domingo, 8 de diciembre de 2013

La Inmaculada, la expectación del Adviento

 
La expectación es la espera de un acontecimiento que interesa o importa. El Adviento nos sumerge en la expectación, en la tensión dinámica de la espera “de un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos”: la venida de Cristo (cf Catecismo 522).
En la liturgia de este tiempo la Iglesia actualiza la espera del Mesías, compartiendo así la espera de Israel y, de algún modo, la espera confusa de todo hombre; el anhelo de salvación, de redención, de justicia, de felicidad. Al disponernos a celebrar la venida del Salvador en la humildad de nuestra carne, los fieles renovamos el ardiente deseo de su segunda venida en la majestad de su gloria.
Expectación es también un nombre de María, la Hija de Sión, la Virgen que está encinta y que dará a luz un hijo, al que le pondrán por nombre “Dios-con-nosotros” (cf Isaías 7,14). María ejemplifica de un modo singular el Adviento, esperando “con inefable amor de Madre” a quien todos los profetas anunciaron y a quien Juan proclamó ya próximo.
Con Ella, “después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación” (Lumen gentium 55). Ella es hija de Adán por su condición humana y descendiente de Abraham por su fe. Ella es “la vara de Jesé” que ha florecido en Jesucristo, nuestro Señor.

Las mujeres de la Antigua Alianza – Eva, Sara, Ana, Débora, Judit, Ester - son prefiguraciones de María. La esperanza de la redención era – y continúa siendo – la esperanza de “llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero”. No sólo Israel, sino la humanidad en su conjunto “necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza” (Benedicto XVI, Spe salvi 3.23).
En la exhortación apostólica Marialis cultus, el Papa Pablo VI expresó admirablemente cómo María, excelsa entre los humildes y los pobres, ofrece también en nuestra época, atenazada por el acoso de la soledad y del hastío, la visión serena de la victoria de la esperanza: Al hombre contemporáneo, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, “la Virgen, contemplada en su vicisitud evangélica y en la realidad ya conseguida en la Ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte” (Marialis cultus 57).
 
Guillermo Juan Morado.

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