(COPE) No son pocos los que como el Apóstol San Pablo han pasado de ser fríos o perseguidores con respecto a Dios, para convertirse en difusores con su propia sangre. Hoy celebramos a San Cristóbal, cuya vida se sitúa en torno al siglo III. De origen cananeo, es un hombre robusto y fuerte, preocupado por servir al señor más poderoso. Cuando intenta hacerse vasallo del Emperador Gordiano, desiste en su servicio al ver que temía al demonio.
Incluso en un gesto de máxima necedad, se pone a las órdenes del príncipe de las tinieblas, hasta que descubre su gran debilidad, el temor a Jesús Crucificado. El motivo es que cuando camina al lado del prínciope de las tinieblas ven una Cruz y el maligno se echa a temblar contando a Relicto cómo había sido vencido y expulsado del mundo por la Muerte de Cristo en el Calvario y su posterior Resurrección. Este hecho le hará cambiar totalmente de vida.
Ayudado por un anciano en el acercamiento a Dios, decide ayudar a cruzar el río a cuantos viajeros lo necesiten. Un día oirá el llanto de un Niño pequeño. Comprendiendo que quería ir a la otra orilla, le monta sobre sus hombros. Pero a lo largo del trayecto siente que sus fuerzas se debilitan. “Parece –dice dirigiéndose al Pequeño- como si llevase el mundo encima”. “Y no sólo al mundo, sino a su propio Autor”.
Descubriendo en Él al Niño Jesús, llega el momento de su Bautismo, cambiando su nombre de Relicto por el de Cristóbal (En griego Teóforo, que significa “Portador de Dios). Su decisión de anunciar la Buena nueva le lleva a morir mártir por causa del Reino de Dios. Es el Patrón de los conductores y los caminantes, junto al Arcángel San Rafael. Por eso en torno a este día se vive la Jornada de Responsabilidad en el tráfico.
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