Hace ya décadas que en Asturias, como ocurre también en casi toda Europa, usamos más ataúdes que cunas. Nadie da a entender que crezca el número de defunciones, pero desde luego sí que han disminuido en proporciones alarmantes los nacimientos. Pocos tienen hijos y parece también claro que en este ambiente haya crecido el número de abortos, que aumenta anualmente.
Hemos construido una sociedad no muy apta para los niños: los pisos son caros y pequeños; las costumbres llevan a proporcionar a los peques muchas cosas, que cuestan al final demasiado dinero; los padres están sometidos a horarios de trabajo muy difíciles de compaginar con la vida familiar, y así tantos otros usos sociales y necesidades –a veces poco necesarias en realidad– que hacen verdaderamente difícil cuidar y responsabilizarse de los hijos. Con estas premisas, no es nada chocante que haya abortos cuando fallen los métodos anticonceptivos.
Los pocos niños que hay son "los reyes de la casa", se les da de todo en lo material y mucho menos de lo preciso en afectos, valores y entrega personal, por lo que en cuanto llegan a ser chavales pueden pasar a constituirse en "los reyes del mambo". Y ya se sabe: "El ruin / puesto en honra / se crece / da en tirano / y álzase con todo", como dijo Quevedo. Y así los vemos –sin mirarlos porque dan miedo y desviamos la vista a otro lado– vagando por calles y plazas, con demasiada frecuencia pasados de alcohol y en el caso de las chicas, además, muchas veces disfrazadas de camareras de club de alterne. No es de extrañar que les sea muy difícil poner un mínimo de orden en sus pulsiones hormonales de adolescente, sobre todo porque nadie les ha hecho ver ni los puntos de referencia ni los límites de su conducta; y en cambio el mundo on-line, el cine, los videojuegos y en general todos los reclamos sociales no hacen más que calentar y calentar el ambiente erótico de la vida cotidiana. Por eso, aunque tengan fácil acceso a preservativos, aunque se regalen píldoras del día siguiente y aunque se hagan campañas anticonceptivas en los institutos, los embarazos aparecen en jóvenes y adolescentes. Por todo esto, tampoco parece que sea sorprendente que haya abortos entre ellos.
Como se ve, el panorama no es fácil de cambiar, pero hay que intentar arreglarlo, aunque solo sea para que la siguiente generación tenga algo mejor que ofrecer a sus pocos hijos en este orden de cosas. Pero aunque no se puedan cambiar las estructuras de un día para otro, lo que no es de recibo es hacer la chapuza, la ramplonería, la injusticia por el lado más débil, más indefenso: la madre que no puede hacer frente a su embarazo y el feto que ni siquiera puede gemir y que además, por pequeño que sea, es un ser humano, pues si se le deja crecer será un niño en unas semanas. Y así tenemos tantos seres humanos muertos: 1.860 en la estadística de Asturias en 2020, de los que el 9 por ciento eran de madres adolescentes, por cierto. Y también se debe tener en cuenta que también hay síndromes post-aborto de mujeres que expulsaron a su hijo del vientre pero no lo pudieron olvidar.
Siempre hay posibilidades de ayudar a esa madre para sacar adelante a su hijo; es cuestión de comprensión, de ayuda, de dinero, de compañía o de cualquier otra cosa que deberíamos poder ofrecer con la amplitud de miras y la generosidad de dar en una sociedad madura, estructurada y rica como la nuestra. Hay grupos sociales, oenegés y asociaciones que han comenzado a hacerlo hace algunos años, que ofrecen ayuda material, acogida, información, atención social de una manera abierta, libre, desinteresada, para que la embarazada pueda decidir con libertad la posibilidad de dejar nacer a su hijo… A ver si cunde y adelante: ¡sí a la vida!
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