viernes, 22 de diciembre de 2023

Don Atilano Rodríguez, el Obispo que nunca dejó de ser cura. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Don Atilano ya es emérito; se ha jubilado el que quizás haya sido uno de los obispos más queridos de nuestra nación por todas las personas que le han conocido y tratado. Recuerdo cuando siendo seminarista y comenzando en primero de Estudios Eclesiásticos, la rumorología diocesana decía que era inminente el nombramiento de un obispo auxiliar tras años sin tener el Arzobispo de Oviedo Auxiliar desde la marcha de Don José Sánchez como obispo residencial de Sigüenza-Guadalajara a finales de 1991. 
Algunos profesores decían ''os vais a quedar sin rector y sin profesor de mariología porque van hacer a Montoto obispo auxiliar'', y otros decían "os vais a quedar sin profesor de historia o sin profesor de derecho matrimonial", considerando muchos que aquella terna preparada por Don Gabino (q.e.p.d.) la completaban los nombres de Don Javier Fernández Conde y del entonces Vicario General Don Javier Gómez Cuesta. Al final no perdimos ningún profesor; los Reyes Magos se adelantaron a las doce del mediodía del 5 de enero de 1995 haciéndose público que el Papa Juan Pablo II nombraba a Don Atilano Rodríguez, el cura del Buen Pastor de Gijón, obispo titular de "Horaea" y Auxiliar de Oviedo. Fue una noticia celebrada por toda la Diócesis; se constataba una vez más que Don Gabino no tenía mucho peso en Roma, pero en este caso todos los sectores de la Archidiócesis -progresistas y conservadores- recibieron la noticia con mucha alegría y consideraron un acierto de aquella designación.

Dicen que la ordenación episcopal de Don Atilano fue de los pocos actos diocesanos que lograron congregar al mayor porcentaje de sacerdotes de la Diócesis, incluso a los que nunca acuden a la Misa Crismal, a las ordenaciones u otras pontificales: ¡también estaban allí! Y lo mismo pasó cuando le despedimos al ser nombrado obispo de Ciudad Rodrigo; muchos laicos y muchos religiosos, pero en especial muchísimos sacerdotes que le veían como un compañero con mitra, pues como siempre le definió mi párroco: ''Don Atilano es un obispo que nunca ha dejado de ser cura''... Quería decir que no se le subió el cargo a la cabeza, sino que fue siempre el mismo: el humano, el comprensivo, el que encontraba solución, el que sabía confortarte, al que podías acudir con tus penas y zozobras sabiendo que si él no te lo podía arreglar movería cielo y tierra para que alguien lo hiciera. Realmente así fue siempre D. Atilano. 

Hombre ejemplar que ejerció muy bien su papel de Auxiliar; siempre dos pasos más atrás, siempre obediente, firmando todo manifiesto que el Arzobispo quería publicar con la firma de ambos, dócil y reflexivo. Fue ejemplar su actitud en la aceptación de la renuncia de Don Gabino, y los primeros meses de Don Carlos Osoro, cuando pude comprobar de cerca -al ser requerido el que suscribe para el servicio al nuevo Arzobispo -aún siendo diácono- como chofer y sustituto del anterior secretario- la delicadeza de Don Atilano para enseñar al que llega sin imposiciones, sino simplemente como quien dice: ''hasta ahora hemos ido por aquí, ahora usted nos dirá por donde seguimos''... Se le despidió con pena, pero los asturianos que fuimos en masa a Ciudad Rodrigo al inicio de su ministerio allí, ya advertimos a los mirobrigenses: ''os viene un tesoro: ¡cuidadlo!''... Antes de un año ya le querían con locura.

En mis años siguientes como sacerdote en el suroccidente asturiano, pude tratar aún más con Don Atilano cuando venía a descansar a su pueblo natal y nos invitaba a comer a todos los sacerdotes del Arciprestazgo del Acebo: ayudaba en casa y a los vecinos con la hierba, y se ofrecía para sustituir o dar descanso a los sacerdotes del entorno. Y su teléfono siempre estaba operativo para todos nosotros. Allí en Cangas del Narcea me encontré al sacerdote que fue su párroco muchos años y el cual le llevó al Seminario: Don Santiago Pérez García: ''Chilindrin'', del cual Don Atilano me decía: ''cuídamelo, que ya sabes que siempre fue muy terco''... Yo lo cuidé lo mejor que supe, y creo que puedo decir con cierto orgullo que Don Santiago llegó a quererme también a mí como a un hijo. 

Hacía mucho que no salía un obispo de la zona  de Cangas de Narcea, por eso en alguna de sus visitas a la Basílica de Santa María Magdalena, siendo Auxiliar, el párroco Don Jesús Bayón le ofrecía presidir la celebración con el báculo de plata que había pertenecido a Don Fernando de Valdés y Llano. Curiosamente Valdés y Llano era Arzobispo de Granada cuando fue promovido a la sede de Sigüenza que, aunque no era Arzobispado, se consideraba en aquel momento la diócesis más rica en rentas, aunque aquél falleció antes de tomar posesión, por lo que murió siendo Obispo electo de Sigüenza. No faltaba la visita a la Virgen del Acebo, aunque Don Atilano siempre venía con discreción; sabía que Oviedo tenía su Pastor y él jamás fue por libre en nada, cuando se le invitaban acudía, y si tenía la menor sospecha de estar de más evitaba presentarse. Cuando se ponía camino hacia Asturias solía mandar un mensaje como de "petición de permiso" al Arzobispo, y lo notificaba también al arcipreste de la zona: ¡todo un señor! 

Su sensibilidad con los que sufren favoreció que sus trabajos en la Conferencia Episcopal Española siempre estuvieran vinculados a la problemática social: miembro de la Comisión Episcopal de Migraciones (1996-2002)​, miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, Miembro de la Comisión Episcopal en la Pastoral Penitenciaria (1992-2002), Obispo responsable de Cáritas Española (2014-2017) y presidente de la nueva Comisión Episcopal para la Pastoral Social y Promoción Humana tras la reforma de los Estatutos de la C.E.E. en marzo de 2020. También apostó siempre por la implicación del laicado con la Acción Católica y el Apostolado Seglar.

Del periplo biográfico de Don Atilano creo que los años más felices no fueron ni los cuatro de formador del Seminario Menor, ni los quince de secretario particular del Arzobispo de Zaragoza Monseñor Elías Yanes; ni los tres de párroco del Buen Pastor de Gijón, ni los años de estudiar dogmática en Salamanca, ni arcipreste, ni siquiera los de Obispo Auxiliar en Oviedo y titular en Ciudad Rodrigo, ni tampoco de Sigüenza Guadalajara. En todos estos destinos hubo felicidad, sí; pero el primer y gran amor de este cangués nacido en Trascastro de San Julián de Arbás creo que fueron sus tres primeros años de ministerio sacerdotal como cura rural en cuatro parroquias compuestas por 27 pueblos con sus numerosas capillas y culto regular. 
Allí, en el alto Allande, se forjó el corazón de pastor de este hombre bueno, en sus años de Ecónomo de Santa María de Berducedo y su filial de Santa María Magdalena de Mesa, con los encargos de Santa María de Lago y San Emiliano. Ahora jubilado como Obispo emérito de Sigüenza-Guadalajara vuelve al comienzo, a la zona rural olvidada y vaciada, fijando a partir de este momento su domicilio en el Monasterio de la Madre de Dios de Buenafuente del Sistal desde donde se atienden las parroquias del Alto Tajo: Ablanque, Cobeta, Huertahernando, La Loma, Olmeda de Cobeta, Riba de Saelices, Ribarredonda, Saelices de la Sal, Villar de Cobeta, Villarejo de Medina... Zona de tierra dura donde abunda la nieve en invierno y sus pueblos ya no son ni la sombra de lo que fueron; sin embargo, a Don Atilano esa realidad no le asusta, es como su tierra natal a la vera del Puerto de Leitariegos, o sus primeras parroquias por donde pasa el Camino de Santiago a través del Puerto del Palo. Algunos dicen que Don Atilano vuelve hacer vida de cura de pueblo, pero en realidad es un obispo que nunca dejó de serlo. Feliz, jubilosa y merecida jubilación, Don Atilano. 

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