sábado, 10 de abril de 2021

Pascua, encuentro con el Resucitado. Por Roberto Gutiérrez González OCD

Apuntes sobre la historia, la estructura, la liturgia, la espiritualidad y las posibilidades pastorales de la celebración del tiempo pascual

Pascua es el tiempo litúrgico del encuentro con el Resucitado. Por ello, es el tiempo de la alegría, por habernos encontrado con Él, como nos recuerda el Papa Francisco en Evangelii gaudium: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento» (EG, 1).

Escuchemos una homilía de Melitón de Sardes sobre la Pascua, cuya lectura nos remonta a la teología pascual: «Soy yo, en efecto vuestra remisión; soy yo, la Pascua de la salvación; yo el cordero inmolado por vosotros, yo vuestro rescate, yo vuestra vida, yo vuestra luz, yo vuestra salvación, yo vuestra resurrección, yo vuestro rey… Él es el Alfa y el Omega, Él es el principio y el fin. Él es el Cristo. Él es el rey. Él es Jesús, el caudillo, el Señor, aquel que ha resucitado de entre los muertos, aquel que está sentado a la derecha del Padre».

Se puede afirmar que la Pascua anual es la institución cristiana más antigua después del domingo y que hunde sus raíces en la fiesta de la Pessah. De la Pascua semanal, celebrada por la Iglesia apostólica y llamada «día del Señor» (cf. Ap 1, 10), pasamos a la Pascua anual celebrada por las primeras comunidades cristianas a partir del siglo II, como memorial de la Muerte y de la Resurrección. Es, entonces, cuando en torno a esta fiesta nace su prolongación 50 días, hasta Pentecostés.

Cincuentena Pascual y Octava Pascual

Este período, denominado tiempo pascual o cincuentena pascual, conmemora el triunfo de Cristo resucitado presente en la Iglesia, y al Espíritu Santo, donación de la promesa del Padre. La Pascua es la expresión culmen del amor de Dios. Del amor de un Dios que se hace pascua para nosotros. Es el paso del odio al amor.

Con la reforma conciliar sobre liturgia, se ha restituido al tiempo pascual su significado. En las normas sobre el año litúrgico se dice: «Los cincuenta días que van del domingo de Resurrección hasta el domingo de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación, como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como “un gran domingo”» (n. 22). Este tiempo es llamado por los padres orientales como «el gran domingo» ya que todos los elementos que hacen del domingo un día de fiesta, concluyen en la cincuentena. Se tiene que hacer ver el carácter unitario de estas siete semanas.

Estas siete semanas se desdobla en otro ciclo de ocho días, la octava pascual, con un carácter eminentemente bautismal. Los neófitos pregustaban durante estos ocho días las delicias de su bautismo. Durante estos días recibían las últimas catequesis, llamadas mistagógicas. El último día se desprendían de sus vestidos blancos y tomaban asiento entre el pueblo.

El misterio de la Resurrección recorre todo este tiempo. Durante los 50 días es lo que vamos a celebrar, ellos es la causa de nuestra alegría, del encuentro con el resucitado. Así, los domingos de Pascua nos narran los distintos encuentros que tiene Jesús: con las mujeres, con el grupo de los doce, con María Magdalena, a los discípulos de Emaús, a los apóstoles sentado en la mesa, en el lago Tiberíades.

Después de la Octava, no se pierde de vista la Resurrección, sino que se la contempla desde otra perspectiva, de la presencia de Cristo en la Iglesia: como buen Pastor, como camino y conduce al Padre, como la Vid.

Todo el tiempo pascual es la exaltación de Cristo, Señor del universo donde Cristo sea todo en todos. Pascua es la luz que alumbra sobre las tinieblas, la vida que derrota a la muerte, el amor que vence al odio. Es donde profundizamos en el bautismo recibido o en la fe ya vivida.

Es el tiempo de la alegría y del banquete, donde cantamos el aleluya y la comunidad se reconoce como misterio de comunión y fraternidad.

Los cantos de la Pascua hacen nacer de nuevo a la esperanza, colma de alegría a los cristianos. La Iglesia es el lugar donde nos encontramos con Jesús resucitado, donde experimentamos su Espíritu que nos vivifica, donde lo vivimos a través de los sacramentos y donde somos llamados a testimoniar la Buena Noticia con nuestras vidas. «Id a Galilea, allí me veréis». Volvamos a nuestros quehaceres de cada día y lo veremos y conoceremos en la fracción de pan, en la escucha de la Palabra, en el sacramento de la caridad hacia el hermano. Es el momento de caminar, es el momento de ser sus testigos, es el momento de ser pascua para la humanidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario