domingo, 8 de octubre de 2023

"Tendrán respeto a mi hijo". Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Seguimos reflexionando en torno a "la Viña del Señor" con una nueva parábola que centra nuestra atención en este domingo XXVII del Tiempo Ordinario. El evangelista San Mateo nos cuenta cómo Jesús se dirige de nuevo a los sumos sacerdotes y ancianos del templo al relatar esta enseñanza del propietario que plantó una viña. Las lecturas de este día, en especial la primera del profeta Isaías, lo hace con ese precioso texto del amigo que canta el amor por su viña. Esto mismo es de forma muy escueta las bases para interiorizar hoy: tenemos al propietario de la viña que la ama con locura y la mima que es Dios, y luego la viña que otros domingos se refería a la Iglesia, pero no el edificio, sino nosotros; es decir, la viña somos el pueblo de los bautizados a los que el Señor ama hasta la locura de la cruz. 

El canto del profeta empieza optimista: ''Mi amigo tenía una viña en fértil collado'', pero en seguida nos dirá: ''Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones''... Cuántas veces pudiendo dar lo bueno de nosotros damos lo malo; esto es lo que tiene la Iglesia, que la formamos personas de carne y hueso, pecadores que no estamos a la altura tantas veces de lo que cabría esperar de nuestras obras. Aquí nos viene bien una frase de San Francisco a sus frailes: ''¡Comencemos, hermanos, a servir al Señor, porque hasta ahora poco o nada hemos hecho!''. Pecadores sí, pero que acudimos al perdón para volver a comenzar. La palabra del Señor en esta jornada pudiera parecer que no nos presenta nada nuevo, y es verdad; ante nuestros ojos de nuevo el plan de salvación: Dios que quiere darnos la vida en abundancia, y el hombre desde su libertad opta por su condenación o salvación. El ser humano vive continuamente dividiéndose: esto o aquello, conservador o progresista, los que me caen bien y los que no soporto... Pero el cristiano no puede rebajarse a esas miserias que nos tientan tantas veces, debemos aprender de la escuela del Amor de Dios, y sólo seremos buenos discípulos del Maestro cuando demos el fruto que espera de nosotros, cuando dejemos de dar agrazones y sólo demos uvas. 

En su enseñanza destinada los maestros de la ley Jesús no habla tanto de lo que producían los campos, sino que el tema central que termina siendo el motivo de discordia es que los jornaleros no querían pagar al dueño de la tierra la renta que les correspondía. Puede resultar complejo este texto, por eso a menudo hacemos interpretaciones frívolas y mundanas de la Sagrada Escritura. Lo que Jesús nos está de algún modo subrayando para tener presente en nuestra vida de católicos, nada tiene que ver con salario social, trabajo digno o la dignidad del obrero. Todo ello muy justo y loable, y desde hace cientos de años así ha sido defendido por la Iglesia. Pero lo que traemos entre manos en la exégesis de hoy es la ingratitud, y es que ciertamente es muy grave pecar, pero más aún despreciar el don del perdón y no acoger al Señor que quiere tener su lugar en nuestro corazón. Esos labradores que tenían la tierra arrendada pecaron cuando al reclamar el dueño su parte actuaron apaleando, matando y apedreando a los criados del dueño. Y volvieron a pecar una segunda vez, pero el colmo ya fue cuando finalmente no respetaron al Hijo del Dueño. Eso hacemos nosotros cuando después de tropezar varias veces en la misma piedra tratamos de normalizar lo que no está bien dando la espalda a Cristo que nos aguarda para abrazarnos con misericordia en el confesionario y ante el Sagrario... Cuántas veces no respetamos al Hijo de Dios, rechazamos los sacramentos o los despreciamos cual blasfemia silenciosa. 

¿Y qué pasará si no estamos a la altura? El Señor lo ha dicho de forma tajante: ''Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos''. He aquí lo grande que es Dios para con el hombre a pesar de que hemos hecho exactamente lo mismo que en la parábola: no hemos escuchado a los profetas, la cabeza de Juan Bautista termina en una bandeja de plata... Y el Creador y se arriesga a enviarnos a su Hijo aún a sabiendas de que no íbamos a estar a la altura. Es como si nuestro Dios permitiera que le pisemos y nos riamos en su cara, pero Él no toma venganza, sino que sigue ofreciéndonos todos los días nuevamente a su Hijo en la mesa del altar, en el confesionario, a pesar de que día tras día no le mostramos nuestro respeto y comulgamos en pecado... Hay otra frase del evangelio de este domingo que no podemos pasar por alto: ''La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular''. Si los arquitectos desechan la piedra angular que es la piedra que sostiene todo, toda la construcción se cae; por tanto, menudo ojo el de esos entendidos que provocan la caída de lo más importante... Esto nos pasa a nosotros cuando no acogemos al Hijo del Dueño de la viña. 

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