viernes, 26 de octubre de 2018

Jesús Prieto, el tapiego silencioso. Por Rodrigo Huerta Migoya

Un lugar llamado Bao de Cangas o Bodecangas

En esta pequeña aldea de caserías dispersas, nació Jesús Prieto López el día 28 de agosto de 1912. Su familia era tan humilde como religiosa. Fue el séptimo de once hermanos, pues sus padres José María y Marcelina, a pesar de no llegarles el dinero siempre vivieron abiertos a Dios y a su providencia.

Fue bautizado al día siguiente -29 de agosto- por el párroco D. Fernando Gómez Celaya, en la entonces sede parroquial de Santa María del Monte. Su madre y su abuela Rosalía, eran las oriundas de Bao de Cangas; su padre era de Presno (Castropol) al igual que su abuelo paterno Cayetano; y su abuela paterna, Concepción, era de Vega de Ouría -Rozadas- (Boal). El abuelo materno: desconocido. Fueron sus padrinos su hermano Valentín y una vecina de Acevedo (la Roda) llamada Benigna.

En casa de la familia de Jesús se vivía del campo, era un hogar campesino donde desde el más pequeño al mayor tenían que ayudar en el trabajo de la tierra. Las manos de aquel niño tapiego sabían bien lo que era desde muy pronto el duro trabajo, y su piel morena se pigmentaba más aún cada verano faenando con los suyos bajo el sol. Introvertido y poco amigo de diversiones, era un niño fuerte y sano y con gran facilidad para todas las materias de letras. Extremadamente educado, sus hermanos destacaron siempre de él que a pesar de su timidez o sus pocas palabras no tenía dificultad ninguna para demostrar a todos su cariño y afecto.

Era una persona que interiorizaba mucho todo, y ello le convirtió en un joven sumamente prudente. Muy devoto de la Santísima Virgen, no había día que no rezara el Rosario en casa donde solía dirigirlo para todos. Sin duda, el secreto que muchos años después destacaría el sacerdote irlandés Patrick Peyton con la frase que se ha hecho ya una máxima universal: «familia que reza unida, permanece unida».


Su Parroquia, cuna de su vocación

Entre los ríos Tol y Anguileira, con el arroyo de la Fernada por medio, se extienden las tierras de la Parroquia de Santa María de la Roda. La feligresía, aunque pequeña en número, siempre vivió repartida en numerosas poblaciones y barrios; los más conocidos son: La Barrosa, El Monte, San Julián, Matafoyada, Acevedo, Jarias, Bustelo, Alfonsares, Lantrapiñán, Momeán, la Roda, Villarín, la Veguiña, el Valle de San Agustín, Riocabo, Oriales o Reiriz. Dada las distancias y las dificultades para llegar a todos los fieles de la Parroquia, el obispo, Monseñor Martínez Vigil, elevó en 1882 a Iglesia filial la antigua ermita de San Agustín del Valle -en la actualidad parroquia independiente-.


En 1929 el entonces Obispo de Oviedo, Monseñor Juan Bautista Luis y Pérez, consagró el nuevo templo de la Roda en el barrio del Monte, aunque la Parroquia ya se llamaba Santa María del Monte antes incluso de esta coincidencia.

El párroco quería trasladar la sede parroquial de la vieja iglesia a esta nueva, y convertir así la antigua en Santuario de los Mártires San Amancio, San Gaudencio, San Feliciano y Santa Victoria, cuyo culto y devoción estaba tan arraigado en la Parroquia que era ya la Fiesta Mayor, incluso por delante de la Asunción.

A principios de los años treinta la capilla del Pico Faro estaba muy deteriorada y tras varios incendios en la zona el párroco D. Jesús decidió trasladarla a la parroquia. Este venerable cura preocupado por las almas de su grey era consciente que la zona más habitada de la parroquia era La Roda y que el templo quedaba lejos por lo que propició que empezara a funcionar la capilla de este pueblo como un especie de filial de la Parroquia del Monte. Este tema causó controversias, y Don Jesús por evitar división lo dejó estar. Finalmente será Don Avelino Gómez Rodríguez quien al llegar a la parroquia en 1957 retome este proyecto. Hubo revuelo cuando comentó su proyecto de trasladar la sede parroquial del Monte a la Roda, por lo que el Arzobispado envió a Don Demetrio Cabo para estudiar la situación y presentar un informe al prelado. Finalmente Monseñor Lauzurica dio la razó n al párroco y por el bien de las almas decretó el traslado de la sede parroquial dejando de llamarse la parroquia Santa María del Monte en 1959 para empezar a llamarse Santa María de la Roda. La capilla de la Roda se amplió como templo, se vendió la rectoral del Monte y con ese dinero se pudieron acomenter importantes obra como el nuevo cementerio parroquial y la nueva casa rectoral. Cuando se abrió al culto la nueva Iglesia de Santa María, no había dinero para adquirir una nueva imagen de la Madre de Dios, y el párroco consideraba que era aún pronto para llevar la imagen de la Patrona que presidía la vieja iglesia al nuevo templo. Entonces, como solución, decidió trasladar la imagen de la Virgen de las Nieves que antaño se había venerado en la Capilla del Pico de Faro (en la foto, la citada Imagen ante la que tantísimas veces rezó el joven Jesús) y que se veneraba en el templo del Monte. Cuando las aguas estaban calmadas y había quedado atrás la polémica de la sede parroquial el cura párroco D. Germán bajó la imagen de la Patrona titular de la Parroquia Nuestra Señora de la Expectación también llamada de la Esperanza o de la O al templo de la Roda. En 1997 se recuperó la capilla de Faro tras décadas en ruinas siendo trasladada la imagen desde la iglesia del Monte al Pico Faro. Volvió así la Virgen de las Nieves a su ermita siendo párroco Don Germán Vicente. 

La parroquia del Monte (la Roda que decimos hoy) fue una comunidad cristiana muy viva en los comienzos del siglo XX y una de las más levíticas del occidente, en la que surgieron numerosas vocaciones no sólo al ministerio ordenado sino también vocaciones religiosas y misioneras. Una de las causas de este "boom" espiritual fue sin duda la labor del entonces párroco D. Jesús M. A. Rodríguez, el cual ejerció desde 1.919 a 1.949 su pastoreo en esa localidad, y al que sus feligreses denominaron ''nuestro celoso apóstol''.

En este magnífico caldo de cultivo creció el cuerpo y alma del pequeño Jesús, tocayo de su Párroco, lo que a buen seguro le habría hecho preguntarse alguna vez ¿por qué no ser sacerdote como D. Jesús?... Fue un monaguillo sobresaliente; le gustaba ir a la iglesia y quedarse mucho tiempo en el templo ayudando en la Santa Misa con sumo celo y cuidado, sabiéndose todas las oraciones de la eucaristía en latín de memoria.

Don Jesús pronto se fija en sus cualidades y comienza a darle clases particulares, catequesis y algo de dirección espiritual. Había una unión muy grande entre el párroco y el feligrés-monaguillo que se apreciaban de corazón.

Sonrisas en Valdediós

Ante la sobresaliente piedad de Jesús, su bondad natural y su amor a la Parroquia, su sacerdote
-que bien le conocía- le plantea la posibilidad de ir al seminario, a lo que la respuesta fue inmediata. Así ingresa en el Seminario de Valdediós en 1925.

La familia no podía asumir gasto alguno en su formación, tenían lo justo para comer, pero el párroco apostilló tanto a él como a su familia que no se preocupasen por el dinero. Don Jesús corrió con todos los gastos de los estudios y manutención del chaval, por eso el pequeño seminarista en cuando llegaba a la Roda de vacaciones al primero que saludaba al llegar y al último que despedía al partir era a su cura querido y admirado.

En el tiempo de vacaciones, además de arrimar el hombro en casa en las faenas del hogar con su madre -su padre no le dejaba ir al campo con sus hermanos pues decía que su sitio estaba en casa con los libros- sacaba todo el tiempo que podía para estudiar y también para ayudar al Párroco no sólo en la misa diaria, sino también impartiendo catequesis a otros niños, ordenando la sacristía o enriqueciendo sus curiosidades, formación y estudios, acribillando a preguntas con frecuencia a Don Jesús.

Fue feliz en Valdediós; no pasaban hambre, aunque la comida era tan pésima que al final preferían hasta el hambre. Sin embargo, la vida comunitaria, de oración y de estudio, era tan plena que hacía que lo "gastronómico" fuera hasta secundario. En sus vacaciones añoraba tanto el seminario que las tardes del domingo se acercaba a visitar a otros seminaristas que vivían en parroquias limítrofes.

Oviedo y sus difíciles tiempos

Deja el Seminario del Valle de Dios para irse a la capital. La situación política y social se complicaba, no llegaban días fáciles para los cristianos y menos aún para los futuros sacerdotes.

Jesús, como siempre presumieron en su casa, jamás suspendió un examen ni una asignatura; a su buena cabeza se unió su perseverancia y dedicación al estudio, que no dejó margen para una sola mancha en su expediente.

Lo pasó mal -dijeron- cuando le llegó el momento de cumplir el servicio militar, coincidente con un ambiente hostil hacia la Iglesia y cuyo caldo de cultivo se ampliaba en la Asturias industrial de los años treinta. Algunos llegaron a hablar de una crisis vocacional, algo que sus hermanos negaron de forma tajante, pues en casa siempre manifestó sus anhelos por verse algún día ordenado sacerdote.

En las estrecheces propias de comienzos de siglo XX, en aquel seminario de precarias condiciones en el viejo convento de Santo Domingo, Jesús fue feliz y dejó siempre un magnífico recuerdo entre los seminaristas más mayores o pequeños que le trataron, así como entre los profesores y prefectos. A pesar de su carácter serio y reservado, más silencioso que hablador, lo cierto es que en las pocas intervenciones que tenía tanto en la clase como en el recreo era para hablar en positivo de todo. No existía en su vocabulario el término enemigo, pues jamás pensaba mal de nadie.

Influyó mucho en la espiritualidad de Jesús el buen hacer de los Padre Paúles -los encargados de la formación en el seminario mayor en aquel tiempo-. La espiritualidad de San Vicente de Paúl, después de la simiente de su Párroco, enfocó su sacerdocio como el servicio de los servicios que empieza por los últimos del pueblo de Dios, por los más pobres en lo material o espiritual y, en definitiva, por todos los rechazados de la sociedad, como acostumbra a decir el Papa Francisco. Jesús hizo muy suyo aquel enfoque, hasta el punto que no sólo estaba disponible para sus compañeros de curso o de cursos superiores, sino que tampoco era extraño verle echando una mano a los de cursos inferiores.

Jesús tras los pasos del Salvador

Como ya apuntamos, parece que una tribulación especial para él fue el día que fue requerido para cumplir el servicio militar, pues a él le preocupaba no llegar a verse sacerdote.

El ambiente anticlerical de la República se vivió con auténtico temor y temblor en el seno de la Iglesia, y muy de forma explícita en los centros de formación y las comunidades religiosas, temiendo que se repitieran aquí los sucesos acaecidos al mes de la proclamación de la Segunda República, cuando se quemaron numerosos templos, se asaltaron conventos, se profanaron tumbas y los sucesos terminaron con muertos y heridos. Aunque los hechos se produjeron principalmente en Alicante, Cádiz, Sevilla, Granada, Córdoba, Murcia, Valencia, Málaga y Madrid, la Iglesia en Asturias temía lo que por desgracia ocurriría no tardando.

Jesús tenía perfecto conocimiento de cómo estaba el panorama político-social y de lo feo que se presentaba el futuro para la Iglesia en España. En el cuartel tuvo que escuchar cómo la República quería barrer a la Iglesia en todo el país, pese a lo cual al terminar su servicio militar aceptó reincorporarse al seminario -como hicieran tantos de sus compañeros en conciencia y sabedores del peligro- manifestando con ese paso su fe y bebiendo el mismo cáliz que bebió el Señor. No iba por victimismo ni cabezonería, aceptó el plan de Dios diciendo aquello del evangelio de Juan: "Padre glorifica tu nombre''.

Llega, pues, el día 7 de Octubre, donde es incendiado y destruido el Palacio Episcopal (hoy sede del Arzobispado) y también es el turno del asalto y destrucción del Seminario de Santo Domingo. Los revolucionarios buscan por cada calle y camino de Oviedo el mínimo rastro de "olor a curas" para aliviar su sed de venganza, para purgar la ciudad de "los opresores del proletariado" y para bautizar con sangre el comienzo de "un tiempo nuevo libre de sotanas."

Nunca encontraremos explicación para aquellos acontecimientos en nuestra tierra: ¿cómo se podrían amparar aquellos crueles martirios en la supuesta opresión o insensibilidad de la Iglesia con la clase obrera, cuando precisamente la Iglesia fue la primera en defender la dignidad y derechos del trabajador?... Anda que no había ya antecedentes en la diócesis de Oviedo de cercanía con el proletariado con ejemplos como Martínez Marina, Posada Rubín, Valdés Busto, Roces Lamuño... Y ya no digamos la contribución del clero asturiano en materia de sindicatos, como por ejemplo el del canónigo Maximiliano Arboleya. Pero claro, el sindicalismo católico no les interesaba a los "libertadores"; no casaba con aquel sindicalismo amarillista -como así definieron los historiadores- y que no consideraron a los católicos como sincero complemento, sino como enemigos...

La primera gran desbandada de seminaristas del edificio de Santo Domingo se produjo el día 6 de octubre, cuando las llamadas "vanguardias rojas" paralizaron de miedo la ciudad de Oviedo con un tiroteo atroz contra los muros de los edificios que dejaba patente en la capital que la revolución había llegado a Vetusta.

Hay que incidir en el modélico servicio prestado por la Congregación de la Misión (Padres Paúles) a la diócesis de Oviedo, en la cual trabajaron dentro del seminario diocesano desde 1900 por encargo expreso del entonces obispo Monseñor Martínez Vigil, al ser conocedor de la magnífica obra que estaban realizando en la formación sacerdotal de seminarios en otras diócesis vecinas. Un grupo de estos religiosos que formaban la comunidad del Seminario, también fueron martirizados.

El primero en aceptar el final fué el hermano coadjutor Salustiano González Crespo, el cual al ver a los seminaristas huir despavoridos por el miedo y a los revolucionarios lanzarse a por ellos como si de una cacería de conejos se tratara, a pesar de su vejez, salió veloz del seminario poniéndose delante del primer grupo de seminaristas apresados, implorando clemencia para ellos. Ofreció su vida en trueque por la de aquellos jóvenes alegando:  “Matadme a mí, que no sirvo para nada, pero no matéis a estos jóvenes, que pueden hacer mucho bien”. Este grupo de seminaristas fué trasladado a Mieres donde vivieron su cautiverio, mientras que el pobre hermano Salustiano -leonés de Tapia de la Ribera- fué asesinado cobardemente de un balazo que destrozó su achacoso cuerpo.

Tras la narrada huida del seminario, los escondites provisionales y demás miedos a registros o denuncias de vecinos del barrio, Jesús Prieto se unió al grupo de Gonzalo Zurro, que junto a dos superiores se ocultaron en las inmediaciones del Seminario, en un sótano húmedo donde permanecieron ocultos durante horas. No podían dormir ni hacer sus necesidades, ni tenían fuego para calentarse ni nada que llevar a la boca para aliviar tanta hambre y sed. El pánico les tenía casi inmóviles; eran conscientes de que no habría un final feliz para sus vidas y poniéndose en las manos de la Providencia oraron, confesaron y se prepararon espiritualmente para una buena muerte. Cuando ya se hacía imposible su continuidad allí por la falta de medios, fueron descubiertos y obligados a salir de donde se ocultaban, siendo arrestados para -según los revolucionarios que los apresaron- ser conducidos al cuartel.

Caminaron calle arriba, a buen seguro convencidos de que ya no llegarían ni siquiera al cuartel, pues el ambiente era cada vez más tenso y hostil debido al griterío de gente que en la calle increpaba a los milicianos para que acabaran con sus vidas. Insultos, blasfemias, golpes... hacían suyas así las palabras de San Pablo: ''siempre y en todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo''... ¡Así fué!

El  lugar del Martirio sería la calle ''Camino de San Lázaro''. Jesús, entonces, era alumno de tercero de teología y tan sólo tenía veintidós años cuando por confesar a Cristo y no negarle, aceptó que le arrebataran la vida como a Él.

La noticia del asesinato de Jesús cayó como una bomba en la Parroquia de la Roda: su familia, sus vecinos, su Párroco, los niños a los que había dado catequesis, sus amigos... quedaron consternados. Pero a la persona a la que más le afectó fue a su padre, el cual acabó trastornando, teniendo que cuidarle y vigilarle para que no se fugara de casa sin rumbo -algo que hizo en más de una ocasión-. Entre los suyos todos estaban concienciados de que Jesús había ido directo al cielo, pues toda su vida fue bondad y nunca se quejó de nada ni de nadie, valorando siempre lo bueno de las personas.

El día 28 de Octubre de 1934 fué exhumado su cuerpo junto al de sus compañeros de la fosa común del Cementerio del Salvador, en presencia de José González (el seminarista que salvó su vida al darlo por muerto tras dispararle), el también seminarista Jaime Caldevilla y el sacerdote D. Antonio Lombardía, quienes con un nudo en la garganta fueron mudos testigos de cómo sacaban de aquel lugar a los seminaristas mártires que eran ya espigas en flor, testigos de vida, reliquias de amor. Cuando los cuerpos fueron limpiados y colocados en un féretro se acercó también el sacerdote y profesor del seminario de Valdediós D. Leocadio Alonso Crespo para mostrar sus respetos y realizar oraciones por los seminaristas.

La Roda no olvidó a su seminarista

Tanto la familia del seminarista como los sucesivos párrocos que fueron pasando por la parroquia de la Roda, siempre mostraron un claro interés en que los restos de Jesús volvieran a su Parroquia. Sin embargo, les parecía más importante aún el proceso de beatificación, esperando que una vez terminado el mismo y ya estando en el libro de los Beatos su cuerpo volviera a La Roda de su alma.

Dios ya le ha dado a Jesús la palma del martirio, esperamos con emoción conocer la fecha en la que la Iglesia le incluirá en el libro de los testigos de Cristo. Don José Manuel Feito, sacerdote y escritor, en un precioso poema que dedicó a los seminaristas mártires, alude al tapiego como: ''hijo de humildes campesinos''. Sí, y qué grande ha sido y es este joven de La Roda que sin duda intercederá por todos los suyos que le tienen desde siempre por santo y que en breve hasta le podrán rendir culto público.

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