domingo, 28 de septiembre de 2025

Haciendo las cuentas. Por Monseñor Fray Jesús Sanz Montes O.F.M.

Ha sido un recuento muy grato. No se trata de calcular cicateramente y con intenciones pretenciosas de quien se cuelga medallas. Pero sí de saber agradecer cuando se nos hace un regalo que es fruto de un don inmerecido e inesperado. El día de la Santina de Covadonga indiqué cómo los incendios se llevan parte de nuestro pasado y nuestro presente cuando sus llamas arrasan la vida que tenemos entre manos y en la memoria reciente. Pero no podrán chamuscar el futuro, cuando se nos invita a proseguir más allá de las lágrimas por lo perdido tremendamente por un fuego que no es hermano.

Ya indicaba cómo para la sociedad, al igual que también para la misma Iglesia, ese futuro pasa en muy buena medida por los jóvenes que tienen criterios, certezas, solidez e ilusión. Jóvenes que se han encontrado con la verdad y detectan a los que mienten, que han conocido la bondad y evitan a los que malmeten, que han descubierto la belleza y se apartan de lo que afea y envilece. Yo he conocido a estos jóvenes que tienen este secreto que les sirve de brújula que orienta sus nortes, que han encontrado el faro en las tormentas de aguas turbulentas, y los hitos en el sendero de sus vidas que les permite no extraviarse para coronar la cima que siguen ascendiendo con el paso de sus años.

Porque esto es lo que más me ha sorprendido tan gratamente: que la bondad, la verdad y la belleza tienen en ellos un rostro reconocible, un nombre inolvidable, una gozosa certeza en la amistad que les ha cambiado su vida totalmente. Me refiero a Jesús, el Señor. No son jóvenes que vienen de la resaca de otro fin de semana donde se aguantan los excesos malamente, ni de una macro fiesta fugaz y tramposa donde nuevamente se comprueba con autocensura que la droga, el alcohol y el sexo vuelven al chantaje de prometer lo que no pueden dar, llenando de vacío una vez más la mente y el alma.

Son jóvenes que se divierten sin la malicia que les pervierte, que saben disfrutar con desenfado de las cosas hermosas, que sueñan sin fantasear y con donaire abriéndose caminos que no terminan en las pesadillas que destruyen y aplastan. Gustan de la buena música, saborean el arte, aprenden la literatura que vale la pena y se abren a una cultura que nutre sus preguntas para encaminarse a las respuestas que no les utilizan ni les engañan. Son los jóvenes que se conmueven ante las heridas de nuestro mundo cuando hay desgracias naturales que nos ahogan o nos queman, o maldiciones artificiales fruto de la violencia, de las guerras, la corrupción y las erradas gobernanzas de los mandamases mendaces y aprovechados sin escrúpulos ni conciencia en sus derivas autócratas.

Estos jóvenes así, con el secreto en sus entrañas como fruto precioso de haberse encontrado con Jesús, su Evangelio y su amistad, son el futuro de la sociedad y el futuro de la Iglesia. Por eso, cuando hago recuento de lo que he podido ver en Covadonga con la presencia de miles de jóvenes que en distintos momentos han visitado el santuario de la Santina este verano, o el millón que estuvo en el jubileo para la juventud en Roma junto al Papa, me reitero con gratitud y sorpresa por el regalo que ellos suponen para todos nosotros, y que representan verdaderamente un motivo fundado de enorme esperanza.

He de sumar la simbólica cifra de los nuevos doce seminaristas que empiezan este año su primer curso en nuestro Seminario, además de los once que he podido ordenar el curso pasado entre sacerdotes y diáconos. Un florecimiento de la esperanza que no defrauda y que impide que nos amilanemos frunciendo el ceño, dando rienda al injusto pesimismo que no responde a la humilde verdad que hemos de acertar a contarla, propagarla y brindar por ella como un regalo sin merecimiento por nuestra parte, pero con la convicción de estar en un momento de renacimiento como cristianos. Dios sea bendito.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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