sábado, 27 de enero de 2018

P. Mendizabal, de corazón a corazón.- Por Rodrigo Huerta Migoya

La triste noticia del fallecimiento del P. Luis Mª Mendizábal Ostolaza S.J. no ha pasado desapercibida para buena parte de los católicos de este país, que han comprobado cómo con su partida de este mundo, la Iglesia ha perdido a un hijo muy fiel que quiso servirla desde el amor y que sólo comprendieron los que se acercaron a su humanidad, lejos de todo estereotipo.

Las cruces de un camino empinado

Había ciertas cuestiones que algunos reprocharon al padre Luis, cuando, en mi opinión, no son merecedoras de crítica sino de aplauso y valoración; aunque todo depende del prisma y lado en que se sitúe el opinador .

Desde sus raíces, ya tuvo que huir de "clichés" y las etiquetas sobre su supuesto sentimiento nacionalista e independentistas que, realmente, nunca fueron de su interés. Supo ser un vasco del mundo y para el mundo, como los Santos fundadores, lo cual tampoco impedía su identidad y personalidad vasca, con un lógico y profundo amor a la tierra que le vió nacer.

Una etapa muy compleja y dura para él fueron los años de su paisano Pedro Arrupe como prepósito general de la Compañía, al ser señalado injustamente como un traidor al espíritu modernista, e incluso de ser uno de los cabecillas del ala contraria a los cambios planteados en la Congregación. Algunos señalaron entonces al Padre Luis Mª como un jesuita que apostó a caballo perdedor; sin embargo, el tiempo nos demostraría que no estaba tan equivocado como algunos pensaban. La Compañía entró en una situación catastrófica, teniendo que intervenir la Santa Sede. Es entonces cuando se acuñó el chascarrillo popular: "si un vasco fundó la Compañía, un vasco se la iba a cargar". A lo que Arrupe respondió: "el último que apague la luz"

A Mendizábal le tocó nadar a contra corriente, tanto que en ocasiones parecía ya insuperable su permanencia en la orden. Pero aceptó las noches oscuras, las durísimas críticas de los suyos y que tanto le dolieron, refugiándose en el Corazón amoroso de Cristo, en el que no le preocupaba nada y donde todo le brotaba en oración sin rencor ni revanchismo. Fue un hombre que derrochó humanidad y regalaba sonrisas.

"Jesuita ultraconservador, sacerdote de extrema derecha, imagen de una Iglesia ya superada..." fueron algunas de las coletillas que le regalaron los que ni si quieran llegaron a leerse una de sus obras. No hacía falta; su negativa a abandonar la vestimenta talar, su cuidado de las pastorales que en rasgos generales para algunos pertenecían a otros tiempos, y, en especial su línea teológica, fueron motivos suficientes para tales calificaciones.

Recuperó para la Iglesia y en especial para la Iglesia española, una corriente que el postconcilio había desterrado por no parecer válida, y en la que supo devolver al lugar que se merecía la devoción al Corazón de Jesús y que tanto bien ha hecho a la España descristianizada de nuestro tiempo.

En esta segunda mitad del siglo XX quiso la Providencia regalar a la Iglesia de Toledo tres grandísimos hombres de Dios, los cuales han marcado y marcarán por mucho tiempo una línea de espiritualidad nueva y única que hizo de un erial un vergel. Me refiero, como no, al Cardenal Don Marcelo, al Venerable Don José Rivera y al Padre Luis Mª Mendizabal,

Don Marcelo encontró en aquel austero jesuita la pieza que necesitaba para confiarle misiones aparentemente sencillas pero que en realidad eran imprescindibles en la formación del clero toledano. Por su ortodoxia clarividente y su forma única para adentrarse en la teología espiritual, fue requerido para predicar retiros mensuales, apoyar la Formación Permanente, dirigir los ejercicios espirituales, acompañar a seminaristas o confesar a religiosas. Muy importante fue su labor en la Iglesia de los Jesuitas de Toledo, la cual se convirtió en lugar de peregrinación en el culto al Sagrado Corazón que él mismo potenció, y por los numerosos fieles que acudían a su confesionario en busca de sus sabias y consoladoras palabras. Tanto en los pontificados de Don Marcelo, de Don Francisco o de Don Antonio, se siguió contando con su verbo enriquecedor, en especial de cara a las Jornadas de Teología Espiritual, que empapó de manera contagiosa con su línea de pensamiento.

Cuando fue designado por la Conferencia Episcopal Española para dirigir los ejercicios espirituales a los obispos en el año 2009,  volvió a despertar el murmullo aletargado y los que se habían olvidado de aquel "insignificante" Mendizábal, volvían de nuevo a disparar contra su persona y obras tan sólo por el hecho de que los prelados le eligieran a él al considerarle un peso pesado de la espiritualidad de nuestro siglo. Este gesto del episcopado, ya mostraba que algunas tornas habían cambiado.

Quizá todo esto nos ayuda también a comprender por qué muchos medios de comunicación religiosa se ocuparon muy mucho de acallar la noticia de su muerte, pues como comenté, a los "liberales" que nos les gusta la libertad, les preocupa muy mucho que una espiritualidad que no casa con sus ideas pueda tener cobertura.


Su rico legado espiritual

Su legado es muy amplio, pues pensar que hay obispos que ejercen su ministerio episcopal apoyados aún en sus enseñanzas, dice mucho ya de lo amplia que es la "onda expansiva" de este Pastor que quiso asemejar su corazón al de Aquél que le llamó y amó.

Continuan ahora su labor las religiosas que aunque no fundadas directamente por él si las acompañó desde sus comienzos, la Fraternidad Sacerdotal, y tantos buenos apostolados que siguen regando esta tierra reseca y necesitada siempre de brotes verdes en el terreno espiritual.

Sin duda, la clave del Padre Luis María fue haber recuperado del ostracismo postconciliar una corriente de teología espiritual para muchos obsoleta. No inventó nada nuevo ni nada malo, tan sólo predicó lo que la Iglesia ha venido reconociendo a través de veintiún siglos.

Por desgracia, aún hay laicos, religiosos, sacerdotes e incluso obispos que conservan este recelo hacia esta forma de pensar, que no es otra que la de tantísimos santos y beatos cuyos escritos nos confirman que la devoción  al corazón de Cristo, no es una historia de beatería popular, sino que es una verdad tan clara como la propia virtud teologal que es.

La Iglesia no podía olvidarse de este pequeño corazón refugiado en otro Mayor, al que nos remiten los devocionarios. Lo encontramos en la Palabra de Dios, en el Magisterio, en el Catecismo, en los documentos del Concilio Vaticano II, en la Pastoral, en la Doctrina Social, en la Liturgia... Negar la rica espiritualidad que ha crecido en torno al culto al Corazón del Señor conllevaría negar también los fundamentos dogmáticos que respaldan esta evidencia. No todos han entendido esta recuperación, que no vuelta atrás, la cual el P. Mendizabal supo actualizar sin problema alguno y desde un sentido puramente conciliar. Algo que supo explicar con la importancia que tiene lo que no es externo sino tan interno como el latido de Dios en el corazón de su hijo Jesucristo.

Si San Juan de Ávila supo ser un cura diocesano admirador de los jesuitas, el P. Mendizabal experimentó la viceversa de ser un jesuita que, sin negar jamás sus siglas, quería y apreciaba de Corazón al clero secular con el que tanto trabajó codo con codo.

Fue muy escrupuloso a la hora de acompañar a jóvenes vocacionados; jamás empujó a nadie hacia ningún seminario o congregación, sino que dejó que fuera el Espiritu Santo el que mostrara a cada cuál el paso que habría de tomar en su llamada religiosa.

Al final, en su retiro casi monástico del Colegio de Jesuitas de Alcalá, quiso ser, como en una última misión, amante entregado a ese Corazón del que fue preclaro apóstol toda su vida. En torno a las once y media de la noche del día 18 de Enero; tarde de jueves a puertas del viernes, se detuvo el corazón del Padre Luis, partiendo al encuentro del que a lo largo de su vida y en tantos momentos le mostró el suyo.

En su funeral, presidido por Monseñor Reig, concelebraron los obispos de Coria-Cáceres, San Sebastián, el Arzobispo de Toledo, el Auxiliar de Toledo y el Auxiliar de Madrid, también Jesuita, Monseñor Martínez Camino. Junto a ellos más de ciento cincuenta sacerdotes, la mayoría diocesanos. Terminada la eucaristía exequial sus restos mortales recibieron cristiana sepultura en el panteón de la Compañía en el cementerio Sacramental de San Justo.

Descanse en Paz, y que el Señor le pague tanto bueno que hizo y regaló.

Adjunto a continuación algunas de sus obras escritas:

El homoousios preniceno extraeclesiastico (1956)
In Corde Iesu (1965)
La entrega de María, modelo de nuestra consagración (1959)
Annotationes de directione spirituali: ad usum alumnorum (1964)
El modo de mandar según San Ignacio (1966)
Las CC.MM. y su inspiración en los ejercicios espirituales (1967)
El modo perfecto de obedecer según San Ignacio (1967)
Espiritualidad del apostolado de la oración (1980)
Así amó Dios al mundo (1985)
El ofrecimiento del Apostolado de la Oración a la luz de la teología actual de la redención (1986)
Dirección espiritual: teoria y prática (1994)
Entrañas de misericordia (1996)
En el Corazón de Cristo (2010)
Redentor del hombre: meditaciones de ejercicios espirituales (2013)
Con María: meditaciones de ejercicios espirituales (2014)
Los misterios de la vida de Cristo (2016)
El buen ladrón (2015)
Misterio del dolor: meditaciones de ejercicios (2016)
Como el corazón del Buen Pastor (2017)

Colaboró en muchas otras obras, revistas y publicaciones. Únicamente citar cuatro buenos libros en los que tuvo "arte y parte": 

Cartas a un convento, Peter Lippert (1959)
El misterio del Corazón de Cristo (1975)
Pensamientos sobre los Corazones de Jesús y de María, Juan Pablo II (1982)
Ignacio de Loyola, Autobiografía y diario espiritual (1992)

Y para acercarse con mayor facilidad a su obra muy, recomendables estos títulos:

Santiago Bohigues, El corazón humano de Cristo, Líneas fundamentales del pensamiento del P. Mendizabal S.J.

Santiago Bohigues - Inmaculada Hernansanz, Itinerario de maduracion de vida cristiana. Hacia un catecumenado post-bautismal desde el pensamiento del P. Luis Mª Mendizabal S.J.

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