sábado, 8 de abril de 2023

Viernes Santo, Pasión y Muerte del Señor. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Viernes Santo, día de la muerte del Señor. La liturgia del oficio nos ayuda a vivir este momento desde el silencio, la contemplación de los textos -de forma especial el relato de la pasión según San Juan- y la adoración de la Cruz. Asistimos a la pasión y muerte de nuestro Redentor, un hecho no del pasado, sino un misterio que actualizamos de nuevo. He aquí ante nuestros ojos nuevamente la mayor injusticia de la historia de la humanidad: el ajusticiamiento de un inocente que acepta ser llevado como cordero al matadero para redimirnos con su sangre. Hay una cuestión que con frecuencia, principalmente cuando nos llegan noticias como lo que está ocurriendo en Ucrania, en Siria, en Turquía o en tantos lugares del mundo nos hacemos: ¿Por qué permite el Señor el sufrimiento? y, a veces, hasta le culpamos; y es que olvidamos por completo lo que estamos recordando esta tarde: Que Él también sufrió. Así es; olvidamos que conoce como nadie lo que es la condena injusta, el maltrato, el sufrimiento, los insultos, la tortura y la muerte violenta.

Aún esta cuaresma os hacía esta reflexión al abordar en el domingo V el pasaje en el que avisan a Jesús de la enfermedad de su amigo Lázaro, y comentaba al respecto sobre cuántas personas conocemos que se han alejado de la fe y de la Iglesia porque el Señor no llegó a tiempo, porque se "permitió" la muerte de alguien bueno... En el Viernes Santo está la respuesta a esas dudas: Si el Señor que es el más inocente de todos aceptó esa injusticia: ¿Cómo nos atrevemos nosotros a revelarnos contra aquellas que nos llegan cada día?. A veces cuando una persona que no ha sido buena tiene un final de mucha enfermedad y dolor, solemos decir que al menos esa prueba le haya servido para contrarrestar sus culpas y no tener que purgarlas después de muerto. Pero cuando sufre una persona buena, ¿Qué sentido le damos? Isaías nos ha explicado en este texto que llamamos "el cántico del siervo sufriente" el sentido de la pasión de Cristo, pues siendo justo, sufre para justificar a muchos. Y para eso es también el sufrimiento y la muerte de todo buen creyente; su dolor no es en beneficio propio, sino en favor de los demás, de los suyos, al igual que nuestro Maestro. Si el Hijo de Dios se puso en nuestro lugar y aceptó la Cruz que no era para sí, cómo los cristianos vamos a rechazar las cruces dolorosas que lleguen a nuestra vida que no sólo nos serán provechosas, sino que con más razón siendo injustas o inmerecidas servirán para el bien de otros. No olvidemos la liturgia: ''Eran nuestro dolores los que Él llevaba''.

Solemos decir que los sacerdotes son ese puente entre lo divino y lo humano, servimos a Dios y a los hermanos, hablamos al pueblo de Dios, así como a Dios de nuestro pueblo. Pero en este día vemos la imagen del sacerdote perfecto, y en realidad del único sacerdote: ''Jesucristo'', que se convierte en el mediador entre Dios y nosotros. Lo hemos visto, incluso en su agonía, su principal preocupación era nuestro bien, por ello dice: ''Padre, perdónalos''. Los judíos ofrecían animales en sacrificio, nosotros todos los días del año que celebramos la Eucaristía -a excepción de hoy- ofrecemos frutos de la tierra: el pan y el vino; más Jesucristo ofreció todo lo que tenía: su cuerpo, su vida y todo su ser. Podemos caer aquí en el error de pensar que como era hijo de Dios no suponía nada para Él morir: ¡en absoluto! los textos nos revelan como Jesús ''a gritos y con lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte'', y en ese trance le hemos acompañado esta noche en el monumento, en su retiro en Getsemaní. Y en ese texto de San Pablo a los Hebreos añade algo más el Apóstol: ''cuando en su angustia fue escuchado''. ¿Cómo puede decir que fue escuchado si tuvo que morir de todas formas? Es cierto, fue escuchado, pero su plegaria en el huerto de los olivos también fue clara: ''pero no se haga mi voluntad sino la tuya''. He aquí un rasgo preclaro de la humanidad de Jesús ''que aprendió sufriendo a obedecer''.

Así se nos presenta ahora la cruz como escuela de amor, de entrega, de obediencia... La cruz no es simplemente un adorno decorativo al cuello, sino que es una catequesis para nuestro día a día. Es el modelo de lo que supone darse por completo y sin reservas a los demás. Por la sangre de nuestro Señor ha sido saldada la deuda del pecado; por su oblación, la humanidad ha sido reconciliada con Dios, y ha completado la misión que había recibido del Padre. Recordemos aquí estas palabras: ''tú no quieres sacrificios ni holocaustos, y sin embargo me has dado un cuerpo, he aquí que vengo oh Dios para hacer tu voluntad''. Nada de sacrificios a base de cosas externas a nosotros, la entrega verdadera es darse uno mismo, como lo hizo el Señor. El Papa Francisco comentaba sobre esto lo siguiente: “La Cruz parece decretar el fracaso de Jesús, pero en realidad, marca su victoria. En el Calvario, los que se burlaban de Él le decían: ‘Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz’. Pero era en verdad lo contrario: precisamente porque era el Hijo de Dios, Jesús estaba allí en la cruz; fiel hasta el fin al designio del amor del Padre. Y precisamente por esto Dios lo ha ‘exaltado’ confiriéndole una realeza universal”.

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