sábado, 18 de mayo de 2019

A propósito de la imagen titular de la Capilla de San Tirso (''San Tiso'') en Cangas del Narcea

(Tous pa tous) Estaba en Cangas del Narcea con mis anfitriones Juaco López y Sofía Díaz, y nuestros comunes amigos Emilio Marcos Vallaure, director del Museo de Bellas Artes de Asturias, y Ana Fernández Verdes. La jornada la iniciamos con una visita al Museo del Vino de Cangas y a continuación, con Antonio Menéndez, encargado de este museo, pasamos a visitar la capilla de San Tirso o San Tiso.

A pesar de las veces que estuve en Cangas, nunca había entrado en ella y solo la conocía por fuera. Tras el primer vistazo al interior, fijé mi atención en la imagen del retablo, confiado en que fuera la del titular, y en otra que hay sobre una peana, al lado izquierdo de la nave, y de inmediato me di cuenta de algo extraño que no casaba con los requerimientos de la iconografía de san Tirso.

Para confusión de todos advertí que la imagen principal de la capilla, la que recibe veneración en el retablo del altar, no es la de san Tirso sino la de un santo Obispo, y que la de san Tirso es, en cambio, la que se encuentra en la peana de la nave de la capilla. Pero ustedes se preguntarán en qué me baso.

La identidad de las figuras y de los asuntos religiosos representados en pinturas, estatuas, relieves o estampas grabadas no es caprichosa: es el resultado de una estudiada y sistemática caracterización de los gestos, atributos y símbolos ideada en un momento concreto, fijada por el uso y la tradición o, más cercanamente, a partir del siglo XVI y de la época de la Contrarreforma, por eruditos (eclesiásticos, definidores, teólogos, representantes de órdenes religiosas, artistas incluso) que diseñan el modo preciso, el prototipo o modelo cómo tiene que ser figurada una imagen sagrada o qué asuntos de su vida y milagros deben ser representados. Esto mismo sucede también con los temas profanos (históricos, legendarios o literarios) y la mitología, que es la representación de los asuntos de las religiones de la Antigüedad, no judía ni cristiana. La disciplina que estudia e identifica las imágenes se llama iconografía, que es un término erudito tomado del griego y que significa precisamente esto, «descripción de imágenes» (como leemos en el Diccionario de la lengua española) y es, por tanto, una herramienta imprescindible para los historiadores del Arte.


Antonio de Borja (atribución), San Tirso, mártir, hacia 1700-1710; bulto redondo; madera tallada y policromada, 80 cm. de altura
Pues bien, el modelo de san Tirso no es el de la imagen que hoy preside el altar de su capilla; en cambio, sí responde a él el de la otra figura colocada en un lateral de la nave de esta capilla. La advertencia del error se explica por el conocimiento de la vida e iconografía de este santo. Tirso era un cristiano griego que fue martirizado en el año 251 durante las persecuciones del emperador romano Decio (249-251) en Apolonia o Sozópolis (Anatolia, Turquía), por orden del tribuno Cumbricio, junto a sus compañeros Leucio y Callínicos (Leukios y Kallinikos). Se dice que era un atleta y que los verdugos lo sometieron al suplicio de partir su cuerpo en dos con una sierra. Su culto fue traído a la península Ibérica por los griegos durante la época visigoda y se difundió a partir de la ciudad de Mérida. Su extensión contribuyó a que fuera nacionalizado y a que tuviera capilla en la catedral de Toledo con culto propio en el Breviario mozárabe, pero su hispanidad es legendaria. No así su popularidad en el reino de Asturias durante la Alta Edad Media (Asturias, León, Zamora), y el hecho de que la parroquia más antigua de Oviedo, fundada por Alfonso II el Casto, esté consagrada a San Tirso, es muy elocuente. Su imaginería, en cambio, no es muy abundante pero, al margen de las escenas de su martirio, se lo representa vestido a la antigua, con túnica y, más a menudo, como soldado romano (como sucede en la citada iglesia de Oviedo), con loriga (coraza), espada envainada al cinto, faldellín, grebas (armadura para la parte anterior de las piernas) y envuelto en una clámide (capa), y la palma, símbolo de los mártires. Se habla también de otro mártir Tirso, soldado de la legión Tebana que, al mando de san Mauricio, fue diezmada en el 285 (o 302, para otros) por orden del emperador romano Maximiano (285-305). La festividad de san Tirso se celebra el 28 de enero y es una de las primeras del calendario litúrgico católico.


Santo Obispo, siglo XIII (bulto redondo madera tallada, 92 cm de altura; policromía y repintes moderno), en el retablo mayor de la capilla de San Tiso, de hacia 1700-1710
La imagen que ocupa el retablo del altar de la capilla es la de un Santo Obispo(bulto redondo, madera tallada y policromada; 92 cm de altura), sentado en su cátedra, con un evangeliario bajo el brazo y con la mano derecha levantada, reproduciendo el conocido gesto de la bendición, con los dedos índice y corazón unidos. Es una imagen medieval, del siglo XIII, de estética románica tardía y excelente calidad, aunque una reciente restauración nos ha privado de contemplar su policromía, si no original, al menos antigua. La ausencia de emblemas o atributos característicos dificulta su identificación porque los colores de la indumentaria que viste, tras su restauración, no permiten interpretación alguna. Que se trata de un obispo lo proclaman los ornamentos pontificales. Aunque repintada, con colores arbitrarios y no originales que podrían despistar, viste alba (túnica blanca) ceñida con cíngulo o cinturón atado al frente, y figura envuelto en manto coral ceñido con un broche a la altura del pecho; la mitra y las dos ínfulas que caen de ella por su espalda, el evangeliario y el solio, son igualmente distintivos de la dignidad episcopal.

Santo Obispo, detalle de la silla curul o cátedra, ejemplo de mobiliario románico.
Muy ilustrativo e interesante en este caso es el solio, una silla curul o de tijera, sin respaldo, con extremos rematados en cabezas de león y patas en forma de garras, cuyo modelo remite a ejemplos conocidos del siglo XII, como el de la Silla de san Ramón, de la catedral de Roda de Isábena (Huesca), tristemente mutilada en 1979 por el ladrón Eric el Belga.

Interior de la capilla de San Tirso. A la izquierda esta la imagen de San Tirso y en el retablo del altar la de un Santo Obispo
El retablo de la capilla, aunque sin documentar, recuerda otros conocidos del denominado «Taller de Corias», como nos comenta Pelayo Fernández, conocido colaborador de esta sección y máxima autoridad en lo que a retablos e imaginería barroca canguesa toca, y para él podría ser obra de Manuel de Ron (Pixán. Limés, hacia 1645 - Cangas 1732) o si no, de Antonio López de Lamoneda (nacido en Piedrafita do Cebreiro, Lugo; asentado en Corias desde 1678) y datar de la primera década del siglo XVIII (hacia 1701-1710). Es barroco, con columnas salomónicas y cuerpo único, hecho ex professo para esta capilla y, según parece, para la imagen de San Tirso que hoy está en la nave. La carencia de libros de fábrica de esta capilla (parroquia matriz y luego ayuda de parroquia aneja a la de Santa María de la Cabeza de Entrambasaguas al menos hasta el siglo XVIII) no permiten mayor precisión en esto.

La legítima de San Tirso (madera tallada y policromada, 80 cm; o sea, alrededor de una vara castellana de altura) es otra bella y elegante imagen, de estilo barroco, contemporánea del retablo pero de distinta y mejor factura, que muestra todos los rasgos iconográficos descritos anteriormente para este mártir griego. A la vista de otras obras conocidas, nos parece obra (y de las buenas) del escultor Antonio de Borja, el mejor representante de este estilo en Asturias a lo largo del primer tercio del siglo XVIII.

Antonio de Borja Palencia (Sigüenza, Guadalajara, hacia 1661-Oviedo, 1730) se formó en Madrid, probablemente con el escultor Miguel de Rubiales (1647-1713), alcarreño como Borja y uno de los mejores representantes del barroco escultórico madrileño a finales del siglo XVII. Antonio Borja vino a Asturias en 1680, como oficial del escultor vallisoletano Alonso de Rozas Fernández (hacia 1625-1681), ya fallecido Luis Fernández de la Vega († 1675), con lo que Borja no tardó en convertirse en su sucesor y en el mejor escultor de Asturias de finales del siglo XVII y primer tercio del XVIII, innovando el panorama de la plástica regional con los aportes del estilo barroco (movimiento, gestualidad, pictoricidad en los pliegues y siluetas) y una mayor riqueza compositiva. La producción mejor documentada de Borja es la del periodo comprendido entre 1700-1730 (al que corresponde esta imagen de San Tirso) y en que destaca el retablo de la capilla de Nuestra Señora del Rey Casto, en la Catedral de Oviedo (1716-1719), uno de los monumentos clave del barroco asturiano. Como dato interesante para esta noticia, Borja es asimismo el autor de la grandiosa estatua de San Tirso, del templo parroquial de Oviedo, documentada en 1719 y que presidió su altar mayor.


Silla de san Ramón, siglo XII. Catedral de Roda de Isábena (Huesca)
Queda por concretar cuándo y por qué se produjo el cambio de las imágenes de esta capilla y la confusión de su identidad. Acaso durante la segunda mitad del siglo XIX, como consecuencia del desarrollo de la erudición histórica, en el que se generaliza el desprecio por las manifestaciones del arte barroco y se revaloriza el arte medieval. Hay que tener en cuenta que el monasterio de San Tirso de Cangas se fundó a comienzos del siglo XI, por un Rodríguez, como comenta el padre Luis Alfonso de Carvallo (Antigüedades y cosas memorables del principado de Asturias, 1695, pág. 295), que figura como filial del de Corias al tiempo de su fundación en 1031, y que en 1086 fue donado a la catedral de Oviedo por el testamento de Bermudo Gutiérrez (Ciriaco Miguel Vigil, Asturias monumental, 1887, págs. 81 y 322). De aquel momento, solo de entonces, provendrá la conocida letrilla de una jota escrita a finales del siglo XIX por Pablo Martínez Cavero y musicada por Emilio Rodríguez que recitaban las mozas casaderas de Cangas:

«-Niña que vas a San Tirso,
por qué te bajen el dedo,
mirar que en el mundo hay lobos
que tienen piel de cordero.

-Madrecita mía,
déjame ir allá,
que si viene el lobo
ya se amansará.»

La fama de casamentero que tenía San Tiso en Cangas (suplantando al popular y más universal san Antonio de Padua) también la documenta la encuesta realizada en 1901 por el Ateneo de Madrid sobre los ritos de Nacimiento, matrimonio y muerte en España (véase Juaco López Álvarez y José M.ª González Azcárate, La explosión de la fiesta. Los festejos del Carmen en la villa de Cangas del Narcea, 1997, págs. 31-33) y todavía la podemos ver reflejada en la crónica «Cangas: recuerdos de antaño, VIII», firmada por Amader (pseudónimo de Ángel Martínez de Ron) en agosto de 1930, publicada en La Maniega (año V, núm. 27, julio-agosto de 1930, págs. 12-13).

Espero que a partir de ahora las mozas casaderas dirijan sus preces al santo verdadero que aunque no tiene los dedos levantados como el obispo del altar, sí puede agitar la palma en señal de asentimiento y complacencia por las nuevas maridadas. Y si hay caso, no duden en comunicármelo que yo también me regocijaré.


 

(Imagen de la Capilla de Cangas de Narcea e imagen del San Tirso de Oviedo)

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