(El Debate/ Álex Navajas) La historiografía de izquierdas y anticlerical siempre ha ignorado a los mártires de la persecución religiosa de los años 30 del siglo XX en España; cuando no ha podido ocultarlos más, ha achacado los asesinatos a «elementos incontrolados» y a «hechos aislados e inconexos», y hay incluso quienes han tratado de justificarlos amparándose en que «la Iglesia siempre estaba al lado de los ricos».
Sin embargo, el propio Julián Besteiro, uno de los grandes líderes del PSOE del primer tercio del siglo XX –y de los poquísimos que mostró una cierta honestidad intelectual y moral–, escandalizado por las mentiras y falacias de sus compañeros de partido, llegó a deplorar «ese Himalaya de falsedades que la prensa bolchevizada ha depositado en las almas ingenuas». El anarquista ruso Serguei Necháyev fue aún más epigramático al formular su particular credo: «Contra los cuerpos, la violencia; contra las almas, la mentira y la calumnia, y contra los muertos, el silencio».
Pero 10.000 mártires son muchos mártires como para obviarlos tan fácilmente. No en vano, algunos historiadores han definido la persecución religiosa de los años 30 del siglo XX en España como «la mayor desde la época del emperador Diocleciano». Cada 6 noviembre la Iglesia celebra, con rango de memoria obligatoria, a los 2.053 mártires (12 santos y 2.041 beatos) de la persecución religiosa del siglo XX en nuestro país que están ya en los altares.
Junto a ellos, en los despachos vaticanos aguardan los expedientes de alrededor de dos mil mártires más cuyos casos están siendo estudiados, y alrededor de 6.000 más se encuentran en la fase diocesana de investigación o sus casos aún no han sido abiertos.
Asesinados por la fe
La Iglesia siempre ha puesto un especial énfasis en recordar que todos fueron asesinados in odium fidei, por odio a la fe. No militaban en un partido, ni murieron defendiendo unos ideales políticos, ni pertenecían a ningún bando, aunque fue sólo uno de ellos –el del Frente Popular– el que acabó con todas sus vidas. Muchísimos eran sacerdotes –incluidos trece obispos–, religiosos o monjas, aunque también hubo miles de laicos que murieron única y exclusivamente por sus creencias religiosas. Hubo un rasgo común a todos ellos, imprescindible para ser declarado mártir de la Iglesia católica: murieron perdonando a sus verdugos.
Pese a su ejemplo de reconciliación, magnanimidad y fe, muchas diócesis de la Iglesia parecen pasar de puntillas sobre esta festividad, tal vez por el temor a ser asimiladas con el bando franquista. Algo similar ocurre con las congregaciones religiosas: aunque algunas de ellas veneran y honran a sus mártires como testigos del Evangelio, son muchas las que se ponen de perfil y renuncian a reconocerles por miedo a «herir sensibilidades».
En la propia página web de la Conferencia Episcopal Española no hay una sola mención al respecto, y parece ponerse más énfasis en la colecta del próximo domingo con motivo del Día de la Iglesia Diocesana que en la festividad de los mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España que se conmemora hoy en todos los templos del país.
El silencio institucional
A la Conferencia Española de Religiosos (Confer) tampoco parece suscitarle demasiado interés la efeméride, pese a representar a más de 400 congregaciones religiosas y a cerca de 31.500 consagrados. Las últimas noticias de su web, publicadas esta misma semana, abordan «el fin de los combustibles fósiles», el «pago de la deuda ecológica» y que «más de 5.800 personas se beneficiarán del fondo de inversión ‘Santander Compromiso Solidario FI’».
Una rápida búsqueda por las webs diocesanas arroja unos resultados más bien magros: solo Málaga, Oviedo, Guadix-Baza, Toledo, Plasencia y unas pocas más se hacen eco de los mártires. El silencio es aún más atronador en el caso de las páginas de las principales congregaciones religiosas, que enfocan sus contenidos hacia el drama de los inmigrantes, el cuidado de la Casa Común o el compromiso solidario. Los mártires, sin embargo, no aparecen por ninguna parte. La máxima de Serguei Necháyev de guardar silencio sobre los muertos parece cumplirse en algunos sectores de la Iglesia española.

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