domingo, 1 de febrero de 2015

AMIGA MERCE, ESPÉRANOS EN DESTINO. Por Joaquin Manuel Serrano Vila


Merce: se me hace muy extraño hablarte sin que estés presente; sin que a continuación me respondas por “wasap” o por email como acostumbrabas, casi de inmediato, para intercambiarnos pareceres y opiniones, frustraciones o ilusiones, proyectos y consultas mutuas. Aún así, aún sabiendo que no me responderás, tengo perfectamente claro que me escuchas, que me oyes y que me lo harás ver y saber; no sólo por “nuestra fe”, sino porque además estoy convencido -como tú lo estabas- de que realmente es así.

Sería un tanto ingenuo o ridículo pretender hablarle a los muertos esperando respuesta, está claro; pero ahí precisamente está la clave silenciosa que tú sentiste, viviste y creíste en tu existencia terrenal; pues nosotros, los cristianos, no le hablamos “a los muertos”, sino a los vivos. No solamente desde el recuerdo o con el pensamiento y el corazón, también desde los tuétanos de nuestra profunda, racional y antropológica percepción vital que nos proyecta de manera innata a responder coloquialmente a la llamada de una dimensión sobrenatural que “normaliza” nuestras relaciones a uno y a otro lado de la misma existencia física, y a la que da forma y sentido la resurrección de Cristo, en el que creemos (¡resucitado!) y en el que “vivimos, nos movemos y existimos”.

Sí, Merce, sí; yo sé que estás ahí. Que puedo hablar contigo aunque no me respondas; que ya sois varios los habéis llegado antes a la última estación en ese tren de la eternidad y que en su andén último te estaban esperando aquellos amigos que viajaron antes: Salvador, Manolita Mori, Eduardo, Manolita Serrano… y a los que igualmente seguimos sintiendo cerca y recordamos, y que seguro reservaron ya para ti ante el mejor Gerente de la mejor Agencia de Viajes una estancia “VIP” en el Gran Hotel de la Vida.

La muerte -tú lo sabías- es sólo para los “muertos en vida”; para los que simplemente respiran pero en su existir y en su ignorancia soberbia caminan tristes y sin esperanza; para los que no conocen a Dios ni le cantan a su Hijo, ni se acercan a su Madre como tú lo hiciste, Merce, como tú lo viviste: ¡Qué últimas lecciones las tuyas, maestrina!...

Por eso hoy te hablo así, porque sé que me escuchas; porque tú -como yo- no esperamos nunca respuestas de los muertos; nosotros le hablamos siempre a los vivos. Tu familia, sobre todo Jesús, Alberto y Javier, siguen necesitando de ti; de tus consejos, de tu mirada sonriente que al tiempo exigía lo correcto, lo perfecto, lo bien hecho. Nos dejas la referencia y la fuerza de tu sonrisa, de tu vitalidad inquieta y de tu espíritu aventurero: ¡Tú sí que eras una “todoterreno”!. Nos dejas las claves de cómo poder caminar haciendo las cosas con sencillez y humildad, pero con la valentía de hacerlo como Dios manda.

Merce, ahora que has cogido ya el último tren al viaje más largo y de mejor estancia, cuando llegues a destino y te reciban “los nuestros”, recomiéndanos ante Él (que a ti te hará merecido caso) y búscanos “un sitín, fiyina”, a los que aún somos peregrinos, y espéranos al llegar en ese andén de anhelado destino.

Joaquín, Párroco


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