domingo, 2 de abril de 2023

Domingo de Ramos en la Pasión. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Iniciamos la Semana Santa sin dejar aún atrás la Cuaresma, la cual concluiremos con el comienzo del Triduo Pascual en la misa de la cena del Señor, este Jueves Santo. La Iglesia nos ha invitado a prepararnos para la Pascua, por ello no termina aquí la andadura, sino que este domingo, por decirlo de algún modo, entramos en la recta final ó, como dicen los atletas, en el último "sprint". Hoy es una jornada muy querida en nuestra tierra, en especial para los más pequeños, pero más importante y más especial será el próximo domingo, el más relevante de todo el año cristiano, el cual marca la esperanza de nuestra vida. Podemos vivir sin ramos, como se puede vivir sin flores, pero no sin esperanza en la vida que resucita y Jesús nos anticipa. Este es un día más agridulce que puramente festivo, por eso decimos: ''Ramos en la Pasión''; por ello el color litúrgico es el rojo, pues no podemos olvidar que los que un día le vitorean, con muy poco margen de tiempo de por medio pedirán su muerte. 

La primera reflexión quiero hacerla en base al pasaje del evangelio que proclamamos al principio con la bendición de los ramos: el relato de la entrada de Jesús en Jerusalén. Le aclaman, algo que a Jesús no le gusta. Si nos fijamos en  su vida pública siempre trata de escapar de esas situaciones, y es que lo que Cristo quería impedir era un mal entendido de su misión. Algunos pensaban que era el Mesías, pero no el que venía de parte de Dios a salvar lo espiritual, sino a solucionar la situación política del país bajo dominio romano. En algunos lugares incluso querían coronarle rey, y él huía del lugar. En esta escena de su entrada en la ciudad santa se mezcla de nuevo la confusión; algunos veían en él al futuro rey mundano, el solucionador de su conflicto político, cuando en realidad Jesús se presentaba como rey, pero no de los que entran con solemnidad y boato, sino un rey humilde, montado en un asno. Luego, en el evangelio de la pasión según San Mateo vemos que corona le pondrán dentro de unos días, no de oro y piedras preciosas, sino de espinas. 

¿Y para qué entra Jesús en Jerusalén? ¿A que sube a la ciudad santa? ¿va únicamente como peregrino a vivir allí la Pascua?... Bien sabemos que esta entrada del Señor en Jerusalén es el principio del fin, la recta final hacia su muerte. Pero también de un fin transitorio, igualmente anticipado. Lo anunció muchas veces en los tres años de vida pública; y, sin embargo, la mayoría quedaron sobrecogidos de los acontecimientos que se les presentaron de "improviso", los cuales les llenaron de temor y les empujó a huir. No le pasa esto a Jesucristo, él sabe perfectamente a qué sube a Jerusalén a consumar su misión. Para esto ha venido al mundo, para hacer la voluntad de su Padre. Como interiorizaremos en esta semana santa, el lado humano de Cristo se revela: tiene miedo, llora, pide auxilio... Pero no da un paso atrás; acepta finalmente la inminente hora de su muerte, la hora puesta por Dios, la hora suprema del sacrificio redentor. 

Se nos regala hoy esta lección de la humildad viendo a este rey que no tiene caballo, sino borrico; que no tiene adornos y oropeles, sino golpes y heridas... De qué forma tan bella nos lo dice en esta liturgia San Pablo en su carta a los Filipenses: ''Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos''. Ahora nadie quiere ser humilde, nadie quiere dejarse pisar ni menos aún verse desfigurado como ese siervo sufriente que nos ha descrito Isaías en la primera lectura: ''ofrecía la espalda a los que me apaleaban''. He aquí plasmado el sinsentido para tantos de que un rey se haga esclavo por propia voluntad en beneficio de los demás. He aquí la ''Kénosis'', el vaciamiento de sí mismo, de lo que es propio y humanamente irrenunciable. Ojalá sepamos nosotros imitar en esto al Maestro, vaciándonos no sólo de tanto que nos sobra, sino y a su ejemplo hasta de nosotros mismos. 

En estos días que nos quedan hasta el jueves santo aprovechemos el tiempo para hacer una confesión seria, profunda, con un examen de conciencia previo que nos sirva de revisión de cómo va nuestra vida respecto a Dios y respecto a los hermanos. Preparémonos interiormente para acompañar a Jesús este Triduo Pascual y vivirlo como si fuera el último, el primero y el único. Que nuestra Semana Santa sea una vivencia de Dios y no sólo unos días de descanso para ir a la montaña o a pescar, sino que busquemos tiempo para participar en los oficios, en las celebraciones de piedad que ayudan a entrar en los misterios que celebramos, y de forma especial no acudamos el domingo de Ramos para no acudir el domingo de Pascua; no tiene sentido, es absurdo que nos quedemos con la parte triste de nuestra propia historia y omitamos el mejor final de todos y para todos por el que haremos fiesta dentro de una semana. Feliz y Santa, Semana Santa. 

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