jueves, 23 de octubre de 2014

Carta semanal del Sr. Arzobispo


Sabio y fuerte: Pablo VI, la humilde santidad

Fue el Papa de mi adolescencia y juventud. Mi recuerdo suyo es el de una paternidad sabia y sufriente que Dios había puesto en medio de su Pueblo para llevar adelante su Iglesia en un momento particularmente delicado y apasionante a la vez. Recibió el encargo añadido tras su elección como Sucesor de Pedro, de encaminar a su feliz clausura algo tan grande como el Concilio Vaticano II.

Sus gestos y palabras eran de alguien que miraba con respeto, que no sabía de escenarios y su proverbial timidez no le permitía moverse entre la muchedumbre de un modo resultón y coreográfico. Pero precisamente por eso ganaba en verdad, en humilde verdad, cuando no provocaba aplausos, ni iba de aquí para allá con el ton y el son que a veces es tan rentable. Su trabajo era callado, en la distancia corta donde alcanzan los ojos la mirada del otro, donde se dicen las cosas sin tener que gritar, donde eres capaz de aprender lo que se te muestra y de enseñar lo que alguien te mostró. Así vemos que nos ha dejado un acervo de sabiduría en escritos y homilías que no pasarán, que responden al análisis serio de las heridas de los hombres y a la aplicación fiel del bálsamo de la gracia de Dios. Sin demagogia, sin anacronismos, sino con sabiduría paterna de quien va y viene en el nombre del Señor y sabe cuál es su responsabilidad grave y humilde en su servicio a los hermanos estando al frente de la Iglesia a la que amó con todo su ser.

Nos ha dejado la terminación del Concilio Vaticano II y su primera aplicación con instrucciones y cartas que siguen siendo enormemente vigentes. También un ramillete de encíclicas llenas de hondura y profetismo, que entre otras fueron: Ecclesiam Suam sobre el diálogo y acercamiento al mundo, Populorum Progressio sobre el desarrollo de los pueblos, Sacerdotalis Coelibatus sobre la pertenencia del corazón sacerdotal a Cristo su Señor, Humanae Vitae sobre la regulación de la natalidad y sus leyes internas puestas por el Creador. Inauguró también las Jornadas Mundiales de la Paz al comienzo de cada año civil, y creó las reuniones de los Sínodos Episcopales para analizar los problemas y desafíos de la Iglesia y la sociedad, junto a un grupo nutrido de obispos de todo el mundo.

El Papa Francisco lo ha recordado en la homilía de su beatificación: «Contemplando a este gran Papa, a este cristiano comprometido, a este apóstol incansable, ante Dios hoy no podemos más que decir una palabra tan sencilla como sincera e importante: Gracias. Gracias a nuestro querido y amado Papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia. El que fuera gran timonel del Concilio, al día siguiente de su clausura, anotaba en su diario personal: “Quizás el Señor me ha llamado y me ha puesto en este servicio no tanto porque yo tenga algunas aptitudes, o para que gobierne y salve la Iglesia de sus dificultades actuales, sino para que sufra algo por la Iglesia, y quede claro que Él, y no otros, es quien la guía y la salva”. En esta humildad resplandece la grandeza del Beato Pablo VI que, en el momento en que estaba surgiendo una sociedad secularizada y hostil, supo conducir con sabiduría y con visión de futuro –y quizás en solitario– el timón de la barca de Pedro sin perder nunca la alegría y la fe en el Señor». Estas palabras pronunciadas por Francisco nos permiten comprender la talla humana y espiritual del Beato Pablo VI, y nos animan a rezar por el actual Santo Padre como siempre nos pide él para que tenga esa misma gracia de fortaleza y sabiduría para este momento de la Iglesia y de la humanidad.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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