No es el título de aquella revista satírica del final del franquismo, sino una célebre leyenda entre San Francisco de Asís y un feroz animal en la ciudad italiana de Gubbio. La parábola terminó bien, al conseguir el santo reconciliar al lobo con aquellos habitantes y sus granjas. Hemos de saber relacionarnos también con los animales, particularmente los que tienen una incidencia en nuestra vida cotidiana, consolidada culturalmente a través de los siglos de convivencia dispar. En este sentido, hay una fecha convenida en la que ellos cobran protagonismo cada año. Todas las mascotas se ponen en fila de la mano de sus dueños y se organiza un festejo que culmina en bendición.
Cada 17 de enero, festividad de San Antón o San Antonio Abad se da esa curiosa procesión donde los cofrades son esa serie de animales que con sus próceres propietarios pasan por el agua bendita. Son niños y adultos con todo tipo de mascotas: perros, gatos, conejos, tortugas, pájaros de varias especies, ratoncillos de la familia de los hámster, y un largo etc., verdaderamente variopinto. Tiene su encanto, porque también nosotros podemos aprender de los animales como han señalado santos de la credibilidad de San Francisco de Asís o de San Antonio Abad, aunque ninguno de ellos fuera animalista en el sentido ideológico y politiquero-populista, ni entran en la especie de los perroflautas. Hay que cuidar con el debido respeto a los animales, máxime aquellos que nos granjean (nunca mejor dicho) no pocos beneficios con sus pieles y lanas, su leche y su carne, más la compañía fiel que muchos nos brindan con una lealtad admirable en tantos casos.
San Antonio Abad fue un ermitaño dedicado a la vida contemplativa que nació en una familia acomodada hacia la mitad del siglo III. Sin embargo, decidió renunciar a sus bienes y prebendas y escogió una vida retirada y de penitencia instalándose en una vieja fortaleza, cerca del Mar Rojo, desde donde ofrecía su palabra, consejos, y el testimonio sencillo y coherente con el Evangelio. Cuenta la leyenda, que un jabalí le acompañó toda su vida después que el santo hiciera el milagro de devolver la vista a sus jabatos. Se le representa con un cerdito salvaje domado a sus pies, convirtiéndose en el santo patrón de las mascotas, de los animales domésticos, de pastoreo y granja. Así surge esta romería que no lleva a Roma, sino que acoge en su fiesta a las mascotas para ser bendecidas, es decir “bien-decidas”, un modo de dar gracias a su Creador y alegrarnos por su compañía.
Dicho esto, añadimos que estamos ante un creciente y raro entusiasmo por el mundo de los animales, con el extraño matiz de estarlos humanizando imposiblemente. A veces ves un viandante con su mascota aguardando en un semáforo, y asistes al curioso “diálogo” entre el perrito y su dueña (o su dueño), donde se oye todo tipo de consejos hacia el animal, en aras de lo que su ama le dice presentándose en la guisa de amorosa “mamá”. O ver en los parques a mascotas transportadas en cochecitos de bebé con toda la parafernalia adaptada de los niños: los hemos visto con jersey, sudadera, chubasquero, gorros y ¡hasta con gafas de sol! Es el mundo al revés, donde tras los salones de belleza para animales veremos abrir colegios especializados para educarlos y donde tendremos que aprender también sus lenguajes. De ahí a salir en defensa de las gallinas violadas por los gallos machistas (sic), o legislar sobre mascotas esgrimiendo sus “derechos” aplicándoles leyes animalistas que en algunos casos ya los quisiéramos para los humanos, especialmente para los niños no nacidos, los ancianos o los enfermos terminales (por ejemplo, del ELA), es ya el exceso que indica el desajuste de una humanidad donde la cordura se diluye en el absurdo que pretendiendo humanizar a los animales, nos deshumaniza a nosotros. Hermano lobo, hermano hombre, hermano y padre Dios. Qué hermosa relación si no se llega al esperpento zafio y la bufona astracanada.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Hoy 18 de Enero nuestro Monseñor Jesús Sanz Montes O. F. M. cumple 70 años |
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