martes, 26 de abril de 2016

Por qué aburrimos tanto en las homilías. Por Jorge Gonzalez Guadalix


Tanto tanto que la gente desconecta. Gente conozco, y no poca, que me confirman que durante la homilía directamente se abstraen de todo estímulo exterior y se ponen a pensar en lo suyo. Algunas razones que contribuyen a ello y en las que no pocas veces caemos todos: - La duración (y no es lo peor). Cinco, siete, diez minutos se aguantan razonablemente bien. Superar ese tiempo, salvo rarísimas excepciones de predicadores especialmente dotados y homilías muy bien construidas, es pérdida de tiempo. Hoy, cuando nos movemos a golpe de twitter y whatssap no hay quien aguante una escucha de un cuarto de hora. - Homilías sin contenido. Una vez vale lo de que Dios es bueno o que hay que estar con los pobres. Semana tras semana sin más mensaje que ese es para taparse los oídos y pensar en qué ponemos de aperitivo. - Improvisación. Debería estar prohibido predicar sin tener delante, al menos, un esquema escrito. Se puede improvisar un día, pero nana más. - Homilías con demasiado contenido. No es posible explicar breve y sustanciosamente cada párrafo de las tres lecturas, las oraciones presidenciales, el sentido de la fiesta del día y además unirlo con las últimas palabras del papa y la carta pastoral del obispo. - No saber aterrizar. Es decir, que, en definitiva, qué ha querido decir, o si es algo práctico para la vida. - Imposibilidad de poner fin. Y es una queja muy común. Se ha dicho aparentemente todo lo que había que decir, y no se ve la forma del punto final. Vueltas, más vueltas, giro a la derecha, a la izquierda, media vuelta y que no acaba. Y algunas consideraciones que servidor suele tener en cuenta en su predicación: - Una duración de entre seis y ocho minutos. Y nada más. - Tener muy claro lo que se quiere transmitir de acuerdo con la liturgia del día. Una idea, dos. No más. Que al acabar la misa la gente diga con claridad: hoy ha dicho esto. - Dejar siempre un pellizco en el corazón, algo que inquiete y remueva. - Tener cuidado en ir cambiando de temas. Hoy la eucaristía, mañana penitencia, este día tan cosa de moral, este otro sobre el matrimonio, esta vez oración. - Y ya. Podemos entrar luego en otras consideraciones. Vale. Pero con esto basta y sobra.

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