(Atlántico Diario) La película “Los domingos”, de la guionista y directora Alauda Ruiz de Azúa, no solo ha sido premiada en el Festival de Cine de San Sebastián, sino que también está siendo muy valorada tanto por la crítica especializada como por el público. De una manera respetuosa y profunda aborda la problemática de la fe y de la vocación religiosa de la protagonista del filme, Ainara, una joven de 17 años que quiere ingresar en un monasterio de clausura. Esta decisión se encuadra en las idas y venidas de una familia bastante desestructurada que recibe de forma muy distinta – desde la aprobación casi indiferente hasta el rechazo más enconado- la opción decisiva de Ainara.
La vocación a la vida contemplativa monástica tiene como fundamento, como única base que le da sentido, la fe; es decir, el acto mediante el cual la persona confía en Dios que se aproxima al hombre y acepta incondicionalmente su revelación. En palabras del Concilio Vaticano II: “Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela”.
Es importante insistir en la libertad de esta entrega y de este asentimiento. Nadie puede forzar la confianza. La confianza no se compra; no se obtiene mediante amenazas. Surge, libremente, en correspondencia a la acción de quien se hace merecedor de ella. Tampoco el asentimiento, la adhesión interior a la verdad, es el resultado de la constricción. Y menos cuando se trata de asentir a la verdad de la revelación, donde la voluntad juega un papel fundamental a la hora de mover a la inteligencia a la aceptación de lo manifestado por Dios.
La fe no es, ni en la vida personal ni en la vida social, enemiga de la libertad. Es, a la vez, su garante último y su máxima posibilidad de ejercicio. Como el amor, la fe es libre. Bien lo sabía un espíritu tan independiente como el cardenal Newman: «Creemos porque amamos»; es decir, es posible creer porque poseemos la capacidad de ir más allá de nosotros mismos, confiándonos, con entera libertad, a una palabra que aparece ante nuestra consideración revestida solamente con la credibilidad del amor.
Un ejercicio de libertad que compromete radicalmente la posibilidad de autodeterminar la existencia desde la confianza y la entrega a Dios, y en eso consiste la fe, no puede llevarse a cabo de modo inconsciente, arbitrario o frívolo. La fe, precisamente para poder ser libre, ha de ser razonable y responsable. Pero es un proceso completamente personal. Desde fuera cabe orientar, aconsejar, persuadir, pero nunca ejercitar presión o violencia sobre el creyente.
“Los domingos” ayuda a reflexionar sobre este componente de la fe – y, por extensión, de la vocación – que es la libertad. Los padres, los familiares, los amigos pueden querer a Ainara, pero este amor sería abusivo y falso si, por incapacidad de contemplar el mundo con los ojos del otro, por ausencia de empatía, se convirtiese en chantaje o coacción moral. En ocasiones, la propia casa, la familia, puede llegar a ser una especie de cárcel cuando alguien opta por vivir la fe y el seguimiento de Cristo, máxime si ese compromiso comporta, en un caso concreto, la vocación monástica. Es el dilema de hacer compatible el afecto y el respeto; el amor y la libertad.

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