(Mioviedo.com) Sanz Montes, con la franqueza que lo caracteriza, se atreve a poner sobre la mesa lo que tantos prefieren barrer bajo la alfombra: la inmigración ilegal de base islámica y su escasa o nula adaptación al país que los acoge
Covadonga es mucho más que un santuario en la montaña. Es espejo y termómetro de Asturias, y en su día grande siempre se cuelan, junto a la fe y la emoción, las cuentas pendientes de la política. Este año no fue distinto. Allí estaba Antonio María Rouco Varela, cardenal emérito de Madrid, acompañando a Jesús Sanz Montes. Y allí no estaba Adrián Barbón. La fotografía es tan clara que no necesita pie: presencia frente a ausencia, apoyo frente a vacío.
Sanz Montes, con la franqueza que lo caracteriza, se atreve a poner sobre la mesa lo que tantos prefieren barrer bajo la alfombra: la inmigración ilegal de base islámica y su escasa o nula adaptación al país que los acoge. Un tema espinoso, sin duda, pero ¿acaso menos real por incomodar? El arzobispo habla de lo que ve y lo dice sin tapujos, a riesgo de que lo acusen de “incendiario”. Paradójicamente, esa acusación suele llegar de quienes prefieren que el incendio siga avanzando en silencio, sin que nadie alce la voz.
Barbón, en cambio, opta por la estrategia del sillón vacío. No es solo que se ausente de la misa; es que con ello transmite la sensación de que Covadonga no es asunto suyo. Pero lo es. Porque Covadonga no es un acto piadoso para iniciados, sino un símbolo que atraviesa a todo un pueblo. La ausencia del Gobierno regional no es neutral: divide. Y divide justo en el lugar que nació como mito de unión.
Mientras tanto, Rouco Varela, tan vilipendiado en algunos círculos extremistas, demuestra que su figura sigue pesando. Su presencia junto a Sanz Montes no es casual ni protocolaria: es un respaldo explícito. El contraste con Barbón resulta tan evidente como incómodo. Un cardenal de 88 años aguanta el tipo en la montaña, y un presidente en plenitud política decide borrarse de la foto. Que cada cual saque sus conclusiones.
El problema es de fondo: ¿puede Asturias seguir ignorando el debate sobre inmigración ilegal sin pagar factura social? Europa entera está enfrentada a la misma cuestión. Aquí, el arzobispo lo plantea a su modo, con crudeza y sin cosméticos. Y el Gobierno regional responde con silencio administrativo, como si las cosas dejaran de existir por no nombrarlas. La ironía es que, en esta partida, el que queda como político es el obispo, y el que parece predicador en el desierto es el presidente.
Y quizá haya que recordar la génesis del entuerto: cuando se decidió que la festividad religiosa de la Santina coincidiera con el Día de Asturias. Se buscaba sumar símbolos, pero se ha logrado restar concordia. Ahora, la ceremonia religiosa y la política compiten en un ring que nunca pidió existir. ¿Quién gana? Nadie. ¿Quién pierde? Todos.
Covadonga sigue devolviendo la imagen sin maquillaje: una Iglesia que dice las verdades del barquero y un Gobierno que se ausenta para no escucharlas. A lo mejor es hora de admitir que aquella concurrencia en el calendario no fue una buena idea. Porque la Santina seguirá ahí, pero la política, si se empeña en dividir, acabará siendo un ruido de fondo.
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