novedad eterna que nos regala este tiempo de esperanza y espera. Somos ese polvo enamorado, que decía el poeta, capaz de esperar, portador del grito de la esperanza cristiana que no engaña nunca y que jamás defrauda.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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