lunes, 4 de diciembre de 2023

Navidad sin adviento. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Es la tarde del sábado 27 de octubre. Le pregunto al conductor del taxi que me lleva a casa:

– «Las luces ornamentales que hay colgadas sobre la calle, ¿son todavía las de las fiestas patronales de septiembre?»

– Responde: «No, son las de Navidad».

– Pregunto: «¿Tan pronto?»

– Responde: «Sí. Están instaladas ya en todos los barrios de la ciudad».

– Protesto: «¡Pero si faltan todavía dos meses para la Navidad!»

– Responde: «Es que dicen que, si no, no les da tiempo a ponerlas».

Lo entendí cuando leí que hay una carrera a nivel nacional para ver quién enciende primero las luces navideñas. El Adviento, que empieza hoy, llega tarde. Se le adelantó la Navidad. Una Navidad sin Adviento.

El Adviento nació en suelo hispano. Ya en el Concilio de Zaragoza del año 380 se establecieron algunas disposiciones para que se observasen entre el 17 de diciembre y el 6 de enero, fiesta de la Epifanía. Esos veintiún días son el germen del actual Adviento. Los galos empezaron a celebrarlo más tarde, en el siglo V. Y lo de que dure cuatro semanas se debe al papa san Gregorio Magno (siglos VI-VII). Eran tiempos aquellos en los que todos nos copiaban. Así que el Adviento lo hemos creado nosotros y llevamos celebrándolo en la Península ibérica desde hace más de mil seiscientos años.

En las parroquias se sabe que estamos en Adviento por la casulla morada del sacerdote y el paño de ese mismo color que cubre el ambón de las lecturas de la Misa; por las cuatro velas, tres moradas y una rosada, de la corona que ahora se estila tanto, importada del norte de Europa, con una más alta y blanca en el centro; por el canto del «¡Ven, ven, Señor, no tardes!» y porque hay cajas con cosas del belén y adornos navideños por los rincones de la sacristía. Y nada más.

Debería haber, al igual que en Cuaresma, conferencias de Adviento que versasen sobre alguno de estos temas: la esperanza, el sentido de la existencia, la escatología, la paz, la alegría, la humildad, la pobreza, los textos celebrativos de la liturgia hispana, la singularidad de la Virgen María, las figuras de san José y de san Juan Bautista, los ángeles y los profetas; el origen de la Navidad y el del día de su celebración, dejando bien claro que la designación de la fecha del 25 de diciembre no fue para cristianizar una fiesta pagana.

En Adviento, además, la liturgia invita a estar vigilantes, a mantenerse en vela. Sería conveniente rezar en días señalados el Oficio de Lecturas de la Liturgia de las Horas. Y para que la comunidad celebre sobriamente el Día del Señor, pero que no deje de celebrarlo, estaría muy bien el ofrecer a la feligresía un ágape después de la Misa dominical con dulces de los que se hacen sólo en Adviento, o requesón con miel, o caldo, o vino caliente con especias, o refrescos de frutos silvestres, o castañas acompañadas de zumo de manzana.

En España no existe la costumbre, pero se puede iniciar: regalar velas con frases de los profetas de Israel o del Evangelio, alusivas a la venida del Mesías o al nacimiento de Cristo, para ponerlas encima de un mueble del salón de casa o de la mesa del comedor, y que estén encendidas mientras se reza el Rosario, y en especial los misterios gozosos, o se lee la Biblia en familia, o durante las comidas, e iluminen con resplandores de esperanza los hogares.

Y es ahora también, cuando comienza el año litúrgico, el momento de adquirir un almanaque bonito y original, en el que figuren bien visibles las fiestas cristianas de los doce próximos meses y para que, teniéndolo a la vista, se programen, en familia, actividades conjuntas, sin tener que echar mano constantemente del calendario del teléfono móvil.

El de Adviento es, sin duda, de los cuatro períodos que componen el año cristiano, el más hermoso. No dejemos que el alocamiento, el frenesí, el dispendio, la superficialidad y el secularismo fútil lo ahoguen. Y que lleguemos a la santa Navidad sin que le hayan faltado a ésta ni la preparación, ni la luz, ni el calor, ni la alegría, ni la esperanza, ni la belleza del Adviento.

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