viernes, 18 de febrero de 2022

Carta semanal del Sr. Arzobispo

A la cabecera de los enfermos

Ya nos pasó la fecha hace una semana, y no hemos podido abordar el tema por la escalada de cuestiones más urgentes que nos dicta e impone la actualidad peleona. Pero cada 11 de febrero, festividad de la Virgen de Lourdes, se celebra la Jornada Mundial del Enfermo, y es una ocasión propicia para reflexionar en torno al sentido del dolor cristiano y sobre el deber cristiano de ocuparnos de él bajo cualquier situación que se presente. Como ha recordado el Papa en su mensaje, «¡Cuántas veces los Evangelios nos narran los encuentros de Jesús con personas que padecen diversas enfermedades! Él “recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas de los judíos, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias de la gente” (Mt 4,23). Podemos preguntarnos: ¿por qué esta atención particular de Jesús hacia los enfermos, hasta tal punto que se convierte también en la obra principal de la misión de los apóstoles, enviados por el Maestro a anunciar el Evangelio y a curar a los enfermos? (cf. Lc 9,2)… Cuando una persona experimenta en su propia carne la fragilidad y el sufrimiento a causa de la enfermedad, también su corazón se entristece, el miedo crece, los interrogantes se multiplican; hallar respuesta a la pregunta sobre el sentido de todo lo que sucede es cada vez más urgente. Cómo no recordar, a este respecto, a los numerosos enfermos que, durante este tiempo de pandemia, han vivido en la soledad de una unidad de cuidados intensivos la última etapa de su existencia atendidos, sin lugar a dudas, por agentes sanitarios generosos, pero lejos de sus seres queridos y de las personas más importantes de su vida terrenal. He aquí la importancia de contar con la presencia de testigos de la caridad de Dios que derramen sobre las heridas de los enfermos el aceite de la consolación y el vino de la esperanza, siguiendo el ejemplo de Jesús, misericordia del Padre».

Quienes hemos tenido la gracia de visitar con frecuencia ese santuario mariano de Lourdes, hemos podido comprobar la cantidad de milagros que allí se suceden. No me refiero a los escasamente 70 milagros que oficialmente la Iglesia Católica ha reconocido como tales, a través de estos 160 años de existencia de Lourdes, sino tantísimos milagros que acontecen en el corazón de las personas que acuden a la gruta de Massabielle, estuvieran enfermos del cuerpo o del alma.

Al igual que la Virgen en las bodas de Caná le dijo a su Hijo que aquellos novios se habían quedado sin vino, en esas otras bodas que son la vida misma de cada uno, tantas veces nos quedamos sin aquellas cosas necesarias para vivir. Entonces María vuelve a intervenir ante su Hijo para decirle: Jesús, se les ha agriado el vino de la bondad, han manchado el vino de la belleza, han llegado a enfrentar fatalmente el vino de la paz, no logran brindar de veras con el vino de un amor puro y duradero. Y entonces Jesús vuelve a intervenir en nuestra condición enferma, para darnos ese vino mejor para el que nuestro corazón ha nacido, que es el que nos permite amar a Dios y a las personas que Él ha puesto a nuestro lado.

María, nos cura al ponernos ante su Hijo con todas nuestras carencias, nuestras hambres, nuestras pobrezas. Y Jesús se hace alimento adecuado con el cual nuestro corazón es saciado y abrazado en aquello que más pudiera necesitar. Acompañando a nuestros enfermos y ancianos, nutriéndonos de la santa Eucaristía, seamos ese testimonio sencillo y creíble por el que estamos narrando a la sociedad que Dios está cercano, que se conmueve ante nuestras penas y sabe saltar de gozo en nuestras alegrías. Así lo vivió Santa María, y así lo pedimos vivir nosotros también, cuando nos ponemos a la cabecera de un enfermo, sea cual sea su dolencia. Ellos necesitan en esos momentos la cercanía tierna y misericordiosa de quien les acerque el bálsamo que fortalece la fe y despierta la esperanza. Esta es la mejor prueba de la caridad cristiana. Jesús lo dijo: “estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25, 36).

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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