domingo, 23 de agosto de 2015

Las vacaciones en palabras de nuestro Arzobispo



En estos meses del verano, mientras nos secamos los sudores del calor o nos protegemos de las tormentas del estío, no faltan motivos para un merecido descanso. Quizás la situación de tantas personas y familias que otros años han gozado de unas vacaciones, no les permita organizarlas esta vez. Pero una cosa son las vacaciones y otra bien distinta el descanso. No siempre coinciden. Incluso hay gente que vuelve de las vacaciones realmente agotada. Por eso, y al hilo de ese aspecto del mismo Dios que descansó (Él no se fue de vacaciones), digamos algo que nos ayude al respecto:

1º. Hemos de señalar la necesidad de descansar. No es una humillación para nadie tener que ir a la cama llegando la noche, o echar una cabezada después de comer. Lo hacemos porque sin nos faltase esto no podríamos ni vivir serenamente ni convivir de modo adecuado. Estaríamos crispados y crispantes, ni viviríamos ni dejaríamos vivir. Pues esto que cada día lo tenemos asumido, hemos de descubrirlo con otros ritmos: semanal, mensual, anual. Necesitamos ese paréntesis para el descanso.

2º. Tenemos que concretar en qué ciframos nuestro descanso. Porque hay personas que entienden el descanso como una fuga de la realidad, como un distanciamiento de personas y quehaceres… “para descansar”. El resultado es que más que un descanso ahí se plantea una tregua, y cuando termina el tiempo de la misma hay que incorporarse a un cotidiano vivir que nos aguarda con todo su enojo implacable. El verdadero descanso no es escaparse, sino aprender a mirar de otro modo una realidad que nos desgastaba, que nos enfrentaba, que nos rompía.

3º. El descanso que nos posibilita mirar de una manera distinta las cosas, para nosotros cristianos reside en esto: volver a poner a Dios en nuestra vida y contemplarla asomándonos a sus ojos. Visitar una iglesia y rezar al Señor que la habita, escuchar su Palabra leyendo la Biblia, dedicar incluso unos días al retiro espiritual, puede ayudarnos a asomarnos a esa atalaya única para mirar las cosas desde el Señor. Pero no sólo Dios: también los que Él nos ha dado deben incluirse en nuestro descanso. Las prisas del mundo moderno y sus enfados, nos quitan tiempo y acogida para quienes están más a nuestro lado. El descanso pasa también por recuperar la propia familia y los verdaderos amigos con quienes crecemos. Y finalmente, nosotros mismos hemos de tener cabida para que no sea un descanso enajenado y alienante: en este sentido, las posibilidades nos harán concretar cómo y dónde, pero sea donde sea, podremos hallar un lugar donde la naturaleza de la creación, el arte que nos ennoblece, la música que nos dilata y un buen libro que nos acompañe, sean también momentos de gozo sano y necesario.

Dios, los hermanos y nosotros mismos, forman parte del equipaje ligero para un verdadero descanso, el que nos devuelve la paz y la serena alegría, imitando a nuestro Creador en su holganza humana y divina.

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