El sacerdote, nacido en Pola de Lena en 1868, se prodigó en el mundo de la escultura religiosa, fundó los Talleres de Arte y recibió numerosos reconocimientos por sus obras.
(lne) Cuentan quienes conocieron a Félix Granda que el lema que guiaba su vida era el salmo XXVI, 8, que puede traducirse más o menos así: «Señor he amado la hermosura de tu casa y el lugar de la morada de tu gloria», y a embellecer aquella casa, representada en cualquier iglesia, dedicó su existencia. Félix Granda Buylla nació en Pola de Lena el 21 de febrero 1868, aunque su sobrina Maruja Granda, que trabajó con él y lo acompañó hasta el final de sus días, afirmaba que en realidad había llegado al mundo en Mieres pero que muy pronto la familia se había trasladado al vecino concejo.
«Buscando este dato, he consultado en el archivo parroquial de San Juan de Mieres y puedo decir que allí no figura este asentamiento, por lo que podemos afirmar definitivamente su origen lenense, siendo el primer hijo de los seis que tuvo el matrimonio formado por don Wenceslao Granda, médico de la localidad, y doña Elvira Buylla». Es seguro que en Lena transcurrió su infancia, hasta que a los 10 años ingresó en el Seminario de Oviedo y pudo conocer los rudimentos del dibujo y la escultura, pero donde verdaderamente fue creciendo la certeza de que tendría que partir su vocación entre el sacerdocio y el arte fue en sus estancias en Muros de Nalón, donde en el verano de 1884, Tomás García Sampedro y Castro Plasencia habían iniciado una «colonia artística» frecuentada por más de una docena de pintores de toda España, que iban a atraer a sus playas a otros ya consagrados como los valencianos Cecilio Pla o Joaquín Sorolla, que estuvo aquí en las primaveras de 1902 a 1904, e incluso al poeta Rubén Darío, quien veraneó en San Juan de La Arena en 1905 y en Riberas de Pravia en 1908 y 1909. Parece que fue el obispo don José María de Cos, que lo había conocido en Oviedo, el que se dio cuenta de las actitudes del seminarista y lo animó a seguir por esa senda.
El caso es que la ordenación de Félix Granda como sacerdote en diciembre de 1891 casi coincidió con el traslado de don José María desde la diócesis de Mondoñedo a la de Madrid - Alcalá y hasta la capital se fue también el lenense para compaginar su actividad parroquial con la apertura de un estudio en la calle de Fernando El Santo. Tenía entonces 23 años y llamó a aquella empresa «Talleres de Arte». Allí recibió los primeros encargos para algunas iglesias al mismo tiempo que acrecentaba sus contactos con aquellos artistas que había conocido en la costa asturiana, porque siempre tuvo claro que sus talleres no podían limitarse a ofrecer lo mismo que los de la competencia. Esa búsqueda de la calidad fue recompensada en 1899 con una Medalla de Oro en la Exposición Regional de Bellas Artes de Gijón, pero sobre todo por el éxito comercial que le permitió abrir mercado por toda Europa y en América del Sur.
De forma que "cuando entró el nuevo siglo ya trabajaban para él más de 200 artesanos creando todo tipo de ornamentos e imaginería para los templos católicos y su catálogo abarcaba pintura, bronce, esmaltes, madera, bordados y cualquier material que pudiese emplearse para embellecer la liturgia". Allí se imitaban los estilos clásicos y hoy pueden verse piezas suyas que siguen los cánones del mozárabe, el románico, el gótico o el barroco, obedeciendo las modas y los gustos caprichosos de los clientes. Félix Granda tampoco se negó a seguir las modas más avanzadas de su tiempo y mantuvo contactos con los arquitectos catalanes que trabajaron en la Montaña Central para la Sociedad Hullera Española e incluso con Antonio Gaudí, del que aprendió a integrar las formas de la naturaleza en sus obras. «En este sentido, algunos especialistas han observado semejanzas tan concretas como la representación de las tortugas marinas, que sostienen en Barcelona las columnas de la Sagrada Familia y sirven como peanas de las custodias de Granda».
En 1903 la plantilla había seguido creciendo y se hizo necesario buscar nuevos locales para lo que ya tenía la envergadura de una pequeña fábrica. Félix Granda adquirió entonces el Hotel de las Rosas, situado en la zona que hoy conocemos como Nuevos Ministerios. El edificio estaba rodeado por unos jardines que dejaron de cuidarse, pero aún así servían para dar espacio a los talleres, llenos de luz en una de las zonas más ventiladas de Madrid y el cura se reservó una zona para vivienda, que compartía con su hermana Cándida, viuda y sin hijos. Muchos años más tarde, en 1928, un visitante dejó escritas sus impresiones sobre este lugar: «Todo aquí respira un trabajo intenso, zumban los tornos, rechinan las sierras, tunden los mazos de los tallistas, crepitan los cinceles de los repujadores. Porque no hay forma de arte decorativo que no tenga aquí sus artífices».
Durante décadas Félix Granda bajó cada día a inspeccionar personalmente los encargos, dando instrucciones precisas a los artesanos que tenían que realizarlo y explicando de paso el porqué de cada iconografía a los jóvenes aprendices, completando así su instrucción manual con una formación teórica que les hacía entender el trabajo como una vocación. Los talleres de Félix Granda volvieron a ser galardonados en 1911, esta vez con la Medalla de Oro en la Exposición de Arte Decorativo de Madrid, que otorgaba el Círculo de Bellas Artes de Madrid y dos años más tarde, debido a la progresión imparable de sus pedidos, se constituyeron como Sociedad Mercantil. Resulta imposible resumir aquí el catálogo de su producción histórica, que va de lo más cercano a lo internacional y nos sorprende en varios puntos de nuestras Cuencas, pero por lo que nos toca no podemos olvidarnos de dos de sus obras más queridas: el ángel de la muerte que preside la tumba de su pariente Vital Aza en el cementerio de La Belonga y el conjunto de bronces, ángeles con luminarias, mármoles, sagrario e imágenes del altar mayor de la iglesia de San Juan que quiso donar al pueblo de Mieres.
También llevan su firma piezas tan emblemáticas para los asturianos como:
las dos parejas de mazas de plata de la Junta General del Principado, realizadas en 1925 por su empresa.
el tríptico y las coronas de la Virgen y el niño de Covadonga.
la urna de San Pelayo y el retablo de San Juan el Real de Oviedo.
la lámpara votiva de la parroquia de Pravia.
el mobiliario interior de la iglesia medieval de Santo Tomás de Canterbory, en Avilés.
Entre sus obras más conocidas figuran:
el monumento a Pío X en Riese (Italia).
el retablo de la iglesia neogótica de Belén en La Habana
Sin salir de España:
varios pasos procesionales de la Semana Santa andaluza.
la capilla sepulcral de mármol y bronce de San Juan de la Cruz que se construyó en 1926 para conmemorar el bicentenario de su canonización.
el retablo de San Isidro de Dueñas, en Palencia.
las coronas de la Vírgen de Guadalupe y el niño en Cáceres.
la corona de la virgen del Sagrario en Toledo, esta última en oro, platino y pedrería.
todo el interior del famoso Santuario Nacional de la Gran Promesa, que el franquismo levantó en Valladolid en 1941 para fomentar la devoción al Sagrado Corazón que unía directamente a su victoria en la Guerra Civil.
Félix Granda Buylla murió en Madrid el 23 de febrero de 1954 a los 86 años, pero su memoria goza de buena salud: «en 1997 se creó una Fundación que lleva su nombre y en 2005 Gerardo Díaz Quirós leyó en la Universidad de Oviedo una tesis doctoral que estudia exhaustivamente su vida y su obra en esta región. También perdura su herencia material y en la actualidad los Talleres de Arte siguen despachando sus encargos hasta el último rincón del mundo católico».
FUENTE: ERNESTO BURGOS - HISTORIADOR,
publicado por La nueva España el 08-01-2013.
(Blog de Acevedo)
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