jueves, 5 de mayo de 2022

In Memoriam: D. Luis Marino Fernández Solís, el canónigo de la sonrisa sincera. Por Rodrigo Huerta Migoya

Aún no hemos aprendido aquello que cantaba el salmista: "Señor, enséñanos a calcular nuestros años". Amanecía el jueves, día sacerdotal, mientras la noticia de que D. Luis Marino nos había dejado en plena madrugada se iba extendiendo. Como a muchos amigos, aún la cabeza no acaba de asimilar su ausencia. Quizá algunos digan que no era una noticia inesperada dada su delicada salud, pero no por ello el óbito de alguien querido y cercano deja de impactarnos y remover mente y corazón en apilados recuerdos que van, vienen y se superponen.

Qué duro es tener que decir adiós a alguien tan especial y buena persona como él lo era, pero es en estos momentos precisamente cuando se reafirma en uno mismo la fe en Jesucristo Resucitado. Este es el tercer artículo que escribo sobre ti mi querido amigo Don Marino; el primero fue por su marcha de las parroquias a la canonjía, el segundo por su recuperación "milagrosa" -que me recuerda la Resurrección de Lázaro como un anticipo de lo que luego será inapelable- y ahora me toca el más difícil... No tengo la mente muy clara todavía, pero cuando trato de ordenar las ideas pienso aquello que me decías sobre los artículos anteriores; que cuando estabas flojo de autoestima los volvías a leer para cargar las pilas... Siempre te gustaban mis escritos, quizá porque eran un poco "barrocos" como tú. Te gustó mucho el que hice de Madre Maravillas y sus vínculos con Covadonga, y te dije: ''pues cuando escriba sobre los hábitos corales te caes patas arriba''... Como te conocía muy bien, sabía sacarte la carcajada fácil y tu sonrisa noble y picarona cuando estabas bajo de ánimo, y sabía qué detalle se te podía regalar para el cumpleaños, el aniversario de ordenación o el santo que te prestara por la vida. Hoy te escribo con todo mi cariño esta necrológica, es mi último regalo... Gracias por tanto y espero que también desde el cielo te guste:

Canónigo de corazón grande 

Nacido en Pravia en 1960, esa señorial Villa y corte del Reinado del monarca Silo; quizá viniera de ahí su propio ser monárquico hasta la médula. En esa localidad, uno de los reductos del catolicismo en la Asturias del siglo XX, dio sus primeros pasos Luis Marino en el Colegio de las Hermanas del Santo Ángel, donde dijo su primera palabra: "memé''; no mamá, sino "memé", aludiendo a su primera profesora de párvulos, la Hermana Salomé. Hubo otras también muy queridas por él: Sor Navidad, Sor Fernanda, Madre Valentina etc...

En aquella Parroquia, antaño Colegiata, recibió las aguas del bautismo y descubrió su vocación viendo el apostolado del venerable párroco del lugar, D. Manuel Méndez Díaz. Parroquia de Adoración Nocturna, procesiones, vida litúrgica cuidadísima, integración de las religiosas del Santo Ángel y las Franciscanas del Buen Consejo en la vida pastoral; confesiones, cultos a Nuestra Señora del Valle... La labor del buen cura dio sus frutos: vocaciones sacerdotales para el seminario diocesano, y también de religiosas y religiosos: jesuitas, Lumen Dei, Capuchinos, Legionarios de Cristo... Ahí fue monaguillo el pequeño Marinín del mismísimo Arzobispo Don Segundo de Sierra y Méndez, cuando iba a pasar sus vacaciones en el palacio de Los Moutas con su hermano D. Gonzalo. 

En Pravia estaban sus raíces y sus primeros recuerdos: Las casas de los canónigos, las Mercedes, Doña Pura, los sacristanes Rivas y Teodoro, Don Ángel Obeso, cura coadjutor del lugar, el P. Maximiliano García Cordero O.P. predicando tantos años la Semana Santa praviana, las Saavedras en la sacristía y el armonio... Y así podríamos seguir con una larga retahíla. 

En Avilés vive durante la semana, aunque los fines de semana se escapaba a Pravia. Siempre deseaba que fuera viernes para coger el tren rumbo a su pueblo y escapar del humo de la ENSIDESA. Aún conoció la parroquia de Llaranes "cuando era católica, apostólica y romana" -como él decía- con dos comunidades de hijas de la caridad, una comunidad de salesianos y dos sacerdotes diocesanos. Era párroco D. José Borbolla (primer sacerdote de la diócesis en secularizarse) y coadjutor José María Lorenzo (que aún iba de sotana). Con la deriva de la Parroquia Luis Marino empezó a frecuentar otros templos donde pudiera salir de la celebración "como Dios manda" sin pasar atragantones. Frecuentaba San Nicolás de Bari, así como la iglesia de los padres franciscanos, donde se confesaba y tenía a su director espiritual. 

Se formó en ese gran colegio avilesino que fundara el sacerdote de Molleda D. Víctor Pérez García-Alvera, que durante quince años ejerció como director del Colegio San Luis de Pravia antes de recalar en la Villa del Adelantado. Más la biografía de Luis Marino no se entiende sin varios hechos que marcaron su niñez: el atropello de un coche del que salió ileso, y la muerte de su hermano Jorge. En el San Fernando conoció al que sería uno de sus grandes amigos: Fernando Velado, que también frecuentaba la Iglesia de San Antonio. A ambos les unía su vocación, y hasta se pensaron en ingresar en la Seráfica Orden; más al final, optaron por la vida y ministerio secular. Ya en el Seminario, fue cuando empezaron a aparecer los problemas. Marino comentaba: "ves; confundímonos, teníamos que haber ido pal convento".

Tenía una conciencia vocacional que le obligaba a ser agradecido de saberse llamado y elegido; vivió siempre al día su vocación, con sus luces y sombras. Como seminarista, estuvo en Jove con D. Laurentino, donde conoció a Vicente Pañeda que años después ingresaría también en el Seminario. Estuvo en San Miguel de Pumarín con el recordado D. José; le tocó ser catequista de los más rebeldes de la Parroquia, así como asumir por indicación del cura poner en marcha los cursillos prebautismales. Pero donde disfrutó como seminarista fue en Somió con D. Pío, donde aprendió mucho, conoció a gente de todo tipo y saboreó las delicias que la hermana del cura le preparaba los fines de semana. A aquel joven al que le encantaba la historia, le apasionó ver cómo en aquel rincón de Gijón ya se hablaba de un "alzamiento" semanas antes de suceder el 23-F. 

Ya ordenado diácono le destinan nuevamente a Gijón: los fines de semana a la Sagrada Familia de Contrueces con D. Aurelio Llorens, en aquel bajo provisional de la calle Río Sella 58 donde celebrará una de sus primeras misas. Y durante la semana a San Lorenzo con el carismático D. Manuel Álvarez Menéndez. El anciano Párroco le encargó al joven diácono predicar el primer día de la Novena a la Inmaculada. Minutos antes de salir al altar, Luis Marino temblaba de nervios y preguntaba: ¿no vendrá mucha gente verdad?, a lo que D. Manuel para quitar hierro, respondió: ''no te preocupes nenin, que seremos cuatro gatos''. Cuando salieron al altar la Iglesia estaba más llena que un domingo en misa de doce, y el pobre diácono casi se marea de la impresión. 

De cara a la Ordenación, movilizó a sus compañeros para hacerlo todos juntos en la Catedral. Hacía muchos años que en la Diócesis las ordenaciones se venían celebrando de forma individual en la parroquia de cada ordenando, a las cuales acudía el Arzobispo o su Auxiliar. Cambiar aquella costumbre fue una epopeya, pero Marino se empeñó y lo logró. Todos los del curso se ordenaron el 10 de junio en la catedral para alegría de los canónigos y sacerdotes mayores -D. José Martínez, el prefecto de liturgia, era la viva expresión de la felicidad por aquel acontecimiento-. Sólo uno del curso se ordenó aparte: D. Andrés Pérez Díaz, que recibió la ordenación en la parroquia de Jove . 

El primer destino: Cerredo (concejo de Degaña), tuvo más hieles que mieles. Vivió en una casa rectoral muy pequeña compartida con el otro sacerdote; tejado de uralita y por ende mucho frío en aquellas alturas, pero aquello fue casi lo menos importante. Mucho tuvo que tragar y aguantar... Pidió audiencia al Arzobispo para explicar los problemas que había de convivencia con su imperado compañero; hubo de escuchar que el verdadero problema era a él... Guardó silencio y se limitó a vivir su vocación. Verle por Cerredo con su sotana y su breviario paseando bajo el trapeo de la nieve debía ser una estampa digna de ilustrar por Walter J. Ciszec: ''Caminando por valles oscuros''. Los feligreses, que no por ser mineros tienen un pelo de tontos, entendieron pronto lo que otros no supieron ver, y una noble familia acogió a Luis Marino en su casa al comprender que pasaba las horas dando vueltas por los pueblos porque lo último que quería era compartir dramáticamente el tiempo y reducto espacio con el otro sacerdote. Aún hoy en aquellas parroquias se recuerda su breve paso y su nobleza tan natural.

Llega a su segundo destino: Villayón en un momento complicado; había habido problemas con los últimos párrocos y no estaba el horno para bollos. Su antecesor había sido destinado como cura de Barcia y coadjutor de Luarca. Al año de estar en la Parroquia le llama el Vicario de Zona para decirle que su predecesor acababa de ser asesinado y que sus padres estaban allí en Villayón pasando unos días en la fonda de pueblo, que por favor se acerque hasta allí y les comunique que acaban de perder a su único hijo asesinado a tiros en una pensión de Madrid. Aquello le costó una úlcera de estómago que le dejó en los huesos. En aquellos momentos se empiezan a secularizar los curas del entorno y le toca asumir más parroquias; cada vez que sonaba el teléfono y era el Vicario se ponía en lo peor. Aquellas noticias le afectaban mucho... El Vicario le decía: ''Se ha secularizado el cura de la Montaña tienes, que hacerte cargo de la Parroquia''; ''oye, que se ha ido el cura de Ponticiella, admínistrala hasta nuevo aviso''; ''mira, que Don Luis el de Anleo ya no está para conducir y es mejor que desde mañana atiendas tú Arbón''... Jamás dijo que nó a nada, y es en este destino donde sufrió los primeros infartos y complicaciones cardiacas... 

Llega a Piloña a poner fin a una saga: «los Corripio», que con tanto mimo y celo pastorearon la feligresía de Villamayor y sus anejos. Entre Don Ángel y Don Miguel Ángel; entre tío y sobrino, casi un siglo vinculados a la citada parroquia desde la toma de posesión del primero en 1938 y hasta la jubilación del segundo en 1996. También el bueno de Don Luis Ardavín, hermano del renombrado mártir, le daría buenas cuentas de la vida, historia y complejidades de las parroquias de la zona, en especial de la Iglesia de Villa, que tantos quebraderos de cabeza le supuso.

Aquel piadoso arciprestazgo de Piloña estaba ya, por el paso del tiempo, «herido de muerte»; aún así, le tocó trabajar todavía con algunos de «los últimos de Filipinas» que allí seguían por entonces al pié del cañón: Don Demetrio Pelaez, Don Alfonso Carrandi y Don José Cernuda, que muchos aún a día de hoy, cuando le recordamos en su descanso eterno seguimos llamando "el cura de los Montes". Eran aquellos meritorios curas de aldea que habían sobrevivido a una «revolución», a una guerra fratricida, al Conclio y Postconcilio. Quizá por ello se habían hecho incombustibles, mirando siempre al frente sin escandalizarse de nada, siguiendo entregándose a su labor pastoral con el mismo ímpetu del primer día y que bien ejemplificaba el cura de Espinaréu cuando dejaba caer su coletilla de: "fai fumu"… Era el ardor y la prisa por llevar a Cristo a los hombres.

D. Luis Marino pronto se supo inculturizar en el lugar, no sólo conociendo nombres, familias, motes y topónimos, sino sumergiéndose también en los detalles de la historia local, de la que me consta fue buen conocedor y entendido. Ello le sirvió para defender la fe desde el propio bagaje histórico parroquial con hechos como la colocación del crucero de Villamayor, para reivindicar la ubicación del antiguo templo; o la recuperación de devociones perdidas con los años, como la de San Ramón en Argandenes y tantísimas otras... 

Qué decir de su defensa desde el primer día, de los restos del monasterio de Santa María de Villamayor, cuando a su llegada parecía que nadie se acordaba ya de aquella inmortal abadesa que fuera Mencía de Mones. Ahí queda también su lucha por la rehabilitación del edificio y el espacio sacro del ábside, que tanto trabajo costó y por el que a tantísimas instancias hubo de apelar. Sus ideas para la rehabilitación del complejo fueron acogidas en su totalidad por el arquitecto, incluyendo el detalle de simular la espadaña para que los turistas sitúen dónde estaba la portada del templo conventual. Sé que le hubiera gustado dotar al ábside de un cristo al estilo del crucifijo de Viñón. Sin duda alguna, esta joya del románico es el mejor lugar para la misa diaria de la Unidad Pastoral. 

También defendió el valor de «Nuestra Señora del Corriellu», a la siempre se refirió como una de las devociones marianas más antiguas de Asturias, y que ya el Ayuntamiento de Piloña ha incluido en sus catálogos turísticos y culturales como uno de los tesoros del patrimonio local. Y hablando de la Madre de Dios, no podemos omitir a la Virgen de la Cueva, de la que D. Luis es tan devoto y a la que tantísimos días -por no decir todos- de su vida en Piloña ha ido a saludar para rezar a sus pies el rosario. Ya a finales de los noventa, defendía este cura de Villamayor el patronazgo de la Cueva sobre toda Piloña, pero aún habrían de pasar unos cuantos años hasta que esa declaración que debía ratificar la Santa Sede se verificase. Muchos no saben que Marino estuvo detrás desde siempre y en la sombra, recopilando documentos sobre el Santuario, haciéndolos llegar donde correspondía y animando a destacados fieles y personalidades de Piloña para que se promocionara el tema con la obligación que imponía de la omisión de su nombre. A Dios y a su Madre no se le escapa, y parece que a Roma tampoco, pues cuando llegó «la bula» del patronazgo, esta apostillaba: "al abnegado clero de Piloña"...

Cuánta gente buena hizo posible que esas parroquias tuvieran una liturgia digna y «de primera»: Elenita, Pablo Rosete, Bernardo… Cuántos predicadores, conferenciantes y hasta prelados han venido a presidir la fe en esta periferia de la tierra del asturcón: el de Oviedo, Tarragona, el Auxiliar de Madrid, etc… Ha sido tanto bueno lo realizado que sólo queda dar gracias; sólo eso, sentirse satisfecho de que en su nombre durante esos años y en esa tierra "por su Palabra" echó las redes Marino.

En 2008 se añadirían las cuatro parroquias de la anexa UPAP; otro reto, pero volvió a salir airoso. Pronto se pondría manos a la obra de nuevo para que esas parroquias fueran igual de mimadas y cuidadas que las otras: arreglos en el cementerio de Los Montes, imposiciones del escapulario del Carmen en Sevares, recepción de reliquias en la capilla de Sardea (Cereceda), candelabros nuevos para el altar de Sorribas… Siempre había algo que hacer, aunque fuera tan sencillo como merendar con los vecinos, visitar a los enfermos o coger el coche para ir al tanatorio… En fin, el día a día de un cura de pueblo que como los de todos también tienen sus afanes.

¡Y más obras!: la Capilla de San Miguel de Villa, los muros del cementerio de Sevares, ¡Y cuántas vivencias!… Ahí queda en el recuerdo el cierre de la fábrica de «Chupa Chus», el famoso y falso «Obispo Mingo», o tantas otras malas y buenas anécdotas; prevaleciendo, a buen seguro, las segundas. Alguien decía no falto de razón, que con su marcha Piloña será un poco menos católica, y es que si en algo se ha caracterizado siempre su pastoreo ha sido por la ortodoxia, por transmitir la verdad que la Iglesia predica y por el cuidado de lo que a Dios le pertenece.

Mientras tuvo fuerzas y salud se maltrató a sí mismo por atender sus parroquias; era una auténtica barbaridad la cantidad de celebraciones que tenía los fines de semana para no dejar éstas sin misa. Recuerdo una tarde de domingo que nos presentamos en su casa varios amigos con D. Joaquín, en una visita sorpresa, y su madre nos dijo: ''está a punto de llegar''. Llegó y al ver a D. Joaquín le dijo: ''Ya me podías hacer tú esta misa'', a lo que D. Joaquín dijo: ''ya he celebrado tres hoy'', y D. Luis Marino dijo: ''ésta va ser mi séptima''... D. Joaquín le dijo: "vete a casa y descansa que esta misa te la celebro yo de mil amores... ¿Qué hizo el Párroco?: se quedó rezando en el último banco mientras el compañero celebraba...

Aún tenía muchos proyectos para las parroquias que no pudo llegar a realizar, ojalá algún día se puedan completar estos pequeños sueños de D. Luis Marino, algunos eran tan sencillos como tener dinero para pintar en Miyares, San Román, Cereceda... restaurar la sacristía de Borines, comprar una imagen de la Asunción para sacar en procesión en Villa, ponerle aureola nueva a San Román y cambiar la cubierta y el suelo del cabildo; poner megafonía para la sede en Sevares y Villamayor: ¡tenía tan metidas en su cabeza y corazón estas parroquias! Decía que si le tocara la lotería haría un cementerio nuevo en Los Montes en un sitio más digno, para que no tuviera que estar los difuntos desperdigados unos en una esquina de la iglesia y otros con unas escollera en medio. 

Pero lo que sí le hubiera gustado mucho hubiera sido reformar los presbiterios de Borines y Miyares; me consta que preguntó por media España si en algún convento o monasterio hubiera algún retablo en un trastero que se pudiera donar para estas parroquias. Cuando se retiró el retablo de la Catedral, que finalmente fue para Arenas de Cabrales, D. Marino intentó que hubiese ido para Piloña. 

Pero una cosa son los sueños, y otra la realidad; si por él hubiese sido, hubiera puesto un reloj en la fachada de la iglesia de Sevares, pero el hundimiento del muro del camposanto, cuya reparación superó los 43.000€ metió los sueños de nuevo en el cajón. Tenía en mente recuperar la advocación de Nuestra Señora de Villamayor, encargando una talla de estilo románico que fuera una fiel réplica de la que había en el monasterio piloñés, y que se aprecia en algunas litografías. Hubiese querido participar del reconocimiento como testigo de la fe de su antecesor, D. Lázaro Sanmartín Camino, aunque como él mismo decía: ''Dios ya le ha premiado, da igual que nosotros ahora tardemos más o menos en reconocer lo que para el Señor ya es una realidad hace tantísimo''. 

Nunca dejó "tirados" a los feligreses, muchos recordarán cómo los últimos años de párroco ya no podía salir en procesión o lo hacía ayudado de un bastón. Hubo muchas veces que su salud le impedía estar al pie del cañón, pero él no suprimía nada; buscaba un cura donde hiciera falta, pero sus fieles no se quedaban sin su misa, sin su fiesta o sin su procesión. Quizá alguno pensó que su Párroco los despreciaba al no ir y mandar a un cura de fuera, todo lo contrario: vuestro cura os quiso tanto que no quiso dejaros sin fiesta por culpa de su salud. Otras veces hacía esfuerzos sobrehumanos por cumplir su misión: cuántas veces en la sacristía antes de salir al altar le daba un ataque de tos, hiperventilaba o sentía ya alguna taticardia... Bernardo, el buen sacristán le decía con frecuencia: ''Don Marino usted no está para salir al altar, sino para ir ahora mismo a urgencias'', pero él primero celebraba y después si se le había pasado, iba para casa.

Ahí queda su querida rectoral de San Román -el último y grandísimo disgusto antes de marchar a Covadonga- con su huertina, la cual su padre cuidó con mimo y que los mininos hicieron suya porque en su inmenso amor adoraba a los animales, en especial a los gatos; la sacristía de Borines con la cafetera para las tertulias, los pillos monaguillos de Miyares, los locales de Villamayor, la empinada carretera a Pandavenes, las fiestas vecinales en Sorribas… En definitiva, esa grey que ha amado con su propia vida y con las incomprensiones que esto lleva muchas veces aparejado. Con disgustos y problemas que incluso le llevaron, por amor de su rebaño, a plantar cara en la misma Curia Diocesana en más de una ocasión...

Era un hombre culto, gran conocedor de la historia de la Iglesia y un enamorado de la teología dogmática, cuidadoso de las cosas de Dios, buen predicador... Esa voz suya ronca, baja, quebrada, le hacía inconfundible. Siempre fue persona tímida en el fondo, pero tenía gran facilidad para entablar diálogo. El tabaco jugó siempre en su contra hasta que tomó la firme decisión -impuesta mil veces- de dejarlo, pero esto le llevó a coger algún kilo de más. Se mortificaba mucho, pero su nerviosismo y ansiedad le complicaban.

Su amor a la Iglesia y el respeto a la jerarquía era total y absoluto. En aquellos finales de los años noventa en que se criticaba con mucha frecuencia en la prensa asturiana la figura del Papa polaco -al que ahora llamamos San Juan Pablo II- Luis Marino salió al paso con una de sus genialidades. La iglesia parroquial de Villamayor está dedicada al Apóstol San Pedro, primer Papa de la Iglesia, Vicario de Cristo como sucesor. Con este pretexto colocó un mástil junto a la fachada del templo con la bandera del Vaticano, que era una forma de decir: esta parroquia es de Pedro, y su Párroco se sabe ''cum Petro et sub Petro''. Puede parecernos una tontería, pero la mayoría de coches y autocares de las parroquias que acudían a la Novena de la Santina y pasaban ante la iglesia de Villamayor, se quedaban mirando a aquella bandera preguntando a sus curas ¿de dónde es, o qué significa?... Mucho dio que hablar aquella enseña; a muchos cabreó y otros tantos alegró a su paso por ese pueblo, del que me enseñó mi abuelo es el de las dos mentiras: ''pues ni es villa, ni es mayor'', pero tiene presencia vaticana...

Qué decir de su amor a los sacerdotes. Le partía el alma ver divisiones. Fue feliz siendo párroco rural, jamás aspiró a otra cosa, pues creía que ese era su lugar. Cuando le iba a ver a Covadonga y yo le hacía bromas de lo bien que le sentaba la sotana con ribetes rojos, me decía: "no dejo de ser un cura de pueblo venido a menos"... Él solía decir que su único mérito para ser canónigo era estar tan enfermo como para no poder seguir con los pueblos, pero tampoco tan grave como para mandarle a la Casa Sacerdotal. No era cierto; acreditados han quedado sus méritos, de los cuales podrán dar fe en los concejos de Villayón y Piloña. Siempre escapó de reconocimientos y aplausos, así lo dijo al dejar las parroquias, aunque algún "inevitable" homenaje recibió. Supo vivir siempre en un segundo plano, como San José, y no quiso placas ni títulos. Ante su marcha, corrió el rumor por Piloña de que le iban a proponer hijo adoptivo e inmediatamente pidió que pararan dicha iniciativa. Realmente algo merecía, como la Avellana de Plata o haber sido Pregonero de la Semana Santa de Infiesto, pues amó al Concejo, sus gentes y su historia como pocos lo han hecho. Pero D. Luis Marino lo tenía muy claro: «el cura es el burrín con el que Jesús sube a Jerusalén, el burrín piensa que las palmas y mantos son para él, pero en verdad son únicamente para el Señor».

Años antes de ser canónigo de Covadonga, ya colaboraba con el Santuario acudiendo varias veces por semana a confesar a la Basílica. Una vez ya miembro del Cabildo Colegial desempeñó su labor como director de la Escolanía -doy fe de lo mucho que le querían los escolanos y cómo los ayudaba en las materias que él dominaba-. También hizo un buen servicio en el cuidado de los jóvenes del Grupo de Acogida durante el verano. En la medida de sus posibilidades y fuerzas, colaboró en aquellos lugares del arciprestazgo de Covadonga, allá donde hiciera falta, así como en la Unidad Pastoral de Ribera de Abajo por razones de amistad. Subió de Piloña a Covadonga muy seguro de que era su subida a Jerusalén; es decir, que su final podía estar cerca y que muy posiblemente éste era su último destino, por ello, qué mejor que vivir el final cerca de la Madre. Cada vez que entraba o salía del Santuario miraba a la Cueva y decía: ''Aquí estoy Madre''; ''Mañana vuelvo, mi Señora''.

Le encantaba escaparse hasta Lugones, pasear, ir a la Parroquia, saludar a la gente... En cierto modo añoraba la vida pastoral en parroquia. Muchas veces manifestó que cuando se jubilara quería quedarse en Lugones ayudando al Párroco; Lugones era su lugar de descanso -su  Betania- se sentía en casa. Así se lo comentó al Arzobispo: "de coadjutor o adscrito sólo a Lugones". Este verano salíamos de una cafetería y nos cruzamos a gente de Piloña que viven en Lugones: con qué cariño nos saludaron a los dos, y le comentaron que les alegraba mucho que frecuentara la Parroquia.

Siempre tuvo un gran cariño a la figura del hoy Beato Luis Antonio Ormieres, y al Ángel Custodio; en cierta ocasión en el despacho parroquial de Lugones se fijó en la estampa enmarcada del Ángel de la Guarda que Murillo pintó para el convento de los capuchinos de Sevilla, y que hoy es un símbolo de la Congregación del Santo Ángel y me dijo: ''que recuerdos me trae ese cuadro, Rodri: a ver si me consigues uno''. La siguiente vez que vino por la Parroquia ya le tenía uno igual preparado, además de estampas y llaveros. 

Cuántas escapadas a Piloña a verle, cuántas comidas en "El Tamanaco" y en tantos otros sitios; cuántas fiestas y celebraciones...Cuántas veces te fuimos a ver a Covadonga, en especial tu primer año de canónigo, en el que estabas tan bajo por haber dejado las parroquias... Recuerdo que tu primer 25 de diciembre en el Real Sitio allí aparecimos D. Joaquín, Xuan y yo, cuando estabas terminando la misa de la tarde. Cuando nos viste en la fila para venerar al niño te cambió la cara, y como ese día se cena ligero, nos fuimos a cenar los cuatro cerca de Cangas. 

Mientras fue Párroco, siempre por difuntos iba D. Joaquín a echarle una mano y repartirse las misas de las diez parroquias, algo que el cura de Lugones recordó en su predicación en la Novena de Covadonga pasada, y que le tocó la fibra sensible al canónigo: cuando Monseñor Osoro me planteó ésta o afrontar la construcción del nuevo templo de Cerredo -Degaña- donde ya me encontraba, y cuyo patronzago ostenta precisamente la Santina de Covadonga. Allí recordaban igualmente con mucho cariño a D. Luis Marino, al que me une además del ministerio, una fraterna amistad. Para los feligreses y familias de aquellas parroquias donde verdaderamente me hice cura: Santa María de Cerredo, Santiago de Degaña, Santa Eulalia de Larón, San Luis de Tablado, San Pedro de Taladrid y San Jorge de Tormaleo, mi mayor recuerdo de cariño, gratitud y encomienda hoy, ante a la que tantas veces peregrinamos en fechas similares. En ese recuerdo, cuando llegué a Lugones a punto de celebrar la Fiesta de Todos los Santos y Fieles Difuntos, acostumbrado a vivir en la carretera -antes y después- para atender siete parroquias y su veintidós pueblos, pensando en aquellos curas a galope en esos días, me ofrecí a D. Luis Marino que tenía diez parroquias en Piloña. Celebré una de las misas en la de Los Montes, y al preguntarme al final el Párroco cómo me había ido, le respondí: como me mandaste a Los Montes canté: ''levanto mis ojos a los montes''…

Qué bien lo pasamos siempre; recuerdo de forma especial el tiempo del covid cuando ya podíamos salir a la calle pero aún había miedo a pisar los restaurantes. Nos juntabamos en la rectoral de Lugones Don Luis Marino, Don Joaquín, Don Serrano y yo, y allí comíamos, rezábamos, cenábamos, arreglabamos el mundo... Aquello era como una Tebaida. Marino era un "manitas" en la cocina, se le daba muy bien. Había tiempo para disertar de teología, historia, actualidad...Y disfrutar la amistad fraterna. Una noche le gasté una broma al Pater Serrano que casi hace a Luis Marino caer de la silla al suelo del ataque de risa... A pocos sacerdotes he conocido tan unidos a su Pastor; la veneración con que hablaba y se refería del Sr. Arzobispo era sorprendente: le emocionaba que el prelado le felicitara por cómo preparaba la liturgia, sus guisos, o tuviera cualquier detalle con él. En alguna ocasión que el Arzobispo vino a confirmar a Lugones, D. Luis hizo de ceremoniero; era curioso ver con que mimo asistía a su Pastor: ''Sr. Arzobispo puede sentarse; Sr. Arzobispo tenga esto; Sr. Arzobispo...'' D. Marino encarnó en su vida aquello que afirmaban los cristianos de Esmirna: "nadie haga nada en lo que atañe a la Iglesia sin contar con el obispo".

Hacía mucho que él tenía claro que se encontraba en tiempo de descuento, que estaba enfocando el final de su vida; más era muy duro y, ciertamente, la Santina obró más de un milagro en su salud. Decía que tenía miedo a morir, y yo le decía: "no tengas prisa, que ya sabes que en el Reino de la muerte... Y él respondía: es verdad, "ninguno te alaba".

En Navidad le vi mal, de nuevo torpe al caminar, con temblores en las manos, mucha tos... La tarde del día de Navidad la pasé con él en "Urgencias". Hablé con D. Joaquín y D. Serrano para decirles que pasaban las horas y no me decían nada, así que D. Joaquín habló directamente con el Capellán que estaba esa noche en el HUCA, el P. Ernesto, para que se informara de su situación. Lo vi tan mal caminando y tosiendo que creí que se moría ese día. En urgencias le pusieron oxígeno y parecía que mejoraba, pero el Capellán nos dijo que nos fuéramos a casa que hasta el día siguiente no le darían el alta. A las dos de la madrugada le dan el alta y llaman a D. Joaquín para que suba a buscarlo -a mí no me llamaron por ser tan tarde, aunque también había dado mi teleléfono-. Lo sacan en silla de ruedas mucho peor de como entró, y Don Joaquín tuvo que llevarlo en bolandas hasta el coche y llevarlo así a su casa, casi de un brazado. Al día siguiente y tras una mala noche amaneció peor, ni ayudado por un bastón era capaz de dar un paso. Don Joaquín lo vio tan mal que me dijo: ''quedate con él mientras celebro la primera misa, no quiero que se quede sólo''. Al terminar la misa de once le dije a D. Joaquín hay que llamar una ambulancia ahora mismo. Fue otro susto gordo, pero salió adelante. Los días que estuvo ingresado cayó en buenas manos gracias a una buena amiga y feligresa de Lugones que le tocó cuidarle, y a la que yo avisé de que lo ingresaban. Esta eficiente enfermera acostumbra a celebrar su cumpleaños acudiendo ese día a Covadonga a la misa de la mañana -aunque a lo largo del año acude con frecuencia- y yo avisé a Marino: ''mira mañana tienes que hacerme este favor; tienes que pedir en misa por esta persona que está de cumple''; no se dijo una vez, sino tres y cuatro; me consta que aquel detalle hizo aquella onomástica inolvidable para la enfermera, por eso pedirle que cuidara bien a Marino no era ni tan siquiera necesario, cuando a ella ya se la había ganado aquel día. 

Cuando hablábamos de Pravia decía lo contento que estaba del empeño que había en restaurar el templo, en el impulso de la Semana Santa con la Cofradía... Él siempre reivindicó dos cosas que no ha logrado ver, pero que ojalá algún día sean una realidad: una que regrese el altar original de la Colegiata a su sitio -hoy en la capilla del cementerio- y la otra que se le concediera al párroco D. Manuel una calle, plaza, paseo o jardín en la Villa. 

Nuestra última cena con D. Joaquín fue en el Llagar Casa Fran de Lugones, donde casualmente a los pocos minutos de sentarnos apareció mi familia que cenó en el mismo comedor. Mi hermana estaba embarazada y él le preguntó que cuándo salía de cuentas, y estuvo al tanto de cómo iba el final de embarazo. No muchos días antes de morir se presentó en mi casa, ese día salía de la guardia del Hospital de Cabueñes y operaban a su "Tata", pero aún sacó tiempo para visitar a mi hermana y a mi sobrino y regalarles un precioso medallón de la Santina para poner en el "carricoche". 

Las últimas conversaciones con él me decía que andaba regular, que no se encontraba muy allá, que había ido al médico varias veces pero nada, que sería algo de estrés. Yo le pregunté si tenía alguna preocupación que le tuviera intranquilo, y me dijo que sí: la salud de su tía Marta. El día antes de morir sintió unas pequeñas taquicardias y acudió al HUCA pero no le vieron nada reseñable. Una vez que salió del hospital se acercó a Lugones para charlar y cenar con D. Joaquín. Lo último que le mandé al "watshap" fueron fotografías de sus monaguillos de Villayón que habían publicado en un grupo de "facebook" cómo aún le recordaban en su buen hacer y su paso entre ellos. Sé que le emocionó mucho, como así se lo comentó a otras personas. 

¡Qué faena nos has hecho Marinin!; irte en plena noche y sin avisar. Fuiste siempre bastante terco y poco disciplinado para tu salud, a pesar de lo mucho que te reñíamos los de cerca, los que te queríamos bien y de verdad: menos coche, menos preocupaciones, baja el ritmo de vida... pero tú no sabías vivir de otra manera que dándote y exprimiendo el día como un limón. Siempre con preocupaciones en la mente que flaco favor te hacían a tu delicado corazón. El otro día cuando hablamos me comentabas algunas de ellas: esto, aquello y lo otro... Todo suma y todo resta para vivir y para morir...

No es tiempo de buscar explicaciones, es momento de dar gracias a Dios por tu vida y ministerio. A Luis Marino le ha pasado lo que ha tantos sacerdotes les suele ocurrir: ayudan, quieren y cuidan a tantos que olvidan dejarse ayudar, querer y cuidar. Marino fue bueno para todos y malo para sí mismo descuidando su salud. Él mismo lo reconocía: ''la teoría la sabemos, pero la práctica es lo difícil, pues la cabeza y el corazón tienen muchas veces ideas contrapuestas''. Desde que se recuperó del último gran susto creía que su lugar estaba la pastoral sanitaria; era su forma de agradecer a Dios el regalo de la vida y de estar cerca de los enfermos, cuando el mismo vivía en sus carnes la fragilidad. Le gustaba la pastoral del Hospital, aunque para él era peligroso, ya no sólo por el riesgo a contagiarse, sino por que Marino no sabía distanciarse del dolor y sufrimiento de otros. Hacía suyos los sufrimientos, las agonías, las muertes... Con frecuencia me decía: "no me acostumbro a ver morir, me parte el alma sin conocerlos de nada". Así era él, puro sentimiento. Fui testigo en más de una ocasión de su buena mano en Cabueñes, en concreto recuerdo una tarde de este verano que le fui a esperar a la salida de su guardia, y cuando le saludé en la puerta una mujer que estaba en un coche se bajó rápida hacia él exclamando: "¡Don Marino!" y él le dijo: ¿pero qué haces aquí fulanita?... "Tenemos a papá ingresado, nos dicen que no pasa de esta noche"... Ella se puso a llorar y Marino le dijo: mira voy a picar algo con este amigo y en cuanto acabe vengo a pasar la noche con vosotros. A ella se le iluminaron los ojos: "¿pero, Don Marino, cómo va venir?"... Y él insistió; estoy seguro que para aquella familia el mejor alivio fue que el sacerdote quisiera acompañarles en aquellos momentos tan duros. Los que quieren quitar los capellanes de los hospitales no saben lo que están haciendo -ya lo dijo Otro-. Hay que verse "in situ" y comprobar cuánto bien se puede hacer al convivir con la vida y la muerte.

Ahora que ya estarás en presencia del Señor, háblale de nosotros, de tu querida familia que pasa por sus peores momentos tras la pérdida de tu padre y de tu madre, añadida ahora la tuya. Échanos una mano desde arriba, a tu "Tata" que tanto le faltas, a tus hermanas Mar y Sandra -que siempre fuisteis una piña-, a tus cuñados, que los querías como si fueran de la misma sangre. A tus sobrinos por los que sentías pasión y viste crecer y disfrutaste en aquellos olvidables veranos en San Román, y te sentías tan unido: Dani, Nel, Iván y Rubén -tú ahijado-. A tus parroquias del occidente y el oriente, a todos los que por medio de tu ministerio descubrieron el rostro amable del Señor y de la Iglesia a través de tu sonrisa.

Yo que te conocí tanto soy testigo del amor a tus feligreses, cómo conocías cada nombre, cada familia, cada situación, incluso cada difunto. Eras capaz de cerrar los ojos y decir de cada parroquia de Piloña en que banco se sentaba cada uno; y es que fueron muchos años; te tocó enterrar a muchos feligreses. Por eso el "día de los difuntos" echabas mucho tiempo en el cementerio; no asperjabas el agua bendita de forma genérica, ibas -como los de antes- sepultura por sepultura de forma personal y haciendo tuyo el orar y el nombre de cada difunto.

Otra realidad que no sólo ha vivido Luis Marino, sino tantos sacerdotes, fueron las calumnias: también lo viví de primera mano. Tenía la piel muy sensible desde el nacimiento y su mala circulación favorecía que en ocasiones tuviera la cara muy colorada. En presencia mía siempre solía beber agua o cocacola; un día al salir de un chigre, él que siempre iba de "clerygman" alguien comentó: ''mira el cura qué tajada llevará que ya va colorau''... Él no lo oyó, pero yo sí y me giré y les dije: ''sí, borrachera de cocacola que es lo único que ha bebido, ¡bocazas!''... Otra vez unos aldeanos comentaron que le habían reventado el coche en un "club", cuando en realidad quemaron varios coches en un acto vandálico en Oviedo, y uno de ellos fue el suyo mientras visitaba a unas monjas. A Pili, su madre, le daba mucha rabia; a él jamás le quitó el sueño y comentaba: ''mamá, eso va incluído en la vida del cura: ¡os calumniarán por mi causa!''... Tenía una gran facilidad para afrontar la vida, siempre desde su ángulo transcendente y último. 

Tenía un amor especial por la Reina Isabel La Católica, a la que sentía muy suya. Yo le hice llegar numerosos materiales de la causa de beatificación, de los que él disfrutaba: conferencias, artículos, simposios, libros, estampas... Teníamos comentado que cuando mejorara la situación sanitaria, a ver si se podría visitar la sede de la causa en Valladolid, pero nos ha quedado en el tintero de este mundo. 

A la Reina Católica y a San Luis, Rey de Francia -tu Patrono- te encomendamos, Marino; que la Madre de Dios, a la que has amado en tantas advocaciones y que ha marcado tu vida (Santa María, Patrona de Cerredo, Virgen de las Virtudes de Villayón, Señora de la Cueva de Piloña, Reina de Nuestra Montaña de Covadonga, Madre del Valle en Pravia) intercedan ante su Hijo por Tí, Marino. 

Descansa en paz, querido amigo, no te olvidamos; no nos olvides... Ya sabes que estarás muy presente y que esto no es adiós, sino un hasta luego...

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