Adentrarse en la liturgia del Viernes Santo es sumergirse de lleno en el corazón de nuestro Salvador, por ello he querido hacer esta mirada a los momentos principales del oficio de la Pasión y Muerte del Señor, tratando de ver en ellos los sentimientos de su corazón que se nos revelan de forma tan especial en este día, en que su pecho es abierto por la lanza. Ojalá podamos decir hoy al salir de la celebración aquello que asintió el Beato Bernardo de Hoyos: ''me mostró su corazón''.
El Corazón del Verbo encarnado. El primer momento clave de la celebración del Oficio del Viernes Santo es la liturgia de la palabra, la cual nos presenta a Jesucristo el Verbo encarnado en el culmen de su misión. De forma especialísima en la proclamación de la Pasión según San Juan, que nos permite asomarnos a los sufrimientos de ese corazón que tanto ha amado al mundo, ese corazón que hoy vemos sufriente y aún con la cruz a cuestas y que nos dice que "su carga es ligera''. Nos acercamos a esa escucha atenta de aquellos acontecimientos no como meros espectadores, no con la inercia de volver a escuchar lo que ya sabemos como termina, sino que no podemos sentir su corazón si el nuestro no está en sintonía con el suyo. Es cierto que es largo el pasaje, pero todo pequeño esfuerzo y cansancio en este día bienvenido sea por padecer algo nosotros por lo mucho que Él padeció por nuestra salvación. Pongamos el corazón en esa escucha de la Pasión, acompañemos a Jesús en su camino, emocionémonos... Requerimos aquí despojar las corazas del alma, para dejarnos embargar por la emoción que supone rememorar el amor más grande. No se puede vivir el Viernes santo con frialdad, sólo se puede vivir con compasión y esforzándonos en adentrarnos en su Pasión y situarnos muy cerca de su corazón. No sólo compadecernos del Señor, sino padecer-con Él mismo. Esto nos ayudará a saborear y vivir de otra manera las procesiones y los actos de piedad popular donde se trata de visualizar más aún esta verdad de que Nuestro Señor es ese amor, que por amor muere. Siempre que sintamos ahogarnos en nuestros problemas, no hay mejor receta para volvera levantarnos que meditar su Pasión.
El Corazón que escucha. El siguiente momento destacado de la liturgia del Viernes Santo es la oración universal, que no es otra cosa que una oración de los fieles o unas preces más amplias de las que estamos acostumbrados. Entre la liturgia de la palabra y la oración de los fieles ha estado la homilía del celebrante, donde hará un comentario exegético a esa palabra: ¿Qué sentido tiene pedir por tantas realidades en este día cuando lo que procedería sería dar tantas gracias? Ha de ser éste un imitar a San Dimas, el buen ladrón, que acudió a Jesús cuyo corazón latía unido al madero como él. O como aquellas buenas mujeres que oraban en aquella cima del Gólgota. Qué mejor momento que éste para suplicar a nuestro Salvador por los problemas y necesidades de la Iglesia, de nuestro mundo o de los nuestros propios... Él así nos lo enseñó: ''todo lo que pidáis al Padre en mi nombre Él os lo concederá''. La liturgia tiene unas intenciones concretas por las que pide en este día, pero luego están las que brotan de nuestro interior y que ponemos a los pies del crucificado. Quizás pensamos que no nos escucha el Señor, pero la verdadera dificultad está en que no sabemos pedir. Nos pasa que le pedimos que nos quite este dolor, esta carga, esta situación que no quiero... Y quizá lo que realmente necesitamos es pedirle que nos enseña a vivir nuestra realidad en clave de cruz, a cargar con los problemas en clave de amor, a aceptar la enfermedad como un regalo para crecer humana y espiritualmente. Todo lo que en mi vida me hace sufrir no es algo malo si sé verlo como un regalo del Señor para crecer en virtud, para ser copartícipe de sus sufrimientos. Sintámonos afortunados cuando venga el momento de sufrir desde donde el cual el Señor nos concederá la oportunidad de conocer más en profundidad su vivencia del Calvario.
El corazón que muere para vivir. Tercer momento importante: la adoración de la cruz. Ponemos los ojos en el madero salvador, donde hemos detenido ese corazón que sólo ha hecho el bien. Adorar y venerar el leño santo no es un gesto cualquiera, pretende ser un acercarse a la muerte de nuestro Señor en clave de gratitud: "Por tu cruz nos has salvado, Señor". Ahí se ha consumado la redención y así ''con tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación''. ¿Cómo no dar gracias a aquel que me amó y se entregó por mí?. Por eso besamos con cariño su cruz. Ahora que la cruz ya no se pone en las casas, ni en los colegios, ni en los hospitales, ni en las sepulturas y se empieza a obviar ésta -sino a perseguir- el símbolo del cristiano, debemos poner en alza y en valor que no estamos ante algo lúgubre, sino ante la catequesis perfecta de lo que es amar sin reservas. Qué valor da la liturgia a esta realidad que hoy particularmente hacemos genuflexión ante la Cruz; doblamos nuestra rodilla para confesar que verdaderamente ''Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre''. Él ha consumado el plan de Redención trazado desde antiguo, se ha abandonado a la voluntad de Dios y así ha roto las cadenas del pecado y de la muerte que nos tenían cautivos. No es sólo el corazón que muere para vivir, sino que se hace prisionero de la muerte para darnos a nosotros la libertad. Se ha puesto en nuestro lugar, se ha hecho oblación, nos ha dado una prueba de amor que jamás nunca nos dará nadie: ''Por el madero ha venido la salvación al mundo entero''... a veces queremos salvar el mundo por nuestras acciones y voluntarismos, pero omitimos esta verdad: la cruz es la única llave de la gloria. Hay lugares donde tienen la piadosa costumbre de hacer "la colecta" al tiempo que la adoración de la cruz, que es la forma de unir al mismo tiempo los sufrimientos del crucificado y los sufrimientos de tantos crucificados de nuestro mundo: los pobres, claro está; especialmente los que sufren en su cuerpo y en su alma. Lo más difícil es no separar todo esto que tenemos delante, la pasión del Señor con la pasión del mundo, con nuestras cruces y patíbulos, y la mejor guía para este proyecto es saber ser cirineo de Cristo en los hermanos y llevar con amor al mismo tiempo la propia cruz con la de los santos desde el tesoro de sus vidas. Los santos, de forma preclara los mártires, han sabido entrar en el corazón traspasado de Cristo y ahora gozan viviendo en Él.
El corazón que se hace comunión. La Iglesia permanece en penumbra, sin repicar de campanas, sin flores... Y es que es un día triste, no es un día cualquiera, por esto la Iglesia hoy no celebra en ningún lugar del mundo la eucaristía. Como dicen muchos liturgistas es un día a-eucarístico, en cuanto no se celebra la santa misa como gesto de luto; el Señor ha muerto y no podemos celebrar. Sin embargo, sí comulgamos con la reserva eucarística de la misa de la cena del Señor. Nos encontramos ante la debilidad de Dios, la hemos visto en el texto de la Pasión, en su escucha de nuestros ruegos, en la cruz y los sufrimientos de los demás, y ahora lo vemos en la sagrada comunión. Dios todopoderoso se humilla por la humanidad, se deja pisar y se queda entre nosotros desde la humildad del pan. He aquí la Pasión comulgada, el pan que el Señor sostuvo entre sus manos ayer diciéndonos ''esto es mi cuerpo'' hoy lo entendemos de forma más nítida a ver ese cuerpo partido y entregado en el madero de la cruz. La Iglesia tiene esa preciosa costumbre de llevar la comunión a los enfermos el Jueves Santo, pero no sólo ese día, sino hoy de forma especial se recomienda que se acerque la eucaristía a los enfermos, y no es algo baladí; es caer en la cuenta de que los que sufren son los que saben mejor que nadie lo que es vivir la pasión y la cruz, lo que es vivir el Viernes Santo en las propias carnes. Cuando se saben los frustrados resultados de un premio de tipo económico, el comentario unánime es ''que no nos falte la salud''. Pues el enfermo puede tener mucho de todo, pero no tiene precisamente lo único que ansía: la salud. Por eso tenía sentido la cruz en los hospitales, pues mirándole a Él uno podía decir : Señor lo mío no es nada frente a lo que tú padeciste por mí... Nos acercamos a la comunión conscientes de que comulgamos a Jesús triturado y molido, hecho pan para nuestra vida. He aquí el Corazón de Jesús que en la cruz nos abre sus brazos y se nos da por completo -hasta la última gota de su sangre- y nos invita a encontrar en su trono de amor nuestro descanso, que como el de Él, ha de ser eterno.
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