viernes, 1 de agosto de 2025

Un siglo haciendo fiesta por María. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

 ¡Y llegó el 2025! Fecha redonda; un año muy especial para los católicos pues se cumplen dos mil veinticinco años del nacimiento de Cristo, por eso tiene lugar lo que llamamos ''año jubilar''. La Iglesia Católica desde el año 1300 aprovecha estos aniversarios que celebramos cada veinticinco, en que reconoce a Jesucristo como dueño de la historia y Señor del tiempo, que vive entre nosotros como coetáneo de nuestros días y compañero en nuestro peregrinar, quien es al mismo tiempo nuestro origen y destino. Desde el pasado 25 de diciembre en que se abrió la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro hasta el próximo 6 de enero de 2026 estamos en tiempo jubilar. Pero en Lugones, además, también vivimos el 2025 con ilusión conscientes de que llegamos a una fecha histórica: el primer siglo de la romería de Nuestra Señora del Buen Suceso, y también de su Cofradía. De algún modo yo quisiera unir el sentir del Jubileo a este Centenario tan nuestro de las fiestas de Nuestra Señora del Carbayu, por eso si todos los años le ponemos un lema al Triduo, he pensado que el más apropiado para este año serían estas palabras que le rezamos a María en la Salve: ''Vida, dulzura y esperanza nuestra''. 


Celebrar un siglo de historia no puede quedarse tan sólo en una efeméride que marca el calendario, o en la excusa para organizar iniciativas que lo justifiquen, sino que debe movernos a hacer algo muy especial que sólo puede salir de nosotros y que aunque nos cueste, nos haga mejores; pueda ser una fecha para poner a cero el reloj de la vida y mejorar aquello que no hicimos del todo bien. Quiso el difunto Papa Francisco que el tema central de todo este Jubileo 2025 girase en torno a la esperanza, y no hace falta tener estudios de sociología para darnos cuenta de que vivimos en un mundo muy desesperanzado. No es necesario enumerar los conflictos bélicos del planeta, ni los problemas sociales de nuestra nación, pensemos sólo en lo que tenemos más cerca. En los años que llevo en esta Parroquia  -el próximo Octubre 17- hay temas que me entristecen profundamente: jóvenes sin trabajo que no se quieren ir pero no les queda otra, niños con necesidades de acompañamiento psicológico o psiquiátrico desde muy pequeños, con medicación en no pocos casos, personas mayores que te dicen que rezan para morirse pronto para no ser un gasto o una carga a los suyos, familias que no llegan a fin de mes, y ya no quiero ni ponerme a contar todos los jóvenes a los que he tenido que dar sepultura, pues se me encoge el corazón: necesitamos recuperar la esperanza, cambiar la tristeza por alegría y tomar conciencia de aquello que nos recordó Benedicto XVI de las palabras de San Pablo a los cristianos de Roma: «Spe Salvi facti sumus» -en la Esperanza somos salvados- (Rom 8,24).

Cómo no, quiero recordar también con mucho cariño, pero en positivo y sin pesimismo como eras él a nuestro querido Manolito, sin lamentos ni panegíricos, pues estoy seguro que lo que la mayor ilusión le haría y que le podemos brindar como homenaje hoy es que se llene la Romería con rostros alegres, que no se pierda esta tradición ¡ya centenaria! y que siga siendo Nuestra Señora del Buen Suceso el corazón del Carbayu. A Manolito el Pegu le ha pasado un poco como a Moisés, y es que Dios hace estas cosas que de entrada no entendemos. Moisés se pasó cuarenta años peregrinando por el desierto con aquel pueblo que se quejaba un día sí y otro también de todo, y después de mil sufrimientos cuando ya están a las puertas de esa tierra prometida, tan soñada y añorada, le llega la muerte. Moisés vio la tierra prometida pero no la pisó, como dice el libro del Deuteronomio. Esto le ha pasado a nuestro "alcalde del Carbayu", llegó al 2025 pero no a la romería del centenario. Aunque seguro que con tantas personas queridas que nos faltan ya y que celebraban otros años con nosotros estas fiestas entrañables en los primeros días del mes de Agosto, confiamos que ya en presencia del Señor se asomen desde el balcón del cielo a ver el parchís y el pregón, el chupinazo y la verbena, la misa y la procesión, el bollu o la paella... Sigo insistiendo que Manolito merece la concesión de una calle en nuestro Municipio. Una vecina me decía que el camino del Carbayu que va desde automatismos Loreca hasta la escuela se llamara de Camino Manolito el Pegu, y el tramo que va de la capilla al colegio conservara el nombre que tiene de calle de les escueles. Yo le dije que era buena idea, aunque podría ser también al revés, y que fuera el tramo de las escuelas a la capilla, pues está más cerca de su casa y Museo. Aunque sea como fuere corresponde al Ayuntamiento y grupos municipales decidir o pedir ideas. También temo que basta que lo diga el cura... Un cantante andaluz ideó un epitafio muy curioso para su tumba que estoy seguro que Manuel Antonio Fernández Álvarez aceptaría como suyo con la adaptación yo le hago: ¡En el Carbayu no se llora/ en la romería se canta y ríe/ desde la luna a la aurora!

Cien velas no se soplan todos los días: ¡toda una centuria! Un siglo haciendo fiesta por María. En este tiempo de gracia queremos mirarla a Ella como Madre de la espera que nos trae a la única Esperanza que jamás defrauda: Jesucristo nuestro Salvador. El Papa León XIV ya nos ha dejado claro que una de sus devociones más queridas es a la Virgen María. Su primera salida fuera del Vaticano tras su elección como Santo Padre fue a la localidad de Genazzano -a 60 km de Roma- para rezar ante Nuestra Señora del Buen Consejo. Habrá que hacerle llegar al Santo Padre que si viene por Asturias no se confunda, que la del Carbayu de Lugones es la del Buen Suceso, que aunque es la misma y Ella no se enfada, los fieles locales no se lo tomarían tan bien...      

De corazón muchísimas felicidades a todos los que tanto queréis a nuestra Santina del Buen Suceso del Carbayu, cuya devoción aquí es más que centenaria; enhorabuena a la Junta directiva de la Cofradía, socios, colaboradores, vecinos y visitantes. Que no muera nunca La Romería, que no muera la buena vecindad y camaradería del Carbayu, y que crezca la devoción a nuestra Madre del Cielo que nos regala el Buen Suceso de traer a su Hijo a nuestra vida. 

Feliz Centenario, y a por otros cien haciendo fiesta por María. 
¡Viva el Carbayu! ¡Viva la Romería! ¡Viva la Virgen del Buen Suceso!

Joaquín, Párroco

Santoral del día: San Félix de Gerona

Martirologio Romano: En Girona, en la Hispania Tarraconense, san Félix, mártir en la persecución bajo el emperador Diocleciano († 304).

San Félix de Gerona o Félix el Africano fue un mártir gerundense que murió durante la última persecución de Diocleciano contra los cristianos, en el año 304. Félix era un diácono de procedencia africana que habría predicado el Evangelio y la fe cristiana en Gerona y que aceptó hasta sus últimas consecuencias su compromiso. Se conoce su amistad con Cucufate, mártir en Barcelona.

En febrero del año 303, Diocleciano dio la orden de exterminar a los cristianos en lo que sería la última de las grandes persecuciones contra el cristianismo en el Imperio Romano. Las autoridades romanas detuvieron a Félix y seguramente se le pidió adorar a los dioses, apostatar públicamente de sus creencias. Al negarse fue condenado a muerte pero se desconocen las circunstancias precisas de su martirio. Se supone que ocurrió el 1 de agosto de 304 y refleja la existencia de una comunidad cristiana en Gerunda .

Félix fue enterrado en un cementerio que existía a las afueras de la ciudad, al lado del actual portal de Sobrepuertas que abre la Vía Augusta desde el Norte. Su tumba, visitada por los devotos, se convirtió pronto en un lugar de peregrinación y para protegerla se construyó una edificación, martyrium o pequeño santuario. Este martyrium constituyó el origen de la actual basílica de San Félix y su ubicación original correspondería al actual presbiterio. Por tanto la iglesia de San Félix es el templo cristiano más antiguo de la ciudad de Gerona.

Los mártires de la última persecución general, decretada por Diocleciano en 303, son innumerables en todas las provincias del vasto Imperio de Roma. Pero hemos de proclamar con legítimo orgullo, que en ninguna como en España raya tan alto el heroísmo de los que dan su vida por Cristo, ni tiene ninguna un poeta cantor como nuestro Pmdencio, «digno .de tales tiempos y de tales hombres». No hay ciudad española que deje de dar frutos para el cielo, ni víctimas a la saña de Daciano, el desalmado gobernador de la Tarraconense, «de quien en los Martirologios y en los himnos de Prudencio hay larga y triste, aunque, para nuestra Iglesia, gloriosa memoria», al decir de Menéndez y Pelayo. En Gerona —ciudad ungida en la Historia con destino cruento — pequeña, pero rica por tal tesoro, son despedazados —según el gran vate cristiano—:

Los santos miembros del glorioso Félix. No ha nacido en España. Pero España le llama hijo suyo, porque aquí, por el martirio —dies natalis—, nacerá para el cielo. Es oriundo de la ciudad africana de Scilita, y pertenece a una familia acaudalada y noble. Estudiante en Julia Cesarea —hoy Cherchell—, el gran tráfico comercial de este puerto con la Tarraconense le pone en conocimiento de la horrible persecución que en aquella provincia sufre el Cristianismo. Y en su corazón mozo comienza a hervir en ansias de martirio, la ardiente sangre scilitana, tantas veces derramada en la plaza de Cartago. Hasta que, un día —¡qué temple de héroe!— tira los libros, exclamando: «¿De qué me sirve la ciencia de los hombres? ¡Buscaré la ciencia que estudia al Autor de la vida!»...

No se anduvo en chiquitas. Acompañado de un fiel amigo y compatricio — San Cucufate — dejando su patria, su familia, sus estudios —dejándolo todo, como los Apóstoles del Señor—, se embarcó rumbo a Barcelona en el primer navío que halló, disfrazado de mercader.

Y no es mero disfraz. Traficantes a Io divino, la caridad, ejercida en su más amplia comprensividad, constituye su gran negocio. No venden, que regalan; hasta que, no teniendo ya qué dar, se entregan a sí mismos. Cucufate se queda en Barcelona. Pronto la honrará con la efusión de su sangre. Los catalanes le llamarán familiarmente «Sant Cugat». Félix sube hasta Ampurias. Allí se entrega con afán al estudio de las Divinas Letras y a obras de celo. «Era —dicen las Actas— casto, sobrio, manso, pacífico y sincero, amado del pueblo por sus incesantes limosnas, y hospitalario con todos... Caminaba sin temor, e iba sembrando por todas partes las perlas preciosas de la palabra evangélica».

Y caminando llega un día a Gerona, foco principal de la persecución:

Este don claro la Ciudad te envía,
scilitana, la que da a Gerona,
al almo Félix, porque allí reciba
culto y corona.

Y es tal el celo que despliega, tal el fervor de su vida y tan grande el caudal de su doctrina que, aun sin ser sacerdote, todos le miran como a Doctor, Apóstol y Profeta: «Apóstolum eum aut unum ex Prophetis appellabant; qui viam salutis ómnibus demonstrabat» —dicen textualmente las Actas.

¿Pasará inadvertida tanta excelencia? Claro que no: la luz es demasiado radiante para no herir los ojos del pretor Rufino, subdelegado de Daciano. Por orden suya es apresado Félix y puesto ante el terrible dilema de «sacrificar o morir». Quisiéramos reproducir aquí todo el proceso con sus maravillosas circunstancias; pero carecemos de espacio, No resistimos, con todo, a la tentación de transcribir una de las más bellas e inspiradas respuestas de Félix:

—Mi decisión —dice al Pretor — es irrevocable. Y, aunque pudieras ofrecerme las mismas delicias del cielo a cambio de mi fe, no renunciaría a ella.

Las Actas nos hablan de un martirio espeluznante, casi increíble, así como de grandes prodigios obrados por Dios en favor de su siervo. «Cristo — dirá Prudencio — destruyó 'los sutiles inventos de Belcebú, puesto que iluminó con esplendores de mediodía la oscuridad de la cárcel, y los ángeles descendieron de los cielos cantando un poema cuyo eco fiel reprodujo el antro cóncavo, cual si quisiera emular las celestiales voces». La liturgia mozárabe hace también memoria de este glorioso Mártir, diciendo que «sostuvo con animoso pecho todas las torturas; y que, después de haber sufrido penas y cadenas, azotes y garfios, rotas las ligaduras de la carne, emigró a las celestes moradas, el día primero de agosto del año 304».

Desde entonces, Gerona ha guardado celosa —en el primoroso estuche de su Colegiata— la veneranda cabeza de su Apóstol, Doctor y Profeta, San Félix:

«¡Oh, Gerona feliz, oh ciudad bienaventurada!, no tienes que temer ningún mal protegida por tu Mártir. Quien aquí acuda recibirá lo que pida».

Por eso, hoy, nosotros, haciendo nuestras otras estrofas del poeta cantor que, «sin hacienda y sin santidad, ofreció a Dios ligeros yámbicos y circulares troqueos» —son sus palabras—, pedimos con él:

«Oh Dios, fuente de perenne vida, luz y origen de la luz, mira al pueblo que canta la fiesta del gran Mártir; escucha los ruegos de los que te imploran; recibe los cantos de alabanza. Cantamos, ¡Oh, Félix!, tus glorias. Tú desata la lengua en sonoros cánticos, para que podamos dignamente loar tus favores».

(misagregorianatoledo.blogspot.com)

jueves, 31 de julio de 2025

Triduo a Nuestra Señora del Buen Suceso

+Por la señal...

-Señor mío Jesucristo

Oración para todos los días

¡Oh Madre nuestra, Inmaculada Reina del Cielo, María Santísima del Buen Suceso. Hija predilecta del Eterno Padre, Madre del Divino Hijo, Esposa carísima del Espíritu Santo, excelso Trono de la Majestad Divina, Templo augusto de la Santísima Trinidad, en quien las tres Divinas Personas han derramado los tesoros de su Poder, Sabiduría y Amor! Acordaos, Virgen María del Buen Suceso, de que Dios os ha hecho tan grande para que podáis socorrernos a nosotros pecadores. Acordaos que habéis prometido muchas veces mostraros Madre piadosa de los que recurran a Vos, nos acogemos Madre misericordiosa y os rogamos, por el amor que os tuvo el Altísimo, nos alcancéis de Dios Padre la gracia de vivir y morir según las máximas del evangelio.

Saludemos a María Por Hija predilecta de Dios Padre. Dios te salve María...
Saludemos a María Por Madre escogida de Dios Hijo. Dios te salve María...
 Saludemos a María Por Esposa singular del Espíritu Santo. Dios te salve María...

Oración para el Día 1º:

O Virgen María, Nuestra Señora del Buen Suceso, acudimos a ti con humildad y confianza. Intercede por nosotros ante tu Hijo, para que nuestros esfuerzos y proyectos se vean coronados por el éxito. María, Madre llena de gracia, tú que conoces nuestros deseos y aspiraciones, guíanos por el camino de la sabiduría y la perseverancia. Protégenos de obstáculos y distracciones, y ayúdanos a avanzar con determinación. Amén

Oración para el Día 2º:

Amada madre, modelo de fe, fortalece nuestra confianza en la divina providencia. Ayúdanos a poner nuestras preocupaciones en manos de Dios, y a aceptar con serenidad los resultados de nuestros esfuerzos. María, Reina de todas las gracias, concédenos los dones del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento y consejo. Que tomemos decisiones con conocimiento de causa y actuemos según la voluntad de Dios en todas nuestras empresas. Amén

Oración para el Día 3º:

Virgen María, Madre de Misericordia, consuélanos en nuestros momentos de duda e incertidumbre. Apóyanos en nuestras pruebas y dificultades, y ayúdanos a perseverar con valor y esperanza. María, Nuestra Señora del Buen Suceso, tu corazón maternal está siempre abierto a nuestras súplicas. Intercede por nosotros ante tu Hijo, para que recibamos las gracias necesarias para nuestro éxito. Amén

Invocación

¡Oh Señor de infinita bondad!, que con la milagrosa invención de esta imagen de María Santísima del Buen Suceso nos habéis dado un recurso poderoso para acudir con toda confianza a su amable protección en nuestras necesidades, concédenos los auxilios con que encontremos fervor y confianza para saber honrar y servir a esta vuestra Criatura predilecta; para que por su intercesión alcancemos nuestra santificación y después el Cielo. Amén.

Oración 

¡Oh Virgen bendita entre todas las mujeres!, nos faltan voces para daros gracias por los innumerables buenos sucesos que de vuestra mano recibimos. El día que nacisteis al mundo puede llamarse día de gracia, de salud y de consuelo. Vos sois el honor del Carbayu, la alegría del Paraíso, la prenda amada de Dios y la salud de nuestro pueblo. Virgen Santísima del Buen Suceso, Madre clementísima, sed nuestro consuelo en la tierra, siendo nuestro refugio, nuestro auxilio, y protección, así en los males del alma y del cuerpo. Haced que se aparten de nosotros todo mal y pecado. Rogad por la Santa Iglesia y sus ministros, por nuestra Parroquia y nuestro pueblo. Oíd las súplicas de los que os invocan, acordaos que sois nuestra Abogada, nuestra Madre; pues como a tal ponemos en Vos nuestra confianza. A vos recurrimos, y esperamos que nos alcanzaréis de vuestro Hijo, el perdón de nuestras culpas y perseverancia en la gracia hasta la hora de nuestra muerte. Amén. 

Pídase la gracia que se desee alcanzar en este triduo por la intercesión de Nuestra Señora del Buen Suceso

Bendita sea tu pureza...

V. Rogad por nosotros ¡Oh Virgen del Buen Suceso! 
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo. Amén

Salve Regina 

Triduo en El Carbayu 2025

 

miércoles, 30 de julio de 2025

Mons. Jesús Sanz saluda al Papa y le transmite «el afecto y la oración» de los asturianos

(Iglesia de Asturias) El Papa León XIV ha vuelto a retomar, este miércoles, 30 de julio, las audiencias generales tras el breve descanso del verano. Al finalizar, entre otras personas, ha podido saludar a nuestro Arzobispo, Mons. Jesús Sanz Montes, que se encuentra estos días en Roma para acompañar a los más de 200 jóvenes asturianos que, como peregrinos, están llegando para participar en el Jubileo. Ayer, de hecho, tenía lugar la eucaristía de inauguración, con la sorpresa de la aparición de León XIV que bendijo a los asistentes y les dirigió unas palabras de aliento y esperanza.

Tras la Audiencia General de esta mañana, en la que el Arzobispo de Oviedo ha podido saludar e intercambiar, por primera vez, unas palabras con el Pontífice, Mons. Sanz ha explicado que, tras un cordial saludo, le acercó al Papa «el afecto y la oración de toda la diócesis de Oviedo: sacerdotes, seminaristas, religiosas y tantas familias». «Le he dado gracias –dijo– por su Pontificado y su enseñanza, que está imprimiendo unidad y paz en la Iglesia del Señor. Nos ha hecho una preciosa catequesis sobre el sordomudo que Jesús curó y cómo, en nuestro momento actual, hay tantos sordos que se niegan a escuchar y tantos mudos que tienen dificultad para expresarse, en un mundo confuso, violento y corrompido. La enseñanza de Jesús nos invita a curar nuestros oídos y nuestros labios, a curar el corazón para ser testigos de la verdad, de la belleza y de la bondad del Evangelio».

Las Religiosas en las Unidades Pastorales. Testimonio de las Misioneras Eucarísticas y su labor en la U.P. de Grado, Yernes y Tameza

 

martes, 29 de julio de 2025

Homilía del Sr. Arzobispo en el Centenario de la A.N.F.E.

Tiene la noche su encanto. Y alberga tantos escenarios en donde las personas atraviesan los distintos avatares que durante el día se viven y expresan de otra manera. Noche de descanso donde nuestros ojos se cierran entregados al sueño que repara. Noche de trabajo donde se velan enfermos en los hospitales, se limpian las ciudades retirando sus basuras, se vigilan las inseguridades para que no haya bandidos que nos asalten. Noche de versos y de besos, donde los amantes se dicen y ofrecen requiebros enamorados para crecer como esposos y como padres. Noches de vigilia donde algunos creyentes comprenden que es la hora preferida del Maestro, y aprenden de Jesús no sólo a estrenar cada amanecer orando, sino también trasnochando cada tarde para escuchar palabras que tienen vida y no engañan.

En esta noche estival, celebramos un centenario especialmente sentido y querido por la Adoración Nocturna Femenina en Asturias. Al poco tiempo de ser iniciada esta corriente espiritual en Valencia por doña Anita Adrién Mur, tras la creación de la Adoración Nocturna Española por el venerable Luis de Trelles casi cincuenta años antes.

Hay muchas presencias cristianas que concretan el mandato apostólico de Jesús a sus apóstoles. La tierra se ha convertido en el mapa de las andanzas misioneras de tantos cristianos que llevaron hasta los finisterres varios la Buena Noticia del Señor. Y no habrá etapa humana sin que cuente con la labor catequética en los niños, en los jóvenes, en los adultos, en los ancianos. Igualmente, jamás faltará ese ímpetu evangélico en la educación, en la sanidad, en las pobrezas diversas de las periferias humanas. Son tantos carismas que el Espíritu Santo ha ido suscitando a través del tiempo durante estos dos mil años.

Pero Dios hizo ver que la noche es un ámbito para adoración. Y se abrirá este cauce para vuestra plegaria: adoradoras en la oscuridad de la noche de la historia, en las tinieblas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En medio de la oscuridad, os postráis ante quien es la Luz con su presencia eucarística resucitada. Es una preciosa actitud, y bello camino cristiano que en nuestra diócesis de Oviedo también se goza como un don para vosotras en primer lugar, pero para toda la comunidad diocesana a través de vuestro gesto orante y adorante en la noche. Pido al Señor que seáis testigos de esa hora que Jesús también escogió para escuchar y adorar al Padre, en la que oró antes de entregarse redentoramente a su Pasión. Y que nos ayudéis a crecer en esta conciencia agradecida de cómo en la noche de nuestro mundo brilla siempre una luz bendita que jamás nos declina. Santa María de la Luz, alumbre nuestros caminos y tenga encendida la lámpara de nuestra fe que se hace adoración en la noche.

En estas horas vespertinas del domingo, la Iglesia nos proclama la Palabra de Dios que nos permite ahondar en algo que tiene que ver con vuestro camino de adoradoras. Puede parecer una paradoja que hace difícil su comprensión, pero hay ausencias que te queman, precisamente por echar en falta algo que de verdad amas y quieres. Santo Tomás definía la tristeza precisamente como la nostalgia por un bien ausente. Una “ausencia ardiente” es la experiencia orante cristiana: estar ante Alguien que aunque nuestros sentidos no puedan mecer ni abrazar su fi­gura… sin embargo ¡está! Los fantasmas no queman, ni seducen, ni transforman. Hay presencias, que aun en la distancia, son capaces de llenar nuestros rincones cotidianos de una verdadera alegría, y sacarnos de lo banal y frívolo para regalarnos una existencia lumi­nosa y amable.

Estas presencias, incluso cuando físicamente están ausentes, nos col­man y nos alumbran, arden dentro hasta hacernos completamente nuevos… ¿no es éste, acaso, el terruño común de todos los místicos contemplativos y de todos los aman­tes enamorados? No sabes por qué, las cosas siguen estando en el mismo sitio, y la fa­tiga del camino no se nos ahorra, pero, sin embargo, cuando alguien nos habita en los adentros, nos quema en su estar y en su ausentarse; la vida nos parece diferente y nos sabe a nuevo hasta lo que nos cansaba y aburría hasta troncharnos; y un no-sé-qué que nos deja siempre balbuciendo transforma todos nuestros sopores oscuros en estupores de luz, cambiando el hastío en alegría. Este es el proceso de un enamoramiento. ¡Presencia y ausencia… ardientes!

En la primera lectura que hemos escuchado del libro del Génesis, se nos presenta a Abraham que intercede ante Dios para que su presencia venga a salvar nuestras ausencias como humanidad díscola y descolocada. Así porfiará Abraham ante el Dios aparentemente “Ausente” para que tenga piedad de los torpes hombres “presentes” que se despeñaban en el derrotero de su maldad (cf. Gén 18, 20‑32). Es el grito de los orantes que siempre han intercedido ante Dios para bien de su propio pueblo. Así el salmista nos ha dicho conmovido: «Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos» (Sal 137). O más todavía, es el precio que Jesús ha pagado para que nuestra vida tuviera una salida completamente dada en gracia y siempre inmerecida, como ha recordado Pablo en la segunda lectura de la carta a los Colosenses (Cf. Col 2, 14).

Dios siempre sale a nuestro encuentro, jamás nos deja de su mano y sus ojos siguen todos nuestros pasos vayan por donde vayan. No es un Dios distraído y olvidadizo al que tuviésemos que recordar lo inolvidable. Pero orar ante Él, tomar conciencia de su presencia en la aparente ausencia que tanto nos arde, es algo que nos hace bien a nosotros: nos viene a recordar ese amor suyo hacia nosotros que Él jamás olvida.

El evangelio de este día profundiza en esta inquietud. Aquella vez, Jesús arrancó de aquel discípulo ese deseo: «enséñanos a orar» (Lc 11, 1). Le veían madrugar cada mañana y prolongar cada noche, para ponerse al amparo filial de su querido Padre. Los discípulos intuían que ahí había un secreto en las palabras de vida y en los signos y milagros del Maestro que por doquier veían y escuchaban. Es la seducción de los ojos del Señor que se abrían al sol y al calor del Padre Dios cada día. Y como en toda vivencia amorosa, también el Rostro humano de Jesús volvía encendido y asemejado al del Rostro de su Padre. Son las palabras audaces y hermosas de un místico como San Juan de la Cruz: «los ojos deseados que tengo en mis entrañas di­bujados» (Juan de la Cruz. Cántico espiritual,12). La pregunta del admirado discípulo dio lugar a esa maravillosa respuesta de Jesús: «cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre…» (Lc 11, 2).

El camino que Jesús propone no es un subterfugio espiritualista ni humanitarista, aunque sí sea una propuesta tremendamente humana y espiritual. Es decir, la oración del Señor es el fiel reflejo de su vida, en la cual Dios y el hombre no aparecen como ri­vales: dos amores distintos, pero sencillamente inseparables. Jesús llevará al Padre los gozos y dolores de los hombres, y llevará a éstos el consuelo y la paz que Él mismo escucha en su Padre (Jn 17, 1-26). Estamos ante la manera con la que Dios rezaba a Dios, ante el modo filial con el que Jesús hablaba con su Padre. Son esas siete peticiones en las que la vida entera se hace plegaria.

Esto se refleja en el Padrenuestro desde la invocación inicial: Padre (Abbá), que tiene ese tono cariñoso y confiado propio de los niños ante sus progenitores, un Padre que es nuestro, de cada uno y de todos sin confusión y sin separación. Tres peti­ciones referidas a este Padre: que su Nombre sea santificado, es decir, respetado, pronunciado en se­rio, reconocido y jamás tomado en vano; que venga su Reino, es decir, su proyecto de amor y gracia sobre la historia y sobre cada persona; y que su voluntad y querer sea lo que cada uno de nosotros buscamos. Esta primera palabra más las tres invocaciones siguientes, concluyen con tres peticiones más, relacionadas con los que hacen esta oración: pedir el pan de cada día, la paz de cada perdón (tomando como medida no nuestra tolerancia o generosidad, sino la actitud del mismo Dios: tratar a los otros como nos trata el Señor, es decir, misericordiosamente), y no caer en la tentación del maligno, sean cuales sean sus señuelos y engañifas.

La oración del Padrenuestro es la más genuinamente cristiana. No es la plegaria hermosa de un santo piadoso que nos comparte sus besos orantes a Cristo, ni la de un cristiano poeta sensible con sus inspirados versos, sino la manera con la que el mismo Jesús oraba, que abriéndonos la entraña de su alma ha permitido que aprendiésemos cómo se reza de veras. Llevar en el corazón a Dios y a los hermanos, hablarle a Él de ellos y a ellos de Él.

Es la oración primera que aprendimos de niños, la última que rezarán por nosotros el día que muramos. Aquí tenemos las palabras para que la presencia ardiente de Dios nos alumbre e ilumine en este momento de nuestra vida que tiene los años de nuestra edad y el domicilio de nuestra circunstancia. María, que es madre y educadora, nos enseñará también a orar como hizo con los discípulos en el cenáculo esperando la llegada del Espíritu Santo prometido por Jesús. A ella nos encomendamos para que nos enseñe a rezar el padrenuestro con nuestras lámparas encendidas adorando al Señor resucitado en su santa Eucaristía dentro del misterio de la noche. Amén.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

Covadonga: la llegada de los peregrinos de Nuestra Señora de la Cristiandad

 

lunes, 28 de julio de 2025

Santoral Diocesano, 28 de Julio: San Melchor de Quirós

Nació el 28 de abril de 1821 en el seno de une familia humilde y profundamente cristiana de Cortes (Quirós) y fue bautizado al siguiente día en la parroquia de Cienfuegos. En esta iglesia de Cienfuegos, que data del siglo XV y contiene interesantes retablos del siglo XVIII, aún se conserva la pila original donde se bautizó al santo. Melchor, que era el primogénito de siete hermanos, presentó desde su tierna infancia una fuerte inclinación por la religión. Ejercía la bondad y la caridad y tenía un fuerte espíritu de sacrificio debido a las penurias que le tocó vivir. 

A la edad de 7 años, los padres de Melchor deciden mudarse en busca de unas mejores condiciones de vida y se trasladan a San Pedro de Arrojo, pueblo del padre. En la iglesia parroquial de San pedro de Arrojo, Melchor oía misa los días de fiesta, se confesaba y se preparaba para recibir la primera comunión. Asistió a la escuela pública y en Bárzana, a 3 Km. de su casa, realizó los primeros años de su carrera aprendiendo latín con un profesor. Melchor era un buen estudiante y sería más tarde uno de los primeros expertos en latín de la Universidad de Oviedo. 

A los 14 años, deja Quirós para trasladarse a Oviedo y proseguir sus estudios en la Universidad. Hoy en día los peregrinos hacen este camino en sentido inverso para, desde la capital del Principado, llegar al que fuera su pueblo natal en Quirós, Cortes. Después de ser bachiller en filosofía, a los 24 años se titula de bachiller en teología. En su cuarto año de teología, su buen expediente académico y su reconocida virtud, le permitirán trabajar como preceptor del Colegio de San José, aliviando a su familia de la carga económica y facilitándole su dedicación al estudio. 

Fue durante los nueve años que residió en Oviedo donde maduró su vocación religiosa y decidió dedicarse al apostolado en las lejanas misiones de Tonkín, actual Vietnam. 

A mediados de julio de 1845, a los 24 años y medio abandona la ciudad de Oviedo con el fin de ingresar en el convento de Ocaña (Toledo) para hacerse Religioso y Sacerdote por un periodo de tres años. Aquí toma el hábito de Santo Domingo de Guzmán para consagrarse a las misiones en Indochina, donde venían noticias de crueles martirios y del heroísmo de sus misioneros. 

Fr. Melchor García Sampedro hubiera podido tener una vida cómoda y ayudar económicamente a sus padres y hermanos si hubiese aceptado un destino en el mismo Concejo de Quirós. Pero su determinación, muy clara desde su juventud, era la de convertir infieles. 

Le llega la orden de partida y en julio de 1848, después de cuatro meses y medio de viaje en barco, desembarca en Manila con otros cinco Dominicos. Tiene 28 años. Aquí en Manila le tenían dispuesta una cátedra de filosofía en la Universidad de Santo Tomás de Manila. Pero él la rechaza. Su deseo no era vivir tranquilamente en el convento de la capital sino que su sueño era convertir infieles y sufrir penas y fatigas. 

Embarca, pues, hacia el Tonkín. La iglesia llevaba siglos presente allí. El país estaba dividido en dos diócesis, la occidental dirigida por sacerdotes franceses y la oriental por los Dominicos españoles de la provincia del Santísimo Rosario de Filipinas. Los cristianos eran perseguidos. Se aplicaba la pena de muerte a los misioneros y a todos aquellos que abrazaban la fe cristiana o ayudaban a los fieles. Hubo miles de muertes, incluso de niños. 

Fr. Melchor se dedica en cuerpo y alma al ejercicio apostólico: viaja, bautiza, confiesa, predica. Adopta las costumbres del país, cambia su nombre por el de Xüyen, (que significa río) y en poco tiempo domina la lengua y puede entenderse con los nativos. Incluso edita textos, muchas veces escritos por él mismo. Realiza una importante labor de evangelización que es conocida y admirada por los demás misioneros. 

En 1855, a la edad de 34 años, se convierte en Obispo titular de Tricomía y coadjutor del Tonkín central. Sobre él recae ahora la gran responsabilidad de dirigir una amplia Comunidad Cristiana y su vida de entrega y sacrificio es aún mayor. Sabe que este cargo supone firmar su sentencia de muerte, sin embargo acepta. 

En 1857 tiene lugar el martirio del obispo Díaz Sanjurjo y Fr. Melchor queda constituido automáticamente Vicario apostólico del Tonkín Central. Fr. Melchor comenta de aquella época que: El infierno entero se ha conjurado contra nosotros. Muchos cristianos y misioneros habían sido apresados y decapitados, la guerra civil y el hambre asolaban el país. El emperador le persigue, desea arrancarle la cabeza, por ello nuestro Obispo se oculta y celebra el culto de noche. 

Fr. Melchor tiene siempre presente el martirio. En cartas a su hermano Manuel muestra claramente su deseo de que llegue el momento : Cuando tenga ocasión volveré a escribirte, si vivo, si la Virgen del Alba me concede poder derramar mi sangre impura por la religión, hasta el cielo. 

El 8 de julio de 1858, sucedió lo inevitable fue apresado junto con dos de sus discípulos. Fueron trasladados a la capital Nam-Dinh y encarcelados. Fueron veinte días de angustiosa espera en unas condiciones insalubres, sin apenas comida y con gruesas cadenas al cuello y a los pies. Finalmente el 28 de julio, a la edad de 37 años, tuvo lugar el martirio. 

Se le había condenado por haber entrado clandestinamente en el Imperio de Anam y haber predicado la religión de Jesucristo contra lo dictado por las leyes del país. 

El emperador Tu-Duc había mandado que se cortase la cabeza a los sacerdotes europeos. Pero para Fr. Melchor había dispuesto un suplicio aún mayor, se pretendía que su ejecución sirviese de ejemplo atemorizante para todos los cristianos del país y por eso la crueldad empleada fue extrema. 

Toda la multitud de la ciudad estuvo presente. Cruzó la ciudad con la enorme cadena al cuello y fue descuartizado comenzando por las piernas, siguiendo por los brazos y la cabeza. Sus fieles recogieron los restos que habían sido enterrados en un foso. Pero la cabeza que había sido expuesta, posteriormente destrozada a golpes y arrojada al mar, nunca se pudo encontrar. 

La tradición de Quirós dice que dos árboles que habían sido plantados por él en su tierra natal y que no dieron flores aquella primavera, al llegar el mes de julio se llenaron de capullos para luego secarse de repente.

Homilía del Cardenal Sarah Enviado Papal para el 400.º aniversario de las apariciones de Santa Ana en Sainte-Anne-d’Auray, en Bretaña (Francia)

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, queridos amigos de Bretaña, hoy comienzan las celebraciones del 400 aniversario de las apariciones de santa Ana. El Santo Padre me ha enviado a vosotros como enviado extraordinario para expresaros cuán importante considera este acontecimiento no sólo para vuestra diócesis, para toda Bretaña, sino también para toda la Iglesia. Ya hoy, fiesta del apóstol Santiago, llamado el Mayor para distinguirlo del otro Santiago, primo de Jesús, nos permite vislumbrar el sentido espiritual de este aniversario. En el Evangelio de San Mateo, capítulo 20, vemos a la madre de Santiago, la esposa del Zebedeo, intercediendo ante Jesús. Ella es ambiciosa. Quiere que sus hijos Santiago y Juan ocupen la mejor posición en el reino de Dios.

Y Jesús frena su ambición. También nosotros, hermanos y hermanas, podemos arruinar nuestra peregrinación a Santa Ana de Auray viniendo únicamente a pedir a Dios que haga prosperar nuestros negocios, que saque adelante todas nuestras empresas, que satisfaga todas nuestras necesidades materiales. La única ambición cristiana, nos dice Jesús, es seguir a Cristo hasta el sacrificio, hasta la muerte en la Cruz, hasta la entrega de la propia vida por la gloria del Padre y la salvación de las almas.

Ésta es nuestra vocación cristiana: beber el cáliz de la Cruz. Y sé que vuestra región ha conocido tantos mártires, tantos sacerdotes y fieles que han derramado su sangre por fidelidad a su Fe. Los mártires nos dan ejemplo. Hoy, mientras hablamos, en muchas partes del mundo, los cristianos mueren como mártires. Caen bajo las bombas terroristas. Son masacrados, golpeados, encarcelados, hombres, mujeres e incluso niños. Dan su vida para dar testimonio de su fe en Jesucristo crucificado y resucitado.

Y vosotros, cristianos de Bretaña, cristianos de Francia, ¿vuestra ambición es cristiana o mundana? ¿Deseáis el martirio, el testimonio definitivo, el don de vuestra vida? La tibieza, la indiferencia, la apostasía silenciosa nos acechan como un virus corruptor.

El ejemplo de los mártires debe mantener nuestro amor a Dios. Un cristiano que no desea el martirio ya está enfermo. Esto no borra el corazón, la angustia, ni siquiera nuestros pecados de cobardía, pero al menos en el fondo de nuestro corazón, podemos decir como una oración: «Señor, que pueda dar testimonio de tu amor, que pueda dar de mí mismo, que pueda, si es posible, dar mi vida por amor a ti, queridos amigos». El martirio se puede realizar derramando toda la sangre de una vez, pero también se puede realizar derramando la sangre gota a gota cada día. Este martirio, este testimonio cotidiano, sigue siendo el más extendido, sobre todo en vuestra Europa de antaño, cristiana [voz desconocida wow].

Es el de aquellos que son heroicamente escarnecidos, humillados y despreciados cada día por su fe. Es también el testimonio de los padres que se entregan cada día por sus hijos. En el Evangelio, vemos a la madre de Santiago intercediendo ante Jesús, y hoy estamos reunidos para abrir la fiesta de Santa Ana, la madre de la Virgen María. ¿Cuántas madres han desempeñado un papel decisivo en la vida de los santos? Pienso en la madre de san Juan Bosco, de santo Domingo Savio, de santa Mónica, la madre de san Agustín, de santa María, de santa Ana, que confió la educación humana y religiosa a la santísima Virgen María, pero también confió a santa la misión de educar a los bretones, a los franceses y a todos los pueblos del mundo a estar atentos a la santa voluntad de Dios y a dedicar su vida a Dios. A vosotras, madres, Dios os confía una misión. Sois portadoras de un tesoro precioso. A pesar de vuestra debilidad, se os confían las almas de vuestros hijos. ¡Qué misión tan terrible! ¡Qué enorme responsabilidad! Esto vale tanto para los padres como para las madres. Dios os confía un hijo al que llama a la santidad. Os confía la misión de preparar su corazón para que también él pueda acoger libremente la gracia divina. Queridos padres cristianos, día tras día os entregáis en cuerpo y alma. Hacéis enormes sacrificios para alimentar a vuestros hijos. Trabajáis duro. Y yo os rindo homenaje.

Sois mártires, testigos de nuestro tiempo. Os preocupáis constantemente de lo mejor para la educación de estas pequeñas almas que el Señor os ha confiado. No olvidéis sus necesidades espirituales. No olvidéis transmitirles la fe. No tengáis miedo de dar testimonio de vuestra fe a vuestros hijos. Como dice san Pablo en la primera lectura, creemos. Por eso hablamos. Sí, hablamos en una familia cristiana; debemos hablar de Dios, enseñar el catecismo, explicar la Palabra de Dios y llevar a los niños a la misa dominical. Fijaos en las conocidas imágenes de Santa Ana con María de pequeña aprendiendo con ella a leer las Sagradas Escrituras y en el regazo de su madre. Fue en ese regazo donde la Virgen María aprendió a cantar los salmos, a rezar, a esperar al Mesías de Israel. Es en el regazo de sus padres donde los pequeños bautizados deben aprender su primera oración y los rudimentos del catecismo. No tengáis miedo de transmitirlo. Dios os ha confiado esta magnífica misión de dar vida humana. Veo familias hermosas y numerosas, gracias. Sí, gracias por vuestra generosidad, por vuestra confianza en Dios. Y os he dicho a todos que, junto con la vida humana, Dios os pide que transmitáis la vida divina, la vida de la gracia recibida en el bautismo. Es el don más hermoso que podéis hacer a vuestros hijos, transmitirles este poder extraordinario que pertenece a Dios. No depende de nosotros. El don de la gracia no depende de nosotros, sino que depende de vosotros abrir vuestro corazón a este don.

En todas las familias cristianas, debemos rezar juntos al menos una vez al día. En todas las familias cristianas debemos enseñar la fe. Queridos padres, vuestro papel es decisivo. No tengáis miedo. San Juan Pablo II os dice: no tengáis miedo. Puede suceder que vuestros hijos rechacen el don de Dios. No se os pide que tengáis éxito, sino que lo transmitáis sin inquietaros, desconcertados, a veces incluso perplejos, abrumados, pero no destruidos. Incluso en este don tan íntimo, tan personal, de la vocación a la vida sacerdotal, a la vida consagrada, a la vida religiosa, tenéis un papel que desempeñar. Ciertamente, no os corresponde a vosotros decidir la vocación de vuestros hijos. Es su secreto con Dios. Pero ¿cómo van a escuchar la llamada si no preparáis su corazón para amar a Dios, para amar a los sacerdotes, para amar a los religiosos y religiosas? ¿Cómo va a acoger la vocación si usted no reza para que sus hijos sean llamados? ¿Cómo se atrevería a responder a esta llamada si ponéis en sus almas el único deseo de triunfar a los ojos del mundo mediante el dinero, el éxito y el placer?

Queridos padres, como Santa Ana y la Virgen María, como tantos padres de santos, tenéis la gran responsabilidad de transmitir la fe, de transmitir la oración, de transmitir la vida cristiana. Esto es la Tradición con mayúscula: transmitir lo que hemos recibido, transmitir lo que Dios reveló a los apóstoles y lo que ha pasado a través de tantas generaciones de cristianos hasta llegar a nosotros. Formamos una cadena ininterrumpida de la que Cristo es el primer eslabón. No tenemos derecho a devolver esta cadena. La familia cristiana es el lugar donde se realiza la tradición, la transmisión. Es hermoso transmitir vuestras tradiciones nacionales y regionales, vuestras lenguas, vuestros usos, vuestras costumbres. Pero todo esto sería vacío y absurdo si no transmitierais la Fe que es el alma de todas vuestras tradiciones.

En Bretaña es tradicional peregrinar. Esto es bueno y correcto, pero el corazón de esta tradición sigue siendo el ejemplo de Santa María, la madre de la Virgen, que transmitió a María, la madre de Jesús, la fe recibida de sus padres. Queridos amigos, bendigo a Dios que me da esta alegría, esta gracia de rezar con vosotros. Santos, bendigo a Dios que me da esta gracia de fortaleceros en la fe. Bendigo a Dios porque al venir aquí, yo mismo me sentiré confortado por vuestra fe. Pidamos a Santiago, pidamos a Santa Ana la fuerza de dar testimonio en nuestras familias para transmitir la fe. Y si a veces sentimos que hemos fracasado porque un hijo se aleja de la fe o la rechaza, recemos, repito, recemos. Recemos. Como hizo Santa Mónica con San Agustín. Mónica lloró y rezó por la conversación de su hijo Agustín. Su oración fue concedida. Demos testimonio, atrevámonos a hablar, no porque seamos mejores o superiores, sino porque somos portadores de un tesoro del que no podemos privar al mundo, el tesoro del Evangelio.

El tesoro de los sacramentos que salvan al mundo. Que Santiago, Santa Ana y todos los padres de los santos del cielo nos den la fuerza para dar un testimonio alegre y perseverante, que nada pueda repeler ni desanimar. Que tengamos la fuerza de dar testimonio en el martirio de la vida cotidiana e incluso hasta el martirio final, si Dios nos concede la gracia. Santiago, san Agustín y santa Ana, rogad por nosotros. Amén.

domingo, 27 de julio de 2025

Homilía de nuestro Párroco en la Fiesta de San Félix



    Querida Cofradía del Carbayu, del Cristo de la Piedad y Ntra. Señora de la Soledad, autoridades, religiosas y fieles todos:

    En este día queremos como Parroquia honrar a nuestro sanctus patrōnus (al Santo Patrón) que da nombre a esta comunidad cristiana de Lugones, al que debemos de tener como referente en nuestra oración, pues es él quien mejor puede hacer de nuestro abogado, intercesor y protector ante el trono del Dios altísimo. Cada cual tiene sus preferencias; también los creyentes en el incontable listado del Santoral tenemos santos que conocemos y otros desconocidos que nos llaman la atención, o nos parecen inalcanzables, y a los que tenemos un cariño especial o una afinidad mayor. Y luego están los patronazgos, que no elegimos nosotros, sino que nos vienen dados. El primero nuestro patrono personal que nos da nombre, luego el patrono de nuestro oficio, profesión o vocación y, por el lugar de nuestro domicilio, el patrono de la parroquia. Es hermoso pensar que en todos los lugares del mundo católico están ellos repartidos por cada metro cuadrado de suelo y en más de 221.700 parroquias, cada cual amparada en un patronazgo. A esto habría que añadir las incontables capillas, ermitas y oratorios diseminados por el orbe entero qué, sin ser parroquias, son lugares de especial devoción y culto, y cuyos titulares se han convertido por aclamación popular en los patronos que dan nombre y distinguen aldeas, pueblos y barrios.

    En nuestro caso, fijar nuestra mirada en San Félix en este año jubilar que coincide, además, con el Centenario de la Romería del Carbayu en honor a Nuestra Señora del Buen Suceso, nos anima a vivir desde la alegría que nos aporta la esperanza cristiana, y es que por complejo que sea el presente para nuestra vida de fe y nuestro testimonio de seguidores de Jesucristo, mirando a nuestro querido San Félix somos conscientes que los momentos de crisis, zozobra o persecución siempre han sido y existido a lo largo de la historia de la Iglesia como una oportunidad de un particular Kairós -tiempo de gracia especial- para volver al amor primero que es Jesucristo resucitado. Hoy la Iglesia, como cuando en mismas tierras catalanas en las que predicó nuestro Patrono a finales del siglo III y comienzos del siglo IV, experimenta en estos mismos momentos en que os hablo la persecución, la desnudez y la espada -que diría San Pablo- y siguen muriendo cada día en múltiples países del mundo nuestros hermanos cristianos por el bautismo, por los que no sólo debemos orar, sino también admirar, pues pese a ello, nada les ha apartado al amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, sino que han sabido descubrir que el mayor regalo de la vida del cristiano dándola, haciendo de la propia existencia una ofrenda y oblación como hizo Jesucristo en la cruz, y que hará nuevamente dentro de unos instantes aquí sobre el altar dándose y entregándose por todos nosotros. 

    Festejar a San Félix, como a todo mártir, nos exige hacer examen personal de cómo está nuestra unión concreta con Jesucristo: ¿sería yo capaz en este 2025 de ser mártir en el aquí y ahora; tendría fuerzas para beber el cáliz de la pasión; sigo sólo al Señor por el camino en que todo me sale a pedir de boca, o lo abandono cuando llega la senda cruz?...

    Dios no quiere nuestra condenación; no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Por ello perdona siempre, como nos recuerda la primera lectura en diálogo entre Yavhé y Abrahám ante el pecado de Sodoma, cuando el Patriarca pregunta al Creador si tendrá misericordia si encuentra cuarenta y cinco justos, treinta justos, veinte justos, diez justos... Y la respuesta siempre es positiva: «En atención a esos no la destruiré»... Abrahán lo que hace es interceder y mediar ante Dios por las personas que le preocupaban de aquel lugar. Esta es también la misión que tiene San Félix en el cielo con nosotros: estar pendiente de Lugones, de nuestros niños, de nuestros mayores, de nuestros matrimonios, enfermos, necesitados o difuntos, y recordándole al Señor: "mira que esta mujer es de Lugones, mañana se va a operar". O ''este difunto es de una parroquia con mi patronazgo, sácalo ya del purgatorio''. O, ''esta chica es de Lugones, échale una mano en la PAU''... Por eso necesitamos tener muy presente a San Félix, pues él puede obtenernos muchos favores del cielo. Pero no nos quedemos sólo en ese aspecto de petición y súplica, el Santo Patrono es, ante todo, un modelo, un ejemplo y referente para nuestra vida, y es tantísimo lo que nuestro Patrono nos enseña y tan profundas las huellas de su paso ha dejado entre nosotros, que ni siquiera después de más de mil setecientos años de su martirio ha caído en el olvido su vida de caridad, su predicación ardiente ni su cruel martirio, aceptado por no renegar al Maestro que un día le dijo: ''¡sígueme!''. No vivamos como muertos, sino que aspiremos al igual que San Félix a morir al pecado y vivir la vida nueva para que amemos al Señor sobre todas las cosas con la paz que da saber que como le ocurrió a nuestro Patrono en medio del suplicio de sus torturas, experimentó en su corazón las palabras del salmista: ''Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor''.

    En el evangelio de este domingo XVII ya del Tiempo Ordinario, también nosotros como los discípulos queremos pedirle a Jesús que nos enseñe a orar, que como hemos visto en el pasaje del capítulo 11 del evangelista San Lucas, no consiste únicamente en repetir su oración, sino en llevarla después a la práctica en la propia vida. De nada nos sirve llamar a Dios Padre si no vivimos con familiaridad la fe; o en pedir que su nombre sea santificado, cuando con mis propios labios muchas veces lo pronuncio en vano; tampoco me sirve para mi salvación tener el pan de cada día, si luego no lo comparto con quien lo necesita o me pide un trozo. Igualmente, se queda hueco ''perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe'', si después ni olvido, ni perdono, y soy incapaz de sacar a una persona de mi lista de enemigos para tratar de llevarla a la de amigos. La oración ha de llevarnos a la acción, por eso Jesús no les habla de las nubes, sino que tras enseñarles el Padrenuestro les relata lo del amigo que llama a la puerta a medianoche: ¿soy yo de los que pido que no me molesten, o de los que se levantan para ayudar?... Somos llamados a experimentar este misterio de tener a Dios por padre, de saborear la oración como lo que es: un diálogo de intimidad, y desde ahí dar, hallar y abrir la puerta a tantos hermanos nuestros que piden, buscan y llaman.

    Seguro que San Félix a lo largo de su vida rezó también muchas veces esta oración que nos regaló el mismo Jesús, pero lo que es más importante: la puso en práctica en su día a día. Hoy le pedimos que nos ayude a vivir la radicalidad del evangelio, a encarnar en nuestras acciones cada plegaria del padrenuestro para así anunciar a nuestro mundo que realmente su reino viene a nosotros: 

    San Félix mártir, ruega por esta Parroquia que a tu protección se encomienda. Amén

Evangelio Domingo XVII del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 11, 1-13

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».

Él les dijo:
«Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».

Y les dijo:
«Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice:

“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde:

“No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.

¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».

Palabra del Señor

sábado, 26 de julio de 2025

Comienza la V Peregrinación a Covadonga con la bendición de los peregrinos

(Infovaticana) Esta mañana ha dado comienzo la quinta edición de la Peregrinación Nuestra Señora de la Cristiandad a Covadonga con la tradicional bendición de los peregrinos. Monseñor Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, ha dirigido unas palabras a los asistentes, marcadas por el tono espiritual y la hondura teológica que caracterizan sus intervenciones pastorales. En su alocución, monseñor Sanz ha invocado “la paz de Cristo resucitado” y “la presencia materna de la Santísima Virgen María” como compañía para los peregrinos que emprenden el camino hacia el Santuario de Covadonga. Ha subrayado que este caminar no es una mera actividad lúdica o deportiva, sino una respuesta consciente a un llamado: “Andamos porque nos sabemos llamados, sostenidos y acompañados, porque sabemos que tenemos una meta en la que somos todos esperados”.

Recordando que la festividad del Apóstol Santiago fue celebrada ayer, el arzobispo ha destacado su papel como “nataliz de nuestras peregrinaciones”. No obstante, ha precisado que el sentido cristiano de la peregrinación no se reduce a un objetivo geográfico, sino que debe desembocar en un encuentro con Jesucristo: “Llegar a Compostela y no encontrarse con Cristo es haber hecho una andadura torpe y desorientada”.

En ese mismo espíritu, ha señalado que la peregrinación a Covadonga tiene también “una veta preciosa” y una meta clara: encontrarse con Jesucristo en el santuario mariano asturiano, enclavado en el valle del Auseva, donde, según ha recordado, “nació un pueblo con clara denominación de origen cristiano”.

El prelado ha descrito los tres días de marcha que esperan a los peregrinos como un recorrido por “parajes azules, tan bellos y frescos”, embellecidos por la creación divina. Su exhortación ha servido como recordatorio del carácter espiritual, comunitario y profundamente eclesial de esta peregrinación, que se ha consolidado como uno de los hitos del calendario católico tradicional en España.

Este domingo

 

viernes, 25 de julio de 2025

Santoral del día: Santiago Apóstol

(COPE) Los días de los Patronos tienen una importancia muy especial. Hoy es Santiago Apóstol, cuya vida tiene íntima vinculación con nuestras raíces religiosas, culturales y sociales. Hijo de Zebedeo y hermano de Juan, siguió al Señor cuando le llamó a orillas del Lago de Genesaret. Forma parte de los tres más predilectos dentro del Colegio Apostólico, junto a Pedro y su hermano Juan.

Dado su temperamento, el Señor le llamó como a Juan “boanerges”, que significa “los truenos”. Sobre todo porque cuenta el Evangelio que cuando iban a pasar por Samaría y les impidieron el paso, se acercaron ambos hermanos al Maestro para pedirle que enviase fuego del Cielo y que les consumiese.

Él les dio dicho sobrenombre diciéndoles que no había venido a condenar sino a perdonar y salvar. En otro Pasaje del Evangelio se acercan con la madre pidiéndole a Cristo que ordenase en el Cielo que ellos se sentasen el uno a la Derecha y el otro a la izquierda suya. Cuando el Señor les recrimina su ignorancia atrevida les pregunta si son capaces de beber el cáliz que Él iba a beber.

Al contestarle que “sí” Él les asegura que lo beber. Sin embargo el puesto a la derecha o a la izquierda en el Cielo lo tiene reservado el Padre. No contentos con eso se arma una discusión entre los Doce y Jesús ha de poner paz pidiéndoles que sean como Él que no ha venido a ser servido sino a servir y dar la Vida en rescate por muchos.

Testigo de la Muerte, Resurrección y Ascensión del Señor, después de Pentecostés viene hasta iria Flavia en el Finisterre, en Hispania a predicar. Nada más regresar a Palestina, él será degollado el primero de entre el Colegio Apostólico. Según la tradición En el siglo X el Obispo Teodomiro descubre unas luces.

Cuando investiga, descubre que son las reliquias de Santiago el Mayor, en honor del que se levanta la Catedral del Obradoiro. Allí queda como foco de Fe, al que desde el Medievo, han accedido muchos peregrinos para venerar la tumba de Santiago, Patrón de España junto con la Inmaculada Concepción.

Homilía en el funeral de Antonio Trevín

Muy estimada Luisa y demás familiares de Antonio, sacerdotes concelebrantes, autoridades presentes, amigos y hermanos todos en el Señor. Que Dios llene de Paz vuestros corazones y acompañe nuestros pasos por los caminos del Bien.

No por esperada la noticia del fatal desenlace deja de flagelar nuestro sentimiento cuando llega el momento del temido adiós de alguien que has querido de veras. A diario hay un sinfín de esquelas sobre las que pasamos la mirada distraídos al final de los periódicos que leemos. Son anónimas para nosotros. Pero pierden su desinterés cuando ese nombre y apellidos, la edad que reseñan, y su apretada biografía coinciden con esa persona nuestra que tienen la sangre de nuestra familia, la solera de nuestra amistad, el respeto de nuestra admiración. De pronto se interrumpe esa relación familiar, amistosa y de reconocimiento social, cuando nos asomamos a ese tramo final de una vida que en un féretro nos reclama la última atención.

Atrás quedan tantas cosas vividas, compartidas, dialogadas o debatidas, sin que podamos prolongar un instante más lo que ha sido admirado en esa persona a través de los años que nos han podido acercar. Me vienen a la memoria las líneas con las que nuestro premiado escritor Javier Marías describía estos momentos: “Basta con echar un vistazo a la habitación del desaparecido para darse cuenta de cuánto ha quedado interrumpido y en vacuo, de cuánto pasa en un instante a resultar inservible y sin función: sí, la novela con su señal que ya no avanzará más páginas, pero también los medicamentos que de repente se tornan lo más superfluo de todo y que pronto habrá que tirar…; las gafas que a nadie más servirán y las ropas expectantes que permanecerán en su armario durante días o durante años, hasta que se atreva alguien a descolgarlas, bien armado de valor; la agenda en la que apuntaba sus citas y sus quehaceres no recorrerá ni una hoja más…Todos los objetos que hablaban se quedan mudos y sin sentido, es como si les cayera un manto que los aquieta y acalla haciéndoles creer que la noche ha llegado, o como si también ellos lamentaran la pérdida de su dueño y se retrajeran instantáneamente con una extraña conciencia de su desempleo o inutilidad, y se preguntaran a coro: ‘¿Y ahora qué hacemos aquí? Nos toca ser retirados. Ya no tenemos amo. Nos esperan el exilio o la basura. Se nos ha acabado la misión’” (J. Marías, Los enamoramientos. Pág. 45). Así de plástico y realista se dibuja el momento duro de un adiós.

Todos los aquí presentes hemos tenido que ajustar nuestras agendas en la medida de lo posible, para hacer hueco a una visita intrusa que nos ha secuestrado nuestros anotados compromisos desplazándolos irremediablemente. Por muchos motivos ha primado en esta decisión nuestro recuerdo agradecido hacia Antonio Trevín, su familia, sus amigos y sus compañeros. Yo lo he hecho con todo afecto, aunque me ha resultado complicado, pero en todos han ido pasando a un segundo plano nuestros quehaceres cotidianos. Es un rito que todos hacemos cada mañana según nos despertamos: damos por supuestas las cosas como si estuviera en nuestra mano fijar cumplida su cita según nuestro calendario y horario. Y sin embargo hay otra agenda que no cuenta con nosotros, que no tiene en cuenta nuestro reparto de amores, desamores, ilusiones soñadas y labores a destajo.

El corazón, como un imposible reproche ante el hecho de morir, nos impone de modo fiero esta última verdad: que no hemos nacido para la muerte. Lo decía humilde- mente ese poeta agnóstico italiano, Cesare Pavese: “¿por qué, si nadie me ha prometido nada, mi corazón no sabe dejar de esperar?”. El corazón tiene sus razones y expresa de tantos modos sus creencias en la intimidad de su silencio. Y es que, aun sabiendo que desde que nacemos, desde que somos incluso concebidos, tenemos ya edad para morir, algo muy nuestro se nos pone en pie para decir que no y rebelarnos. Pero es entonces cuando nuestro corazón se abre a Dios de mil maneras y encuentra precisamente en Él al mayor mentor de nuestros anhelos más sinceros. La muerte siempre nos pone ante el quicio de nuestra última batalla y nuestra última ilusión, que es capaz de provocarnos el llanto por un adiós que siempre juzgamos prematuro e inoportuno. Surgen entonces tantas cuestiones de las esenciales, que siquiera por un instante, nos ponen ante el espejo de la verdad. De una verdad desnuda y libre, que no tiene ya nada que vender, ni nada que conquistar, ni nada que defender, sino tan sólo ser, sencillamente ser.

Me gusta recordar que nuestra historia comienza según el relato del viejo Génesis como un apunte de extrema necesidad: que no es bueno que el hombre esté solo, porque Dios de quien somos imagen no es soledad. Para el encuentro nos creó Dios, en la armonía que une y funde nos soñó, para el amor puso en nosotros lo mejor de sí mismo: la luz de los ojos, la ternura de las manos, lo entrañable de la compasión, la sonrisa esperanzada, el llanto sereno, los latires del corazón.

Y si no es bueno que el hombre esté sólo, como documenta el relato del Génesis en el encuentro de un solitario Adán con una inmerecida Eva, ¿por qué, entonces, la belleza de este encuentro parece que queda fatalmente manchada y la bondad de este amor queda tan inútilmente envilecida?; ¿por qué este trance maldito, que nos parte y abruma, si todo nuestro ser clama por algo que no termine, por una unión que nada la separe, por un abrazo enamorado y amistoso que nadie ni nada pueda disolver?

¡Estas preguntas duelen de modo casi infinito cuando es alguien cercano y querido cuya separación nos las despierta y exalta! ¡Cómo salta fácil la tentación de refugiarse en un sollozo fugitivo, lejos de todos y hasta de uno mismo, cuando sentimos que el peso de este dolor nos supera y acorrala! ¿Será el camino la tristeza o la huida? ¿Nos devolverá el sosiego el mutismo o la blasfemia? ¿Será, acaso, la nostalgia de ese pasado vinculado al esposo o al amigo lo que nos alivie y devuelva la paz? Bien sabemos que no es así, que estamos ante un misterio ante el que no caben más palabras que nuestro silencio. Y esto es lo que explica que nos ayuntemos en momentos así, que nos miremos, que nos abracemos, sabiendo que el dolor no puede ser suplido por nadie, ni podemos arrancarlo, aunque queramos. Tan sólo podemos ofrecer una humilde compañía discreta y respetuosa, acompañándonos en el sentimiento. Pero ni siquiera la nobleza de este gesto tan lleno de humanidad es bastante para los creyentes. Y de esto habla la liturgia exequial, que con in- mensa delicadeza trata de respetar el dolor debido, pero nos abre a la esperanza cierta. Así lo hemos escuchado en el Evangelio, cuando Jesús mismo quedó conmovido ante la muerte de su amigo Lázaro, poniendo en su propio llanto las lágrimas de Dios.

Conocí a Antonio a mi llegada a Asturias como nuevo Arzobispo. En la ronda de visitas institucionales, también acudí a la Delegación del Gobierno que en ese momento él dirigía. Recuerdo ese rasgo de bonhomía y de amable afabilidad que ayer y hoy tantos hemos podido describir como el perfil de este buen hombre que hacía fácil el diálogo franco, sincero el encuentro humano y respetuosa la legítima discrepancia. Se interesó por mi trayectoria, por mis estudios, por mis inquietudes y deseos al llegar a una tierra como Asturias tan marcada por la libertad, el compromiso social y la apertura de la comunidad cristiana en la construcción de la sociedad que nos queríamos dar.

Yo hice lo propio a su respecto, y también él se sinceró enseñándome sus cartas sin trampas en aquel inicio de una relación que se ha ido fraguando y consolidando con el paso de los años. Admiré su pasión por la alta política desde su clave socialdemócrata, su juicio mesurado sobre las cosas y el respetuoso parecer ante los propios y los adversarios. No siempre lo tuvo fácil. Y tanto más emerge su figura, cuando el talante humano y su perfil político se distancia de otros derroteros que en esos días tantos lamentan. Pero su compromiso sociopolítico tenía también otra peculiar referencia que nos hizo más cer- canos, confidentes y hasta hermanos: su reconocible admiración por Jesús de Nazareth, y por la tradición cristiana en una Iglesia comprometida por los desfavorecidos en aras de la justicia genuina, la libertad auténtica, la verdad sin falacias y la sana igualdad. Valores todos ellos en los que alguien de su sensibilidad política podía nutrir con el bagaje de su fe indisimulada y confesada.

En esta celebración cristiana del funeral por Antonio Trevín, rezamos para que el abrazo del Señor haya sido como el Señor lo prometió y como él mismo lo fue acogiendo. Antonio me pedía que rezase por él en nuestras últimas comunicaciones. Y así lo hice con todo mi afecto. Los pésames pasarán, las coronas de flores marchitarán, incluso el dolor tan fresco y tan caliente se irá lentamente mitigando, quedando luego el recuerdo agradecido de quien no podemos ni queremos olvidar. Pero hasta que nos volvamos a encontrar para nunca más separarnos, mientras recorremos nuestro tramo, el asignado, caben los versos de nuestro poeta castellano que a modo de hasta luego nos regala en estos versos póstumos su creyente última voluntad:

Viví jugando a demasiadas cosas, a vivir, a soñar, a ser un hombre.
Tal vez nazca al morir, aunque me asombre, como nacen, soñándose, las rosas.
Dame tus manos misericordiosas para que el corazón se desescombre.
Dime si es cierto que, al pensar tu nombre, se vuelven las orugas mariposas.
Sé que los cielos estarán abiertos y aún más abierta encontraré la vida. Ya no seremos nunca más cautivos. Ganaremos, perdiendo, la partida.
Y, pues hemos vivido estando muertos, muriendo en luz despertaremos vivos.
Y entonces vio la luz. La luz que entraba por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba. Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.
Acabar de llorar y hacer preguntas; ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura; tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.

(J.L. Martín Descalzo. Testamento del pájaro solitario. Madrid 1991, 67. 101).

Sí, llegados a la orilla a la que Antonio ha llegado, veremos con los ojos de Dios, y nos amaremos con su pálpito, y no habrá luz de lámpara ni de sol, porque será Él quien nos alumbre (Apoc 22,3-5). Así, después de todas nuestras dudas, tras todos nuestros en- sueños y harturas, cuando hayan terminado nuestros errores y certezas, también nosotros entraremos con los nuestros en la casa hermosa de nuestro único Padre, en la tierra de promesa, en el hogar dulce y apacible, donde serán secadas nuestras lágrimas, se nos quitarán todos nuestros lutos y seremos vestidos de danza y canto para una fiesta que no termina nunca (Salmo 29), donde sabremos que los besos y abrazos dados no se perderán ninguno, las palabras dichas encontrarán su significado y el testimonio de nuestra anda- dura será reconocido y pacificado. Descanse en paz Antonio, tu esposo, Luisa, y nuestro querido amigo entrañable. Este maestro de escuela, político y cristiano, nos ha dejado en su vida la mejor lección que ha podido regalarnos. Que la Santina le proteja en este su último viaje. El Señor os bendiga y os guarde.

Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Basílica de Llanes (Asturias)
25 julio de 2025

jueves, 24 de julio de 2025

«La virtud de las vacaciones»

(Claves/InfoCatólica) El P. Jean de Massia, sacerdote francés de la Hermandad Sacerdotal San Pedro y capellán de la asociación que organiza las peregrinaciones de Nuestra Señora de la Cristiandad, ha escrito un interesante y llamativo artículo para el portal católico Claves. En dicho artículo, el sacerdote defiende que los católicos no deben tener «escrúpulo en tomarse unas vacaciones. Las vacaciones son algo cristiano e incluso algo muy virtuoso».

Para justificarlo, llama en su defensa al Doctor Angélico: «Santo Tomás de Aquino, a quien solemos considerar un hombre bastante serio, escribía que los que rechazan distraerse, no cuentan nunca una anécdota y corrigen a los que lo hacen están cayendo en un vicio, porque son duros y maleducados (ST IIa IIae, q. 168, a. 4)».

En consecuencia «el arte de la distracción, del descanso, de la relajación es una virtud, una virtud que lleva el dulce nombre de eutrapelia». Para el sacerdote, se trata de una «virtud capital, realista y esencial», que podríamos considerar «la virtud de las vacaciones».

En efecto, no somos espíritus puros, sino que «somos seres de carne, inmersos en el tiempo y en la duración, sujetos a la fatiga y a la presión» y, por lo tanto, necesitamos descansar. Santo Tomás lo explica con la imagen del arco, que, si siempre está tenso, termina por romperse: «el reposo del alma es el deleite. Por tanto, es conveniente proporcionar un remedio contra el cansancio del alma mediante algún deleite. […] El alma humana se rompería si se mantuviera siempre en la misma tensión. Esto se llama diversiones o juegos. Por eso es necesario hacer uso de ellos de vez en cuando para dar algo de descanso al alma» (a. 2).

En ese sentido, «la relajación es legítima. La diversión, el entretenimiento, la risa, las actividades sencillas y divertidas entre amigos: todo eso es necesario y virtuoso, todo eso es cristiano. El cristianismo es una religión de la alegría y el equilibrio. ¡Hay que saber distraerse!».

Hay que estar vigilantes, sin embargo, para no caer en el «exceso de eutrapelia». Si las vacaciones se dedican a no hacer nada, «el demonio encontrará con qué ocuparnos y el resultado no será nada bueno». En efecto, el «abandonarse por completo» suele estar acompañado del «olvido de Dios y de nuestra vida cristiana», además de la falta de templanza, «que nunca ha llenado a nadie».

Conviene que las vacaciones se preparen e incluyan objetivos, quizá la lectura de unos libros, un proyecto agradable o incluso un desafío. Sobre todo, hay que recordar que, para que unas vacaciones sean buenas, deben ser «coherentes con mi vida interior de cristiano». De ese modo, las vacaciones serán un «anticipo del cielo» y, por lo tanto, estarán orientadas hacia «las únicas vacaciones auténticas que realmente nos llenarán», las «vacaciones eternas de alegría y amistad» en la Jerusalén celeste.

Necrológica

Falleció el sacerdote diocesano Rvdo. Sr. D. Armando Sánchez García 

Nacido en San Juan de Arenas - Carbayín (Siero), el 28 de Junio de 1944

Diplomado del Consejo Superior de Investigaciones Científicas CSIC (Instituto Nacional del Carbón y derivados) ingresó en el Seminario Metropolitano de Oviedo a los 27 años de edad en 1971. Ejerció el diaconado como adscrito a la parroquia de San Antonio de Padua de Fuente la Plata en Oviedo el curo pastoral 1977/1978. Fue ordenado sacerdote por manos del entonces arzobispo de Oviedo Monseñor Díaz Merchán el 8 de diciembre de 1978.

Sus encomiendas pastorales fueron las siguientes:

Coadjutor de San Antonio de Fuente la Plata en Oviedo (1978 - 1981)

Coadjutor de San Martín del Cerillero - Veriña en Gijón (1981-1982)        *Hoy parroquia de San Melchor del Cerillero

Capellán del Orfanato Minero de Oviedo (1982-1986)

Adscrito a la parroquia de la Purísima de Gijón (1982 - 2017)

Sacerdote sencillo, alegre y servicial. Muy vinculado a la Hospitalidad Diocesana de Lourdes con los que peregrinó en varias ocasiones al Santuario homónimo francés. En el año 1981 fijó su domicilio en el barrio del Nuevo Gijón junto a parte de su familia cuidando con especial dedicación primero a sus padres y después a su tía Carolina. Persona generosa, servicial y muy cercano. En el año 2017 pasó a la situación de jubilado fijando su domicilio en El Recuncu (Blimea). En estos años siguió vinculado en la medida de sus posibilidades tanto a la realidad pastoral de Gijón como de su querida cuenca del Nalón. Agravada su salud fue ingresado en el Hospital Valle del Nalón en Riaño (Langreo) donde falleció. Tenía 81 años de edad, y 47 de ministerio sacerdotal. 

D. E. P. 

La misa funeral se celebrará este viernes, en la parroquia de Nuestra Señora de las Nieves de Blimea, a las cinco de la tarde. Estará presidida por el Vicario General de la diócesis, D. Adolfo Mariño. A continuación sus restos mortales serán incinerados en el Tanatorio de San Martín del Rey Aurelio. La capilla ardiente ha quedado instalada en la Sala nº 3 del Tanatorio de La Florida. Lo encomendamos al Santo Cristo de la Salud del Condado de Laviana del que era tan devoto. 

 ''Nuestro Dios es compasivo. El Señor protege a los sencillos; estando yo sin fuerzas, me salvó'' (Sal 116)