domingo, 16 de junio de 2013

Primera confirmación del nuevo obispo


 
Franco TORRE
Apenas una semana después de su ordenación como obispo auxiliar de Oviedo, Juan Antonio Menéndez se desplazó ayer a Lugones para presidir la misa por la que nueve jóvenes de la localidad corroboraron su fe y su pertenencia a la iglesia católica por medio del sacramento de la confirmación. Un oficio que sirvió también al obispo como una suerte de confirmación, ya que supuso su puerta de largo como prelado.

Como es norma en la parroquia sierense, la iglesia de San Félix registró cara al oficio una gran afluencia de fieles, que se mostraron muy agradecidos por la presencia de Menéndez, quien por otro lado tiene lazos familiares en la localidad. El oficio religioso, muy emotivo gracias a los cuidados preparativos de los jóvenes que se iban a confirmar, tuvo su punto álgido en el momento en que Menéndez pronunció su homilía, dirigido especialmente a los confirmados.

«El mal empieza a crecer en nuestros corazones sin darnos cuenta», explicó el obispo, en una referencia tangencial al pecado de la envidia y la riesgo de verter críticas sobre prójimo, como aclaró acto seguido, al alertar a los jóvenes de los peligros de la murmuración y de las consecuencias que puede tener para la fe y para las personas.

«Vosotros, que sois jóvenes, que vais al instituto, ¿Cuánto criticáis? A vuestros compañeros, a los profesores, a los vecinos... A los demás nos pasa lo mismo: Nos criticamos mucho. Y la crítica, cuando se dedica a destruir una reputación, tiene unas consecuencias que ha veces son irreparables. Y por eso muchas personas pierden la buena fama, a la que todo el mundo tiene derecho, por las críticas inconscientes de la gente», argumentó el prelado.

Asimismo, Menéndez explicó a los jóvenes que el pecado no les puede alejar de Dios, y que si bien con el sacramento de la confirmación, y con la propia eucaristía, quedaban perdonados sus pecados, debían llevar una vida conforme a las enseñanzas de Cristo, sin desviar el camino.

Completada la homilía, Menéndez impuso las manos y ungió a los nueve jóvenes, quienes a su vez le entregaron distintos símbolos de su compromiso y una página con el nombre de todos ellos, que gustó especialmente al obispo auxiliar.


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