jueves, 16 de abril de 2015

Carta semanal del Arzobispo de Oviedo


Cristianos emplazados 

No quedaron secuestrados por la pena de su nostalgia. Un adiós siempre te embarga, pero aquella vez lo superaron sin trauma, con creces y con una secreta alegría en sus almas. Vieron partir al amigo, al maestro, al Señor que les cambió la vida por entero. Pero no se quedaron mirando al cielo como embobados, ajenos a lo que se cocía de nubes y cielos para abajo, como si no hubiera un tejado o no tuviera puertas el campo.

No fue fácil volver a mirar al suelo en donde la vida se enmaraña, los sueños se arañan y para la esperanza serena tantas veces no queda hueco. Pasó Jesús por sus vidas, paseó sus gestos y palabras, pero tras aquellos tres años intensos el mundo parecía igual en tantos aspectos. Los corruptos seguían corrompiendo, los ladrones robando, los violentos sembrando sus terrores, los enfermos palpitando sus dolores, los traicionados sufriendo el engaño… ¿No parecía que tanto por parte de Jesús había resultado en vano? Esta era la tentación, y este el señuelo de seguir mirando al cielo por donde le vieron salir a su Padre. Con ese asomo quedaban asomados al palco de sus recuerdos, alimentaban sus sentimientos, evadiéndose de la dura mirada de tener que afrontar un mundo inacabado y desecho.

Pero no fue esta la encomienda, ni lo que les dijo despidiéndose el maestro: id al mundo entero, anunciad la buena nueva a toda la creación, haced hijos de Dios bautizándoles en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Que salten los cepos de vuestros encierros, que se disipen las sombras de vuestras zonas oscuras, que se encienda el divino incendio con llamas de hermano fuego que purifica aunque no destruye, que ilumina aunque no deslumbra. Esta fue la misión, a esta encomienda se atuvieron.

Y a la plaza se lanzaron para contarlo, con un testimonio apasionado que compartir, y un mensaje de esperanza que anunciar. La gente pensaba de todo: que no estaban cuerdos los que así se comportaban, que quizás tenían intereses ocultos tras la parafernalia, acaso que eran unos reaccionarios anti sistema, o radicales religiosos ante los que estar en guardia. Pero ellos tan sólo querían contar en plena plaza lo que en el corazón les ardía por dentro.

Este era el emplazamiento de aquellos primeros cristianos. No el templo, sino la plaza pública por donde la vida pasa. Esa vida en la plaza es donde se saluda con gozo sincero, se evita al otro cambiando de acera, allí se oyen piropos y requiebros enamorados, o donde lo soez y grosero pone su peor mueca maleducada. La plaza de todos nuestros vaivenes, de nuestras idas y nuestras vueltas. Allí estaban emplazados aquellos primeros cristianos para hacer creíble y verdadero lo que el maestro les confió para que no quedaran embobados mirando al cielo.

En estas semanas de pascua, habrá un grupo de cristianos en todo el mundo que quieren revivir ese gesto, y también se emplazan en nuestras plazas, en algunas de ellas, para dar un testimonio de que Jesús ha resucitado de veras, que Él ha vencido su muerte y la nuestra, que verdaderamente el Señor ha triunfado dándonos la posibilidad de empezar de nuevo. Los hermanos del Camino Neocatecumenal llenarán las plazas con este mensaje pascual, el mismo que ellos y todo el resto del pueblo de Dios cantamos en nuestras iglesias con el aleluya del mejor albricias. Hay demasiados motivos de tristeza y desesperanza como para privarnos de anunciar con humilde gozo, la gracia que hemos encontrado, esa que ha secado nuestros llantos y ha puesto la más noble sonrisa en nuestros labios. Aleluya.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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