domingo, 9 de noviembre de 2025

«El celo de tu casa me devora». Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Este año el calendario nos coloca muchas fiestas, solemnidades y memorias obligatorias que caen en domingo; aún nos pasó el pasado fin de semana con los fieles difuntos, y hoy nos ocurre de nuevo con el aniversario de la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán que se superpone al XXXII domingo del Tiempo Ordinario. Antes de entrar en las lecturas y la vertiente espiritual de este aniversario creo que es necesario dar algunos datos históricos que nos sitúen un poco: Toda diócesis tiene su catedral o iglesia madre donde el obispo tiene su cátedra, y la Basílica de Letrán la llamamos la ''madre de todas las iglesias'' («Omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput» - madre y cabeza de todas las iglesias de la ciudad de Roma y de toda la Tierra), pues es esta la catedral del Papa. En primer lugar hay que explicar su verdadero nombre, pues decimos "San Juan de Letrán" por abreviar, incluso decimos únicamente basílica, pero el verdadero nombre de este templo es Catedral Archibasílica Papal del Santísimo Salvador del Mundo y de los Santos Juan Bautista y Juan Evangelista en Letrán. Que el titular sea El Salvador ya nos habla de la antigüedad de este lugar, y es que a las primeras comunidades cristianas les gustaba dedicar sus templos al Salvador, a la Santa Cruz o a los Mártires. El primer templo fue consagrado por el Papa San Silvestre en el año 324, y se conoce como ''de Letrán'' debido a que las fincas sobre las que fue edificado habían pertenecido a una familia romana noble, los Lateranos. Dice la tradición que estos terrenos fueron regalados al Papa Melquiades por el emperador tras tener un sueño con Cristo que le ayudaba a vencer en la batalla de Puente Milvio contra Magencio, en el 312. La basílica lateranense tiene una larga historia: el edificio que hoy conocemos lógicamente no es el original, sino que es una construcción sobre el antiguo templo. Este lugar fue la residencia y templo del Papa durante mucho tiempo. Ahora el Papa vive en el Vaticano, aunque esto es algo bastante moderno, a lo largo de tantos siglos los pontífices cambiaron muchísimas veces de lugar de residencia, y que hoy vivan junto a la basílica de San Pedro fue una decisión tomada en 1870 con la unificación de Italia y su creación como estado. Tener cariño y aprecio a este templo no es tener apego a unas piedras, sino que es un símbolo de nuestra unión a Pedro, a su magisterio, su autoridad... Unidos al Papa, lo estamos a toda la Iglesia, aceptando sus enseñanzas y su liderazgo espiritual que han de encaminarnos al cielo. A veces decimos en el lenguaje coloquial cuando alguien hace una afirmación muy rotunda: ''parece que hable ex cáthedra'', que es el término con el que nos referimos los católicos cuando el Papa reconoce una verdad de fe, pues lo hace de forma solemne y sentado en su cátedra que históricamente siempre ha sido esta de Letrán. 

Las lecturas de esta celebración nos hablan de una temática común: el templo. La primera lectura del profeta Ezequiel nos narra esa visión que ayuda a ver cómo un templo no sólo es un edificio inerte, sino que es una fuente a la que venimos a beber no cualquier agua, sino la de la vida, la espiritual, la que va más allá; es decir, la que brota y salta hasta la vida eterna, como nos dice el evangelio de la samaritana... Pensemos que en la cultura de un pueblo peregrino por el desierto hablarles de un derroche de agua era algo llamativo para ellos, pero la sequedad peor es la del alma es  la del que vive alejado de Dios. A veces nuestra vida de fe no pasa de lamentarse de los que no vienen, de los que tratamos de invitar a beber de este agua y no la quieren probar, y perdemos de vista que la gracia del Señor sale de los límites de nuestro templo y cálculo, como un río que se desborda de nuestro control y brota del altar, del Sagrario, de la cruz, y toca no pocos corazones, aunque nos pase desapercibido... En estos días es noticia muchos casos de jóvenes en España que se han encontrado con la trascendencia, que hay un nuevo despertar de sed de Dios, y es que el Señor -como siempre- es quien lo hace. Por esto el salmo 45 da respuesta a este pasaje: ''El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada''. Nos cuenta el Profeta que el ángel le dijo que estas aguas ''bajarán hasta la estepa, desembocarán en el mar de las aguas salobres, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida; y habrá peces en abundancia'': ¿Se está refiriendo al mar muerto, y nos dice que habrá vida, peces y prácticamente que se podrá beber ese agua; qué nos quiere decir realmente?... Pues que Dios entra donde nosotros pensamos que no tiene ninguna posibilidad de entrar, y esto lo hemos visto miles de veces, pero se nos olvida con rapidez. Lo comprobamos cada vez que un joven de una familia atea dice ''yo quiero bautizarme y ser cristiano'', cada vez que un joven que ha vivido en un ambiente hostil a la Iglesia dice ''yo me quiero ir al seminario'', o cada vez que una chica dice ''yo no sigo la corriente del momento; yo quiero ser de Jesucristo''. Esto es tan "milagro" como encontrar un pez vivo en el mar muerto. Y es que esto ocurre cuando nos acercamos a esta fuente de vida que brota y sale de del corazón mismo del Señor. Siempre se ha dicho que las iglesias están llenas de viejos, pero hace ochenta años ya era así. La profecía algo nos dice al respecto: ''A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales''. Esto es, los que viven de cara a Dios y saben mirar más allá, los que viven con el corazón ensanchado feliz y esperanzado. El demonio no quiere que descubramos esto, nos pone zancadillas y nos susurra: ¡no vayas a la iglesia que el cura es muy malo!; ¡no vayas a misa que el coro canta mal!: ¡no vayas a rezar que son los peores!... Y nos olvidamos por completo que aquí sólo hay dos dos interlocutores: tú y Él, pero para que eso funcione debe haber roce y choque con los demás. Sí; es lógico que nos enfademos, que riñamos y nos perdonemos, que hagamos las paces y lo volvamos a intentar. Cada uno creemos que tenemos la formula perfecta de cómo debería ser la parroquia, pero sólo caben dos opciones: o nos vamos puliendo como las piedras del río a base de roces y golpecillos hasta que todos acabemos siendo cantos rodados, o nos quedamos en casa viendo la misa por la tele envenenándonos con nuestra propia bilis. 

San Pablo por su parte, nos recuerda en su primera carta a los cristianos de Corinto que a parte del templo edificio y del templo comunidad de piedras vivas, cada uno de nosotros también es un templo propio, pues somos ''edificio de Dios'', y nuestro cimiento ''es Jesucristo'': ¿Cómo está este templo del Espíritu Santo que es mi cuerpo; pongo en valor con mi boca lo bueno del otro, o me dedico a la calumnia y sembrar cizañas y tormentas? ¿Con mis ojos soy capaz de descubrir a Jesucristo en el otro, o es tal mi odio que sólo le veo como un malvado? ¿Mis oídos escuchan la palabra de Dios, o la oyen pero nada más salir del templo ya me pongo a criticar?... Nos vienen muy bien preguntarnos cómo está el templo de nuestro propio corazón, pues quizás haya tanta miseria y pecado que no pueda el Señor morar en el. Por eso que muy importante es cuidar la confesión individual, pidiendo al sacerdote el sacramento de la reconciliación, que es como fregar la iglesia para que esté limpia la casa más importante de todas... Y el evangelio sigue en la misma dirección la escena de los vendedores y cambistas en el templo. También Jesús nos dice hoy: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Tenemos la posibilidad de preguntarnos qué mesas hemos de volcar y qué hemos de tirar... Tal vez cuidar el silencio al entrar y al salir del templo, o en las mismas celebraciones... Y en mi propia vida, en el templo de mi alma: ¿qué sobra para dejar paso al Señor?... La conversión no es sólo para la cuaresma, todos los días somos llamados a mejorar; no busquemos falsos dioses, sino busquemos al Dios vivo; no busquemos nuestra vanagloria, sino únicamente la gloria de Dios. Que nuestra actitud al venir al templo sea un reflejo del cuidado del templo espiritual de mi mismo. También en esta jornada se celebra providencialmente el día de la Iglesia Diocesana, y es que no hace falta ir a África, también aquí en Asturias, hay comunidades cristianas que no tienen templo o que se ha caído; hay parroquias que no tienen forma de reparar su tejado o no tienen calefacción, no tienen sacerdote propio, ni tienen para pagar la luz... Para todos ellos va destinada la colecta de este domingo, pero, ojo al dato, el lema de este año está muy bien traído: «Tú también puedes ser santo», y es que a veces se nos olvida el fin último de todo, incluso del dinero. Aquí no estamos para hacer dinero ni sacar rentabilidad, estamos para ganar almas para el cielo. Por eso en una diócesis no debe quitarle el sueño a nadie que la Casa Sacerdotal tenga déficit o el Seminario de pérdidas, o que haya que gastar mucho en un templo al que sólo van veinte personas. Si miramos con los ojos de este mundo y no en clave evangélica significará que hemos dejado de servir a Dios para empezar a servir al dinero. En el evangelio de hoy Jesús alude al salmo 69 «El celo de tu casa me devora». Esto significa estar consumido por una pasión ardiente por la causa de Dios y su ideal, por lo sagrado y las cosas de Dios hasta el punto de que esa devoción causa en uno un gran sufrimiento personal, pues lo hacemos conscientes de que sólo en Dios descansa y descansará nuestra alma. Que este aniversario de la dedicación de la Basílica de Letrán nos ayude a reflexionar cómo cuidamos nuestro templo interior, nuestro templo parroquial, la vida comunitaria y nuestro sentimiento de pertenencia a la Iglesia diocesana y a la Universal. 

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