Te vi desde el confesonario, en el que me encontraba, a última hora de la tarde. No reparé en ti hasta que te vi inclinado, observando el juego de luces, sobre un lampadario que hay junto a un altar del crucero de la catedral. Y, luego, sobre otro. Y así sobre todos los que ibas hallando en tu camino.
Cuando te quedaste extasiado mirando los reflejos de colores de las vidrieras en las baldosas del suelo, proyectados por los rayos vespertinos del sol, salí del confesonario para interesarme por la admiración que manifestabas ante ese fenómeno de indescriptible belleza, el cual también yo contemplo con deleite cuando me sale al encuentro en cualquiera de los puntos por los que las viras de luz se pasean por el templo según sean la hora del día y la estación del año.
«Es que me gusta mucho la catedral. La veo desde mi casa y me asomo a la ventana para mirarla y pienso que qué suerte tenemos en Oviedo por tener esta catedral», me comentaste. Luego fuiste refiriéndome cuáles eran los elementos de las naves que te llamaban especialmente la atención. Te confieso que me di cuenta, ya desde el principio de nuestra conversación, de lo que, por otra parte, te sucedía: asperger.
El domingo pasado me acordé de ti, porque un adolescente como tú recibió la primera comunión en la basílica de San Pedro de Roma. Asperger también. Se llama Diego. Le descubrieron hace tiempo mielodisplasia medular. A causa del tratamiento tuvo que permanecer en casa, sin ir a la escuela, durante un año y medio. Y se dedicó a la música, que tanto le gusta. Sin embargo, lo que más le atrae es el arte: «Vive para el arte», dice su madre.
Con su madre precisamente vio unos vídeos muy breves que Vatican News y los Museos Vaticanos realizaron durante la pandemia de coronavirus. Retransmitían uno al mes. Yo mismo los reenvié a mis amigos según iban colgándolos en la página web de Vatican News. El título de la serie era “Celata Pulchritudo”. El del “clavigero”, el encargado de las llaves que abren y cierran las puertas de los Museos, es sensacional. Todavía está en YouTube.
El “clavigero” se llama Gianni Crea y es el responsable de la apertura diaria, a partir de las cinco y media de la mañana, con otros cinco claveros, de las puertas y ventanas de los Museos Vaticanos. Dos mil setecientas noventa y siete llaves. La única no numerada y de la que no hay copias es la de la Capilla Sixtina. La número cuatrocientos uno, que es la del fabuloso Museo Pío Clementino, es la más antigua.
Diego estaba entusiasmado contemplando las bellezas de Vaticano en la pantalla. A su madre le vino la idea de escribir a la Dirección de los Museos y solicitar el que les permitieran visitarlos. La respuesta fue inmediata: «Están Ustedes invitados a los Museos Vaticanos. Serán Ustedes nuestros huéspedes».
Y allá se fueron. Se lo enseñaron todo y dejaron que Diego hiciera de “clavigero”, es decir, de clavero, el que abre y cierra. Estaba feliz. «No había visto a mi hijo así de feliz en toda su vida», dijo emocionada la madre. Y entonces una lucecita se encendió dentro de Diego y manifestó abiertamente su deseo de recibir la primera comunión. Allí en donde tanto bobo, a la vista de las bellezas del Vaticano, dice que se le va la fe, Diego se encontró con Jesús. Y quiso recibirlo en su interior.
No había hecho la primera comunión porque sus padres temían que Diego, que no soporta los espacios cerrados, no aguantase el ritmo de la catequesis. Y, además, entre personas extrañas. No, no acababan de decidirse. Y otra circunstancia añadida: lo pasa mal en los lugares de techos altos ¡Como para hacer que permaneciera durante mucho tiempo en una iglesia!
Y fue él mismo quien se lo dio resuelto, porque, según les dijo a los de casa, en las iglesias no tiene ese problema. En una iglesia se siente tranquilo ¿Y esto por qué? Pues porque dentro de una iglesia, por muy alta que sea su nave principal, está rodeado de arte y de belleza, y esto le da paz.
Y, de este modo, inició el proceso para recibir el sacramento. ¿Y sabes qué es lo más grande de esta historia? Que Diego es así de estupendo porque en su corazón imperan, por encima de todo, estos dos sentimientos: la gratitud y el amor. Y por eso el arte es, para él, como seguramente lo es también para ti, vida. Y camino. Camino que conduce a la Belleza infinita. Camino que lleva a Dios.
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