viernes, 3 de abril de 2020

Una Semana Santa atípica. Por José Luis González Vázquez

El mundo en el que vivimos es nuestra ''tierra'' en la que, a través del tiempo, van floreciendo ''sorpresas'' y si no hemos perdido el ''corazón de niño'', hace que vivamos admirados por los logros que se van poniendo en nuestras manos, que hacen más fácil el vivir y acercan, a quienes de otra manera, están lejos.

Paisajes hermosos disfrutados sin salir de casa y contemplados por la pantalla del televisor; horrores conocidos por los medios de comunicación que pasan a ser -de alguna manera- nuestros, porque ''los medios'' nos hacen ciudadanos del mundo.

Pero no es lo mismo -sirva de ejemplo- ver en un televisor una buena comida que sentarse a una mesa y degustarla compartiendo conversación y amistad con otros comensales. 

El próximo domingo comenzamos la Semana Santa, que este año, debido a la situación en la que nos encontramos la viviremos de una manera distinta por no decir especial. No podremos estar presentes porque a salud de todos nos lo pide, pero sí que podremos seguirla por los medios de comunicación, y en concreto por la televisión aunque, nos damos cuenta, de que no es igual. No es igual decir a un amigo por teléfono: Un abrazo, que dárselo estrechándolo contra el propio pecho. 

La Semana Santa comienza por el Domingo de Ramos; una denominación que se ha quedado un poco corta puesto que su verdadero nombre es: ''Domingo de Ramos en la Pasión del Señor''. Es posible que, en general, nos quedemos en los ramos y en su correspondiente bendición, pero los ramos se bendicen por una finalidad: Aclamar a Cristo como vencedor y lo aclamamos en la cruz, porque en ella no triunfó el odio sino el amor. 

¿Que hacer en este día? Pues participar de esta festividad aprovechando los medios que tenemos como es la televisión. Desde ella podremos seguir la televisión teniendo en nuestras manos unas ramas de laurel y no olvidando lo que afirma el salmo 67 (66): ''La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor nuestro Dios''; no podremos bendecirlos de una manera presencial pero el tenerlos en nuestras manos, acogiéndolos como don de Dios, ya es de por sí una bendición. 

Es clave de pobreza, y con alguna limitación, podemos seguir estos días santos pero en el gozo que nos da el saber que si presentes no podemos estar el buen Dios nos ''bendecirá'' por nuestro deseo de no estar ausentes

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