jueves, 5 de octubre de 2023

Cardenales asturianos

1) ÁLVARO CIENFUEGOS VILLAZÓN

Agüerina, Belmonte de Miranda (Asturias), 27.II.1657 – Roma (Italia), 19.VIII.1739. Teólogo, cardenal y diplomático jesuita (SI). Hijo de Álvaro Cienfuegos y María Villazón Queipo de Llano. Un hermano, Pedro, fue obispo de Popayán y Trujillo; otro, José, inquisidor en México. Ingresó en el colegio salmantino de San Pelayo o de los Verdes y estudió Leyes (1672-1676). Acabada su formación en la Compañía de Jesús, enseñó Filosofía en Santiago (1688-1691) y Teología en Salamanca (después de doctorarse en Ávila), donde desempeñó la cátedra universitaria de Vísperas (1696-1702). Desde el año 1695, aproximadamente, fue consejero (no confesor) del conde de Melgar y luego almirante de Castilla Juan Tomás Enríquez de Cabrera, que había regresado de su gobierno de Milán y destacaba como el único político joven entre los octogenarios del Consejo de Estado. El conde d’Harcourt, embajador francés, informaba a Versalles de que Cienfuegos (que con otros tres jesuitas estaba en contacto diario con el almirante) había transmitido al confesor del embajador la actitud decidida del almirante (confidente de la reina María Ana de Neoburgo) en favor de la candidatura francesa a la sucesión (Hippeau, 1875, I: 210 s.). Eso explica que en la dedicatoria-biografía (dieciséis folios) del almirante, redactada en Salamanca el 26 de mayo de 1702, y con la que se abre la Vida de san Francisco de Borja, se dirija al prócer como “embajador extraordinario en Francia cerca de (Luis XIV) el siempre Grande, siempre invencible Rey Christianísimo”. Lo mismo se repite literalmente en las ediciones de 1717 y 1726.

En 1702, el almirante fue nombrado embajador en Francia (no extraordinario, como él pretendía, sino ordinario), con el fin de mantenerlo alejado de la nueva política borbónica. De camino hacia la frontera, visitó a su hermano en Medina de Rioseco y, pretextando un cambio de destino por nuevas instrucciones, se dirigió a Portugal. Le acompañaban su confesor, el jesuita milanés Carlo Casnedi, Álvaro Cienfuegos y su acompañante, el hermano Juan Ignacio Aguirre. En Portugal, el almirante hizo pública su adhesión a la causa austríaca; su sobrino y otros acompañantes regresaron a Madrid, pero los tres jesuitas aceptaron la nueva situación. Esto suscitó un problema de obediencia religiosa, que urgió en fuerza del voto el padre general, Tirso González (entre sus consejeros había división de pareceres). De hecho, permanecieron en Portugal, alegando la imposibilidad de contravenir a las autoridades. La reacción de la Corte fue inmediata. Por lo que se refiere a Cienfuegos, un Decreto Real del 11 de octubre de 1702, leído el día 16 en el Claustro de Diputados de la Universidad, dejó vacante su cátedra; uno de los jesuitas presentes manifestó el gran sentimiento de su religión, aunque lamentó la ejecución del decreto sin oír previamente a los superiores del acusado.

Cuando murió repentinamente el almirante en la campaña de Estremoz, en 1705, Álvaro Cienfuegos quedó como uno de sus ejecutores testamentarios para realizar los proyectos de colegios para misiones, y recibió por ello una pensión vitalicia. En Lisboa quedó como representante personal del archiduque y luego emperador Carlos. En 1716 pasó a Viena como consejero de Estado, y fue encargado de misiones diplomáticas en Inglaterra y Holanda. La protección imperial le valió el capelo cardenalicio en 1720, a pesar de la resistencia de Clemente XI, influido por las reclamaciones de Felipe V, las delaciones a la Inquisición romana de algunas doctrinas teológicas de Cienfuegos y la presencia ya en el Colegio cardenalicio de dos jesuitas, Giambattista Tolomei y Pietro Salerni. También por presentación imperial fue obispo de Catania (1722), conde de Mascallo, arzobispo de la primada siciliana de Monreale (1725) y protector de Sicilia y Malta. Al ocupar Sicilia los españoles en 1735, se le dio la administración de la diócesis de Fünfkirchen (Pécs, Hungría), con retención de su sede siciliana. Desde 1722 residió en Roma como embajador imperial —hasta 1735— y coprotector del Imperio. Era también protector de Portugal desde 1728. Con relación a España, Cienfuegos se sentía “el blanco al odio y a la indignación de aquella Corte”, como escribía en 1732 a Gregorio Mayans. De hecho, el embajador español, cardenal Francesco Acquaviva, tenía orden de la Corte de ignorar su presencia.

Era la consecuencia de sus afirmaciones en la dedicatoria (diez folios) del Aenigma theologicum (1717) al emperador Carlos VI “y Rey Católico III de las Españas” (título al que no había renunciado aún): en ella, tras celebrar las victorias militares del archiduque, le augura una pronta restauración en el trono español, y se sirve de textos del profeta Jeremías, así como de Virgilio y Tácito, para describir la postración del pueblo español, la decadencia del Estado y la Iglesia, y hasta el olvido de la lengua, a lo que en vano trataría de poner remedio la recién fundada Real Academia Española. Esta dedicatoria motivó, en 1767, un expediente para recoger en todas las librerías de Madrid los ejemplares del Aenigma y destruirla; el fiscal Campomanes, en su dictamen al Consejo Extraordinario, afirmó que Cienfuegos “había animado” y justificado la Guerra de Sucesión española. El estilo de Cienfuegos, tanto castellano como latino, lleva al extremo el barroquismo de concepto y forma; las dos dedicatorias son prueba suficiente. Como biógrafo de Francisco de Borja, se apoya acríticamente en la obra de Dionisio Vázquez (que afirma tener en su poder), pero utiliza también los procesos de canonización y otra documentación original. En sus especulaciones trinitarias abusa del método racional, sin aportar, por lo demás, especial novedad; sus opiniones sobre la unión del creyente con el Cristo eucarístico fueron aprobadas y defendidas por el cardenal Luis Belluga en una larga introducción a la obra (su teólogo en Roma era el jesuita castellano Manuel Ignacio de la Reguera, antiguo colega de Cienfuegos en Salamanca), y con sendas obras por los jesuitas Pascual de Agramunt (a. Ascanio Perea Viegas), Juan Bautista Gener y Francisco de Rávago (a. Faderico Granvosca), y Gregorio Mayans, que lo defendieron frente a las censuras de Tomás Madalena OP.

2) PEDRO INGUANZO RIVERO

Llanes (Asturias), 21.XII.1764 – Toledo, 30.I.1836. Arzobispo de Toledo, cardenal, canonista, consejero de Estado. Sus padres, Antonio de Inguanzo Posada y Teresa Rivero y Valdés, eran primogénitos ambos de nobles familias, cuyos miembros habían sido figuras ilustres de la vida pública y eclesiástica asturiana. Comenzó su formación realizando estudios de Latín a los nueve años en su pueblo natal, prosiguiéndola a los once años de la mano de su tío Pedro Inguanzo Posada, canónigo de Palencia. Estudió Filosofía y Artes con los dominicos en el colegio de San Pablo entre 1775 y 1780. Al regresar posteriormente a Oviedo a partir de 1781, inició su formación universitaria con los estudios de Derecho Civil y Canónico. Sin haber ultimado sus estudios, fue nombrado “familiar”, secretario personal, por el arzobispo de Sevilla, Alonso Llanes y Argüelles, a finales de 1784. Fue en su estancia de Sevilla (1785-1792), mientras vivía con el arzobispo en su palacio, cuando alcanzó su graduación en bachiller en Leyes en 1785, y al año siguiente el mismo título en la facultad de Cánones. Cinco años más tarde consiguió la cátedra de Vísperas de la Universidad hispalense, donde ejerció su magisterio hasta febrero de 1792, en que vacó la doctoralía de la catedral de Oviedo, plaza que ganó por oposición al final de año. Antes de ir a su tierra natal, fue recibido como miembro honorario de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla.

En Asturias emprendió una etapa de madurez desde su canonjía de oficio de doctoral, hasta ser nombrado diputado representante por su región en las Cortes de Cádiz. En el mismo año de la toma de posesión de su canonjía fue elegido por el Cabildo ovetense rector del colegio mayor San José, centro donde se educaban numerosos estudiantes universitarios. Y también comenzó a distanciarse de la institución capitular y de algunos de sus miembros, en particular por su carácter y envidia hacia su formación intelectual, según Cuenca Toribio (1965). Un problema grave de salud lo obligó a trasladarse a Madrid a finales de 1797. En su estancia en la capital entró en contacto con los ambientes intelectuales y las doctrinas jansenistas. Ya recuperado, volvió a Oviedo y opositó sin éxito a la canonjía doctoral de la catedral metropolitana de Santiago. Los inicios de su carrera “política” se hallan en su nombramiento como ministro de Gracia y Justicia por la Junta Superior del Principado de Asturias en 1809. Un año más tarde, el marqués de la Romana anuló esta junta, y Pedro Inguanzo fue elegido diputado representante por Asturias en las Cortes de Cádiz. Su actuación en éstas fue la de cabeza dirigente de la oposición a las tesis liberales, sostenidas también por clérigos, como el rector de la Universidad de Salamanca, Diego Muñoz Torrero. En la “consulta al país” realizada por la Junta Central antes de la reunión de las Cortes se puso de manifiesto el movimiento de reformas moderadas y paulatinas demandadas por muchos hombres de la Iglesia española.

Inguanzo apelaba a las consecuencias sufridas por la Iglesia francesa motivadas por los principios ilustrados; no veía conveniente la necesidad de instaurar la “soberanía popular”; defendió la religión católica como religión del Estado (artículo 12), así como la tutela de los bienes eclesiásticos y el derecho de propiedad del clero y de la Iglesia; el nombramiento de obispos y la provisión de sedes episcopales durante la prisión de Pío VII. Pero donde participó de forma brillante, gracias a su formación teológica y canónica, fue en los debates sobre la supresión del Santo Oficio. El argumento de los liberales, clérigos y laicos era la incompatibilidad con el nuevo sistema constitucional. Las tesis de los defensores eran políticas y religiosas, pero el planteamiento de Inguanzo se basaba en determinar la competencia o incompetencia de las Cortes para disolver un tribunal pontificio, sosteniendo que no era esencial a la religión, y defendió la incompetencia del poder civil para modificar o anular una institución creada por el pontífice. Finalizada la tarea de los legisladores, se fue fraguando una reacción ideológica contra el liberalismo a través de escritos en defensa de los privilegios e inmunidades de la Iglesia en el período de regencia. Inguanzo se destacó como férreo defensor de la ortodoxia en su Discurso sobre la confirmación de los obispos, pieza maestra en defensa de los derechos pontificios. El 19 de agosto de 1814, Pedro Inguanzo fue propuesto para la sede zamorana y fue confirmado por Roma el 26 de septiembre del mismo año. Tomó posesión el 5 de marzo de 1815. Su episcopado coincidió con la primera restauración religiosa (1814-1820) y con el Trienio Liberal (1820-1823). Tuvo un secretario de Cámara laborioso y digno de recuerdo, Agustín García Diego. Una vez que regresó Fernando VII, el 22 de marzo de 1814, se inició la persecución de sospechosos de liberalismo o defensores de la Constitución gaditana. El monarca encontró auxiliares religiosos de su restauración política, entre ellos Inguanzo, quien pronunció un discurso de bienvenida en la visita del rey al Cabildo ovetense y Principado.

Las primeras Cortes tomaron medidas contra la Iglesia a través de las leyes de exclaustración, desamortizadoras de los bienes de los conventos, la implantación del medio diezmo, el número de beneficios eclesiásticos e, incluso, decretaron sobre la modificación del fuero eclesiástico. Estas reformas, realizadas sin contar con la jerarquía, promovieron una lucha política fuera de las Cortes, a través de la prensa y escritos en defensa de la religión, contra una propaganda anticlerical que utilizaba los mismos medios. El episcopado se mantuvo unido y, entre sus figuras, una vez más, sobresalió el obispo Inguanzo, quien se resistió a jurar la Constitución de 1820. Al prelado zamorano le produjo especial rechazo el decreto de supresión de monasterios y casas de órdenes monásticas (25 de octubre de 1820), y el decreto (6 de abril de 1821) que declaraba el episcopado como cargo público dependiente del Gobierno, y en su defensa publicó en Salamanca El dominio sagrado de la Iglesia en sus bienes temporales, donde vaticinaba certeramente el nefasto resultado de la desamortización, y defendía los derechos y privilegios eclesiásticos, aunque, según Revuelta González (1979), era insensible ante la sociedad, que exigía una reforma externa de la Iglesia.

Como obispo de la sede zamorana, el primer problema que se le planteó fue la propuesta del Cabildo para que diese provisión a cuatro canonjías nombradas por los capitulares en sede vacante. La falta de entendimiento llevó el asunto a la Cámara de Castilla, y acabó con una cédula del rey por la que ordenaba al obispo dar la colación canónica. Uno de sus primeros objetivos fue el restablecimiento del seminario conciliar, erigido por el obispo Falcón y Salcedo, y consiguió de Fernando VII una real cédula por la que agregaba a la renta del seminario los productos de los curatos vacantes y de los que vacasen en lo sucesivo. Para tener un conocimiento directo de su diócesis efectuó visitas pastorales en 1815 a los arciprestazgos del Vino y Fuentesaúco, en 1816 a los del Pan y Toro, en 1817 a Sayago, y a la ciudad de Zamora en 1818. En las actas de las mismas se observa un detallado informe sobre el estado material de las fábricas de las parroquias, deficiente en algunos arciprestazgos, cuidando con atención la correcta recaudación y administración de las rentas parroquiales por los mayordomos y párrocos. Asimismo, restableció la celebración de las conferencias morales. Su labor pastoral y social se dirigió también a la construcción de casas de niños expósitos en la diócesis, la fundación de escuelas de niñas en Fermoselle y a la creación de pósitos. El 3 de agosto de 1824, Fernando VII lo presentó para la sede primada, una vez fallecido el cardenal Borbón un año antes, obteniendo la confirmación del papa León XII el 27 de septiembre. Efectuó su entrada en Toledo el 6 de marzo de 1825. Los historiadores José Manuel Cuenca y Manuel Revuelta explican este ascenso como un premio por la oposición mantenida contra el régimen del Trienio Liberal.

Su preocupación como príncipe de la Iglesia se dirigió a reflexionar sobre la corrupción de los tiempos, fruto de la experiencia vivida en el cercano trienio. Su primera pastoral, El mal de los tiempos modernos: el olvido de Dios (25 de mayo de 1825), invitaba a que la restauración religiosa se materializase en un aumento de vocaciones, y en la creación de seminarios e institutos religiosos. También censuraba la corrupción eclesiástica, motivada por el inmovilismo de cierta parte del clero ajeno a las directrices de sus prelados. En el plano político evolucionó su pensamiento hacia el regalismo, a la necesidad de la alianza entre el trono y el altar como único medio para luchar eficazmente contra el liberalismo. Entre 1825 y 1832, Pedro Inguanzo tuvo que atender a una doble tarea: la de arzobispo y la de consejero de Estado, junto a otro eclesiástico, el obispo de León, Joaquín Abarca, entre otros. Viajó a Roma para asistir al cónclave en el que fue elegido el papa Gregorio XVI, el 16 de febrero de 1826. A partir de 1827 se retiró de la política, aunque fue requerido por el propio Fernando VII en distintas ocasiones a fin de que recibiera el juramento de todos los organismos y cargos de la nación para reconocer a Isabel II como reina de España en junio de 1833. En Sevilla inició la erección del seminario, aunque no lo vio terminar. Creó la “Biblioteca de la Religión”, incorporando títulos de autores extranjeros y reeditó autores espirituales del Siglo de Oro. También contribuyó a la reforma de estudios universitarios apoyando los planes del padre Martínez.

3) FRANCISCO JAVIER CIENFUEGOS JOVELLANOS

Oviedo (Asturias), 12.III.1766 – Alicante, 21.VI.1847. Canónigo, catedrático, arzobispo de Sevilla, cardenal. Nació en Oviedo, seguramente en la casa que sus padres tenían en la calle Canóniga, y fue bautizado en la parroquia de San Isidoro de esta ciudad el 14 de marzo de 1766. Era hijo de Baltasar José Gonzalez de Cienfuegos y Caso Maldonado, sexto conde de Marcel de Peñalva, y de su tercera esposa, Benita de Jovellanos y Ramírez de Jove, hermana de Gaspar Melchor de Jovellanos, de la casa vincular de Jovellanos de Gijón, y de la marquesa de San Esteban del Mar. Su padre, de sus tres matrimonios tuvo al menos nueve hijos, entre ellos José María, prestigioso militar en el primer tercio del siglo XIX. En el padrón de la ciudad de Oviedo del año 1766 ya figura Francisco Javier censado, junto con su progenitor y sus hermanos Rodrigo, Baltasar y José. 

El también asturiano Alonso Marcos de Llanes y Argüelles, arzobispo de Sevilla (1783-1795), lo llevó a esta ciudad: en su Universidad se licenció y doctoró en Cánones (1794) y en la catedral hispalense consiguió las prebendas de racionero (1787) y canónigo (1790). También fue rector y catedrático de la Universidad bética, y bajo el pontificado de su paisano Mon y Velarde (1816-1819), provisor y vicario general de la archidiócesis (1817). Preconizado obispo de Cádiz el 4 de junio de 1818 o 1819, en esta diócesis destacó por su atención a los enfermos, su fidelidad a la Corona y su pensamiento antiliberal. A raíz del levantamiento de Cabezas de San Juan se opuso a él mediante una carta pastoral, predicando la sumisión a los poderes legítimos.

El realismo era una característica de su familia: su hermano José María era un militar muy estimado por Fernando VII, que lo quiso hacer ministro, y su sobrino, Juan González de Cienfuegos y Carrió, conde de Marcel de Peñalva, estuvo encarcelado en Oviedo, durante el Trienio por su adhesión a la Monarquía absoluta.

Restablecido el Rey en la plenitud de sus poderes, lo presentó para la metropolitana de Sevilla —después de una larga vacante, tras la muerte de Mon y Velarde— adonde fue trasladado el 20 de diciembre de 1824. Al año siguiente, el papa León XII lo creó cardenal, y lo fue con el título de Santa María in Populo, y Fernando VII lo condecoró con la Gran Cruz de la Orden de Carlos III.

En 1828, el cardenal Cienfuegos elevó una consulta a los superiores canónicos, sobre la mayor probabilidad del sistema copernicano, que entonces se discutía en Sevilla. En este año, y en los siguientes, sostuvo un litigio con monseñor Capellati, gobernador de Roma, por razón del pago de una pensión que a éste se le debía sobre la mitra de Cádiz. En 1831 protagonizó la primera fundación del seminario hispalense que se hizo en Sanlúcar. En este mismo año asistió al cónclave que eligió al papa Gregorio XVI. En 1832 (12 de marzo), consagró en la catedral de Sevilla al célebre fray Cirilo Alameda y Brea, apadrinado por el infante don Carlos de Borbón. En 1833 (19 de junio), Fernando VII lo hizo consejero de Estado. En Sevilla, lo mismo que antes en Cádiz, y a lo largo de toda su vida sacerdotal, destacó por su atención a los enfermos y a los menesterosos, y por su afecto a las Órdenes regulares.

El pleito sucesorio provocado por la lesión de la ley fundamental de sucesión le tenía que afectar. Como el cardenal primado, Inguanzo y Rivero, por su opinión carlista, se negó a asistir a la jura de la infanta Isabel de Borbón, como heredera del trono, fue Francisco Javier de Cienfuegos el que celebró el pontifical en la iglesia del monasterio de San Jerónimo de Madrid, el 20 de junio de 1833. Esta postura, que no entraba en cuestiones políticas, sin embargo, no le libró, a la muerte de Fernando VII, de las persecuciones por parte de los gobiernos liberales. Defensor de los derechos de la Iglesia frente a los excesos del constitucionalismo, en plena Guerra Carlista, y ante la coincidencia del pensamiento del prelado con el legitimismo, fue desterrado a Alicante. Entonces el papa Gregorio XVI le confirió la administración de la diócesis de Guadix. Al entrar los moderados en el Gobierno se le levantó el confinamiento, e incluso fue nombrado senador, pero su salud no le permitió el regreso a Sevilla. Falleció en Alicante y sólo bastantes años después los restos mortales fueron trasladados a la catedral hispalense y sepultados en la capilla grande de la Concepción.

4) ZEFERINO GONZÁLEZ DÍAZ-TUÑÓN, O.P.

Villoria, Laviana (Asturias), 28.I.1831 – Madrid, 29.XI.1894. Dominico (OP), filósofo, teólogo, arzobispo y cardenal. Nació en el seno del matrimonio formado por Manuel Alonso González y Teresa Díaz-Tuñón, naturales de Soto, del concejo de Aller, que se habían trasladado a Villoria como colonos del marqués de Campo Sagrado; en Villoria nació Zeferino, quinto de los siete hijos del matrimonio. Aprendió las primeras letras en Villoria, y latín en la preceptora de Ciaño. En 1844 ingresó en los dominicos de Ocaña (Toledo), en el colegio-seminario que el Gobierno español no suprimió en la exclaustración de 1836 por su destino a la formación de misioneros. En aquel centro inició la carrera eclesiástica, cursando tres años de Filosofía y uno de Teología; el 5 de mayo de 1848 salió de Ocaña rumbo a Manila (islas Filipinas) para continuar allí la carrera en la Universidad de Santo Tomás. El viaje fue largo y abnegado, pues no arribó a destino hasta el 8 de febrero de 1849. En Manila cursó los años de Teología que le faltaban, y obtuvo el doctorado en Filosofía y en Teología. En 1853 pidió que lo enviasen de misionero a Tunkin (hoy Vietnam), pero los superiores no accedieron, vinculándolo a la Universidad como profesor, para lo que poseía excelentes cualidades.

En una primera etapa enseñó Ciencias Naturales, rama académica que cultivó con juvenil entrega, organizando el gabinete de Física y Química y el Museo de Ciencias, y publicando sus primeros ensayos científicos: Los temblores de tierra, Manila, 1857 y La electricidad atmosférica y sus principales manifestaciones, Manila, 1858. De las Ciencias Naturales pasó a enseñar Filosofía y, poco después, Teología, distinguiéndose por su entusiasmo, su profundidad y su apertura a las corrientes modernas del pensamiento tanto en las ciencias naturales como en las ciencias del espíritu, que armonizó con el tomismo de mejor ley. Fruto de esa dedicación fue la obra Estudios sobre la filosofía de santo Tomás, en tres tomos, que vieron la luz en Manila en 1864. En la introducción describe el propósito y el método de la obra: “Exponer el espíritu y las tendencias generales de la filosofía del Santo Doctor y la elevación de sus ideas en la solución de todos los grandes problemas de la ciencia; comparar esta solución con la solución dada por la filosofía racionalista y anticristiana y, sobre todo, y con particularidad, fijar y comprobar el verdadero sentido de sus doctrinas. Tal es el pensamiento dominante y el objeto que nos hemos propuesto al escribir estos Estudios”.

Los tres tomos fueron la piedra angular, labrada en la Universidad Santo Tomás de Manila, de la restauración del neotomismo o “Tercera Escolástica” en España, donde fueron acogidos con sorpresa y admiración, y como antídoto del krausismo, que era la filosofía que estaba de moda. Menéndez Pelayo saludó con júbilo intelectual y católico los Estudios, aunque no compartía todos sus puntos de vista: “Quien escriba en lo venidero la historia de la filosofía española —sentenció—, tendrá que colocar en el centro de este cuadro de restauración escolástica el nombre del sabio dominico fray Zeferino González, que asombró a los doctos con sus Estudios sobre la filosofía de Santo Tomás, obra que, cuando los años pasen y las preocupaciones contemporáneas se disipen, ocupará no inferior lugar a las de Kleutgen y Sanseverino” (Heterodoxos, V: 413).

El título y el honor de iniciador del neotomismo en España, y aun en Europa, se lo otorgan generalmente los historiadores, salvo alguna discrepancia, como la de Unamuno. Aún a principios del siglo XXI, Vicente Cárcel Ortí revalida el juicio de valor de las aportaciones filosóficas y teológicas de Zeferino González, que se ensancharon y enriquecieron con varias obras posteriores a Estudios: “Su figura de intelectual y científico puro, prestado durante algunos años para las tareas pastorales, y su insólita personalidad hacen de él uno de los personajes más atractivos de la Iglesia en la España de la segunda mitad del siglo XIX, en la que estuvo considerado como uno de los grandes pensadores del momento a nivel nacional” (V. Cárcel Ortí, 2004:2001). El clima y la brega de profesor y escritor deterioraron su salud física, y a principios de 1867 regresó a España, concretamente a Madrid, a la casa de la Pasión, en la calle de ese nombre, hoy con el suyo, es decir, de “Fray Zeferino González”. De relieve fue el aula de filosofía libre que abrió para los jóvenes católicos, a la que acudieron nombres de mucho porvenir en las letras y en la política, entre ellos Alejandro Pidal y Mon, Eduardo Hinojosa, Antonio H. Fajarnés, etc. En 1873 publicó las lecciones que impartía en la casa de la calle de la Pasión, con el título de Filosofía elemental, editada en Madrid. Y Alejandro Pidal, discípulo aventajado, editó dos tomos más de los trabajos menores del maestro, bajo el epígrafe Estudios religiosos, filosóficos, científicos y morales (Madrid, 1873), algunos tan significativos como los titulados Filosofía de la Historia y Economía política.

Entre los años 1868 y 1871 fue rector del seminario de misioneros de Ocaña, y modernizó el programa del instituto, dotándolo de medios pedagógicos modernos y escuela de lenguas, y en el escaso tiempo libre que el cargo le dejaba, continuó sus estudios y publicó algunos opúsculos de mucha enjundia, como el titulado “Sobre una biblioteca de autores españoles” (Ocaña, 1869). En 1871 renunció a la rectoría de Ocaña, y regresó a la casa de la calle de la Pasión en Madrid. Su prestigio como sabio iba en aumento, y el Gobierno, aunque de talante liberal, lo presentó para una sede episcopal vacante, que entonces había varias. Al fin fue obispo de Córdoba, la antigua sede de Osio. Recibió la consagración episcopal en Ocaña el 24 de octubre de 1875. Su episcopado en Córdoba fue breve, pero muy fecundo en iniciativas pastorales, y también en publicaciones, entre otras, su pastoral comentando la encíclica de León XIII, Aeterni Patris, de la que en cierto modo había sido precursor. De Córdoba pasó a Sevilla como arzobispo en 1883; en 1884 fue nombrado cardenal, y en 1885, arzobispo de Toledo. Tomó posesión de la sede primada, pero, caso no común, renunció a los seis meses, y regresó a Sevilla. En 1885 presentó al papa León XIII la renuncia a arzobispo y a cardenal. El Papa le admitió la renuncia a arzobispo, mas no la de cardenal.

Durante los años episcopales continuó trabajando en libros tan valiosos como su Historia de la Filosofía, publicada en sus años cordobeses, en cuatro tomos (Madrid, 1878), y La Biblia y la ciencia, en dos tomos publicados en Madrid en 1891, que el padre Lagrange, fundador de la Escuela Bíblica de Jerusalén y de la Revue Biblique, asumió como guía de sus trabajos exegéticos. El cardenal Zeferino González y Díaz-Tuñón fue académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de la Real Academia Española y correspondiente de la Real Academia de la Historia. En el despliegue de su legado científico cabe señalar la coincidencia y, sobre todo, la sintonía con las tres grandes encíclicas de León XIII: la Aeterni Patris (4 de agosto de 1879) sobre la restauración de la filosofía cristiana a zaga del Doctor Angélico, la Rerum novarum (15 de mayo de 1891) sobre los problemas sociales, campo en el que Zeferino González fue también un precursor, sobre todo con la fundación en Córdoba y en Sevilla de los “Círculos de Obreros Católicos”, y la Providentissimus Deus (18 de noviembre de 1893) sobre la renovación de las ciencias bíblicas, asunto al que el cardenal Zeferino González dedicó su magistral libro La Biblia y la ciencia (Madrid-Sevilla, 1891-1892). En los últimos años de su laboriosa y fecunda vida se vio aquejado de dolorosa enfermedad. Y el 29 de noviembre de 1894 falleció en la casa madrileña de la calle de la Pasión, a la edad de sesenta y tres años y diez meses. Fue sepultado el 2 de diciembre en la iglesia del colegio misionero de Ocaña.

5) VICTORIANO GUISASOLA MENÉNDEZ

Oviedo (Asturias), 21.IV.1852 – Madrid, 2.IX.1920. Patriarca, senador, cardenal. Cursó sus primeras letras, así como los estudios filosóficos, en el seminario de su ciudad natal, pero una vez cerrado dicho centro a causa de la Revolución de 1868, pasó a la Universidad de Santiago de Compostela, en donde completó sus estudios teológicos y en donde, además, hizo la carrera de Leyes y obtuvo la licenciatura en Derecho Civil y el doctorado en Derecho Canónico. Ya en la época de sus estudios superiores se destacó por su gran capacidad polémica, colaborando activamente en los periódicos La Unidad, El Noticiero de Asturias y El Eco de Asturias, con artículos en defensa de la Iglesia, combatida por los liberales anticlericales e intolerantes.

En 1876 se ordenó de presbítero y fue nombrado beneficiado de la catedral en Ciudad Real, canónigo doctoral y catedrático de Derecho Canónico en el seminario de la capital del priorato de las órdenes militares, de reciente creación como prelatura nullius, de la que fue primer obispo su tío carnal, Victoriano Guisasola Rodríguez. Éste en 1882 fue nombrado obispo de Orihuela y posteriormente se llevó al sobrino de secretario cuando fue nombrado arzobispo de Santiago. De esta archidiócesis fue elegido vicario capitular tras el fallecimiento de su tío, y el 15 de junio de 1893 fue nombrado obispo de Osma. En esta pequeña diócesis castellana renovó los estudios del seminario, imprimiéndoles un mayor nivel científico con la introducción de las asignaturas de Ciencias Naturales, Física y Química, y elevando los estudios de Latín, Griego y Hebreo. Fue trasladado al Obispado de Jaén el 19 de abril de 1897. Su juventud, dinamismo, capacidad intelectual y dotes de gobierno tuvieron ancho campo de actividad pastoral en esta vasta diócesis andaluza en la que, a poco de tomar posesión, comenzó la construcción de un seminario conciliar con el título de San Eufrasio. Fue nombrado obispo de Madrid-Alcalá el 16 de diciembre de 1901 y tomó posesión de su nueva sede en la capital de España el día 29 de marzo de 1902, pero su pontificado fue muy breve, porque de Madrid fue trasladado a Valencia el 14 de diciembre de 1905, cuya archidiócesis gobernó hasta que en 1914 fue nombrado arzobispo de la primada de Toledo. Fue creado cardenal por el papa san Pío X poco antes de la muerte del Pontífice, y con el título de “Los Cuatro Santos Coronados”, el día 25 de mayo de 1914.

En Valencia tuvo unos comienzos difíciles porque la archidiócesis valentina había estado vacante de hecho durante casi tres años, ya que el arzobispo preconizado, fray Bernardino Nozaleda y Villa, antiguo arzobispo de Manila, nunca llegó a posesionarse de ella debido a las violentas agitaciones callejeras provocadas por anarquistas, socialistas y republicanos, que acusaban a Nozaleda de responsabilidades por la pérdida de las islas Filipinas. A todo ello se unió la precipitación del Gobierno, que quiso imponer a Nozaleda por la fuerza, sin conseguirlo, por lo que éste tuvo que renunciar al arzobispado valentino antes de tomar posesión de él. En esta tensa situación sociopolítica llegó Guisasola, quien tuvo un primer conflicto agravado a los pocos meses de su entrada en la diócesis porque el 27 de agosto de 1906 el conde de Romanones, nuevo ministro de Gracia y Justicia, dio una real orden relativa al matrimonio civil, que fue rebatida enérgicamente por Guisasola con una circular en la que denunció la violación de los derechos de la Iglesia y, en concreto, del artículo 11 de la Constitución de 1876, que reconocía oficialidad estatal a la religión católica. Había comenzado entre tanto el nuevo arzobispo a realizar la visita pastoral y se hallaba en Alcoy, en pleno verano, cuando sucedieron estos hechos. Tanto en aquella ciudad como en Valencia se produjeron manifestaciones contra el nuevo prelado y éste, en lugar de regresar a la capital, prefirió marchar a Madrid para evitar alteraciones del orden público. Controlada la situación, el gobierno que presidía el general López Domínguez le invitó para que regresara a Valencia, pero el arzobispo se negó porque no confiaba en las prometidas garantías de seguridad que le daban las autoridades civiles. Quedó vacante entre tanto el Arzobispado de Sevilla, por el fallecimiento repentino del valenciano Salvador Castellote Pinazo, muerto en la catedral de Jaén cuando se despedía de su diocesano, y Guisasola pidió el traslado a la sede hispalense, pero no le fue concedido.

El problema personal de Guisasola se convirtió en cuestión política nacional porque las autoridades de Madrid comprendieron que, con el pretexto de la carta pastoral del arzobispo, los republicanos exaltados lanzaban un reto al Gobierno provocando una crisis política sin precedentes. Por ello, el mismo Gobierno mantuvo su actitud, secundado por la Santa Sede, para que Guisasola regresara a Valencia. Pero esto sólo se pudo conseguir el sábado 23 de febrero de 1907, cuando el nuevo Gabinete, presidido otra vez por Maura, decidió acabar con la insurrección valenciana y proteger el retorno del arzobispo. El gravísimo conflicto de Guisasola tuvo sus orígenes en su mismo nombramiento, pues fue visto con desagrado por los republicanos, que le consideraban representante de los políticos más conservadores, y por otros partidos que le acusaban de hacer propaganda maurista en sus escritos pastorales. Amplios sectores católicos y del mismo clero valentino no consiguieron conectar con el prelado, al que se le reconocían virtudes y cualidades, pero también incapacidad para captar los problemas de Valencia.

Con estos precedentes y ante la gravedad de la situación política y social, la misión de Guisasola resultó muy difícil, pero en Valencia permaneció casi ocho años y su ministerio episcopal fue muy positivo, porque promovió la incipiente Acción Católica e impulsó otras asociaciones confesionales: la congregación de los Luises; la Unión de Damas de Intereses Católicos; la obra del Avemaría, que más tarde se convirtió en congregación religiosa, fundada por el canónigo Miguel Fenollera; la congregación del magisterio; el Ateneo Pedagógico para la formación de los maestros de enseñanza primaria, que editaba la revista El Educador Contemporáneo; la congregación sacerdotal con su círculo de estudios sociales; la Unión Apostólica del Clero; la congregación de ejercicios espirituales de Agullent; la Liga Eucarística y la Liga de Defensa del Clero y el Sindicato de la Aguja, animado por el canónigo Manuel Pérez Arnal. Restauró las colegiatas de Játiva, Gandía y San Bartolomé de Valencia y aprobó la pía unión, llamada Operarias Catequistas de Nuestra Señora de los Dolores, fundada en Alacuás por Josefa Inés Campos Talamantes.

Cuando llegó a Toledo, de cuya sede primada fue nombrado arzobispo el 10 de enero de 1914, desarrolló también un fecundo apostolado en todos los ámbitos y promovió la organización de los católicos y su presencia en la vida pública, así como la fundación de la Acción Católica femenina en 1919. Sin embargo, no siempre contó con el apoyo y la comprensión de sus hermanos en el episcopado, que consideraron excesivas algunas de sus iniciativas en el campo sociorreligioso. Escribió numerosas y extensas cartas pastorales, sobre todo las que se refieren a temas sociales, siguiendo fielmente las orientaciones pontificias de san Pío X y de Benedicto XV. Fue senador del reino y correspondiente de la Real Academia de la Historia y de la de Ciencias Morales y Políticas. Fue sepultado en la catedral metropolitana de Toledo.

6) MARIO CASARIEGO ACEVEDO, C.R.S.

Figueras de Castropol (Asturias), 13.II.1909 – Ciudad de Guatemala (Guatemala), 15.VII.1983. Cardenal de la Iglesia católica, de la Orden de los somascos. Hijo natural de Águeda Casariego, su padre se llamaba Mario López Acevedo. Dificultades económicas y problemas familiares provocaron que Mario Casariego, entonces con once años y ya huérfano de padre y madre, tuviera que emigrar a la ciudad mexicana de Puebla, para ponerse bajo la protección de un tío materno. Ambos pasaron después a Guatemala, donde falleció su tío, por lo que Mario, sin amparo, tuvo que llevar una vida difícil. Algo debió de ver en aquel niño Amelia de León, esposa del jurisconsulto salvadoreño Baltasar Estupiñán, que la impulsó a adoptar a Mario. Así, el futuro cardenal fue confiado a los cuidados del sacerdote Mariano Rosell Arellano, capellán de Santa Clara, después párroco de Palencia de Guatemala y luego arzobispo de la capital de ese país. En 1924 Mario cuenta ya quince años y pasa a recibir las enseñanzas de Antonio M. Brunetti, fundador de las obras somascas en América Central, residente en El Salvador, con el que el joven se prepara para ingresar en dicha orden. En 1936 se ordena sacerdote. Empieza a trabajar entonces en un lugar muy conocido para él, pues allí había cursado sus primeros estudios: la Escuela de Menores de la Ceiba de Guadalupe, donde pronto se revelan sus condiciones de organizador y hombre de acción.

Con ocasión de celebrarse en 1958 la tercera peregrinación salvadoreña a Roma, Casariego recibe la noticia de su nombramiento como obispo titular de Pudenciana y Auxiliar de Guatemala; el propio Juan XXIII lo consagra personalmente. Con este motivo, Casariego se traslada a vivir a Guatemala. Poco después es nombrado director nacional de la Acción Católica y vicario general. A la hora de la celebración del Concilio Vaticano II, Casariego toma parte activa en todas sus sesiones. Dado el talante conservador de Casariego y su conocimiento de la realidad americana, en 1956 el vicepresidente R. Nixon lo invita a pronunciar una conferencia en la ONU sobre la pedagogía somasca. Realizará algún viaje más a Washington durante los mandatos de Eisenhower (1953-1960), para ser consultado sobre la infiltración comunista en Centroamérica. Llegado J. F. Kennedy al poder en 1961, y creada la Alianza para el Progreso para llevar adelante su política anticomunista, el presidente llamará en más de una ocasión a Casariego para hablar de la situación política en el área del Caribe.

La proximidad de Casariego a la jerarquía eclesiástica, a la curia romana y a los poderes públicos constituidos motivó que, dada la grave situación social y política por la que atravesaba Centroamérica, su papel fuese criticado por aquellos que pensaban que la jerarquía eclesiástica debía estar más cerca de los necesitados y oprimidos; no sólo procurando remedios asistenciales desde los aledaños del poder, como hacía Casariego, sino asumiendo personalmente los problemas de los más desfavorecidos. Lo cierto es que el incremento de la inestabilidad social y política en América Central, la acción de los grupos guerrilleros de derechas e izquierdas y los movimientos renovadores que agitan a la misma iglesia americana, van llevando a Casariego hacia posturas cada vez más conservadoras, aunque no cesa por ello de pedir reformas sociales y políticas y la protección de los derechos humanos. Para salir al paso de los requerimientos de izquierdas y derechas, el 15 de agosto de 1962, el obispado guatemalteco publica una carta pastoral conjunta bajo el título Los problemas sociales y el peligro comunista, en la que, al hilo de la encíclica de Juan XXIII Mater et Magistra, los pastores guatemaltecos no sólo constatan la gravedad de la situación económica y social del país, sino que hablan de la función social de la propiedad, de la intervención de los poderes públicos para desarrollar aquella función, del derecho a la libre asociación, a un salario justo; se manifiestan en contra del capitalismo exacerbado, piden una nueva estructura de la sociedad agrícola y la distribución de la propiedad de la tierra. La carta la firma también Casariego, como obispo auxiliar de Guatemala.

En septiembre de 1967, el episcopado guatemalteco, presidido ya por Casariego, publica otra carta pastoral, titulada Problemas humanos, sociales y económicos de Guatemala, en la que, sin eufemismos, y dando muestras de una gran preocupación, saca a relucir la gravedad de aquel estado de cosas, provocado por las injusticias sociales y políticas y la actuación de los distintos grupos guerrilleros, y anima a emprender sin temor un cambio total en el país, mientras, predicando con el ejemplo, ataca algunas manifestaciones del lujo y el boato eclesiásticos. En 1968, la crisis social y política que venía sufriendo Guatemala se agudiza todavía más, si cabe, y en el mes de marzo el grupo guerrillero de extrema derecha Manos Blancas secuestra a Casariego, buscando con esta acción hacer callar aquella molesta voz y, al mismo tiempo, derribar al Gobierno, haciendo recaer la responsabilidad en los grupos de izquierda. El clamor que se desata en el país y en el mundo entero provoca que, a los cuatro días, Casariego sea puesto en libertad. Poco más tarde, y como contrapartida, un grupo guerrillero de izquierdas asesina al embajador de los Estados Unidos en Guatemala. En el consistorio que se celebra en el mes de abril de 1969, Mario Casariego es nombrado cardenal por Pablo VI (con el título de Santa María de Aquiro), junto con V. E. Tarancón, F. Marty y el jesuita J. Danielou. Casariego se convierte así en el primer cardenal de América Central.

El 29 de julio de 1976, Casariego publica su carta pastoral número catorce, en la que denuncia, por un lado, todo tipo de injusticias sociales y, por el otro, a aquellas personas que intentan cambiar el orden y la naturaleza de las cosas. Difícil postura la de Casariego, que, también desde el punto de vista religioso, quiere mantenerse lejos de una Iglesia que no se ha renovado, así como de las orientaciones de la teología de la liberación. Como es de imaginar, el pensamiento de Casariego será interpretado de las más diversas maneras, aunque nunca se aparte de la doctrina del Vaticano. Finalmente, en 1983, Juan Pablo II emprende un difícil viaje a América para visitar Costa Rica, Nicaragua, Panamá, El Salvador y Honduras. Llega a Guatemala el 6 de marzo, cuatro días después de haber sido ajusticiados seis jóvenes. El presidente de la República, Efraín Ríos Montt, perteneciente a una Iglesia fundamentalista, pronuncia un discurso de bienvenida cargado de equívocos, al que responde el Papa con otro en el que condena duramente la violación de los derechos humanos. El resto de la visita transcurre entre el clamor popular y la frialdad oficial. Casariego, con setenta y cuatro años entonces, agotado por los trabajos preparatorios del viaje y después de sufrir en carne propia las tensiones habidas entre el Papa y el presidente de la República, es hospitalizado poco después de finalizar la visita, al habérsele agravado la insuficiencia cardíaca que ya padecía. Falleció poco después.

7) FRANCISCO ÁLVAREZ MARTÍNEZ.

Nació en Ferroñes, Llanera (Asturias) 14/07/1925 - Madrid 05/01/2022). Finalizado el bachillerato universitario en el Instituto de Oviedo, ingresa en el Seminario Diocesano en el año 1943, y cursa los estudios eclesiásticos primero en Valdediós y luego en Oviedo donde los concluye. Fue ordenado sacerdote el 11 de junio de 1950 por manos del entonces Obispo de Oviedo Monseñor Francisco Javier Lauzurica y Torralba. Sus encomiendas fueron: Secretario particular del Prelado (1950 - 1957), Colabora en la Parroquias de San José de Pumarín (1950-1954), Amplia estudios- Licencia Derecho Canónico en Salamanca (1954-1957), Colabora en la Parroquia de San Juan Bautista de la Corredoria - Oviedo (1957- 1958), Doctorado Derecho Canónico en Universidad Pontificia de Comillas - Madrid (1961-1962), Canónigo de la S.I.C.B.M. de San Salvador de Oviedo (1958 - 1962), Canónigo Arcediano de la S.I.C.B.M. de San Salvador de Oviedo (1962 - 1973), Canciller - Secretario del Arzobispado (1957-1960) y Miembro fundador secretario de la Fundación Vinjoy - Escuela de Sordomudos (1957-1960).

En enero de 1960 se ausenta de la diócesis para acompañar al Arzobispo Francisco Javier Lauzurica y Torralba en su larga enfermedad en Madrid hasta su fallecimiento en abril de 1964. A su regreso a la diócesis es nombrado Capellán de la Residencia Universitaria de la Institución Teresiana (1964 - 1973) y Monseñor Tarancón le vuelve a designar Canciller - Secretario del Arzobispado, cargo en el que permanecerá hasta 1970. Fue también Secretario del equipo de Vicarios (1965 - 1973), Vicario Episcopal de Curia (1970- 1973) así como Miembro del Consejo Presbiteral durante dos etapas.
 
Preconizado obispo de Tarazona el 14 de abril de 1973, tomó posesión y recibió la ordenación episcopal en la catedral de Tarazona de manos de Luigi Dadaglio, nuncio apostólico de la Iglesia católica en España, el 3 de junio de 1973. El 7 de julio de 1975 fue nombrado administrador apostólico de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, tomando posesión el 13 del mismo mes. El 20 de diciembre de 1975 fue preconizado obispo de la misma diócesis, de la que tomó posesión el 16 de enero de 1977. El 12 de mayo de 1989 fue trasladado a la diócesis de Orihuela - Alicante, de la que tomó posesión el 17 de junio del mismo año.

Designado para ocupar la sede primada de Toledo el 23 de junio de 1995, toma posesión de su nueva archidiócesis el 24 de septiembre del mismo año. El 26 de junio de 1996 fue nombrado administrador apostólico de Cuenca hasta el 15 de septiembre. Es creado y publicado cardenal de la Santa Iglesia Romana, del título de Santa María "Reina de la Paz" en Monte Verde, por Juan Pablo II, en el consistorio del 21 de febrero de 2001. Miembro del Consejo Pontificio para los Laicos y del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Pertenece al Consejo de Presidencia y a la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española.

En 1998 el Gobierno del Principado de Asturias le concedió una de las Medallas de Plata de Asturias de ese año.​ Álvarez fue nombrado Hijo Adoptivo de la Ciudad de Oviedo por su ayuntamiento en el año 2000 y en el año 2001 este le puso el nombre de Cardenal Álvarez Martínez a una calle en La Corredoria. También fue nombrado Hijo Predilecto de Llanera, su concejo natal, en el año 2000 y tenía una avenida con su nombre en Posada, capital del concejo.

El Papa aceptó su renuncia por edad el 24 de octubre de 2002. En su condición de cardenal participó en el cónclave que eligió a Benedicto XVI. Sus últimos años de vida no se le veía en actos públicos debido al deterioro cognitivo que padecía. Falleció en Madrid el día 5 de enero de 2022, después de una larga enfermedad. Sus restos reposan frente a la capilla de la Bajada de la Virgen en la Catedral de Toledo. 

8) ÁNGEL FERNÁNDEZ ARTIME, S.D.B.

(Luanco, 21 de agosto de 1960) es un cardenal católico español, rector mayor de la Congregación Salesiana, desde 2014. Ángel nació en una familia de pescadores, el 21 de agosto de 1960, en la parroquia de Luanco, del concejo español de Gozón. A partir de 1970 asistió a un internado en Astudillo y posteriormente a un colegio en Cambados durante tres años y luego al Centro Don Bosco de León. ​

Estudió Filosofía en la Universidad de Valladolid, y Teología en Santiago de Compostela. También realizó una pasantía Pastoral de dos años en León. Obtuvo las licenciaturas en Teología pastoral, Filosofía y Pedagogía. ​Ingresó en la Congregación de los Salesianos, completando el noviciado en Mohernando. Realizó su primera profesión de votos religiosos el 3 de septiembre de 1978, y la profesión solemne el 17 de junio de 1984, en Santiago de Compostela. Su ordenación sacerdotal fue el 4 de julio de 1987, en León.​

Trabajó inicialmente como profesor y pastor en el Colegio Santo Ángel de Avilés. Luego trabajó como delegado para la Pastoral Juvenil en la Inspectoría de León de los Salesianos y dirigió el Colegio Don Bosco de Orense. También fue miembro del Consejo Provincial y actuó como vicario del provincial. De 2000 a 2006, fue provincial de la Orden Provincia de León. También fue miembro de la comisión técnica que preparó el 26° Capítulo General de los Salesianos, celebrado en 2008. En 2009 fue nombrado provincial de la Inspectoría Argentina Sur, con sede en Buenos Aires, en este período tuvo la oportunidad de conocer y colaborar personalmente con el entonces arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy papa Francisco.

El 23 de diciembre de 2013, fue nombrado provincial de la Provincia Sur de la Orden Española de María Auxiliadora, con sede en Sevilla, cargo que iba a ocupar en mayo. Sin embargo, ya no asumió esta tarea pues el 25 de marzo de 2014, fue elegido rector mayor por el 27º Capítulo General de los Salesianos. Es el primer español y el tercer no italiano en convertirse en rector de los Salesianos. Como rector mayor, presidió la inauguración de las celebraciones del 200 cumpleaños de San Juan Bosco el 24 de enero de 2015, en Turín. ​El 11 de marzo de 2020, fue confirmado en este cargo por el 28º Capítulo General 89.​ En su calidad rector mayor, es también Gran Canciller de la Universidad Pontificia Salesiana y de la Universidad Pontifica de Auxilium(2014-2021), así como del Pontificium Institutum Altioris Latinitatis.

En 2018 participó en la XV Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos. Fue creado cardenal por el papa Francisco durante el consistorio del 30 de septiembre del mismo año, con el titulus de cardenal diácono de Santa María Auxiliadora en Vía Tuscolana. Es el primer superior de una congregación religiosa en ser nombrado cardenal. Es el primer cardenal elegible sin ordenación episcopal desde Roberto Tucci en 2001. El papa Francisco ha anunciado que se le asignará una nueva tarea, aún desconocida, a partir del 1 de agosto de 2024. Con efectos a partir del 31 de julio de 2024, Fernández tendrá que dimitir de su cargo de rector mayor de los Salesianos.​ El 4 de octubre de 2023 fue nombrado miembro del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica. ​

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