Terminado el Tiempo de Navidad el pasado domingo, y tras toda esta primera semana de "feria" celebramos el día del Señor en este segundo domingo del ya Tiempo Ordinario. Si hemos profundizado en la adoración de los magos el día seis de enero, y en el bautismo del Señor el pasado domingo, nos acercamos en este momento a la última de las tres epifanías de Cristo con el milagro en "las bodas de Canaá", cuyo pasaje proclama el evangelio. Hace una semana hablábamos que el bautismo era de algún modo el hecho que pone fin a la vida oculta y da comienzo a la pública de Jesús, aunque si nos paramos a ver detenidamente, Jesús en el bautismo no hace nada especial, aparentemente; se pone a la cola para ser bautizado y el que habla es su Padre desde cielo. Pero es aquí, en esta boda de la que podemos decir que es la más famosa de todos los tiempos, es donde Jesucristo se estrena; aquí sí que es Él quien toma la iniciativa y realiza su primer signo (semeion) y, además, con una testigo de excepción como es María: ¿Cómo no va a estar cerca una madre el día que su hijo va por primera vez al cole, a la universidad, a su primer día de trabajo...? Tampoco la Santísima Virgen quiso perderse este gran momento.
El mayor regalo que tuvieron aquellos novios fue que el Señor aceptase la invitación y se presentara. Es verdad que luego los saca de apuros obrando el milagro y dándose a conocer precisamente en su enlace, pero ya sólo acudiendo puso de relieve que nuestro Dios no sólo es amor, sino que está con el amor, con la alegría y con la vida. También hoy lo mejor que puede pasarle a unos novios es que no falte Jesús a su boda, que es la mayor de las gracias. Por eso en la bendición final del sacramento del matrimonio se pide: ''Nuestro Señor Jesucristo, que santificó con su presencia en las bodas de Caná, os conceda a vosotros, y a vuestros familiares y amigos, su bendición''. Dios no es enemigo de la fiesta, de la alegría, ni tan siquiera en lo profano, hasta el punto que el mismísimo Redentor participa del entusiasmo de estos desposorios, no sólo del acto religioso, sino del banquete familiar que es una lección también para nosotros de cómo podemos santificar tantas fiestas y actos profanos con una presencia de auténtico testimonio de fe.
La primera lectura es un fragmento bellísimo de Isaías que nos ayuda a comprender el trasfondo espiritual del evangelio de este día, y es que el profeta no habla únicamente de Jerusalén, sino que nosotros lo asociamos también a la humanidad y a la Iglesia: ''Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo''. En la Navidad hemos visto que nuestro Dios no es ajeno a nuestras penas, sino que nos envió a su Hijo. ¿Y a qué viene este Mesías?: viene sellar con su sangre la alianza nueva mediante la cual Dios se desposa con nosotros. No podemos entender la verdad de que Dios es amor sino es por medio de la esponsalidad, y esto no es algo sólo para los casados, sino para la vida consagrada y para los sacerdotes, pues tenemos un compromiso de amar ''como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella para hacerla santa'' (Ef 5, 25). Qué paradoja para esta boda que acudiera nada menos que el Amor de los amores, y es que el amor del Señor no se acaba ni agota: se nos revela un amor divino en un corazón humano que jamás se cansa de amar, no tiene límites y es capaz de reservar el vino bueno -es decir, lo mejor- para el final. Descubrir esto nos lleva a regocijarnos de gozo, y así gritar al mundo la bella oración del salmo 95: ''Contad las maravillas del Señor a todas las naciones''.
Esto hemos de llevarlo a la oración, y si nos detenemos a estudiarlo un poco veremos cómo tratamos de forma muy diferente al Señor en nuestra relación íntima con Él, cuando no falta la clave del amor. Nos acercamos con confianza filial sabedores de que acudimos a un Padre Amoroso "al que en verdad podemos llamar Abba": ''padre; papá''. Otras veces nos arrodillamos ante Él buscando el apoyo y consuelo de su amistad, sabedores de que es ''amigo que nunca falla''. Y hoy la Iglesia a través de la palabra del Señor nos invita a contemplarle como el Esposo de la Iglesia a la que ama y cuida; sí, pero también en mí corazón donde hay un hueco que sólo Él puede llenar; no puede quedarse Jesucristo en un amigo más de tantos, sino que tiene que haber una unión personal entre Él y yo que permita saciar plenamente mi alma "como busca la cierva corrientes de agua"; así es nuestra alma en búsqueda en todo momento. Cuando le encontramos hay alegría, pero no pocas veces nos falta el vino que más allá de la ausencia de algo bueno -que seguro lo es- lleva aparejado no caer en la cuenta que lo que verdaderamente nos falta es escuchar a María que nos susurra: ''Haced lo que Él os diga''. Sólo Cristo puede cambiar un agua vulgar para las abluciones, o para guardar la pureza antes de comer, en el mejor vino que hubieran probado. Aquí en la Catedral de Oviedo conservamos esa hidra de la dice la tradición que era una de las tinajas de esa boda: ¡cuántas veces también nosotros somos en tinaja necesitados de que el Señor nos toque y nos transforme para hacernos vino bueno!
En la segunda lectura tomada de la primera carta a los Corintios San Pablo nos recuerda: ''Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común''... Aprovechando este pasaje quiero tener un recuerdo para las Hermanas del Santo Ángel que este jueves han celebrado la fiesta de su fundador el Beato Luis Ormieres, el cual insistía tanto en esta idea de poner en alza el don que cada uno ha recibido del Señor. Hoy la Iglesia en España celebra también la Jornada de la Infancia Misionera con el lema: ''comparto lo que tengo''. Hemos de fomentar en los más pequeños la generosidad, para que también ellos puedan ser misioneros en sus ámbitos donde hacer presente el reino de Dios. Y, como no; en la parroquia celebramos igualmente a San Antón, una celebración muy querida donde hacemos nuestro ese reconocimiento de que la creación es una maravilla que dar a conocer.
San Antonio Abad
Como estamos celebrando a San Antón no puede faltar una palabra sobre las mascotas. El Papa Francisco se ha manifestado en numerosas ocasiones sobre los animales, por ejemplo para advertir “Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir o morir innecesariamente a los animales… Cada organismo, como criatura de Dios, es bueno y admirable… Jesús dice de las aves del cielo que ninguna de ellas es olvidada ante Dios. ¿Cómo entonces podemos maltratarlas o causarles daño? …Debemos rechazar enérgicamente la noción de que el hecho de que hayamos sido creados a la imagen de Dios y que se nos haya dado el dominio sobre la Tierra justifica el dominio absoluto sobre otras criaturas …” En otros casos ha abordado el tema de los animales para, con razón, "tirarnos de las orejas". Por ejemplo, el Papa ha dicho que le parece muy grave ver parejas jóvenes que prefieren tener un gato o un perro antes que un hijo; en opinión del Santo Padre este proceder “nos quita nuestra humanidad”. También en su encíclica Laudato si’ (nº 91) afirma Francisco: «Es evidente la incoherencia de quienes luchan contra el tráfico de animales en peligro de extinción, pero permanecen completamente indiferentes ante el tráfico de personas, se desentienden de los pobres o se empeñan en destruir a otro ser humano que no les agrada», y sigue diciendo: «Esto socava el sentido de la lucha por el medio ambiente». El Papa es un gran amante de la naturaleza, cuando eligió el nombre de Francisco por el Santo de Asís, ya puso de manifiesto esta realidad, hoy aún más clara en sus escritos sociales sobre el cuidado de la creación. Para Francisco “las plantas, los bosques, los animales crecen sin fronteras, sin aduanas. La creación es un libro abierto que nos da una enseñanza preciosa: estamos en el mundo para encontrarnos con los demás, para crear comunión, porque todos estamos conectados”.
Que San Antón nos ayude a amar la creación, a cuidar y querer nuestras mascotas sin humanizarlas, ni animalizarnos.
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