Tenemos un mes de octubre lleno de referencias. El otoño va adentrándose en nuestras calendas y describe esta mágica época del año con su serena ambientación que pone una nota de nostalgia amable en nuestra andanza. En Asturias celebramos los “amagüestus” con ese rito sabroso de degustar unas castañas asadas en la plancha sobre las brasas, mientras bebemos sorbos de sidra dulce para que no nos abotarguen las castañas. Y así se hacía en aquellos otoños que los primeros fríos o incluso las primeras nieves nos convocaban en torno a un fogón de cocina baja, en cuyo llar los mayores contaban historias del pasado ante el embeleso curioso de los más pequeños que no perdían ripio en su atención interesada. Es siempre bella esta escena costumbrista en este recodo del año con sus usanzas, sus tradiciones y sus fiestas.
Pero este mes otoñal, también nos trae tantas memorias de santos muy queridos. Hombres y mujeres de todos los tiempos que sencillamente han vivido su fe en las encrucijadas que ponían a prueba su fortaleza, su creatividad y su esperanza. El calendario cristiano siempre es un homenaje a estos mejores hijos de la Iglesia que nos reclaman, nos enseñan y animan por el ejemplo de sus vidas, al tiempo que nos ayudan con su intercesión desde el cielo del que nosotros seguimos siendo peregrinos. Tantos rostros, tantos nombres, y tantas circunstancias en las que ellos vivieron su fe en el cruce de caminos entre su época, sus talentos y sus limitaciones también. Exactamente como nosotros vivimos igualmente nuestro reto biográfico entre Dios y nuestro tiempo.
Sin duda que hay matices en cada época, pero, en el fondo, el corazón del hombre no tiene una trastienda diferente de una época a otra. Los desafíos que tenemos delante en nuestra generación vienen a suscitar en nosotros la misma generosidad, la idéntica creatividad, la semejante confianza para estar a la altura de lo que aquí y ahora se nos puede estar pidiendo hoy a los cristianos. Los ejemplos que van apareciendo en este mes con nuestra agenda de santoral, tienen los nombres de Santa Teresita de Lisieux, monja joven que nos enseñó la infancia espiritual de hacernos niños ante un Dios vivido como lo que es: un Padre bueno. Los Santos Ángeles representan esa discreta compañía con la que Dios nos cuida, nos previene, nos defiende de las acechanzas malignas de ángeles caídos en su propia desgracia desobediente. San Francisco de Asís es un canto a la fraternidad que nace de la mirada del Creador de todo, a la austeridad sencilla en un mundo opulento e insolidario, y a la paz que no es amaño de consensos interesados, sino reconciliación aprendida en el Corazón de Jesucristo.
La fiesta de la Virgen del Pilar, una advocación más de María, nos recuerda a cuantos formamos parte de la Hispanidad, que la Señora se sentó a la orilla del Ebro ante un apóstol Santiago tocado y abrumado por la dureza de aquellos hispanos romanos ante el mensaje cristiano; siempre será bienvenida esa caricia de Madre en las orillas de nuestros ríos cuando bajan con aguas turbulentas y movidas. Santa Teresa de Jesús nos dará su genio genial de mujer cristiana, renovando la mediocridad de la vida en una gustosa entrega a Dios llena de piedad y sabiduría. San Lucas evangelista nos traerá el recuerdo de que todos estamos llamados a serlo: evangelistas también en nuestro contexto diario, relatando con la vida una buena noticia desde nuestro encuentro con el Señor.
Así podríamos ir trayendo a la palestra tantos otros hermanos y hermanas que nos han precedido en la vida y en la vivencia de la fe, y que ahora son un recordatorio vivo de esa santidad a la que cada uno es llamado, una santidad que tiene los años de mi edad, el nombre de mi bautismo y el domicilio de mi circunstancia. Todo un regalo para hacer memoria en nuestro llar con el amagüestu cristiano.
+ Jesús Sanz Montes,
Arzobispo de Oviedo
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