Con este domingo II de Pascua ponemos fin a la Octava; estos ocho días que la liturgia nos ha ayudado a vivirlo como uno sólo, toda una prolongación del día de la Resurrección del Señor de forma intensa, misterio que seguiremos interiorizando en las próximas semanas de este tiempo de Pascual. También llamamos a este domingo "de la Divina Misericordia"; preciosa expresión que refleja la devoción al Señor, la cual se ha extendido al mundo entero teniendo origen en Polonia. Adentrémonos, pues, en la hermosura de este glorioso día en que recordamos la mayor misericordia de Cristo para con nosotros al padecer, morir y resucitar por todos.
I. Por su gran misericordia
Qué emocionante este cántico tomado de la carta de San Pedro, sobre el cual merece la pena volver, aunque sólo sea en la primera parte: ''Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en el momento final''. Este texto va dirigido a dos tipos de oyentes principalmente; según nos dicen los entendidos, a los dos modelos de cristianos que más le preocupaban al autor: los que eran perseguidos por su fe y los que no acaban de aterrizar y vivían un tanto dispersos. Hoy quizá somos una mezcla de todo; en nosotros hay fidelidad, ciertamente, aunque quizá también temores que tienen origen en la persecución camuflada que vivimos y también dispersión, por no decir de confusión, confrontación y división. Pero lo importante es que sabemos decir ''Bendito sea Dios que nos ha rescatado, que no nos ha dejado seguir viviendo la esclavitud del mal, sino que nos ha dado por pura misericordia la vida en plenitud. La noche de Pascua no nos da alas, no basta con preocuparse sólo de llevar a casa el agua bendita; lo hermoso de este tiempo es esforzarnos por vivir como hombres nuevos, tomar en serio nuestro compromiso bautismal y afrontar los contratiempos de nuestra vida con la diferente mirada que da saber que el sepulcro de Cristo está vacío. Sólo el que cree en la resurrección mira sin miedo al futuro; sólo el que cree en la resurrección acepta en esta vida la persecución y el martirio; sólo contemplando a Jesucristo resucitado experimentaremos el verdadero sentido de la esperanza cristiana.
II. Perseveraban
Solemos cantar que es aquí en este tiempo de Pascua cuando nace nuestro pueblo, el pueblo de Dios que es la Iglesia. Ó, como dice otro himno de estos días: ''Somos el pueblo de la Pascua, aleluya es nuestra canción''. La historia de la Iglesia debe leerse en clave pascual, pues no hacemos cosas para queden aquí, sino que nuestra misión es construir lo que no se ve, lo que atañe al espíritu y nos habla de participar de la gloria de Cristo vivo. A lo largo de estas semanas nos acompañará la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, que es como el cuaderno de bitácora de los comienzos de la Iglesia. Todo comienzo es hermoso, pero también veremos que no fue todo maravilloso, que hubo obstáculos, disputas y diferentes puntos de ver las cosas... Al fin y al cabo una comunidad es un grupo de personas mayor o menor, aunque cada cual con su realidad y circunstancias, pero con una premisa clara: somos todos hermanos y nos une la fe en que el Señor que es lo más importante, y lo que debería poner fin a toda rivalidad. En las parroquias siempre hubo, hay y habrá problemas, pues las formamos personas de carne y hueso; pero nunca olvidemos que sólo hay un protagonista: Jesucristo. Aquí vemos una descripción envidiable, más adelante irán apareciendo los contratiempos. Sin embargo, quiero quedarme con un término que aparece en dos ocasiones: ''perseverar''. Si os fijais nos ha dicho San Lucas: ''Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba agregando a los que se iban salvando''. Y al principio del texto matizaba: ''Los hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles''. El perseverante es el que permanece firme, el que no se cansa ni se deja caer, el que es constante no sólo en el obrar sino en el ser, y a eso somos llamados nosotros, no sólo a obrar como cristianos, bautizados, testigos del resucitado, sino a serlo. Nos lo ha dicho el Señor: ''con vuestra perseverancia, salvareis vuestras almas''.
III. Señor mío y Dios mío
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