Salió soleada la mañana en esas horas tempraneras de Roma. Los nueve obispos de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Española teníamos una cita importante en el palacio apostólico en el Vaticano: nos íbamos a encontrar con el Papa León XIV. Habíamos pedido meses atrás este encuentro con él, al poco de ser elegido sucesor de San Pedro. Con los atuendos episcopales, menos yo que endosé mi hábito franciscano, nos dirigimos con ilusión y grande expectativa a ese deseado encuentro atravesando el Cortile de San Dámaso. Diferentes pasillos y pequeñas estancias para audiencias menores con los solios para el pontífice previendo las visitas con grupos grandes, medianos y pequeños de fieles, en una impresionante exposición a nuestro paso de paredes decoradas con frescos renacentistas, tapices y mobiliario que llevan allí siglos viendo pasar a tantas gentes. Finalmente llegamos a la biblioteca donde nos esperaba el Santo Padre.
La conversación con nuestro pequeño grupo discurrió, como no podía ser de otra manera, sobre nuestra presencia como Iglesia en la España de nuestros días. El arzobispo presidente de la Conferencia Episcopal, trazó con brevedad y precisión una especie de mapa donde aparecían los retos que nos desafían, así como también las urgencias que pastoralmente nos comprometen en este rincón de nuestro tiempo cuando miramos a las personas concretas, a sus territorios, sus heridas y preguntas, sus dudas y certezas, junto a la eterna sed de Dios en medio de una soledad social que está pidiendo sin pedirlo el acompañamiento de la Iglesia, en estos tiempos recios de cierta convulsión.
Aparecieron cuestiones como la identidad cristiana de nuestro pueblo con los hitos que nos identifican en nuestra andadura a través de los siglos. Pero también los puntos débiles que reclaman una palabra y un gesto de nuestra parte como cristianos: la pobreza que se hace crónica en tantas personas; la violencia fruto de la insidia que nos divide y enfrenta; la banalización de la familia hasta confundirla y abaratarla para poder manipular a la gente sin el baluarte que ella representa en tantos sentidos; la beligerancia hacia la Iglesia en su presencia educativa de niños y jóvenes; la confusión antropológica donde se trastoca la verdad del hombre y de la mujer; el ataque a la vida en su estadio naciente, creciente y menguante, apoyando el aborto como indebido derecho o la eutanasia como falsaria solución… y un largo etc. Teníamos descrito el panorama de una nueva evangelización donde el primer anuncio cristiano se hace misión inmediata situándonos responsablemente ante la tarea de seguir escribiendo las páginas cristianas en medio de una sociedad plural y tan diversificada.
Por mi parte quise recordar al Papa cómo España forma parte de esta Europa de hondas y viejas raíces cristianas que quizás en este momento no están siendo adecuadamente regadas ni abonadas, dando como resultado una Europa en buena medida neopagana que está apostatando de sí misma, como afirmaba Benedicto XVI. Añadí cómo el testimonio creyente del pueblo cristiano ha de habérselas con la llegada de una doble inmigración. Por una parte, los que vienen de África con su identidad musulmana, tan explosiva demográficamente y de difícil integración. Por otra, los que vienen de la América hispana compartiendo lengua, religión y cultura que les dejamos en aquella primera evangelización con nuestro hispano mestizaje. Cómo acoger a unos y otros, cómo acompañarlos, cómo ser para ellos un referente cristiano y eclesial.
El Papa asintió añadiendo que de ahí salen también nuevos cristianos y no pocas vocaciones. La visita resultó ser un regalo. Sólo queda esperar que el Papa León XIV nos la devuelva viniendo a España para confirmarnos en la fe y la esperanza en estos momentos.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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