domingo, 26 de enero de 2025

''Fue a Nazaret, donde se había criado''. Por Joaquín M. Serrano Vila


En esta tercera semana del Tiempo Ordinario nos encontramos en el día elegido por el Santo Padre para celebrar el "domingo de la Palabra de Dios", una jornada para detenernos a reflexionar -aunque sólo sea una vez al año- con seriedad sobre el valor de la Sagrada Escritura en nuestra vida de fe. Palabra que día a día nos es proclamada y no siempre escuchada, que nos es dada y no siempre acogida, que nos traza una senda en labios del Señor y una hoja de ruta para llegar a Él que y nos encamina desde la esperanza en medio de las fatigas y lágrimas de nuestra vida. No es una palabra cualquiera, esa la "Palabra de Dios", que no es patrimonio de un grupo selecto, sino que se anuncia con gratuidad a todas las razas y pueblos del mundo. No son textos trasnochados, sino siempre actuales, pues es la palabra eterna que no pasa y que superará incluso al cielo y la tierra. No busca separar, sino unir; no puede ser motivo de enfrentamiento, sino de encuentro, ni menos aún puede ser usada para confundir, sino para dar respuesta a los interrogantes más profundos del alma en busca del Creador. Que la lectura asidua de la Palabra en las lecturas de cada día en casa, el evangelio de cada jornada, la liturgia de las horas, la lectio divina, nos lleven a empaparnos de la presencia del Señor al que sentimos cercano, siendo Él mismo el Verbo Encarnado.

Las lecturas de este día nos ayudan especialmente en esta jornada como vemos en el texto del profeta Nehemías, donde se plasma lo que hizo Esdras: ''trajo el libro de la ley ante la comunidad''... ''Leyó el libro en la plaza''...''Todo el pueblo escuchaba con atención la lectura de la ley''... El autor del texto nos está contando cómo empezó esa tradición de leer en público la Torá ya cinco siglos antes de poner esto por escrito, y es que el pueblo judío tenía muy claro que su identidad se había forjado desde esa lectura que se hace oración y estudio permanente a lo largo de sus vidas. Y de aquí viene también nuestra tradición, dado que son nuestros hermanos mayores en la fe, aunque nosotros no lo veamos en clave de memorizar normas que cumplir, sino que tratamos de hacer nuestra esta palabra llevándola a nuestro hoy en clave de sobrenaturalidad; sí, pero sin perder el aspecto humano. Para el pueblo judío en un primer momento lo más importante era ofrecer sacrificios y holocaustos, sin embargo hay un hecho determinante que los marcará para siempre como fue el destierro de Babilonia; allí no tenían templo, ni altar, ni animales... Pero si fue con ellos la Escritura la cual les sirvió de consuelo y aliento en espera de tiempos mejores. A partir de ahí la Torá se convertirá en el eje vertebral de su fe, hasta el punto de afirmar el salmista: ''Tus palabras, Señor, son espíritu y vida''.

En estos domingos primeros del tiempo ordinario San Pablo nos va explicando también que ese símil precioso entre el cuerpo y la comunidad, que es un texto que nos conviene reflexionar a todos: a los que formamos una parroquia, a las religiosas que viven en común, a los sacerdotes del presbiterio... Nadie sobra y todos somos necesarios. Hubo una época en la que a los sacerdotes les gustaba poner carteles en las iglesias que decían ''Unos pocos todo no, mejor todos un poco''; es decir, que todos seamos participes de nuestra misión de bautizados desde nuestras posibilidades y capacidades sin perder de vista que los roces, los choques, enfados, enfrentamientos, no son el final de nada; al contrario, somos de algún modo como las piedras del río que la corriente mueve, y nos rozamos entre nosotros como esas piedras. Así vamos puliendo hasta eliminar aristas y picos cortantes. Hay que superar las divisiones, pues como nos recordó el apóstol: ''Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro''.

Y el evangelio de este día no puede ser más acorde para esta jornada. Quizá lo primero que llama la atención y nos desubica es el modo de comenzar: ''Ilustre Teófilo:''... Un párroco de Siero hace años, para despertar la atención preguntó en la homilía: ¿Ta Teófilo por aquí? es que esto es para él. Así es, y es que el nombre Teófilo significa el amado por Dios o el amigo de Dios, por lo que podemos decir que todos y cada uno de nosotros somos los destinatarios del Evangelio: ¿nos sentimos amados y amigos de Dios o nos gustaría serlo? Pues entonces aquí hay una carta para nosotros y que no es otra que la Buena Noticia de la salvación. En ésta se relata cómo Jesús que ya ha comenzado su vida pública, ya ha hecho milagros y ha empezado a predicar hasta el punto que San Lucas nos dice que ''su fama se extendió por toda la comarca'', así como también apunta que ''Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan''. Y esas afirmaciones las hace el autor refiriéndose a Galilea, que es el principio, donde empieza esta aventura de tres años de anuncio del Reino de Dios. Pero el Señor acude ahora a un lugar especial, y así ''Fue a Nazaret, donde se había criado''. Es decir, fue a su pueblo; Galilea era considerada zona pagana, poco religiosa, fría... Pero la tierra de uno siempre es aún más difícil que el auditorio más duro imaginable, y es que las palabras de uno allí tienen siempre menos valor cuando los que escuchan y opinan son tus propios paisanos.

El suceso es muy sencillo: es sábado, todo el pueblo acude a la sinagoga y así lo hace también Jesucristo que se encontraba allí, y se ofrece para hacer la lectura. Ya este hecho nos pone sobre aviso a qué viene; no a mandar, sino a servir. Y su servicio es para por proclamar la Palabra y explicarla. En este hecho con menos de diez palabras y que algunos consideran "la homilía más breve de la historia": «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Estas palabras si se salían del guión; aquí está la novedad, y es que no es un judío más el que sale a proclamar, sino que estamos ante el Mesías eternamente esperado durante siglos que está aquí enviado por el Padre ''a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor''. No perdamos de vista lo afortunados que fueron las gentes de Nazaret, que fueron los primeros beneficiados del Evangelio. Al comienzo del texto el evangelista detallaba que Jesús había vuelto a Galilea ''con la fuerza del Espíritu'', por ello al leer al profeta Isaías: ''El Espíritu del Señor está sobre mí''... Por eso hace ese comentario a la lectura: ''Hoy se ha cumplido esta Escritura''. Y es que Él vino ''a darle cumplimiento''. El evangelio no nos dice hoy la reacción de sus vecinos de Nazaret, pero ciertamente, no le alabarán como hicieron en Galilea, aunque también era necesario ese rechazo de los suyos, pues también en ese pequeño gesto ''se cumplió lo que estaba escrito''... 

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